“Voy a inmortalizar lo que es el amor escapando a tiempos neoliberales”. - Marina Glezer
Es 1968 y un hombre visita por primera vez el Cabo Polonio. Años más tarde, se exilia en Uruguay con su familia. Elige aquel lugar que conoció tiempo atrás para vacacionar con su familia. Los recuerdos en el Cabo Polonio se convierten en una parte fundamental de la infancia de sus dos hijas. Una de ellas crece, se dedica a la actuación y luego incursiona en dramaturgia y dirección cinematográfica.
“Hay algo ahí que es intrínseco, una parte material y espiritual de mi persona está radicada allá”, dice Marina Glezer.
Su largometraje es una carta de amor al balneario que la vio crecer. Pero, ante todo, Glezer busca interpelar. No solo sobre la gentrificación, sino también sobre el rol de la mujer en sociedad, la percepción normativa del amor y el “deber ser”. Lo personal y lo artístico orbitan alrededor de su proceso creativo. Habla de “imágenes disparadoras” y toma influencias de la música, el cine y el arte de manera indiscriminada. Zitarrosa, Martel, Vardá.
“Una parte del todo”, dice para referirse a las tramas que se intersecan en “La ruptura” y el trabajo en equipo durante la producción de una obra cinematográfica. El común denominador en la vida y obra de Glezer es la importancia de lo colectivo sobre lo individual.
Marina Glezer nació en Brasil, pero se nacionalizó como argentina. Como actriz, ganó un Cóndor de Plata, el premio a mejor actriz del festival de Montreal y protagonizó tres videoclips de Ratones Paranoicos. Estudió dramaturgia con referentes como Mauricio Kartun y Agustín Mendilaharzu. Con cinco cortometrajes y una obra de teatro, “La ruptura” es el primer largometraje que dirige. Protagonizada por Catalina Silva Bachino y Alfonso Tort y coproducida por Nadador Cine y Habitación 1520, actualmente está en la etapa final de postproducción y se estrena en 2024.
Percibís el arte como algo multidisciplinario que se retroalimenta desde sus diferentes aristas.
Me parece que no hay en el arte la categoría de qué es lo que te influencia, porque cuando empecé a estudiar dramaturgia teatral para actores el primer ejercicio que recuerdo fue una imagen disparadora para empezar a escribir Salón de belleza. Fue una foto. Una imagen disparadora. Hay algo en ese sentido de que todas las disciplinas artísticas tienen una interseccionalidad que conllevan a un mundo creativo. Sí o sí, en algún punto, hago la analogía de que todo material histórico o formativo tiene la posibilidad de relacionarse con un ámbito de otra disciplina. Incluso lo dice mucho Lucrecia Martel, el sonido es tanto o más importante que lo que uno desarrolla como imagen. Creo que lo importante es eso, cómo la sensorialidad de cada arte en particular o de cada artista en su singularidad te atraviesa. Cómo uno es esponja de aquello que va a leer, escuchar o va a ver.
Siendo un lugar bastante inhóspito para filmar, ¿presentó alguna dificultad?
La ruptura como proyecto es osado. Es un proyecto de ópera prima osada, por esto que vos bien decís. La locación es, si no la conocés con los ojos cerrados y no tenés un equipo de treinta personas a la vera de las direcciones que uno va dirimiendo en el proceso de filmación, es casi imposible. Por supuesto que sabía, desde el día que la escribí, que tenía un reto por delante que era de esos de una travesía. El lugar inhóspito y lo osado del proyecto no radicó tanto en el momento de producir y filmar, sino más en cómo generar la estructura monetaria y financiera para poder llevar a cabo el proyecto entre los dos países y conjugar un equipo.
¿Por qué esta historia y no tal vez otra? ¿Cuál es la importancia de esta historia en particular?
La ruptura nació como una primera imagen disparadora. Muchas cosas nacen de un cuento, de un chiste, de alguien que te va a contar un chismoseo y algo se te ocurre. Venía el nuevo plan de manejo, yo ya había estado en la primera demolición de la Playa Sur, antes de que se privatizara Gavasol. Tiraron todas esas casas y, en 2015, volvió un plan de manejo a lo que es toda la pasarela de la zona rocosa en donde estaba mi casa, la casa de La ruptura. Entonces, había trece casas marcadas que estaban a menos de cien metros del mar que iban a ser demolidas.
Chisme, más situación de “te tiran”, más conocer un actor que admiraba mucho, se me armó esta historia en la cabeza. El ángel exterminador es una película que disparó como primer viaje inicial el relato de La ruptura. Después entre al taller y empecé a trabajar mucho sobre el guion, además de juntarme con Pablo Solarz, director y guionista, y tenía muchas ganas de hacer una película desde que soy muy joven. Me dan ganas de agarrar el mando. Por momentos siento que quien dirige la batuta es quien dirige los destinos de los acontecimientos y fue un disparador para decir, “esta es la historia que voy a contar en el Cabo Polonio, en mi casa, antes de que sea demolida y que la geografía cambie para siempre. Voy a inmortalizar lo que es el amor escapando a tiempos neoliberales”.