Por Gerónimo Pose | @geronimo.pose

Thurston Moore todavía no era el fundador y uno de los líderes de Sonic Youth. Por el momento, se dedicaba a tocar la guitarra y a vagar por las calles de Coral Gables en Florida. Un día descubre una reseña sobre Metal Machine Music (1975), el quinto disco solista de Lou Reed.

La historia la conocemos todos: fue un fracaso comercial. Lou venía de varios discos que, si bien no le brindaron un éxito rotundo, le permitían seguir grabando y no ir a pérdida. Hasta que, de repente, decidió sacar una oda al ruido, un estudio de 63 minutos en el que la distorsión solitaria y el caos imperan como una bestia de seis cabezas. La reseña, publicada en el diario Creem en setiembre de 1975, se titulaba: "¿Monolítico o monótono?"

La reseña en cuestión la escribió Lester Bangs. Enmarcado en su —a esa altura, reconocible y mítico— estilo narrativo, Bangs enumera distintas observaciones girando en torno al disco. Más bien, teorías al respecto.

En el primer punto, entre otras elucubraciones, advierte: "Este álbum es, o quiere ser, una suerte de manifiesto antisocial definitivo". En el número dos, dice: "El hecho de que solo se trate de un descerebrado jugueteando con electrónica y magnetófonos no significa que no se trate de una aproximación válida. Lou toca el amplificador tan bien como toca la guitarra". En el punto número tres, destaca: "¿Sabes cuando te notas tan tenso y ansioso que todos los nervios de la nuca se enroscan en una bola ardiente? Pues si ese amasijo pudiera hacer música, sonaría como este álbum". Luego, el punto cuatro: "Esto es lo que suena en el sistema circulatorio de Lou". En el punto cinco reflexiona acerca del ascenso meteórico de Lou y plantea que, quizá, esta seudoactividad frenética no sea más que la reacción de un Lou Reed aterrorizado al haberse, por una vez en su vida, encaramado en lo más alto, proviniendo desde unas (presuntas) raíces del punk callejero. Hasta llegar al punto seis: "Cualquiera que no se haga al menos tres pajas al día es un desviado".

Fue afín de bandas como Kraftwerk, al igual que Jethro Tull y Slade. Cabe destacar, además, la visión propia que defendía. Pongamos de ejemplo la aparición de Blondie, que en el momento en el que comenzaron a tocar en el circuito de pubs y locales, digamos el CBGB, nadie los quería. Bangs sí. Escribía sobre ellos, una de las pocas críticas favorables de su álbum debut en 1976 era de Lester, y los halagaba como si se tratase de los salvadores. Años más tarde, en 1980, le ofrecieron escribir la biografía del grupo. Y lo hizo, pero a su manera, entrevistando a todos los enemigos públicos de la banda y retratando no muy simpáticamente a Debbie Harry.

Despotricó contra el Radio Ethiopia (1976), de Patti Smith, en una crítica tan infernal que nadie quiso publicarla, en la que afirmaba que la expansión experimental y creativa de Patti se había agotado con la salida de Horses (1975). Un disco que, según decía, lo había dejado sin aliento. En Radio Ethiopia argumenta un agotamiento en las formas y claras señales de que la cantante se había vendido.

Influenciado por los beatniks como Kerouac y Burroughs, Bangs apuntó a ganarse la vida como escritor. Tenía todo el tiempo entre manos proyectos de libros de no ficción y material más inclinado al territorio estrictamente literario. No logró materializar ninguno de ellos. Falleció a los 33 años debido a una sobredosis accidental.

Si en la biografía que hizo de Rod Stewart (1981), en coautoría con Paul Nelson, Bangs afirma haber creído siempre que el rock and roll se reduce a un mito, pareciese que buscó incansablemente destrozar esta creencia propia. Afianzado en el uso de ráfagas de diatribas y palabras implacables, planteó su propia revolución propulsada por las drogas, el alcohol y el atrevimiento, influenciando de esta forma a un torrente de personas que encontraron musicalidad en sus críticas, que diseccionan las oraciones y mastican las palabras. Y si tras la muerte de Lennon calificó a los Beatles como "músicos talentosos", pero que solo fueron "un momento", la corrosividad de Bangs surgió en un momento, y uno clave. Momento en el cual, tras cualquier crisis, como la pueden sufrir los países, se vislumbran nuevos rumbos.

El que planteaba el periodista era uno fresco, personal y que trataba, en su forma, de transmitir sus propios valores y la fuerza que tenía la música para hacer de este mundo un lugar mejor.

Al propio Jim DeRogatis, sin ir más lejos, cuando le fue reclamado por parte de la editora de la Rolling Stone que hiciera una reseña positiva de Hootie And The Blowifish, banda norteamericana de rock que percibió cierta popularidad en la segunda mitad de los noventa, hizo todo lo contrario y más tarde fue despedido. Intentó publicarla en otros medios y nadie quiso hacerlo. Esta intención de no acatar todo lo dictaminado y forjar así una voz propia con sus valores personales es una declaración no muy vista en los tiempos que corren. Quizá ese atrevimiento, osado y rebosante de improperios, sea el legado más palpable de Lester Bangs en nuestra cultura.