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Cultura

Historia hecha carne

Montevideo Portal en el antiguo Frigorífico Anglo

Montevideo Portal visitó el antiguo Frigorífico Anglo de Fray Bentos, hoy convertido en Museo de la Revolución Industrial.

05.02.2015 13:16

Lectura: 22'

2015-02-05T13:16:00-03:00
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Por Gerardo Carrasco
  gcarrasco@m.uy

"¡Fribentos!", exclamaban los soldados británicos en las trincheras de la Gran Guerra cuando se referían a algo que les agradaba o marchaba bien. El curioso neologismo era una deformación del uruguayísimo Fray Bentos, nombre que se leía en las latas de corned beef y en los cubos de extracto de carne que recibían como ración de combate, y gracias a los que podían contar con una calidad de alimentación que hasta fines del siglo XIX hubiera resultado impensable en grandes ejércitos movilizados.

Fray Bentos también fue el nombre oficioso de uno de los ocho tanques de un escuadrón inglés que participaron en la dura y prolongada batalla de Ypres, en territorio belga. El vehículo -sin duda bautizado de ese modo porque sus ocupantes se sentían enlatados cual corned beef- se vio envuelto en lo peor de la refriega y resistió sesenta horas de asedio atascado en un talud, hasta que los alemanes por fin lograron hacerse con la unidad ya vacía.

Hubo también un tanque Fray Bentos II, que fue capturado por el enemigo en Cambrai, y exhibido como trofeo en Berlín.

Todo ello lo cuenta con deleite el historiador fraybentino René Boretto Ovalle, a quien a mediados de los años 80 le cayó en suerte trabajar en el incierto destino del "cadáver" entonces reciente del Frigorífico Anglo del Uruguay, una de las instalaciones industriales más importantes y singulares de América, y que en su época de auge fuera conocida como "la cocina del mundo".

Para el personal del actual Museo de la Revolución Industrial, que ocupa y conserva las instalaciones del viejo frigorífico, Boretto es la persona que "armó el museo", además de ser su director hasta hace pocos años. Con él se entrevistó Montevideo Portal en una visita al interesante complejo museístico.

Allá lejos y hace tiempo

La historia del Anglo comienza a mediados del siglo XIX, lejos de Fray Bentos y también de Inglaterra: en el laboratorio muniqués del químico Justus von Liebig, uno de los científicos más destacados de su tiempo. Gracias a pacientes y trabajosos experimentos, Liebig logró una solución para su desvelo: paliar el hambre de la humanidad.

"En aquel entonces -explica Boretto- la Revolución Industrial había creado un paisaje de ciudades atestadas de gente" a las que el escaso y caro rodeo europeo no podía alimentar. Por ello, el extracto de carne desarrollado por Liebig fue providencial, ya que "permitía convertir 33 kilos de pulpa en un solo kilo de extracto gelatinoso", lo que proporcionaba una ventaja logística inédita a la hora de llevar proteína animal esa población mal nutrida.

"Desde muchos años antes se venía intentando hallar una 'magia' para traer toda esa carne que estaba en lugares distantes, a miles de kilómetros de los puertos europeos, cuando no había tecnología como para hacerlo", señala el historiador.

En ese momento entró a tallar en la historia la visión del ingeniero Georg Giebert, quien dio con el modo de trasladar el engorroso proceso de laboratorio de Liebig (obtener cuatro kilos de extracto insumía entonces dos semanas) a escala y velocidad industriales.

Así, en 1862, la Liebig Extract of Meat Company comienza a funcionar en las costas de Fray Bentos sobre el Río Uruguay, curso en cuyas orillas ya funcionaban saladeros. Luego, en la década de 1920, la firma sería adquirida por capitales británicos y cambiaría su nombre por el de Frigorífico Anglo del Uruguay, con el que se le conoció hasta el final de su actividad, en 1979.

"Si se tiene en cuenta que la fundación de Fray Bentos se produce en 1859, y entre 1862 y 1863 ya empieza a funcionar el saladero Liebig, resulta evidente que hay una vivencia paralela, donde Fray Bentos sirve de lugar de habitación de sus obreros, y el puerto local se coordinaba con el del saladero. Todo esto se comportaba como una especie de paisaje cuyos elementos eran muy difíciles de separar", explica Boretto.

