Por Gerónimo Pose | @geronimo.pose
Pregunta si quiero algo más
yo quiero todo el tiempo
pero me voy
ya me voy
ya me fui
— Tüssi Dematteis.
Ante los ojos de Dios, era Gonzalo Ramírez —así lo bautizaron en la parroquia Nuestra Señora del Huerto y San José, debido a una confusión del cura—. En su cédula de identidad constaba que su nombre real era Gonzalo Curbelo, pero muchos —por no decir todos— lo conocían simplemente como Tüssi. O Benito. O la mente maestra detrás de las publicaciones rebosantes de humor lacónico e inteligente que aparecían en el blog Fuck You, Tiger y Dragon Lieder y luego en Facebook, para aterrizar posteriormente en su cuenta de Instagram. O simplemente por ser el cantante de La Hermana Menor. Nació el 28 de junio de 1969 en el Impasa, barrio de Parque Batlle, y falleció el 22 de febrero de 2024, en Parque Rodó.
Un hombre curioso (2025), cuyo título se extrae de un posteo que escribió el propio Curbelo sobre una canción de The Mekons llamada ‘’I Have Been to Heaven and Back’’, junta varios textos que se encuentran en esos blogs, en publicaciones de Facebook e Instagram. A su vez, incluye una selección de letras que formaron parte del repertorio de La Hermana Menor, al igual que las canciones de su primer y único disco solista, Brüma Cabra Clüb (2024). Sorprende encontrar un apartado con letras de canciones inéditas, así como otras en proceso y una carta breve que fue cedida por Iván Krisman, integrante de La Hermana Menor, y que forma parte de la correspondencia inédita de la banda. Correspondencia que se mantuvo desde el 2008 hasta el 2011. La fotografía que se puede ver en la portada fue tomada por Magela Ferrero, en una sesión que le realizó a La Hermana Menor en lo alto de un edificio ubicado sobre la peatonal Bacacay.
Vale la pena advertir que uno de los mayores aciertos del libro fue haber incluido el poemario Animales atropellados, el cual fue presentado por Tüssi al Premio Municipal de Literatura. Obtuvo el tercer premio en 1994, bajo el seudónimo de Ayrton Ayrton, del cual hablaremos más adelante.
Richero realizó un trabajo acertado en la selección de textos, ya que el tomo podría haberse extendido hasta convertirse en un ladrillo que no cabría en la mochila. La grafomanía de Tüssi era alarmante. Podía elongarse por varias carillas hablando sobre su uso y fascinación por la aplicación para aprender idiomas en Duolingo, y en la página siguiente, reflexionar sobre la importancia del claroscuro citando a Caravaggio. Realizaba crónicas exquisitas de sus veraneos en La Pedrera y aseguraba que Bruce Springsteen era el cantante definitivo de la clase trabajadora. La selección resume el espíritu curioso y brillante de uno de los grandes periodistas —y letristas— que tuvo nuestro país.
En sus filas, La Hermana Menor vio pasar lo mejor de la música uruguaya posdictadura año tras año, en sus cuatro discos de estudio y en un sinfín de presentaciones en pubs y bares extintos que supieron ser bastiones culturales para una generación entera. Este constante cambio de formación quizás sea una concepción popular. Lo cierto, es que hay tres etapas fácilmente reconocibles: la que estuvo activa desde mediados de los noventa, la que grabó en el 2003, el disco Ex, y la que estuvo activa hasta la muerte de Tüssi, entre idas y venidas.
Lideró entonces La Hermana Menor, bautizada así por una novela de Raymond Chandler. Con ellos grabó Ex, Todos estos cables rojos (2007), Canarios (2010) y Todas las películas son de terror (2013). Fue con la ayuda de ese conjunto que exploró aún más sus capacidades compositivas, luchando contra el prejuicio que carga la palabra pop, y afirmando que su banda sí lo era. Retratando en menos de cuatro minutos el espíritu del barrio Parque Rodó, que lo vio crecer y morir, sus viajes a La Pedrera, o las excusas que uno da en el lobby del casino mientras le caen gotas de sangre que impactan en la moquette.
