Con la muerte del papa Francisco, la Iglesia católica entra oficialmente en un periodo de “sede vacante”, una etapa excepcional que culminará con el cónclave: el milenario y reservado proceso mediante el cual los cardenales menores de 80 años eligen al próximo pontífice, bajo estrictas normas de aislamiento y solemnidad.

La palabra “cónclave” proviene del latín cum clave, es decir, “bajo llave”. Y esa es justamente la esencia del ritual: los cardenales se encierran sin contacto exterior en la Capilla Sixtina, donde deliberan y votan hasta alcanzar un acuerdo. No podrán abandonar el lugar hasta elegir un nuevo papa, con al menos dos tercios de los votos.

El proceso arranca con la convocatoria oficial de todos los cardenales a Roma por parte del camarlengo —el estadounidense Kevin Farrell—, y la organización de las exequias del papa fallecido. Luego, los purpurados deberán fijar la fecha del cónclave, que debe comenzar antes del vigésimo día tras la proclamación de la sede vacante.

Los cardenales celebrarán una misa solemne en la Basílica de San Pedro antes de dirigirse en procesión a la Capilla Sixtina, entonando el Veni Creator. Una vez dentro, jurarán mantener en secreto todo lo relacionado con el proceso, tras lo cual se pronuncia el “Extra omnes!” y se cierran las puertas.

Los votos son secretos y se depositan en una urna tras un juramento personal. Las papeletas son luego leídas en voz alta y enhebradas. Si no hay elección, se genera una fumata negra; si se alcanza el consenso, una fumata blanca anuncia al mundo la elección de un nuevo papa.

El elegido deberá aceptar su designación y escoger un nombre pontificio. Poco después será presentado al mundo desde el balcón central de la basílica vaticana con el tradicional anuncio Habemus Papam y su primera bendición Urbi et Orbi.

Con información de Efe