La Bajada empezó como un juego radial, casi sin costos: una camisa, un refresco de uva y nada más. Hoy, mueve decenas de miles de personas, requiere baños químicos, escenario, pantallas, seguros, bomberos, productoras y, sobre todo, decisiones. En el medio, Gonzalo Cammarota tuvo que aceptar algo que a muchos les cuesta: la fiesta ya no podía ser gratis.

Mientras el ecosistema de medios atraviesa una crisis económica profunda y modelos de negocio que se derrumban o se reinventan a los tumbos, y a horas de la desvinculación de Justicia infinita por parte de M24, Cammarota eligió otro camino: construir proyectos que dependan lo menos posible de voluntades ajenas. La Bajada, que se financia con entradas, el stream que hace desde su casa, Sanata como formato portátil y una relación directa con la audiencia: “Es de punto a punto, casi sin intermediarios”, resume.

En entrevista con Montevideo Portal, Gonzalo cuenta cómo vivió el cimbronazo por los cambios en Justicia infinita, por qué siente que en los medios “nadie entiende nada de lo que pasa”, cómo maneja la exposición en la calle y qué significa organizar una fiesta que puede juntar 100 o 120 mil personas. También defiende la existencia de medios públicos con más autonomía y admite que el futuro de Justicia está abierto, pero atado a una condición básica: encontrar un formato sustentable.

A pocas horas de una nueva edición de La Bajada, con la cabeza repartida entre el clima, los costos, los aforos y la estructura, Cammarota se permite, igual, una certeza: “Ahora es con nosotros y la gente. Y eso da una tranquilidad enorme”.

Gonza, gracias por venir.
—No, por favor, muchas gracias por la invitación. Un gusto reencontrarme contigo, que te tengo gran cariño. Hemos viajado juntos, hemos vivido experiencias lindas.

Decime que estás escribiendo.
—Yo sabía que ibas a ir ahí (risas). En este momento, no. Tengo algo empezado. Compartimos el gusto por la novela negra.

Pensé que era el momento, que volvías a la ficción.
—Lo estoy intentando, pero no es fácil. Escribir una novela, para mí, es un trabajo muy duro, muy solitario. Y ahora estoy en una etapa de mi vida en la cual tengo muchas cosas en paralelo: la radio, el stream, La Bajada, Sanata, reuniones, mails, WhatsApp… todo eso conspira un poco contra la concentración que requiere escribir.

La Bajada: del “Frankenstein” radial a fiesta independiente

¡Qué gran concepto es La Bajada! El año pasado varios periodistas iban felices porque “iban a hacer La Bajada”. Esa idea de liberar la cabeza, de pensar “la bajada” del año, es genial. ¿Cómo se fue armando eso?
—Se fue construyendo de forma absolutamente azarosa, no hubo un plan. Yo, como decía el Guasón en la 2, soy como el perro que persigue el auto: no hago planes, y si alcanzo el auto, no sé qué hacer. La Bajada es una suma de cosas, una suerte de Frankenstein armado con ideas que ya existían y que se fueron enganchando hasta conformar el cuerpo de algo que hoy es sinónimo de alegría y de disfrute para un montón de gente.

¿Cuándo te cayó la ficha de que era “algo más” que un bloque de un programa de radio?
—Cuando se fue acercando esta fecha y empecé a notar que era un fenómeno. No hay momento en que yo camine ocho o nueve cuadras sin que me pregunten tres o cuatro personas, de lo más diversas, por La Bajada. Es una cosa muy transversal: edades, barrios, laburos. Entonces ahí decís: “Bueno, acá hay algo que nos pasó por arriba a todos”.

Es como si hubieras encontrado un ritual colectivo, ¿no?
—Sí, totalmente. Es como haber encontrado algo que atraviesa todas las edades y todos los grupos sociales. Es casi mágico. Y encima no fue diseñado en un PowerPoint de marketing: nació de la nada, un día, a partir de un programa de radio que la gente decidió apropiarse.

Soy como el perro que persigue el auto: no hago planes; si lo alcanzo, no sé qué hacer.

DJ Sanata, los 15 y la memoria emotiva

Con DJ Sanata te pasa algo parecido: es personaje, es música, es catarsis.
—Con DJ Sanata pasa algo parecido…, pero no tanto (risas). A mí me llaman para cumpleaños y yo digo: “Yo no voy”. Debo ser la única persona que recomienda que no la contraten. Les digo a madres o padres: “Llevame para tu cumpleaños de 40, de 50”. Sé que es más cerca de los 50 que de los 40, pero quiero dejar esa puerta abierta, no quiero cerrarle a nadie la posibilidad (risas).