Un grupo que prestaba atención tanto a sus letras como a las texturas de sus guitarras. Como frontman, el Tüssi no era hipnotizante ni tenía una cualidad que lo diferenciara del resto. Se limitaba a estar parado, estático, con la boca clavada en el micrófono y las manos en los bolsillos. Algunos se quejaban de que articulaba poco y que no se le entendía.
Lo cierto es que Dematteis exploraba una faceta vocal, de la cual habla en una nota publicada en La Diaria en marzo de 2017, sobre los 50 años de The Velvet Underground & Nico. Es la de la expresión y la actitud de los cantantes —como Lou Reed— cuyo rango vocal es limitado, por no decir acotado.
En 1998 llegó a ver a Lou Reed en la Factory, donde una chica latinoamericana que había conocido esa noche le tomó una foto que, según él comentó en un posteo en Instagram, está haciendo la pose del escritor. Estuvo en Israel como corresponsal para cubrir un evento importante de danza. Un viaje del cual escribió para Instagram y en el que cuenta cómo estuvo en Sderot, la ciudad israelí más próxima a la Franja de Gaza, para luego explayarse al respecto de los bombardeos a discreción que ordenó el primer ministro israelí Netanyahu en Gaza. Crónica que publicó justamente en octubre de 2023. Viajó a Buenos Aires para ver a Bruce Springsteen. Se conmovió con Cabrera en el Solís. Su poema favorito era aquel de Pavese que habla sobre la muerte, y cómo esta tendrá tus ojos.
Teloneó junto a La Hermana Menor a Sonic Youth en el Teatro de Verano y a Mark Lanegan en La Trastienda. Conoció a Lyndon, líder de PIL y ex Sex Pistol, aquella noche que estuvo en un bar de Pocitos y todos los artistas de la vuelta se acercaron hasta ahí para poder, por lo menos, cruzar dos palabras, sacarse una foto o beber un trago con el verdadero héroe punk. Hablaba sobre las claves del candombe y los arreglos a lo New Order que quiso mezclar en "En Flicka, en Flicka", presentada en La Cretina. Mencionaba el humor y el gusto por Johnny Cash de su padre en repetidas ocasiones, aunque el propio Tüssi considerara que Zitarrosa había logrado ser más grande que el hombre de negro, quién murió cuando él era tan solo un niño.
La Hermana Menor mantuvo así su ritmo. Algo extenuante, algo vago. Tuvieron un receso a principios de la década de 1990, principalmente por el agotamiento del Tüssi. Pero nunca se disolvieron. En esos interines todos se mantenían en carrera, activos musicalmente, hasta que de repente pintaba la vuelta y tocaban en Bluzz Bar o en un espacio similar. Volvían, pero no entraban en ningún circuito de bandas populares o impopulares, porque simplemente podían pasar mucho tiempo sin tocar. Fueron, pese a la ambigüedad del término, una banda de culto. Lograron un grado de influencia que alcanzó a muchos grupos más chicos autodenominados indies. Nunca perdieron ese público minoritario del que hablaba el Tüssi en varias entrevistas, sino que iban ganando adeptos a pesar de sus intermitentes apariciones en los escenarios, gracias a la globalización e internet. Y, por supuesto, el boca en boca. La mejor promoción que puede existir para un grupo. En principio sí, compartían un espacio de lujo dentro de la escena underground uruguaya. Cuando se dio la aparición de bares como Amarillo o Juntacadáveres, bandas como Buenos Muchachos, La Hermana Menor, Chicos Eléctricos o Cross eran locales en los recintos.
Hermano, te estoy hablando
Se consideraba a sí mismo, además de un heredero de la escuela lírica y visual de Jaime, una persona con más formación literaria que musical. Letras que eran creadas luego de tener cimentada la melodía principal. Eso no quita que su melomanía tuviera cierto protagonismo o influencia en las composiciones, tal como también podía serlo el cine de terror, por el cual mantenía una devoción inusual. Un farol del rock posdictadura, que siempre intentó serpentear los matices y así adoptar una posición única e inherente a su persona. Sin embargo, no quedó tiznado por su carga generacional. Siempre logró salirse por la tangente y generar así un corpus creativo que se sostiene por su genialidad y originalidad.