La elección de los inversionistas no fue antojadiza, "ya que la región del bajo Río Uruguay reunía varias características convenientes: buenas pasturas, abundancia de ganados y puertos profundos", enumera el experto, añadiendo que luego de la derrota de Juan Manuel de Rosas en Argentina cae su política de cierre fluvial y llega al poder Justo José de Urquiza, "que era dueño de media provincia de Entre Ríos", y veía con mejores ojos la actividad comercial de los saladeros.

En las trincheras del marketing

Ya en el siglo XIX los productos de la compañía Liebig supieron probar su idoneidad para el abastecimiento militar. El extracto de carne de origen fraybentino formó parte del rancho de tropa en los últimos actos de la guerra de Secesión de Estados Unidos, en la guerra franco-prusiana de 1870, y en la guerra del Transvaal, a comienzos de la década de 1880.

"En determinado momento en Europa, la gente ya no pide más extracto de carne: pide Fray Bentos".

Pero fue en los albores del siglo XX cuando los productos de la compañía Liebig conquistaron los mercados internacionales y muy especialmente el del Reino Unido, que era entonces meca del mundo y corazón de un imperio que sentaba sus reales en todos los mares y continentes.

Fueron esos los tiempos que vieron nacer a Oxo, versión del extracto de carne convertido en cubos solubles, marca que aún existe en Gran Bretaña. El producto tuvo un éxito masivo, que se consolidó durante la Gran Guerra.

"Hoy hablamos de marketing como si fuera algo que se inventó en la década de 1930, y resulta que la Liebig en 1870 estaba haciendo algo que sin duda eran técnicas de mercadeo", apunta Boretto.

"Ya en 1890, la Liebig hacía turismo de estancias, porque se traía a europeos que querían ver los lugares de donde surgía ese producto tan mágico. Quizá eran pocos, no una corriente turística como las que se ven hoy, pero de cualquier forma había una intención de mostrar lo que era la calidad de la marca y el origen del producto", relata.

Luego, "cuando se empieza a hablar de ponerle una etiqueta, se procura que esta haga referencia al origen del producto, para hacerle comprender a la gente que estaba comiendo algo que no sólo provenía de un lugar exótico, sino que venía de un lugar ideal, con las mejores tierras, las mejores pasturas, vacunos de gran calidad".

Según recuerda el historiador, las primeras latas rotuladas incluían la leyenda "Fray Bentos - Sudamérica". Y como ha pasado con tantos productos que imponen su jerarquía, en determinado momento en Europa "la gente ya no pide más extracto de carne: pide Fray Bentos".

Así, "ni lerdos ni perezosos, estos genios del mercadeo en 1899 se apropian de Fray Bentos como marca, y empiezan a introducirla en sus productos. Al año siguiente, el Gobierno le exige a la empresa que etiquete los productos con la leyenda 'Fray Bentos- Uruguay', no Sudamérica", refiere.

Hoy día, la marca Fray Bentos continúa utilizándose en Reino Unido, como una línea de alimentos envasados de la compañía Baxter.

"Ese impacto va conquistando cada vez más a los consumidores, que son, por ejemplo, el soldado en las trincheras, que ve estos productos como una solución", subraya el historiador, recordando que en tiempos de la Gran Guerra "se vendía a los familiares de los soldados un kit llamado Oxo Trench, que contenía seis cajas de cubos solubles de extracto, un soporte especial para colocar el hervidor, y, como si fuera poco, un carbón especial que generaba calor sin emitir humo alguno", por lo que podía usarse en las trincheras sin peligro de que el humo de un fuego delatara la posición ante el enemigo.

"La Liebig pensó en todos esos elementos, hasta convertir a la Primera Guerra Mundial en un sitio de imposición total de este producto. Según la propia Liebig, durante el conflicto se distribuyeron más de cien millones de cubos de extracto de carne, convertidos en los que hoy llamamos calditos, esa forma tan ágil de cocinar que sólo requiere tirar un cubo al agua".

Soldados de hojalata

Similar éxito tuvo en las guerras europeas el corned beef Fray Bentos, proteínica carne en conserva de la que sólo en 1943 el establecimiento -que ya se había transformado en el Frigorífico Anglo- colocó cerca de dieciséis millones de latas. Este alimento se convirtió también en una solución y en parte de la "cultura soldadesca" de la tropas aliadas en ambas guerras mundiales. Además de los episodios anecdóticos referidos al principio de estas líneas, más de un soldado dijo deber la vida al corned beef, o más bien a su recipiente, ya que las latas guardadas en las mochilas supieron contener o desviar balas que de otro modo hubieran dado en carne... pero humana.

