Por The New York Times | Nicholas Kulish

Cuando se publicaron los mensajes de texto de Elon Musk como parte de una presentación de documentos ante el tribunal sobre su propuesta de compra de Twitter, se descubrió que el hombre más rico del mundo mantenía correspondencia con multimillonarios del mundo de la tecnología, otros directores ejecutivos y banqueros.

Entre esos líderes empresariales se encontraban unos mensajes que no parecían coincidir con aquel perfil en absoluto, eran de un filósofo moral escocés.

El filósofo, William MacAskill, actuaba como intermediario del multimillonario Sam Bankman-Fried, quien “lleva un tiempo muy interesado en comprarla y luego mejorarla para el mundo”, escribió en marzo, refiriéndose a Twitter.

La aparición de MacAskill en ese lote de mensajes, junto con otras apariciones en televisión y perfiles en revistas, ha contribuido a crear la sensación de su improbable omnipresencia repentina. Su último libro, “What We Owe the Future”, se convirtió en un éxito editorial luego de que salió a la venta en agosto.

Su perfil en ascenso es paralelo al crecimiento de la comunidad de donantes que ayudó a fundar, el altruismo efectivo. Antes era un nicho para veganos serios y donantes de riñón que vivían modestamente para tener más dinero que regalar para intervenciones médicas baratas en los países en desarrollo, pero ha surgido como una fuerza en la filantropía, en particular en las donaciones de los milénials y la generación Z.

En pocos años, el altruismo efectivo se ha convertido en la filosofía de donación de muchos programadores de Silicon Valley, fondos de cobertura e incluso multimillonarios de la tecnología. Eso incluye no solo a Bankman-Fried, sino también al cofundador de Facebook y Asana, Dustin Moskovitz, y a su esposa, Cari Tuna, que destinan gran parte de su fortuna a la causa.

“En definitiva, nunca me imaginé que me dedicaría a asesorar a multimillonarios sobre cómo regalar su dinero y alentarlos a dar más”, dijo en una entrevista MacAskill, profesor de Filosofía de la Universidad de Oxford. Pero él considera que es un trabajo útil, que se basa en el mandamiento central del altruismo efectivo de hacer el mayor bien posible.

En su esencia, el altruismo efectivo se dedica a la cuestión de cómo se puede hacer el mayor bien posible con el dinero y el tiempo del que se dispone.

Si el movimiento tiene un manifiesto, sería el artículo del filósofo australiano Peter Singer, “Hambre, opulencia y moralidad”, publicado en 1972.

El ensayo, que argumenta que no hay ninguna diferencia moral entre la obligación de ayudar a una persona a punto de morir frente a tu casa y la obligación de ayudar a la gente que muere en cualquier otra parte del mundo, se convirtió en una especie de “éxito inesperado” en los últimos veinte años, según Julia Wise, enlace comunitario del Centro para el Altruismo Efectivo, que MacAskill ayudó a financiar.

“Cuando no había un Dustin ni tampoco un Sam Bankman-Fried, yo fui un donador importante del Centro para el Altruismo Efectivo como trabajador social”, afirmó Wise.

El altruismo efectivo solía centrarse en encontrar las intervenciones con el menor costo que hicieran el mayor bien. El clásico ejemplo son los mosquiteros tratados con insecticida para prevenir la malaria.

Como sugiere el título de su más reciente libro, MacAskill argumenta que en este momento la humanidad tiene una responsabilidad no solo con medio mundo, sino también con las generaciones futuras.

El auge de este tipo de pensamiento, conocido como largoplacismo, ha hecho que los altruistas eficaces se comprometan cada vez más con causas que tienen un aire de ciencia ficción, como el envío de personas a planetas lejanos para aumentar nuestras posibilidades de supervivencia como especie.

No todos concuerdan con este giro. Joshua Pederson, quien enseña Ética en la Universidad de Boston, es uno de los que han criticado el giro que ha tomado la comunidad.

“Una de las desventajas del altruismo positivo es la idea de que se puede obtener la respuesta correcta”, dijo Pederson. “Entonces, entra en juego la arrogancia o el didactismo o la prédica: ‘Donaste a la causa equivocada’”.

La relación entre MacAskill y Bankman-Fried es una pieza importante para entender la evolución de la comunidad. Los dos hombres se conocieron en 2012, cuando Bankman-Fried era estudiante del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y estaba interesado en la filosofía utilitaria.

Durante una comida, Bankman-Fried dijo que estaba interesado en trabajar en temas relacionados con el bienestar animal. MacAskill le sugirió que podría hacer más bien entrando en un campo de altos ingresos y donando dinero a la causa.

Bankman-Fried se puso en contacto con Humane League y otras organizaciones de beneficencia y les preguntó si preferían que donara su tiempo o su dinero con base en sus ingresos previstos. Ellos optaron por el dinero y él se embarcó en una carrera remunerada, cuando fundó la casa de cambio de criptomonedas FTX en 2019.

El experimento con la carrera del joven fue, a todas luces, un éxito. Bloomberg ahora calcula que el patrimonio de Bankman-Fried tiene un valor de 10.500 millones de dólares, incluso después de la reciente caída de los precios de las criptomonedas.

Bankman-Fried dijo que esperaba regalar la mayor parte de su fortuna en los próximos 10 a 20 años.

Se estima que el patrimonio neto de Moskovitz y Tuna es de 12.700 millones de dólares. Estos hombres fundaron su propio grupo, Good Ventures, en 2011. El grupo declaró haber donado 1960 millones de dólares desde su fundación.

Estas dos enormes fortunas, junto con las donaciones de decenas de ingenieros muy bien pagados en empresas tecnológicas, significan que la comunidad está excepcionalmente bien financiada.

Así que digamos que no es que necesiten a Musk. Pero tampoco les viene mal.

Con una fortuna estimada en 220.000 millones de dólares, Musk podría convertir por sí solo el altruismo efectivo en el principal movimiento filantrópico. Musk participó en la conferencia de EA Global en 2015 y apareció en un panel sobre los riesgos que supone la inteligencia artificial.

MacAskill conoció a Musk por primera vez en esa conferencia y así fue como estos mensajes de texto acabaron por aparecer en la controversia legal sobre Twitter.

Bankman-Fried no se unió a la oferta de Musk. “No sé exactamente cuáles van a ser los objetivos de Elon con Twitter”, comentó Bankman-Fried en una entrevista. “Había un poco de ambigüedad en eso”.

El acuerdo de Twitter ha sido volátil a su manera de todos modos, ya que Musk había tratado de salirse antes de anunciar hace poco su intención de seguir adelante con el acuerdo.

En agosto, Musk retuiteó el anuncio del libro de MacAskill a sus 108 millones de seguidores con la observación: “Vale la pena leerlo. Esto coincide con mi filosofía”.

Sin embargo, en lugar de aceptar ese respaldo, MacAskill publicó un hilo detallado en respuesta sobre algunos de los puntos en los que estaba de acuerdo (y muchos en los que no) con Musk.

Por su parte, MacAskill acepta la responsabilidad de lo que él denomina errores de apreciación sobre la comunidad. “Asumo una cantidad significativa de culpa”, dijo, “por ser un filósofo que no estaba preparado para esta cantidad de atención mediática”. Sam Bankman-Fried habla en la conferencia Crypto Bahamas, organizada por la casa de cambio de criptomonedas que fundó, en Nassau, las Bahamas, el 27 de abril de 2022. (Erika P. Rodriguez/The New York Times)