Baltasar Brum fue el presidente más joven de la historia uruguaya: asumió en 1919 con apenas 35 años. Abogado, periodista y profesor, afín al batllismo desde su juventud, ocupó cargos clave como ministro de Instrucción Pública y canciller. El 31 de marzo de 1933 enfrentó el golpe de Estado de Gabriel Terra desde la puerta de su casa en la calle Río Branco, armado con dos revólveres. Esperaba la reacción popular y terminó eligiendo el suicidio como gesto de resistencia.
Ese episodio es el núcleo de La calle del sacrificio, la nueva novela de Hugo Burel, quien vuelve al relato histórico para poner a Brum en primera persona. “El desafío estaba en hacerlo hablar a él, contar la historia desde Brum y no sobre Brum”, dijo a Montevideo Portal. “Si el lector acepta desde la primera página que es Brum el que está contando, entra en una experiencia más intensa que la que ofrece la crónica histórica”.
“Un cadáver molesto”
Para Burel, la figura de Brum quedó injustamente relegada. “Fue un cadáver molesto. Su partido no lo reivindicó, ni siquiera se le hicieron honores de jefe de Estado. Apenas apareció una nota breve en El Día”, recordó. “La mayoría de los colorados estaba con Terra. Y a eso se suma que el suicidio siempre fue visto con recelo: condenado por la Iglesia, sospechado de desequilibrio por la psicología. En esa coyuntura, era muy difícil que su gesto perdurara como ejemplo”.
El autor insiste en que no buscó una reparación partidaria, sino rescatar su dimensión cívica: “No es una novela partidaria; lo que busqué fue devolverlo a un presente en el que su gesto puede decir mucho. Yo escribí pensando en lo que a mí me pasaba con Brum. Si el lector lo descubre como un personaje más amplio que lo que reconoció su partido, ahí se da una valorización de un heroísmo que hoy está muy devaluado”.
“No fue megalomanía ni locura. Fue una actitud valiente, profundamente individual, de alguien que creía legítimamente que su sangre podía limitar la dictadura”
Asilo o convicciones
Uno de los dilemas que enfrenta Brum en la novela es aceptar o no el asilo diplomático. “Para él, asilarse era rendirse”, explica Burel. “Estuvo todo el día armado, resistiendo. No podía aceptar terminar refugiado en una embajada. Se dio cuenta de que estaba quedando solo, sin apoyo popular ni respaldo político. Y aun así eligió ser fiel a sus convicciones”.
El escritor rechaza que su decisión haya sido un desvarío: “No fue megalomanía ni locura. Fue una actitud valiente, profundamente individual, de alguien que creía legítimamente que su sangre podía limitar la dictadura”.
Humanizar al personaje
La novela también rescata aspectos menos conocidos de Brum: su rol en leyes a favor de la mujer y la niñez, su defensa de la educación pública, su intento de reformar los duelos para que no terminaran en muerte. “Brum fue un demócrata liberal y republicano a toda prueba”, resume Burel.
“Es una novela que plantea un símbolo de entrega por un ideal. En un tiempo en que la democracia está amenazada, recordar que alguien dio la vida por ella es esencial”
El relato incluso le da voz a Terra, a través de un recurso narrativo. “No podía ser un monólogo. También está la argumentación de Terra con sus razones para el golpe”, explicó. “El suicidio de Brum no canceló la dictadura, pero liquidó políticamente a Terra”, recordó citando palabras de Julio María Sanguinetti durante la presentación del libro.
El día y sus contrastes
Otro de los aciertos del relato es mostrar la tensión entre el dramatismo de esas horas y la vida cotidiana. “Esa jornada tuvo un clima casi normal. Había gente mirando, chicas de la confitería Oro del Rhin repartiendo bandejas, ómnibus que pasaban. Ese mismo fin de semana hubo fútbol y espectáculos”, señaló el autor. “El dramatismo llega recién cuando Brum avanza unos pasos y grita: ‘¡Viva la libertad, viva Batlle!’ antes de pegarse un tiro”.
Un símbolo vigente
Para Burel, La calle del sacrificio no es un homenaje al suicidio, sino un recordatorio de compromiso democrático. “Es una novela que plantea un símbolo de entrega por un ideal”, afirma. “En un tiempo en que la democracia está amenazada y devaluada, recordar que alguien dio la vida por ella es esencial. Hoy no se ven gestos así, y mucho menos en política”.
El libro
Hugo Burel vuelve al género de la novela histórica para traernos un libro apasionante sobre un episodio clave en la construcción de nuestra identidad como país.
Sudamericana
Baltasar Brum fue el presidente más joven de la historia en Uruguay: asumió la primera magistratura el 1° de marzo de 1919, con 35 años. Afín al batllismo desde su juventud, en 1913 el presidente José Batlle y Ordóñez lo nombra como ministro de Instrucción Pública, pero debió esperar unos meses para asumir ya que no había cumplido la edad mínima requerida (30 años). Abogado, profesor y periodista, la política fue su ámbito natural y en todos los cargos que ocupó se destacó por la pasión y la capacidad que puso al desempeñarlos.
El 31 de marzo de 1933, Gabriel Terra, presidente constitucional por el Partido Colorado, consuma un golpe de Estado al que Brum se opone como demócrata e integrante en mayoría del Consejo Nacional de Administración. Desde la puerta de su casa, en la calle Río Branco, armado con dos revólveres, intenta liderar una rebelión que el pueblo no apoya.
Con un impecable recurso narrativo que posibilita el relato del propio protagonista sobre las que serán sus últimas horas, Hugo Burel ha escrito esta novela imprescindible para entender la tragedia y el ejemplo de Baltasar Brum como héroe de la democracia. Como consigna Gerardo Caetano en su prólogo: “Burel recorre los principales momentos de esta agitada vida política, pero siempre desde la perspectiva de un imaginario retorno al día de su muerte y sus vicisitudes, al cumplirse 90 años de esta, en marzo de 2023. Desde ese momento, el autor nos narra con intensidad los laberintos de esa “memoria que vuelve a actuar”, convocada por una misteriosa “voluntad” que le ha impuesto el regreso. (…) Esta novela de Hugo Burel vuelve a recordarnos un día aciago para la democracia uruguaya que está cumpliendo 40 años desde su reinstalación en 1985 y que sin duda debe ser siempre esa gran utopía que nos acomuna a todos en su defensa. Este texto nos trae de nuevo el eco de un disparo y sus arengas previas que, si bien no pudieron impedir el golpe de Estado, supieron nutrir la primera inspiración que debe imponerse entre los uruguayos todos, vengan de dónde vengan y piensen lo que piensen”.
Como ya había hecho en su premiada Los Inmortales (2004), con otras dos figuras políticas, en La calle del sacrificio Burel regresa al relato histórico para meterse en la piel de Baltasar Brum con un relato que emociona y estremece.