Desde Historias de diván hasta El duelo y La felicidad, Gabriel Rolón se convirtió en una de las voces más influyentes al momento de poner en palabras aquello que muchas veces preferimos callar: el dolor, la pérdida, la culpa, el deseo y la fragilidad de los vínculos. En La soledad, su nuevo libro publicado por Planeta, decide ir al núcleo de una experiencia que atraviesa todas las épocas y generaciones: la de estar a solas con uno mismo, esa Soledad con mayúscula que aparece incluso en los momentos de amor, éxito o plenitud.

En esta entrevista con Montevideo Portal, Rolón propone mirar la soledad desde otro lugar: no solo como un padecimiento moderno, sino como una condición humana inevitable que puede, incluso, volverse fértil. Distingue entre la soledad existencial y la soledad del “sin otros”, reflexiona sobre la falta como motor del deseo, y aborda temas tan hondos como el duelo, el suicidio y la necesidad de volver al propio análisis para no perderse en la voz pública que todo lo explica.

A lo largo de la charla, el autor revela sus propias “islas” de vulnerabilidad, reivindica la lectura como refugio y compañía, y se detiene en los vínculos que lo sostienen —su compañera, la psicoanalista y escritora Cintia Wila, y su amigo Alejandro Dolina—, mientras se prepara para volver a Montevideo con Palabra plena, la obra teatral que combina reflexión, música y palabra viva.

En el libro diferenciás entre la “soledad con minúscula” y la “Soledad con mayúscula”. ¿Por qué esa distinción te resultó inevitable?

Cuando empecé a pensar el tema apareció enseguida esa diferencia. Hay una soledad inevitable, existencial, que nos recorre solo por el hecho de ser humanos. Esa es la Soledad con mayúscula: la que te visita incluso en el momento cúlmine del amor, de la felicidad, del éxito, cuando estás cumpliendo tus sueños. Y después está la otra soledad, la que sentimos cuando falta un amor, cuando falta un ser querido. Es la soledad sin otros, la de cuando te falta alguien concreto.

Las dos traen dificultades. Cuando evitás la soledad con minúscula porque estás con alguien, en algún momento llega la angustia: ese otro no va a poder colmar todos tus vacíos. Y eso no es un problema del otro, sino de la estructura del ser humano: estamos atravesados por una falta estructural que hace que jamás podamos tenerlo todo. Por suerte, porque si no, no desearíamos nada, no construiríamos nada, no nos enamoraríamos.

La Soledad con mayúscula, en cambio, tiene que ver con la conciencia de nuestra finitud. Saber que ahí está la muerte, que no sabemos de qué se trata, qué pasará con esa nada. Saber que nunca podemos definir del todo qué deseamos, que nuestra sexualidad es conflictiva… Esa soledad, la existencial, es con la que hay que aprender a vérselas como se pueda.

Planteás que cierta falta es necesaria para el deseo. ¿La calma total sería casi una mala noticia?

Yo diría que la calma total no es deseable. Un budista podría decirte lo contrario, porque el budismo propone la anulación del deseo, y es coherente: la única manera de estar en calma es no desear nada, porque todo deseo es, en última instancia, insatisfecho.

Pero como analista, yo pienso distinto. Me parece que el deseo es la energía vital que te pone en movimiento para hacer cosas en la vida. La vida del ser humano no es un lugar contemplativo. La existencia nos desafía al movimiento, a la creación. Y eso solo se sostiene porque estas dos soledades dejan un sustrato de cierta insatisfacción: la soledad existencial y la soledad del “sin otros” (o incluso “con otros” cuando lo que el otro puede dar no alcanza).

Esa falta es la que nos impulsa a crear, a vivir, a estudiar, a levantar una casa, a escribir un libro. Hay vacíos y soledades que yo celebro, porque son los que nos constituyen como humanos.

En El duelo también había una soledad muy fuerte. ¿Cómo se vinculan duelo y soledad en tu recorrido?

Javier Nocetti

Javier Nocetti

Están ligados, pero son cosas distintas. El duelo tiene una particularidad muy especial. Todo lo que amamos tiene una doble existencia: existe afuera, como esa persona que se sienta y habla con vos, y existe adentro, como imagen, como voz que te recorre.

Por eso podés decir: “¿Sabés lo que hubiera dicho mi papá?”. Porque tu padre ya no está afuera, pero te habita. En el duelo, lo que estaba afuera se va. Te quedás solo de eso. Pero quedás infinitamente acompañado por lo interno. Muchas veces uno desea más ver a la madre cuando ya murió que cuando estaba viva. Tal vez antes la veía una vez por semana y ahora la extraña todos los días.