"El corned beef empezó a producirse en Fray Bentos en 1878, y fue una gran solución a la propuesta alimenticia de los soldados, y por otro lado también para la población civil, que cada vez encontraba menos espacios para producir", afirma Boretto.

La versatilidad y capacidad alimenticia del producto eran tan grandes que en determinado momento el gobierno británico dispuso "el almacenamiento subterráneo de unas 50 millones de latas de corned beef bajo Londres", esperando un estallido bélico tan grande y catastrófico "que requiriera alimentar a toda la población" a base de este producto.

El fenómeno del corned beef Fray Bentos atravesó todas las clases sociales en ese país. Prueba de ello son las palabras de Carlos, príncipe de Gales, que durante su visita a Uruguay en 1999 recordó haber crecido comiéndolo. "Recuerdo comer tanto que me salía por las orejas", dijo en la ocasión, y la descripción no es cosa menuda, a la vista del tamaño de los pabellones auditivos del heredero de la Corona británica.

"Según la propia Liebig, durante la Gran Guerra se distribuyeron más de cien millones de cubos de extracto de carne"

Hecatombes cotidianas

"Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos,
que dejan los cielos hechos añicos".

Federico García Lorca: "Oficina y denuncia" - Poeta en Nueva York

Las características singulares del Frigorífico Anglo no son pocas, y algunas de ellas lo convierten en un sitio único en el mundo.

Si de números se trata, basta recordar que en sus 116 años de actividad dio trabajo a unas 36.000 personas, contando en sus tiempos de apogeo con una plantilla de 4.000 empleados, cifra de elevado impacto si se tienen en cuenta las dimensiones de la ciudad de Fray Bentos.

Además, dado que el período activo del frigorífico coincidió con momentos de gran flujo inmigratorio, no resulta curioso que en el lugar hayan encontrado conchabo numerosos extranjeros avecinados al país. En concreto, el sitio llegó a contar con operarios de 60 países, de modo que no hace falta esforzar demasiado la imaginación para figurarse la Babel que pudo haber sido el frigorífico en esos tiempos. Sin embargo, y pese a tal diversidad de lenguas y orígenes, en todas sus etapas históricas el lugar se caracterizó por su afinada y eficaz organización.

En cuanto a la producción, en una faena corriente podían sacrificarse unos 1600 vacunos. Si a esas vacas se suman los corderos, la cifra de animales muertos podía alcanzar los 6000.

Hombres y máquinas singulares

Mención aparte merecen los adelantos tecnológicos que se instalaron en el lugar. Pionero absoluto en la fabricación del extracto de carne, "algunas de las maquinarias fueron expresamente diseñadas para este sitio, y no las había en Europa", remarca el artífice del museo.

También en el rubro energía se trabajó a conciencia, ya que el lugar instaló sucesivamente sistemas de alimentación a vapor, fueloil y electricidad, teniendo la precaución de no deshacerse de ninguna de estas fuentes.

Así, las primeras lamparitas eléctricas que se encendieron en el Uruguay lo hicieron en 1883 dentro del Frigorífico Anglo, y luego la energía generada por la planta industrial abastecería también al llamado Barrio Anglo, surgido en los alrededores como lugar de habitación de los trabajadores y sus familias.

Además, se contaba con una fundición propia y maquinaria para el armado de latas, ya que otra de las características que distinguía al Anglo de otros emprendimientos de su especie era que "todo el proceso de elaboración, desde la vaca pastando a la lata sellada y etiquetada, se hacía en el lugar".

Sin embargo, la avanzada tecnología convivía día a día con habilidades manuales típicas de un Uruguay nada industrial. Esto quedaba de manifiesto en el matadero o playa de faena, cuyo funcionamiento ha sido descrito de manera terriblemente poética por Alfredo Zitarrosa en su "Guitarra Negra".

Veinte minutos era el tiempo que mediaba entre el momento en que la vaca recibía el marronazo en un extremo del matadero y salía desangrada, cuereada y eviscerada por el otro, directo a las cámaras frigoríficas.