¿Por qué no funciona con gurises?
—Porque el corazón del espíritu de Sanata requiere de memoria emotiva. Para el final de la fiesta, para bailar ciertas canciones y que te peguen, tenés que tener 25, 26 años. De ahí para abajo, ya no. A cumpleaños de 15 ya no voy. Fui a dos: uno de una sobrina, que lo hablé con ella, y otro de una familia que son como hermanos. Lo hicimos sorpresa y estuvo divino, pero porque era gente que conozco desde que nació.

¿Y en el otro, qué pasó?
—Pasó lo que me imaginaba. Primero, que muchos no me conocían; algunos, por La Bajada, capaz. Y después, la música. Yo no conozco la música de los gurises. Tengo una hija de 15 y lo veo: las canciones duran dos, tres meses. Lo que hoy es furor, en tres meses ya es “ah, eso ya fue”. Entonces, no me convence. Siempre les digo: si el DJ de la fiesta es bueno, va a tener en cuenta también a los adultos, va a ir mezclando. Para ir a hacer lo mismo yo, no tiene sentido.

Pero La Bajada sí es crossgeneracional.
—Claro. Porque La Bajada tiene ese espíritu festivo de reunión: estamos todos juntos, tomamos agua, hay sol, hay amigos, hay baile. Eso lo quiere todo el mundo. A la gente que le gusta divertirse, obvio. Si te gusta estar encerrada poniendo CD, no hay posibilidad (risas).

Fama, panóptico invertido y paternidad

Tenés una hija de 15, en plena adolescencia. ¿Cómo vive ella tu exposición pública?
—Convive con eso desde que es muy chiquita. Y yo también mi exposición la manejo con mucha naturalidad. Uruguay te permite eso. No es como otros países donde la gente “famosa” vive en otra dimensión, con bares especiales, trámites a domicilio, autos blindados. Acá no hay chance: te toca ir al súper, hacer la fila, ir a la farmacia, al banco.

¿Qué hiciste vos para no volverte paranoico con la mirada de los demás?
—El “remedio” que encontré para la exposición es seguir teniendo la misma vida de siempre. Yo a eso lo llamo un panóptico a la inversa. El panóptico, sobre el que habla Foucault, es ese modelo donde te vigilan desde una torre. En mi caso es al revés: sentís que mucha gente te puede conocer y vos no sabés quiénes son. Eso rompe el anonimato. De repente estás en una plaza de comidas, alguien mira, comenta, y vos te das cuenta. La manera de combatirlo es aceptar que eso existe, pero no cambiar tu vida por eso.

¿Te detenés a pensar en eso o lo dejás pasar?
—Mirá, si hay gente para hablar, hablo. A veces se invierte y la persona termina hablando más conmigo que yo con ella. Al final, es un castigo saludarme a mí (risas). Y con mi hija fue un proceso: al principio era “¿quién tocó bocina?”, “¿quién gritó?”. Yo le decía: “No tengo la menor idea”. Hoy lo lleva bien, se acostumbró, sabe que es parte del paquete.

“El modelo de los medios cambió tanto que cuando creés que lo entendiste, se dio vuelta todo”.

De la radio al stream: “De punto a punto, casi sin intermediarios”

Hace años que venís experimentando con el multiformato: radio, televisión, Twitch, stream desde tu casa. ¿Cómo nació esa decisión de prender la cámara en tu living?
—Primero, por necesidad. Cuando nos vinculamos con Urbana teníamos una necesidad muy concreta ligada a La Bajada. La Bajada era mediodependiente: necesitaba un medio. Surgió de un programa de radio y se vehiculizaba por ahí. La gente que apareció fue decisión de la gente. Un día empezaron a ir físicamente, nosotros no invitamos a nadie.

Ni siquiera estaba pensado como evento en vivo.
—Para nada. De hecho, a veces la radio se enojaba porque ni siquiera poníamos parlantes afuera. La gente abría los autos en el Parque Rodó, ponía la radio y escuchaba así. Al principio estaba todo sostenido en la radio. Pero a partir de 2017, 2018, 2019 explotó: ya era más importante estar que escuchar. Ahí empezamos a darnos cuenta de que había un evento que excedía al programa.