¿Por qué? Porque ese fantasma amoroso del otro que te habita te habla todo el tiempo. El duelo es ese momento en el que te quedás solo del otro, pero no de lo que el otro dejó adentro tuyo. El libro, de hecho, comienza con ese momento de quedarme solo de alguien.

En este contexto, en el que estás hiperexpuesto, sos consultado todo el tiempo y mucha gente te ve como referente, ¿por qué escribir sobre la soledad ahora?

Porque yo soy un tipo al que la soledad lo habita de muchas maneras. La soledad del hijo sin papá, la del hijo sin mamá. La soledad del que escribe: uno está rodeado de sus ideas, sus referentes, sus fantasmas, pero está solo.

Y paradójicamente, en este momento en el cual, como decís, tal vez como nunca la gente se acerca a consultarme y se interesa por mi opinión, se me profundiza todavía más la soledad. Borges escribió un poema, “Ajedrez”, en el que dice: “Dios mueve al jugador y éste a la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?”. Y yo me pregunté: ¿a quién le reza Dios cuando está triste? ¿A quién le pregunta Dios?

A veces la gente cree equivocadamente que uno tiene todas las respuestas. Y eso te deja en un lugar muy solitario. Ante esa sensación, lo que hice fue volver al análisis. Necesité volver a ser paciente, tener a alguien que escuchara a Gabriel, no al “licenciado Rolón” que parece tener respuestas razonables para el resto.

Yo termino una entrevista y me voy con mis inseguridades, con la sensación de que debería haber dicho otra cosa, que no se me ocurrió algo. Estoy rodeado de gente, pero me siento muy solo. La soledad no se resuelve con cantidad de vínculos.

En La soledad aparecen “las islas”, una especie de tramo íntimo dentro del libro. ¿Qué lugar ocupan en tu escritura y en tu propia soledad?

Las islas son las partes del libro donde, si se rompiera la página, saldría un poco de sangre. Ahí están mis miedos, mis torpezas, mis inseguridades. Es un recurso que pensé especialmente para este libro, no lo había usado antes.

En las islas mi interlocutor me hace sentir torpe todo el tiempo. Estoy convocado a tener todas las respuestas y, de pronto, aparece una voz que me dice: “Déjese de bromas, usted no puede hacer esto, no puede decir aquello”. Entonces yo ansiaba llegar a escribir esas partes, pero también temía que desequilibraran el texto.

Siempre fui un autor que se expone. Desde Historias de diván muestro el interior de mi consultorio, mis intervenciones. En las novelas, muchas veces me valgo de los personajes para contar cosas que son mías, pero que no me animaba a firmar directamente. Necesito estar en mis libros. Hay autores que admiro y funcionan muy bien sin exponerse, pero a mí no me sale. Mis libros pasan de la teoría a un momento emocional en el cual me meten a mí en el medio.

La isla, en ese sentido, es el lugar donde se ve con claridad que el psicoanalista también es un hombre que duda.

En el libro también trabajás la relación entre la soledad del que escribe y la del que lee. ¿Qué pasa en ese encuentro?

Hay una soledad compartida. El lector está solo y el escritor está solo, pero se encuentran en el acto de leer. Y a la vez hay un gesto que yo intento que sea generoso: en casi todos mis libros propongo autores, libros, músicas.

Me parece importante que un autor diga desde dónde habla. Nadie habla desde cero. Sería muy triste un autor que presume de no leer a nadie. Yo he conocido autores que dicen “yo no leo”, y cuando los leo me doy cuenta de que es verdad… y que eso se nota.

En cambio, si un lector establece un vínculo fuerte con tu libro, lo más honesto es abrirle la puerta a tus fuentes. Si me elige a mí y yo elijo a Borges, a Mary Shelley, a Víctor Hugo, a Piazzolla, a Charly García o Spinetta, es lógico que quiera seguir ese hilo. Es casi una guía de lectura: “Si este tema te interesó, mirá cómo lo pensó esta otra persona que lo dijo mejor que yo”.

Cuando Piazzolla dijo “escuchen a Charly y a Spinetta, ahí está el futuro de la música argentina”, yo lo tomé como un faro. A mí me gustaría que, si alguien me lee, se encuentre también con esos faros.

Javier Nocetti

Javier Nocetti

En el libro aparece Cintia Wila, tu compañera, y Alejandro Dolina, entre otros autores. ¿Ellos también son una ayuda frente a la soledad?

Sí, claro. Pero son, sobre todo, un antídoto contra la trivialidad. A mí me cuesta mucho trabajar o vincularme con gente a la que no admiro. Y hoy, que tengo la posibilidad de elegir, elijo gente a la que admiro.