María José Santacreu, en el obituario publicado en el semanario Brecha, habla con extrema lucidez sobre esa misma generación a la cual de un "plumazo" se les cruzaron las influencias de Viglietti y Los Olimareños, con el descubrimiento de la libertad y la experimentación de The Velvet Underground. También recuerda el genial obituario —que también se puede leer en el libro junto al que escribió de David Bowie y Leonard Cohen, entre otros— tras la muerte del escritor William Burroughs, para la revista Posdata. Esas cualidades disruptivas, se puede pensar, están atávicas a su persona; un tipo que ostentaba una mirada ausente, pero que estaba en un constante estado de alerta, observando el paisaje y su gente, saboreando lo que en principio le enseñó a temblar.
Y así, entonces, sus canciones son un espejo o un reflejo. También son una pintura en movimiento y una declaración, un trazo de experiencias autobiográficas. Una visión elegante y delicada, una voz dulce y frágil de la que poco se habla. Pero también terminan siendo todo, y a la vez una nada que está esperando a ser descubierta. ¿Fue uno de los mejores letristas que tuvo este país? Su capacidad para pintar un cuadro inmenso y hacer una canción fijando el ojo en un detalle era admirable. Se rastrea desde el Ex hasta en Brüma Cabra Clüb, en canciones como "Canas verdes", "Valle Edén" y "Anzuelos", por ejemplo. Son escenas específicas de historias mucho más grandes y de las cuales podría salir una novela, un relato.
Incluso escenas de diálogos como en "Julia dice", de Todos estos cables rojos. La capacidad de desarrollar una escena envuelta en un marco mucho más grande, con infinidad de posibilidades. Es una característica snob la de querer pertenecer a un grupo cerrado, algo que él entendía y mantenía. Decía que quizás él también lo era un poco, porque una acción que lo define es la de estar buscando todo el tiempo un estímulo nuevo, y eso es algo completamente snob. Una de las misiones y parte del legado del Tüssi la conocemos todos: su interés por difundir todo aquello que consumía a diario. No le interesaba guardar el nombre de un artista o de una banda para su goce individual y solitario, sino que lo compartía en sus blogs, columnas y charlas. Compartía todos sus descubrimientos con los otros, con la gente.
Cultivaba la curiosidad en tiempos en los que reinaba lo efímero y lo insustancial. Insistía en la idea de que hasta finales de los años ochenta la música más interesante era anglosajona, pero que, pasado ese periodo, había que indagar en el rock japonés y en el noruego para expandir los horizontes propios. Puede que además de snob fuera un tanto pretenciosa esa declaración, pero esa pretensión, al igual que la envidia y el rencor, se huelen en una persona.
Sale de su casa en la calle Gonzalo Ramírez, en un principio a pie, acompañado de su perro Santino y más tarde en una bici. Su tatuaje de Neubauten, gorra y lentes de sol. En la puerta, esquiva los restos de comida, botellas rotas de "los cada vez más numerosos y tétricos desposeídos del barrio". Aparta algunas remeras y buzos descartados a la carrera por los muchachos para hacerse menos reconocibles luego de cometer un delito. Baja por la calle del hotel, entre Confucio y el busto de Perón. Sigue, contra la ciudad, desde la rambla sur hasta la escollera que, como dice Alicia Migdal, es el fin del mundo. En sus auriculares suena algo de Franco Battiato mientras llega a donde muere, en bajada, la breve calle La Cumparsita. Le toma una foto a un oso tanguero que descansa con los ojos vidriosos mirando al Río de la Plata, sobre el poste de un cartel de "ceda el paso". Se apena por las fuentes secas y las presencias de firmas de vándalos en el monumento a Vicente Muñiz Arroyo, diplomático mexicano, y decide que el mismo será quien los limpie. Mira las luces desgastadas y amarillentas de la rambla. Vigila el puerto. Observa todo.