Tras el golpe de martillo llegaba el turno de los habilidosos jiferos, que con afilados cuchillos y una destreza increíble cuereaban la res en menos tiempo del que lleva relatarlo, y lo hacían con la precisión y el cuidado imprescindibles para que el cuero se desprendiera entero de la carne del infeliz animal, evitando cualquier tipo de desgarro o desperfecto que arruinara la pieza.

"Cuando hoy constatamos que no hay sitios así en el mundo, empezamos a tomar conciencia -de la mano de asesores y técnicos extranjeros- de su valor", dice Boretto.

"En una sola faena podían sacrificarse 6.000 animales, bovinos y ovinos. Entre el golpe de marrón y el ingreso de la res faenada a cámara, sólo pasaban veinte minutos"

"Nos encontramos con que este es un lugar relicto, un lugar que quedó del pasado, sin perderse como se perdieron casi todas las demás fábricas del mundo", ya fuera por demolición para dar paso a otros emprendimientos o por relevo tecnológico dentro de la misma actividad, relevo que en el caso de Fray Bentos no hubiera sido posible, "a menos que se tirara abajo todo esto".

Todo menos el mugido

Si bien el extracto de carne y el corned beef fueron los productos insignia del lugar, en sus instalaciones se llegaron a elaborar 220 productos, y todos ellos fueron colocados con éxito en diversos mercados.

Dulces, legumbres y otros vegetales fueron también parte de la oferta de alimentos. Y fuera del rubro comida, Boretto recuerda que hasta los cálculos biliares de las vacas se vendían a la industria del perfume. Asimismo, los huesos de calidad se procesaban y eran comprados por fabricantes de botones y hebillas, mientras que los pelos de las orejas de los vacunos eran muy apreciados para confeccionar pinceles.

"Todo lo que entraba acá se convertía en un producto", enfatiza el historiador, señalando que otro gran acierto de la compañía fue "transformar el hueso molido, los recortes de cuero inútiles, la sangre seca y otros desechos en un abono orgánico que resultaba tan eficaz como el guano que se recogía en el norte de Chile y el sur de Perú", pero mucho más económico y fácil de obtener.
"De ahí la broma de la época, que decía que lo único que se desaprovechaba en la Liebig era el mugido de las vacas, lo cual es bastante gráfico, y da idea del potencial y el impacto que la empresa tuvo con sus productos", señala el historiador, recordando la temprana e intensa actividad exportadora de que gozó la compañía, y que fuera consignada líneas arriba.

El principio del fin

"Acá la gente pensaba que esto no se iba a terminar nunca, porque ‘¿Cuándo se va a dejar de comer carne? ¡Nunca!', se decía", recuerda Boretto, a la hora de referirse a la serie de causas que llevaron a la decadencia y ulterior cierre del frigorífico.

"Fray Bentos tiene el porvenir asegurado. Por los siglos de los siglos va a seguir siendo una ciudad dependiente de un frigorífico, y siempre vamos a tener trabajo", fue durante décadas el pensamiento predominante en los vecinos de la ciudad. Pero los tiempos cambiaban, y lo hacían con rapidez.

“En sus 116 años de actividad, el establecimiento dio trabajo a unas 36.000 personas, contando en sus tiempos de apogeo con una plantilla de 4.000 empleados”

"Las décadas posguerra empiezan a demostrar que eso no era así. El mundo después de la Segunda Guerra Mundial no solamente cambia porque renueva y reconstruye sus ciudades deshechas, sino también porque la gente desea comer otras cosas. Empieza a aparecer la exigencia de personas que tienen una vida diferente a la de años anteriores, que cuentan con dinero para comprar otros productos, viven en países mejor organizados y pueden reclamar productos de mayor jerarquía", relata.

Además, en menos de una década cambia el panorama comercial global y "renacen o aparecen en la escena del comercio mundial países a los que no se les daba importancia, o que desde el punto de vista comercial no existían. Todo ese cambio se produce entre 1950 y 1960 e impacta en la región del Río de la Plata", describe.

Ante ese nuevo esquema, "los británicos ya entendían que esto tenía su ciclo cumplido, y empiezan a desprenderse" de tales empresas, tanto en nuestro país como en Argentina y el sur de Brasil. Ya en la década de 1950, los frigoríficos extranjeros comienzan a recibir subsidios estatales para que permanezcan en el país y no se pierdan fuentes laborales. Sin embargo, castigados por la nueva coyuntura, los establecimientos disminuyen o cesan sus inversiones en nuevas tecnologías, y hasta en mantenimiento.