Alejandro fue un gran desafío. Yo llego a La venganza será terrible como guitarrista, para acompañar la parte musical. Y él me dice: “No, sentate desde el comienzo. Si se te ocurre algo, decilo. Pero si decís una estupidez, te voy a confrontar. Todo lo que digas lo tenés que poder sostener”. Imaginate esa presión el primer día. Me mantuve casi en silencio durante muchos programas hasta encontrar mi lugar, pero esa exigencia me marcó hasta hoy.

Cintia, además de ser mi mujer, es psicoanalista y una lectora muy exigente. No es la persona que me dice “qué lindo, Gaby”. Es la que dice “no estoy de acuerdo”, “esto no me cierra”, “¿por qué no pensás también esto otro?”. No le puedo decir “vos porque no entendés el psicoanálisis”. Me obliga a pensar, a revisar, a profundizar.

Yo soy un tipo que sufre de pensamientos: no puedo dejar de pensar. Entonces, que la gente que me rodea me empuje a pensamientos nobles me ahorra estar atrapado en pensamientos triviales o autodestructivos.

En un momento le dijiste a Cintia: “No voy a volver a entretenerme con nada que no me enseñe algo”

Esa frase fue muy importante. Una noche, acostados, le dije: “No voy a volver a entretenerme con nada que no me enseñe algo”. Y agregué: “La vida es breve, ya viví más de la mitad. No voy a malgastar el tiempo en cosas que no me dejen nada”.

Intento que mis momentos tengan sentido. No miro programas de chismes, casi no miro programas de gente que se pelea por cuestiones políticas, prácticamente dejé de ver fútbol, salvo ocasiones muy puntuales.

En ese tiempo prefiero escuchar una charla de un físico que me hable de teoría de la relatividad o de física cuántica, aunque entienda una parte. Esos temas me entusiasman y, de algún modo, se nota en mis libros. En La soledad hablo un poco de la relatividad. Me gusta que lo que consumo me invite a estudiar, a pensar.

La vida es demasiado breve como para habitarla con momentos que da lo mismo si ocurrieron o no.

Hablabas de giras, presentaciones, el Antel Arena, 7.000 personas escuchando a un analista. ¿Es posible sentirse solo ahí arriba?

Es uno de los lugares donde más solo se puede sentir uno. ¿Qué menos solo que estar frente a 7.000 personas? Y sin embargo, qué más solo que estar ahí, sabiendo que todas esas personas esperan algo de vos.

Vengo de giras, de viajar a México, de presentar el libro. Hay entrevistas, fotos, firmas, afecto, y eso es maravilloso… pero después llego al hotel y estoy solo. Termina una charla y lo primero que hago es subirme al auto y llamar a mi mujer, mandarle un mensaje a mi mamá o a mis hijos. Necesito estar cerca.

Para mí, que me suba a un escenario en Uruguay, un país al que amo, en un Antel Arena lleno, es un enorme privilegio. Pero justamente por eso quiero compartirlo. Por eso vengo con mi mujer, quiero traer a mi mamá, que estén ahí. Me ayuda a que esa soledad específica del escenario no sea tan brutal.

Había escrito todo un capítulo sobre la soledad a la que te somete el teatro —la del escenario, la de las giras— y finalmente decidimos sacarlo porque tal vez era muy sesgado. Pero necesitaba pensarlo, porque esa soledad del que entretiene también existe.

Hay una frase de una canción de Dino que dice “mal compañera de viaje, la soledad” y también dice "alma de doble filo la soledad".

La frase me parece bellísima, aunque no estoy seguro de compartirla del todo.

A veces la soledad es una buena compañía. Pensá cuántas veces, por no estar solos, ocupamos nuestro tiempo con compañías indeseables. A veces estoy en reuniones y me encuentro pensando “¿qué hacemos acá?”. Nadie está hablando de nada que le importe demasiado, no está ocurriendo nada trascendente. Si esa reunión no hubiera ocurrido, habría dado lo mismo.

Para mí, eso sí es una mala compañía. En cambio, un rato de soledad puede ser muy fecundo. De nuevo: no se trata de idealizar la soledad ni de negar la necesidad del otro, sino de entender que hay momentos en los que estar a solas es mejor que estar mal acompañado.

Reivindicás la lectura como un espacio privilegiado para estar solo. ¿La literatura es el gran antídoto contra la soledad?

No sé si antídoto, porque la soledad forma parte de lo que somos. Pero sí digo que quien aprendió a disfrutar del arte, y de la literatura en particular, no vuelve a estar solo nunca más.

