Por The New York Times | Edith Cooper

LA OFICINA NO HA SIDO UN LUGAR MUY AGRADABLE PARA TODOS LOS TRABAJADORES. PERO NO LA ABANDONEMOS, HAGÁMOSLA MEJOR.

En las conversaciones sobre el regreso a la oficina para el trabajo presencial, a veces los jefes y los empleados operan en realidades distintas.

Muchos trabajadores jóvenes en los primeros escalones de su carrera no ven la oficina como un lugar acogedor, donde abunde la colaboración y la mentoría, a pesar de lo que digan sus jefes.

Por su parte, muchos ejecutivos veteranos se sienten desconcertados por las peticiones de cambio de los sistemas y las culturas administrativas que, desde su punto de vista, parecían funcionar bien.

No funcionaban bien. La pandemia reveló una alternativa realista a los desplazamientos diarios a la oficina y ahora muchos trabajadores no están dispuestos a volver al statu quo. Alrededor de dos terceras partes de los empleados que trabajaron desde casa durante la pandemia no quieren volver a la oficina, según una encuesta realizada por la plataforma de empleo FlexJobs el año pasado. Una amplia encuesta realizada en noviembre de 2021 entre trabajadores de 17 países reveló que el 71 por ciento de los jóvenes cuya edad oscila entre los 18 y los 24 años afirmó que “si mi empleador insistiera en que volviera a mi puesto de trabajo a tiempo completo, consideraría la posibilidad de buscar otro empleo”. Y, al menos por el momento, puede que lo hagan: en un mercado laboral cercano al pleno empleo, los estudios sugieren que los universitarios recién graduados tienen expectativas altas con sus primeros trabajos, desde la flexibilidad laboral hasta la alineación con la misión y los valores de sus empleadores.

En Estados Unidos, existen alrededor de 125 millones de empleos de tiempo completo y los investigadores de Gallup afirman que la mitad de esos trabajos —la mayoría de los cuales son de oficina o “de cuello blanco”— pueden hacerse de manera remota. Sin embargo, los directivos de las empresas parecen seguir dando importancia al tiempo presencial en la oficina. Hace poco, Elon Musk les dijo a sus empleados de Tesla y SpaceX que espera que pasen al menos 40 horas a la semana en la oficina.

Aun cuando no den la orden, muchas empresas ofrecen incentivos y prestaciones, que dejan a los trabajadores con la indiscutible impresión de que está mal visto trabajar desde casa. Los planes de Apple de llevar a los trabajadores de regreso a sus instalaciones medio tiempo no han tenido el recibimiento esperado y algunos empleados exigieron en una carta abierta a la empresa tecnológica que “dejen de tratarnos como niños de escuela que necesitan que les digan dónde estar y qué tareas hacer”.

Parte del problema es que la oficina colegiada y orientada a objetivos que idealizan los altos directivos parece un mito para muchos trabajadores jóvenes. Desde mucho antes de la COVID-19, la mayoría de las oficinas no ofrecían la mentoría, la colaboración y el tejido social que hacen que el trabajo en persona valga la pena. De hecho, muchas de las oficinas que he visitado en los últimos años eran espacios desolados, de distribución abierta, salpicados de personas que miraban a las pantallas con audífonos puestos.

Cuando fui directora del equipo de recursos humanos de Goldman Sachs, una persona recién contratada, una joven de color, me preguntó: “¿Puedo traer toda mi yo al trabajo?”. No es una pregunta que alguien de mi generación habría planteado, pero es una duda justa y cada vez más usual. La cultura laboral es diez veces más significativa que la remuneración a la hora de predecir la rotación de personal, según una investigación publicada por la Escuela de Administración y Dirección de Empresas Sloan del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Y los problemas culturales pueden hacer que personas que ha sido marginadas tengan menos ganas de estar en la oficina: encuesta tras encuesta, las mujeres y los trabajadores de color afirman con mayor frecuencia que prefieren el trabajo híbrido o remoto en comparación con los blancos.

A pesar de todo ello, quiero que los jóvenes regresen, al menos medio tiempo, a las oficinas. Espero que no subestimen el valor que tiene estar en presencia de otros colegas de trabajo: la experiencia compartida, la serendipia de hablar con gente que no está directamente relacionada con lo que haces; la exposición a una diversidad de ideas y perspectivas; la oportunidad de levantar la vista y decir: “Eso no se me había ocurrido”. Espero que no renuncien a la oficina antes de involucrarse de lleno en tratar de crear una mejor versión de ella.

Los estadounidenses suelen pasar entre una tercera parte y más de la mitad de sus horas despiertos trabajando, por ello el trabajo es el lugar donde, de manera inevitable se forjan muchos de nuestros lazos y amistades. La antigua forma de mezclar los negocios con el placer tenía sus problemas: el golf, las copas después del trabajo y otras actividades “divertidas” obligatorias no son para todos, en especial para quienes tienen hijos o para los abstemios. Pero hay maneras al parecer más progresistas de conocer a los colegas: desde comer juntos hasta los clubes de lectura, tomar un café o dar una pequeña caminata en el horario laboral.

Sé que si me hubiera quedado en casa al principio de mi carrera, me habría perdido la oportunidad de encontrar amigos y mentores que desempeñaron un papel fundamental en mi vida. En la oficina también descubrí cómo funciona mi sector, la naturaleza de las jerarquías de poder y cómo convivir con todo tipo de personas.

Quedarse en casa puede parecer más fácil para los trabajadores que, por una u otra razón, no se sienten cómodos en la oficina, pero también puede hacer que los empleadores queden liberados de la obligación de hacer que la oficina sea un lugar más incluyente.

Los directivos de las empresas también tienen mucho que aprender. Mi consejo es que escuchen a sus trabajadores y aprendan de ellos, en todas las etapas de sus carreras y vidas, sobre lo que necesitan para dar lo mejor. También deben aprender a confiar en sus empleados y a otorgarles más autonomía y control sobre la forma de realizar su trabajo. Harían bien en recordar que cuando la pandemia obligó a muchas personas a trabajar desde casa, la mayoría de sus empleados se mantuvieron comprometidos y productivos.

La inclusividad tiene que ser intencionada. Los modelos híbridos no deberían crear jerarquías que primen el tiempo presencial y las empresas deben crear experiencias de trabajo que den a las personas verdaderas razones para desplazarse. Estas razones pueden incluir oportunidades significativas para socializar y celebrar victorias, instalaciones bien diseñadas y una cultura laboral que nos haga sentir en casa. Algunas empresas están experimentando con la manera de reconfigurar la experiencia en la oficina para la era híbrida, al crear nuevos sistemas para reuniones que no excluyan a los trabajadores remotos o incluso buscar que se instalen pantallas de videoconferencias en las cocinas de las oficinas para permitirles a aquellos que trabajan en casa involucrarse en las charlas informales y las “conversaciones de pasillo”.

No recuerdo a ciencia cierta qué le contesté a esa nueva empleada en Goldman que me preguntó si podía llevar toda su “yo” al trabajo, pero desde entonces he tenido que dar versiones de esa respuesta algunas veces más. Así que ahora les pido eso, trabajadores jóvenes: regresen con todo su yo a la oficina. No regresen por sus jefes; regresen por ustedes. Acepten lo que les gusta, trabajen para cambiar lo que no y ayuden a crear un espacio de trabajo que en verdad sea gratificante y solidario.