Asociada popularmente con Francia y la Revolución de 1789, la guillotina debe su nombre al médico y diputado francés Joseph-Ignace Guillotin (1738-1814), a quien suele atribuirse erróneamente su invención.
En realidad, Guillotin encargó un modelo modernizado de una máquina de muerte ya existente y promovió su adopción como método de ejecución. En rigor, Guillotin era contrario a la pena de muerte, pero entendía que ese sistema ahorraba sufrimiento al penado en comparación con otros métodos empleados entonces, como el garrote vil o la horca.
Durante casi 200 años, la guillotina se descargó sobre nucas plebeyas y nobles, incluidas entre estas últimas la del rey Luis XVI. Desde su implementación en Francia, se decapitaron 4.600 personas.
En 1939 fue la última ejecución pública, a la que asistieron más de 20 mil personas. Finalmente, su afilado dominio terminó el 10 de setiembre de 1977, cuando hizo rodar su última cabeza.
El macabro honor le cupo a Hamida Djandoubi, un inmigrante tunecino nacido en 1949.
En julio de 1974, en Marsella, Djandoubi secuestró a su exnovia, Élisabeth Bousquet, de 21 años, y la llevó a su casa, donde la torturó durante horas. Posteriormente, la trasladó desnuda e inconsciente a las afueras de la ciudad, la estranguló y ocultó su cadáver. El cuerpo fue hallado pocos días después por unos niños.
Djandoubi fue detenido al cabo de unos meses y, tras confesar el crimen, fue condenado a muerte el 25 de febrero de 1977 por un tribunal de Aix-en-Provence. El 9 de junio se desestimó el recurso contra su sentencia y en la madrugada del 10 de setiembre se confirmó que no obtendría un aplazamiento o indulto del presidente Valéry Giscard d’Estaing. Poco después, a las 4:40 de la mañana de ese mismo día, fue guillotinado.
Su verdugo fue Marcel Chevalier, quien fue el último del país. Inició su macabra carrera en 1958 y se encargó de 40 ejecuciones.
La pena de muerte se abolió en Francia en 1981, durante la presidencia de François Mitterrand.