En medio del bullicio del mundo —ese “carnaval del mundo” del que hablaba Gardel—, podés ponerte una pieza de Bach en los auriculares y recuperar un espacio de soledad que necesitabas. Y cuando todo parece haberte abandonado, podés abrir un libro y dejar que aparezcan Cortázar, Galeano, cualquier autor que te guste… ojalá también yo.

La literatura tiene esa magia: rescata soledades que podrían haber sido sufrientes y las vuelve placenteras. Te permite que alguien, desde otro tiempo y otro lugar, piense con vos. Y eso, en el fondo, es una forma de compañía muy profunda.

Gabriel Rolón

Gabriel Felipe Rolón (Buenos Aires, 1961) es psicólogo, psicoanalista, escritor y una de las voces más influyentes de la divulgación sobre emociones y vínculos en el Río de la Plata.

Nacido en el partido de La Matanza, se formó en Psicología en la Universidad de Buenos Aires y se especializó en psicoanálisis clínico. Durante años combinó la práctica en el consultorio con la radio y la televisión. Se hizo popular como integrante del programa La venganza será terrible, de Alejandro Dolina, donde su participación creció desde la música hasta las reflexiones sobre el inconsciente, el amor y el sufrimiento.

Es autor de best sellers como Historias de diván, Palabras cruzadas, Los padecientes, El duelo y La felicidad, además de novelas y ensayos en los que aborda temas como el trauma, la pérdida, la culpa, el deseo y los vínculos amorosos. Sus libros han vendido cientos de miles de ejemplares en la región y han sido adaptados al teatro y al cine.

En La soledad (Planeta, 2025), vuelve sobre un territorio que ya había rozado en El duelo y La felicidad, pero lo hace con un foco específico: pensar la soledad no solo como padecimiento, sino también como condición humana ineludible, a veces refugio y a veces exilio. Con una prosa que combina referencias clínicas, filosóficas y literarias, propone repensar nuestra relación con la falta, el silencio y el modo en que nos hacemos compañía a nosotros mismos.

El libro

A veces es refugio. Otras, exilio.

Editorial Planeta

Editorial Planeta

Con sus luces y sombras, con sus imperativos de bienestar que no dan respiro, el mundo en que nos toca en suerte vivir hace de la soledad un padecimiento. La viste con las ropas de un dolor indeseado del que es necesario huir para quitarle, de esa manera, su dimensión más importante: la condición de tránsito tan inevitable como necesario. Sin embargo, en el simulacro de compañía permanente, hay veces en las que se hace un silencio que nos invita a desoír ese rumor para que escuchemos una voz que nos habla desde un lugar distinto.

Esa es la voz que rescata Gabriel Rolón en su nuevo libro. Un trabajo que, como es ya habitual en uno de los pensadores argentinos más destacados de las últimas décadas, recurre al psicoanálisis, a la filosofía y al arte para poner en duda lo dado por hecho. Así, de la mano de los invitados de siempre y de nuevas visitas que llegan a estas páginas —de Kakfa a Byron, pasando por Atahualpa Yupanqui, Mary Shelley, Melanie Klein, Victor Frankl, Gustav Mahler, Cynthia Wila, Gabriel García Márquez y Donald Winnicott, entre otras—, recupera para la soledad su peso específico.
Y es ahí entonces que La soledad se vuelve un libro orgánico e imprescindible. Porque con una prosa ajustada y precisa, aguda y a la vez amable, Rolón nos invita a repensar la soledad como una experiencia a veces sufriente, otras, algo más plácida, pero siempre vital, ineludible. Lejos de la emoción y su urgencia, más cerca de su naturaleza inexorablemente humana.

La cita en el Antel Arena

Este mes, Gabriel estará en Uruguay con Palabra plena, una obra que invita a sumergirse en la dimensión más íntima y poderosa del lenguaje. La propuesta, que combina reflexión, música y puesta en escena, se presentará el 29 de noviembre en el Antel Arena, con dirección de Carlos Nieto, música original de Gabriel Mores y producción de Martín Izquierdo y Fen López.

“Dar la palabra es darse uno mismo”, sostiene Rolón, quien propone un recorrido emocional por el valor de aquellas palabras que comprometen, definen y transforman, en contraste con las que se pronuncian sin sentido ni verdad.

Palabra plena explora la tensión entre hablar por hablar y decir con profundidad, abordando los dilemas humanos que atraviesan toda experiencia: el amor y la pérdida, la esperanza y el deseo, la verdad y el engaño.

El espectáculo propone una experiencia teatral que no solo entretiene, sino que invita al público a habitar la incomodidad, a reflexionar sobre lo que se dice —y lo que se calla—, y a enfrentar el enigma de uno mismo a través del lenguaje.