Por The New York Times | Alisha Haridasani Gupta

Ardern, Jacinda

Books and Literature

Politics and Government

Harvard University

New Zealand

Content Type: Personal Profile

A Different Kind of Power (Book)

Empathy

La ex primera ministra de Nueva Zelanda, quien dirigió al país durante la pandemia, ha publicado unas memorias en las que aboga por una mayor empatía en la política.

Es fácil olvidar que Jacinda Ardern fue primera ministra de Nueva Zelanda.

En la fila de una cafetería de Cambridge, Massachusetts, vestida con un traje de la diseñadora neozelandesa Juliette Hogan, zapatillas deportivas y arracadas doradas, esboza una sonrisa encantadora y dice que la llame “simplemente Jacinda”. Mientras pide un capuchino, la cajera se pregunta por qué le resulta tan familiar. ¿Era, por casualidad, aquella persona de la tele? “¿Toni Collette?”, le preguntan, refiriéndose a una actriz australiana.

Ardern, sin personal de seguridad, resta importancia a la identificación errónea y no aclara nada.

El café está a 10 minutos a pie de la Universidad de Harvard, donde Ardern, quien dimitió como primera ministra en 2023, tiene ahora tres becas. Tras su dimisión voluntaria, se casó con su pareja de toda la vida, Clarke Gayford, y trasladó temporalmente a su familia a Massachusetts.

Un día antes de que nos reuniéramos, los estudiantes y el profesorado se habían reunido para su graduación y hay restos de la ceremonia por todas partes: tiendas de campaña, pilas de sillas plegables tiradas en los patios y estudiantes arremolinados con cajas de cartón. La ceremonia puso fin a un curso escolar en el que la institución se ha visto envuelta en un enfrentamiento legal con el gobierno del presidente Donald Trump por acusaciones de antisemitismo, y con la financiación federal y los visados de los estudiantes internacionales matriculados en la universidad en peligro.

Es en ese tenso entorno en el que Ardern, a quien durante su época en el poder se aludía con frecuencia como la “anti-Trump”, publica sus memorias, A Different Kind of Power. El libro, que salió a la venta el martes, defiende que liderar con empatía y amabilidad podría ser la solución para una serie de crisis mundiales, un argumento que también ha sido objeto de una de sus becas en la Harvard Kennedy School. Si un libro así resonará en un momento tan delicado es una incógnita.

Ardern dijo que ha estado disfrutando del relativo anonimato de la vida en Estados Unidos. Un respiro que le ha permitido pasar más tiempo con su hija de seis años, quien, dijo, “ahora es más consciente” del hecho de que su madre fue primera ministra, aunque “no le da demasiada importancia”.

Pero el libro, y una gira mundial, forman parte de lo que parece ser una reaparición en la vida pública, que también incluye un documental sobre ella, titulado Prime Minister, que se estrenará a finales de este mes.

Es en el libro donde Ardern, de 44 años, se adentra en los detalles granulares de lo que supuso dirigir un país a través de múltiples crisis, incluido un atentado terrorista en Christchurch retransmitido en directo, una gran erupción volcánica y la pandemia de la COVID-19.

También escribe sobre lo que supone gobernar como mujer (no es la primera en su país, pero aún es una rareza en la escena mundial) y como madre (fue apenas la segunda dirigente mundial en tener un hijo mientras ocupaba el cargo), y guía a los lectores a través de los muchos cálculos mentales que tuvo que hacer sobre cuánto de su vida personal compartiría con el público.

Ahora comparte algunos de esos detalles entre bastidores que mantuvo en secreto. Como la noche de 2017 en que se sentó en el cuarto de baño de una amiga a contar los minutos para conocer los resultados de su prueba de embarazo, en medio de las negociaciones sobre si sería o no primera ministra. Y la vez que llevó a su recién nacida a la Asamblea General de las Naciones Unidas, lo que supuso amamantarla en momentos incómodos entre reuniones y cambiar pañales en el suelo. Pocos años después de aquella visita, la ONU creó un espacio dedicado a la lactancia para las nuevas madres.

Son estos momentos poco glamurosos de su tiempo en el cargo —los cuales salpica a lo largo del libro— los que dan credibilidad a su tesis: liderar con empatía y amabilidad es una elección que cualquiera puede hacer.

Esta entrevista ha sido editada y condensada para mayor claridad.

Estamos tan cerca de Harvard, que ha sido el centro de acalorados debates, y ahora publicas un libro sobre la amabilidad y la empatía en el liderazgo. ¿Cómo encaja todo esto?

Empecé a escribirlo después de dejar el cargo, entre principios y mediados de 2023, y mira, aunque había muchas dificultades en el mundo, ahora parece muy diferente de entonces. Así que no se me escapa el entorno en el que saldrá. Pero habría escrito el mismo libro a pesar de todo. Porque, incluso entonces, las ideas de empatía y compasión y bondad en el liderazgo se trataban como si tuvieran algo de ingenuo, y probablemente aún más ahora, y yo simplemente me opongo a eso.

