La campaña hacia el balotaje está reproduciendo los mismos vicios de la primera vuelta. La fórmula nacionalista, que debe hacer el gasto por arrancar con una adhesión sensiblemente menor, no parece encontrar la manera de mantenerse a flote y nadar hasta la orilla. El candidato oficialista, que debería tomarse la campaña con tranquilidad y prudencia, insiste en tirar ideas disparatadas.

Desde el comando nacionalista se intenta algún golpe de fortuna pero se obtienen resultados contraproducentes, como su criticada campaña de "spots informativos" sobre el caso Feldman, redondeada con una interpelación que careció de toda prueba y sentido. Sus responsables apenas pudieron disimular la intención de perjudicar las chances de Mujica a cualquier costo, para terminar apenas en lo que el contador Damiani denominaba, con su peculiar sabiduría, una tormenta con matracas.

El asunto no es tan sólo la tosca manipulación de los hechos, seleccionados con evidente criterio propagandístico y no informativo. Si el comando o la fórmula nacionalista aprobaron esa campaña es porque todavía creen que hay viejitas asustadizas ante el cuco del "terrorismo", la "guerrilla" y los libros de Marx y Engels, en cantidad suficiente como para torcer una elección.

Por momentos, la línea argumental y la iconografía del "caso Feldman" parecían salidas de los viejos anaqueles de la DINARP, la dirección de Relaciones Públicas de la dictadura, que intercalaba imágenes de armas incautadas a la subversión con literatura marxista, procurando generar un efecto asociativo, acaso eficaz y pertinente treinta años atrás pero anticuado y contraproducente en los tiempos que corren.

Por cierto, todavía queda por saber a quién pertenece el arsenal de Feldman y la hipótesis de que sus propietarios tengan motivaciones políticas no debe ser descartada, como dijo el ministro del Interior Jorge Bruni. Pero de ahí a vincular el caso con el MLN y con el propio José Mujica, media una distancia insalvable, sobre todo si se carece de una mínima evidencia.

No se trata ni siquiera de un problema de ética sino tan sólo de mirar la realidad política del país, repasar los números de las elecciones de octubre (especialmente en los departamentos nacionalistas del litoral, por no hablar de Rocha y Treinta y Tres) y comprender que estamos ante un tiempo político nuevo.

Claro que enfrente está Mujica, un líder político de características singulares y declaraciones excéntricas. La última de ellas versó sobre la conveniencia del trabajo para niños de diez o doce años, porque así "se ganan unos pesitos" y "aprende a tener responsabilidades", tras lamentarse de que los uruguayos nos hayamos pasado a "valores del mundo desarrollado". Si existe una forma de perpetuar la miseria y de impedir que vivamos en "un país de primera", es poniendo a trabajar a los niños y niñas, en lugar de tenerlos en escuelas y liceos de tiempo completo.

La campaña hacia el balotaje está reproduciendo los mismos vicios de la primera vuelta. El candidato nacionalista parece no comprender la nueva sensibilidad de los uruguayos; el frenteamplista parece no entender el mundo.