"Este edificio, con todo este esquema, empezó a sufrir un retaceo en todo, para pintarlo, para mantenerlo, y de a poco se fue sumiendo en una nebulosa, donde no se moría porque no se moría", rememora.

Ahí viene la plaga

Ese período de decadencia y recesión ya se encontraba avanzado cuando llegó el golpe de gracia.

En 1964 estalló un brote de fiebre tifoidea en el Reino Unido, que se cebó especialmente con la ciudad escocesa de Aberdeen. Si bien no hubo casos mortales, cerca de cuatrocientas personas contrajeron la enfermedad, y el pánico cundió de inmediato.

Los servicios de sanidad británicos rastrearon el brote, "y determinaron que sólo podía provenir de la ingesta de alimentos envasados en lugares cálidos". Se apuntó de inmediato a la carne en conserva procedente de establecimientos rioplatenses, y se enviaron inspectores tanto a Argentina como a Uruguay. Según recuerda Boretto, los informes resultantes señalaron fallas que atentaban contra la higiene, como la refrigeración de las latas con agua no debidamente potabilizada.

En rigor, la contaminación pudo provenir de una sola lata perforada o mal sellada, cuyo contenido fue quizá fraccionado por una cortadora de fiambre en alguna tienda de la ciudad británica, propagándose así la enfermedad. Los informes tampoco apuntaron a ningún establecimiento en particular.

Esta circunstancia determinó que "de manera no coordinada, pero simultánea" los propietarios ingleses de estas plantas decidieran salirse del negocio definitivamente. Y luego aparece el Estado uruguayo, que en 1971 adquiere el frigorífico.

"El Estado compra algo que todavía no era un muerto, pero que estaba con un cáncer terminal", expresa de manera harto elocuente el historiador. " Como sucede en todos los negocios, siempre hay alguien que se pronuncia a favor porque cree que todavía hay perspectivas, pero volver a lo que había sido ese Anglo en los años 30 y 40, dándole de comer a una Europa en conflicto, ya no era posible. Pensar entonces que la conserva enlatada podía ser la comida del futuro era poco menos que una quimera", sostiene.

"Las primeras lamparitas eléctricas que se encendieron en el Uruguay lo hicieron aquí, en 1883"

Tras el cambio a manos estatales, la situación no mejora en absoluto, y "comienza una década de decrepitud, donde el negocio ya no es tal porque no había a quien vender los productos", dice el historiador, ya que "los británicos se habían llevado lo más importante de la cadena comercial, que es justamente la persona que compra para comer. Por más que uno tenga los mejores pastos, las mejores carnes y los mejores puertos para transporte... si no tiene quien le compre, hasta ahí llega".

Agónicamente, "el Estado trata de quemar algunas etapas, sobre todo en la elaboración de conservas, pero no da resultado". Y así se llega a agosto de 1979, cuando se produce la última faena, "y lo que quedó fue pensar qué haríamos con esto", evoca Boretto.

Desde las cenizas

Tras el retorno de la democracia, "Mario Carminatti asume la Intendencia de Río Negro y pide al Gobierno nacional que le otorgue a la Intendencia la propiedad del complejo". Logrado eso, "entre la administración comunal y el Banco Hipotecario tratan de solucionar el tema de la fábrica y el barrio, y se impulsan dos ideas. Una era la de crear un parque industrial, tratando de que pequeños emprendimientos se instalaran en las infraestructuras, que en muchos casos estaban bien", detalla el ex director del museo, quien añade que la segunda idea "tenía que ver con qué se iba a hacer desde el punto de vista de la conservación del patrimonio". Es en esa etapa cuando Boretto -quien ya contaba con la experiencia de haber fundado el Museo Municipal de Historia Natural- es convocado a trabajar.

"Más allá de los edificios, sabíamos que aquí estaba toda nuestra historia, y teníamos que decidir si dejábamos que todo se viniera abajo o buscábamos la manera de preservarlo".

Boretto recuerda que las décadas de 1980 y 1990 fueron muy difíciles, porque "no era sencillo hacerle comprender a los jerarcas que el patrimonio tenía valor. Uno les decía que en otros países se hacían museos con gran éxito, pero eso no calaba en nadie, y lo veían como un gasto", narra el funcionario, que señala también que al desinterés de las altas esferas había que sumar "la reticencia que todavía existía entre quienes habían sido empleados del frigorífico y estaban en condiciones de seguir trabajando, y no veían con buenos ojos que una fuente de trabajo que creían vigente se transformara en museo".

