Primer conflicto moderno a gran escala, el enfrentamiento global desatado entre 1914 y 1918 fue conocido como Gran Guerra. Por desgracia, la denominación quedó pronto obsoleta, dado que apenas veinte años más tarde sus mismos protagonistas se encargaron de generar una guerra todavía mayor.

Hace ya más de un siglo, los británicos afrontaron el reto de alimentar a los enormes contingentes en combate, y apelaron a la mejor tecnología alimentaria de la época:  el extracto de carne y los alimentos enlatados.

Por aquellos tiempos, en nuestro país funcionaba a todo vapor la conservera Liebig, que pocos años más tarde se convertiría en el Frigorífico Anglo. Los barcos mercantes transportaban millones y millones de cubitos de caldo y raciones de corned beef desde nuestra Fray Bentos hasta las trincheras de Francia y Bélgica.

El extracto de carne y la conserva made in Fray Bentos se ganaron rápidamente una buena reputación entre la soldadesca. Sin embargo, no todas las raciones que llegaban al frente tenían el mismo origen ni la misma calidad.

Entre los combatientes británicos, la palabra Maconochie se hizo muy popular. Para algunos era sinónimo de algo horrible al paladar, y para otros significaba poco menos que un tormento. Esto sucedía porque esa era la marca  de un guiso de carne y verduras que llegó a ser tachado como "asesino de soldados".

Los creadores del producto que se convertiría en el terror de los soldados británicos fueron los hermanos Archibald y James Maconochie, que vivían en la localidad de Lowestoft, en Suffolk, Inglaterra.

Pese a su origen, el negocio que emprendieron juntos se situó en la región de Aberdeenshire, en Escocia. Al principio trabajaban sólo en el puerto de Fraserburgh, donde instalaron una planta de enlatado de pescado. Sin embargo, en poco tiempo expandieron su actividad y se transformaron en gigantes del rubro.

Bien posicionados a nivel internacional gracias a su pescado, los hermanos decidieron que era hora de expandir el negocio y comenzaron a desarrollar numerosas comidas enlatadas. De esta idea surgió un producto que no gozaría de la misma fama que los arenques: el tristemente célebre guiso de Maconochie.

Durante toda la guerra, el potaje escocés fue parte de las raciones de combate de los tommies. Y para algunos de ellos, tragarlo llegó a ser una obligación tan ingrata como salir a reparar las alambradas durante la noche.

Alan Bowman, uno de los voceros del del Fraserburgh Heritage Center, explicó con claridad la aversión que los jóvenes soldados sentían por el malhadado cocido: "Algunos decían que quien comía un Maconochie debería recibir una medalla", refirió.

Bowman dijo que ese enlatado era considerado como “vil”. Un reportero de guerra en ese momento lo describió como "una clase inferior de basura", un testimonio que, acumulado con otros similares, permiten suponer las características nefastas de ese alimento.

Según la descripción incluida en la lata de Maconochie, el producto tenía la "mejor carne", papas, porotos, zanahorias y cebollas. Además, el envase decía que el contenido se podía consumir “caliente o frío”. Si se comía caliente, se debía calentar en agua hirviendo durante 30 minutos.

El guiso podía resultar razonablemente comestible en condiciones domésticas, es decir, caliente y aderezado. Sin embargo, la situación de los soldados en las trincheras era muy diferente a la de los hogares británicos, y eso generó problemas.

Por ejemplo, calentar la comida no siempre era una posibilidad en las trincheras. Por lo tanto, con frecuencia las tropas tuvieron que comer el guiso frío. Y eso fue peor de lo que podrían haber imaginado.

En sus declaraciones a la BBC, Bowman recordó que las latas de Maconochie contenían una enorme proporción de grasa, que cubría los trozos de carne y verduras que se suponía que eran el alimento principal.

Otro de los testimonios de época describe al potaje como "una ración enlatada compuesta por verduras en rodajas, principalmente nabos y zanahorias en una sopa o salsa fina". Hasta allí, la descripción no tiene nada de especial, pero luego el desventurado militar subrayaba: "Calentado en la lata, el Maconochie es comestible. Frío, es un asesino".

Sin embargo, al pasear por los archivos de la época también se encuentran descripciones elogiosas del producto.

"Hay una carta publicada en un periódico de pueblo en la que un soldado escribió a su casa diciendo que un prisionero alemán había disfrutado de un Maconochie de carne y frijoles", dijo Barbara Buchan, también integrante del equipo del Fraserburgh Heritage Center, entrevistada por el citado medio.

Por desgracia, el informe no detalla si el prisionero alemán comió el guiso frío o caliente, ni en qué etapa de la guerra se dio el episodio. Este último dato es relevante, ya que en los últimos meses del conflicto Alemania estaba sumida en un angustiante desabastecimiento, al que su ejército no escapaba. Por tanto, es probable que un soldado germano capturado en 1918 aceptara de buen grado el infame guiso británico o cualquier otro comestible que se le ofreciera.

Bowman y Buchan coinciden en que la mayoría de los testimonios que se conservan acerca del guiso son negativos. Y no sólo respecto a su sabor: varios señalaban entonces que la combinación de legumbres y grasa producía a menudo flatulencias que hacían todavía más miserable la de por sí dura vida de las trincheras.