Y llega la pandemia.
—Claro. En 2020, con la pandemia, no había otra que ir por streaming. Venía con toda la experiencia de Sanata en pandemia, con las transmisiones de los viernes que tenían una fuerte impronta en redes. Entonces dijimos: “La Bajada por stream”. Y funcionó. En 2021 fue el año de la ansiedad: “¿Irá la gente?”, “¿cómo se entera?”, “¿cómo hacemos con la trazabilidad, vacunas, registros?”. Salió bien. Y ahí el evento dio el paso: se independizó de los medios. Desde ese momento, el medio que viene se suma, pero no es el protagonista. No lo preciso. Vos precisás más al evento que el evento a vos.

Eso te llevó a pensar tus otros proyectos con esa lógica “de independencia”.
—Sí. Es una linda historia, porque cada paso fue hacia la independencia. Y no solo de La Bajada: también del stream y de Sanata. El stream es conmigo y con la gente. Sanata es conmigo y con la gente. A veces soy yo solo, otras veces con un equipo pequeño, pero el modelo es de punto a punto, casi sin intermediarios. Eso para mí fue un aprendizaje enorme.

Costos, Shakira y la decisión de cobrar entrada

Está lo romántico, pero también está la planilla de Excel: costos, seguros, aforos. ¿Cuándo dijiste “no podemos seguir así, hay que cobrar entrada”?
—En el momento en que entendés que ya no podés garantizar cosas básicas. Esto no es el Super Bowl, pero tampoco es la fiesta del barrio con una guitarra y un cajón. Tenés escenario, sonido, baños, seguridad, ambulancias, bomberos, seguros, licencias, productoras. Todo es miles de dólares. Y además está el aforo: después de cierta cantidad de gente, no hay manera de manejarlo.

Ahí entra también la presión de la Intendencia, de Espectáculos Públicos, de Convivencia.
—Totalmente. Este año lo entendí más, porque estoy trabajando más cerca de esa área. Te dicen: “Después de esta cantidad de gente, no hay manera de garantizar nada”. Vos podés querer que sea libre, popular, abierto, pero si no se puede garantizar lo básico, no se puede. Y eso también es madurar: como persona, como grupo y como fiesta.

En el medio de todo eso, ¿qué lugar ocupa la anécdota de Shakira y los camiones?
—Hablando con un taxista por el recital de Shakira, me decía: “Trajeron no sé cuántos camiones, las pantallas…”. Yo le explicaba: una pantalla que no es la de Shakira te puede salir 20.000 dólares por una noche. No 20.000 pesos. Eso te da una idea. A veces hay una fantasía de que todos son hippies buena onda que hacen pulseras de caracoles. No. Es un negocio con costos gigantescos.

¿Y el corazón del problema?
—Siempre alguien paga. La cuestión es quién y para qué. La Bajada al principio tenía cero costo, llegábamos con una camisa y un refresco de uva. Hoy hay gente que trabaja todo el año para eso. Yo he ido a terapia y he pasado media sesión hablando de La Bajada. He estado de vacaciones afuera encerrado un sábado de noche en una reunión por Zoom pidiendo ayuda para resolver un tema. Entonces, sí, es trabajo. Cambió.

Crisis de los medios y “nadie entiende nada”

Decías que los medios tradicionales “no están muriendo, pero están en crisis”. ¿Cómo lo ves desde adentro?
—El modelo de negocios cambió muchísimo y cambia muy rápido. Nadie entiende nada. Cuando creés que entendiste, se da vuelta todo. “Los medios tradicionales van a morir”, decían. Y no están muriendo, pero sí están en una crisis económica grande. A las radios se les complica; a veces las casas matrices de las empresas dicen: “Radio no, televisión abierta, digital y vía pública”. Entonces el presupuesto se achica.

Y en paralelo aparecen los canales de stream “grandes”.
—Sí. Y ves que muchos terminan replicando el modelo de un canal de televisión: estructuras robustas, con mucha gente, un nivel de inversión fuerte. Y vos decís: “Si a la tele no le va bien, ¿cómo va a funcionar esto?”. Son los nuevos videoclubes, las nuevas canchas de pádel. En Uruguay los vivos son chiquitos. Yo, desde mi casa, un formato mini, compitiendo de mañana, estoy segundo, peleando contra estructuras que capaz tienen diez personas atrás. Me cuesta entender cómo aguantan.