"Cuando hoy constatamos que no hay sitios así en el mundo, empezamos a tomar conciencia -de la mano de asesores y técnicos extranjeros- de su valor"

Pese a todo lo expuesto, "hicimos una defensa del material, guardamos una cantidad de documentación, tratamos de conservar lo más que se pudo algunos edificios con algunas de sus maquinarias dentro, aunque la mayor parte se fue, porque estaban operativas y se vendieron a otros frigoríficos de la región".

Sin embargo, no hubo un desmantelamiento propiamente dicho "y se pudo rescatar mucho material" que forma parte del Museo de la Revolución Industrial, que fue cuajando en la primera mitad de la década pasada y hoy es un éxito de público.

"Todo esto nos permite tener una muestra muy realista de lo que fue todo aquello, muy profunda y emotiva, porque acá trabajaron varias generaciones, y todo eso le fue dando al lugar unas características particulares", apunta.

A modo de ejemplo, basta mencionar el estado de conservación de la planta superior, donde se recrearon las oficinas del establecimiento utilizando exclusivamente mobiliario y equipamiento original. Ese espacio transmite -y disimule el lector la subjetividad de este cronista- una melancólica y doble sensación. Por un lado, el añejo estilo de los muebles, las férreas máquinas de escribir y la centralita telefónica de clavijas hablan de un tiempo ya distante. Sin embargo, los escritorios y enseres están tan bien conservados y situados que parece que en cualquier momento llegarán los empleados y comenzarán a trabajar.


Fray Bentos pa' todo el mundo

Hoy en día, los fraybentinos aguardan con ansiedad la llegada del mes de junio, cuando se sabrá si el Museo es o no declarado por la Unesco como Patrimonio Histórico de la Humanidad..

En el trabajo requerido para tal postulación, una comisión de gestión creada en 2008 y apoyada por el MVOTMA, contribuyó a dar los pasos necesarios, también con el apoyo de la Comisión Nacional de Patrimonio.

Asimismo, el proyecto se ha beneficiado de un plan piloto implementado recientemente por Unesco. Según cuenta Boretto, ese plan surgió luego de que ese organismo internacional comprobó que la mayoría de los expedientes que recibía de los países que presentaban algún lugar como aspirante al estatus de Patrimonio Histórico de la Humanidad "estaban mal hechos o incompletos, lo que hacía que fueran devueltos a su origen para ser corregidos, provocando demoras y pérdidas de recursos".

Así las cosas, la Unesco inició el mencionado plan, mediante al que asiste y participa del proceso de elaboración de esos expedientes, guiando y asesorando al país redactor.

En su actual fase de prueba, "se eligieron diez países, y Uruguay es uno de ellos", señala Boretto.

"Esto no quiere decir que la Unesco vaya a escoger o no al Museo", pero asegura que el expediente quede completamente realizado y presentado.

De darse un dictamen positivo, el impacto sobre el lugar sería altamente favorable.

"No se trata de un regalo con plata" ataja el funcionario, sino de que el país -bajo la lupa del organismo- deberá ser más responsable que nunca en la preservación del lugar.

"Significa trasladarle al país la responsabilidad de cuidar esto para las generaciones futuras, velar por la preservación de los elementos que lo hacen valioso,".

"El valor de todo esto está en que el mundo se vuelca hacia el conocimiento de esos lugares que son representativos de su proceso como humanidad. lo que Unesco ha hecho es elegir sitios que pintran un pedacito de historia, en este caso vinculada más que nada a la alimentación", explica.

"Este es un lugar relicto, un lugar que quedó en el pasado, sin perderse como se perdieron casi todas las demás fábricas del mundo"

Además, estimaciones de la propia Unesco indican que una vez que un lugar es declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad, la incidencia del turismo en ese sitio aumenta cerca de un 30%.

En ese aspecto, Boretto aspira a lograr una buena articulación con Colonia y Soriano, de manera de crear rutas e itinerarios que permitan al turista conocer no sólo el Anglo o Colonia del Sacramento, sino otros lugares y atractivos de la región.

 

Por Gerardo Carrasco
  gcarrasco@m.uy