¿Cómo te defiendes?

En primer lugar, creo que hay una desconexión. La gente da por sentado que, como tenemos un tipo concreto de liderazgo en este momento, eso debe ser lo que buscan los votantes. Y no creo que eso sea cierto.

Hay cuestiones muy reales que deben abordarse y que yo resumo como una profunda inseguridad financiera e incertidumbre ante un mundo muy cambiante. Los políticos pueden llegar a ese espacio con un mensaje de miedo y culpa, o pueden abordar la difícil tarea de encontrar soluciones genuinas. Creo que sería un error decir que la gente no quiere ver bondad y compasión en su política, y que no quiere ver que la política se haga de otra manera. No es ingenuo.

¿Cómo ha reaccionado la gente a tu mensaje en el campus?

He participado en foros sobre salud pública y en clases sobre comunicación; lo que me parece interesante es que esta idea de aportar a tu liderazgo los rasgos de carácter que tú mismo valoras como persona realmente parece resonar. También acabo de conocer a algunas personas que están interesadas en la política y quieren saber lo que hace falta, y si serían lo suficientemente fuertes; he tenido esa conversación incontables veces. Y les digo que sigo siendo sensible, pero que dirigí un país a pesar de ello.

En el libro, dices que te preocupaba que tu compasión pudiera verse como una debilidad y, por extensión, que esa debilidad pudiera verse como femenina.

Decidí desde el principio que solo iba a ser yo misma. Y en Nueva Zelanda, si no eres tú misma, pueden olfatear la falta de autenticidad: hay tanta proximidad con los políticos y los líderes que tienes que ser tú misma. Así que ese era el entorno. Pero, ¿fue fácil? No necesariamente, porque recuerdo momentos en los que pensaba: no puedo dejar que mis emociones se muestren. Y hubo ciertos momentos en los que simplemente no habría sido apropiado, porque no se trataba de mí; se trataba de la situación, de las víctimas, de la circunstancia. Pero en realidad decidí que a veces simplemente vas a tener una respuesta humana, y eso está bien. De hecho, quizá genere confianza, porque la gente puede ver entonces que eres humana.

¿Crees que ahora la gente espera este estilo de las mujeres líderes?

Me preguntan mucho si estos rasgos tienen que ver con el género o no. He trabajado con varios políticos, y veo liderazgo empático en hombres y mujeres. De hecho, me gusta pensar en ello en el marco de lo que enseñamos a nuestros hijos. Si preguntas a una sala de padres: “¿Cuáles son los valores que creen que son realmente importantes para sus hijos?”, vas a oír lo mismo: la gente quiere que sus hijos compartan, quiere que sean generosos, quiere que sean amables y empáticos, quiere que sean valientes, valerosos. Esos valores que enseñamos a nuestros hijos, ¿los vemos luego de alguna manera como debilidades en los líderes?

Me sorprendió el tira y afloja que describes en el libro, entre qué partes de ti misma compartes con el público y qué partes ocultas.

En retrospectiva, al recordar esos momentos, tengo muy claro que, si eres, por ejemplo, apenas la segunda mujer en el mundo que da a luz mientras ocupa un cargo, sientes la carga de la responsabilidad de seguir demostrando que es posible. Así que me guardé cualquier cosa que pudiera llevar a alguien a cuestionar mi capacidad para ser madre y primera ministra. Pero lo que entraba en conflicto con eso era también mi deseo de asegurarme de que no pareciera que lo estaba haciendo todo sola. Ya sabes, el marco de la Mujer Maravilla.

¿No fue por eso por lo que a algunos les molestó que volvieras del permiso parental tras seis semanas?

Probablemente no había ninguna posibilidad de ganar con esa decisión, porque hicimos una campaña muy orgullosa para ampliar el permiso parental pagado a seis meses. Pero yo decía: “Bueno, eso es para todos, no para mí. No puedo renunciar por seis meses a esta función para la que he sido elegida. Así que elegí seis semanas. Y, para ser sincera, físicamente, volví a caminar erguida poco después de regresar. Estuve muy encorvada durante un tiempo, y no sé cómo las mujeres vuelven a lo normal antes de eso. Simplemente no lo sé, es una cuestión de salud, quizá más cuando eres una madre geriátrica, como era mi caso. Además, ¿por qué no podemos cambiar esa terminología? Específicamente puse ese término en el libro porque pensaba: “En algún momento alguien tiene que decir: ‘Inventemos otro término’?.

¿Cómo cuál?

¿Veterana?

Alisha Haridasani Gupta

es reportera del Times, cubre temas de salud de la mujer y desigualdades en la salud.