Hace pocas horas publiqué un mensaje en las redes sociales sobre la elección departamental de Montevideo. Allí establecía lo que considero el foco de discusión para las fuerzas opositoras. El primer asunto que destacaba era, precisamente, el de la unidad.

La gente no perdonaría a los partidos que integran la coalición multicolor que no sean capaces de reproducir en Montevideo, donde se celebrará una elección crucial para el futuro político del país, la misma vocación de acuerdo que consolidó el triunfo de Lacalle Pou en noviembre.

Si esto no fuera posible, el costo no sería sólo político, en la medida que se defrauda una expectativa ciudadana, sino que puede incluso generar un impacto negativo sobre el futuro gobierno, aún antes de haber asumido.

Dos buenas razones, entonces, como para que en estos días se termine de concretar lo que, según todo indica, será una propuesta electoral unitaria.

El otro asunto que destacaba era más de fondo y se refería al desafío de construir un gran programa transformador, que se centre en algunos de los problemas y expectativas más significativas.

Más allá de lo obvio (la gente espera respuestas a los asuntos que más castigan a los montevideanos, como la basura, el transporte de pasajeros o el estado de las calles) parece claro que existe una expectativa de cambio, en consonancia con la registrada en octubre y noviembre a nivel nacional.

Es un error pensar que la fortaleza electoral del Frente Amplio en la capital en octubre pasado, o sus bien aceitada maquinaria política e institucional desplegada en todo el territorio, le da una ventaja indescontable.

Lo que estamos viendo también es la respuesta de un electorado hastiado de las sucesivas administraciones frentistas, ante la falta de una alternativa política lo suficientemente sólida como para apostar al cambio.

Esa alternativa debe expresarse de varias maneras. La movilización de los candidatos y los partidos debe ser una de ellas. El entusiasmo se contagia. Lo que motiva no es lo sencillo del reto sino las ganas con que vea que sus promotores lo llevan adelante.

Pero la vida en una comunidad de la dimensión y características de Montevideo, que presenta las complejidades de cualquier sociedad metropolitana contemporánea, genera una expectativa creciente de respuestas, en las que se confunden los niveles nacionales y departamentales y se entrelazan los temas.

Asuntos tales como calidad ambiental (particularmente en los cursos de agua y el impacto de la entrada del tren de UPM a la ciudad), seguridad y convivencia, políticas sociales y culturales, empleo y gestión de los recursos públicos, no pueden ser diseccionados, sino que requieren una estrecha coordinación entre los administradores. La realidad no responde fácilmente a divisiones políticas o partidarias. En todo caso, estas divisiones y especializaciones institucionales existen para hacerle más fácil la vida a la gente y no al revés.

Así que primero lo primero. Si la oposición es capaz de articular respuestas rápidas y eficaces en estas tres dimensiones (unidad, movilización y programa) podrá competir con chances de ganar en la principal circunscripción electoral del país, generando un escenario político de enormes repercusiones para el futuro.