Tu estrategia es lo contrario: chico, liviano, directo.
—Claro. Yo tengo un formato mini: mi casa. Me sale cero peso de estructura. Lo que cuesta es mi trabajo y lo que invierto lo reparto con Martín, que edita. Pero no tengo 20 sueldos. Eso para mí es una línea de defensa: si me quedo sin un lugar, tengo otro. Fui armando unidades que dependen principalmente de lo que yo hago: Sanata, el stream, La Bajada. Eso me da cierta tranquilidad en un contexto donde “nadie entiende nada”.

Justicia infinita, política y medios públicos

Con Justicia infinita pasó algo fuerte. Se habló mucho, se discutió en redes, hubo enojo. ¿Cómo lo viviste vos?
—Lo primero que sentí fue mucha desmotivación. Cuando se filtró la noticia, tuve un momento de mucha angustia. Una cosa es estar en comunicación, otra es sentir de golpe todos los focos arriba tuyo, sobre todo cuando el tema genera polémica. Es como que te sacan el piso. Después, con el tiempo, empecé a ver también lo positivo: Justicia construyó algo que genera debate, se discute en grupos de WhatsApp, se toman ejemplos del programa y de La Bajada para notas comerciales, para hablar de salud, de seguros. Eso quiere decir que algo se hizo bien.

¿Te hizo más ruido cuando se habló de "sensibilidad de izquierda"?
—A mí lo que más ruido me hizo fueron las formas. Después, las valoraciones políticas sobre a quién se vende o si se tenía que vender o no, son debates que existen, claro, pero yo no tengo ganas de meterme en ese baile. Creo que se podrían haber hecho las cosas de otra manera, ahorrarnos unos días feos que no eran necesarios. Entiendo a la gente que dice “¿cómo pueden vender un medio tan importante?”. Capaz comparto parte de eso. Pero también creo que los números tienen que cerrar. Como con La Bajada: alguien paga.

Ahí entra tu defensa de los medios públicos, pero con otra lógica.
—Sí. Yo soy un defensor de los medios públicos. Creo que cumplen un rol. Pero también creo que hay que discutir su autonomía. No está bueno que cada cinco años venga alguien y barra de un plumazo. Es ingrato para la gente que trabaja ahí y para el propio medio. Creo que hay modelos —pienso en Europa— donde la televisión pública tiene cierta autonomía financiera y de gobierno. Sigue bajo la órbita del Estado, con controles, pero también tiene independencia. Eso garantizaría que, si vos sos un buen profesional, no estés a merced de quién te puso o de quién viene después.

Incluso a la hora de decidir si vas o no a un medio público, sabiendo que en cinco años podés quedar en el aire.
—Exacto. Es como una “localita” rara. Vas, dejás tu trabajo en otro lado, y sabés que tal vez en cinco años tenés que volver, empezar de cero. Creo que tendríamos que madurar en eso como país. Discutir un sistema que garantice estabilidad y pluralidad más allá del gobierno de turno.

El futuro de Justicia y la condición indeclinable: sustentabilidad

¿Te imaginás rescatando Justicia infinita en otro formato, en otra plataforma?
—Sí. A mí me interesa la familia Justicia. Es un equipo de trabajo con el que disfruto mucho. Lo primero que sentí fue desmotivación, un bajón grande. Pero creo que puede haber alguna posibilidad de rescatar el programa. Habrá que ver en qué formato, si podemos estar todos, algunos. Justicia siempre fue un programa en el cual hubo gente que estuvo, se fue, volvió. La historia se va escribiendo todo el tiempo.

¿Qué condición te ponés a vos mismo?
—Que no esté flojo de papeles. No quiero tirarme a algo que desde afuera se vea flojito, que yo mismo no lo crea. El modelo de Justicia, dentro de un medio, tenía sus números equilibrados. Pero en un medio de comunicación hay una cuota parte de estructura: luz, alquiler, seguridad, sueldos. Entonces lo que parece que cuesta 10, capaz que en realidad cuesta 25. Y además no es un gran momento para los medios. Entonces, si lo rescatamos, tiene que ser con un modelo sustentable y honesto con la realidad.

¿Y tiempo para pensar todo eso?
—Ahora mismo, poco. Estoy con la cabeza muy tomada por La Bajada. Pero después de las vacaciones lo voy a pensar mejor. Ya hablé con gente, me he comunicado con algunas personas. Estoy abierto. Pero quiero hacerlo con la misma naturalidad con que se dieron el resto de las cosas: Sanata, el stream, La Bajada. Y, sobre todo, cuidando que no sea una apuesta suicida.