Bombas, explosiones, llamas de fuego y torbellinos; estas imágenes extremas y, sobre todo, llamativas, copan el colorido packaging de un nuevo tipo de snack extra picante y con mucho colorante rojo que fue la revolución viral de TikTok hasta hace algunos meses, aunque ahora fue desplazado por el chocolate Dubai —un dulce relleno de una crema de pistacho y unos fideos dulces llamados knafeh.

Por fuera del debate sobre la velocidad con la que aparecen y pasan las modas en redes sociales —o lo efímero de las propias redes— el picante irrumpió en el mercado de los ultraprocesados en Uruguay hace no mucho. Y sigue generando adeptos, por no decir adictos.

Rápidamente los paladares de miles de niños y adolescentes se adaptaron a una sensación de picazón y quemazón, que no es frecuente en la gastronomía uruguaya, no precisamente reconocida por su sazón.

“Son productos con altas cantidades de picante. ¡Picante, como si te comieras 30 ajís o cayenas!”, enfatiza Raquel Villegas, dietista-nutricionista especializada en alimentación materno-infantil e integrante de OMIS, la Organización Multidisciplinar por la Integración Social. 

En diálogo con Montevideo Portal, Villegas, además, admite que la proliferación de estos productos la tienen “bien preocupada”. 

Y lo que preocupa no es solo el ardor, sino todo lo que se esconde detrás: desde el impacto en la salud digestiva hasta el marketing que apunta sin filtros a los más chicos.

Las redes sociales están colmadas de influencers, la mayoría de ellos pagos por las marcas, que prueban este tipo de snacks y reaccionan a ellos. Algunos incluso enseñan recetas un tanto curiosas que los tienen como ingredientes.

Detrás de este boom, no hay un repentino gusto nacional por lo picante, sino una estrategia publicitaria dirigida con precisión quirúrgica. “El público adolescente, principalmente, busca transgredir, busca ese reto. Y el marketing va destinado a captar esa atención”, señala Villegas.

Estómagos que arden

El cuerpo no miente. Y menos el de un niño que no está fisiológicamente preparado para digerir cantidades industriales de picante. “El consumo de picante en dosis altas puede generar problemas digestivos”, advierte la especialista.

Gastritis, inflamación de las mucosas del estómago, reflujo, sensación de quemazón, diarreas, vómitos, náuseas, malestar general; son algunos de los síntomas que pueden aparecer en los menores ante la ingesta de ese shock de calor.

Además, según la especialista, en dosis extremas, incluso pueden aparecer dificultades respiratorias.

Estos síntomas son especialmente visibles en menores que no han consumido en su vida productos picantes.

Los dietistas en Uruguay recomiendan que no haya ningún tipo de alimento picante en la dieta de los niños hasta los 3 o 4 años. Villegas acota que la situación es distinta en países como México, en los que la propia madre le trasmite a través de la placenta cierta adaptación a la ingesta de chiles u otros alimentos típicos, por lo que pueden incorporarlos más tempranamente.

De todas maneras, la sugerencia es “ir con calma”: “Se puede incluir unos toques sutiles de pimienta, muy suave, a partir de los 3 años, si la familia está acostumbrada a ese tipo de consumo”.

Mucho más que picante

Pero el picante es solo la punta del iceberg. Lo que se vende como un desafío también viene cargado de sal, grasas trans y colorantes derivados del petróleo.

“Un paquete puede llegar a cubrir entre el 40% y el 60% del sodio diario recomendado”, explica Villegas. Y eso no es todo: “Estos colorantes están asociados con el déficit de atención, así como aumentos de histamina en ciertos organismos más sensibles que pueden generar brotes alérgicos a nivel cutáneo”.

“A eso se suma el cóctel habitual en este tipo de productos: sabores irresistibles, diseñados con precisión para volver adictivo lo que se consume. Están hechos, total y absolutamente, con estrategias de neuromarketing”, dice Villegas.

Y ese neuromarketing funciona. De hecho, según la Encuesta Mundial de Salud Escolar (EMSE) realizada en Uruguay por el MSP y Unicef en 2022, el 53% de los adolescentes entre 13 y 17 años consume “comida chatarra” al menos tres veces por semana.

En este punto, la experta se detiene a recordar que, pese a los avances tecnológicos y científicos, el cerebro humano “sigue funcionando como el de un homínido que va recolectando por el campo”: “El cerebro nos premia con sensaciones de placer cuando comemos cosas con mucha grasa, con sal, con azúcar. Y la industria lo sabe desde hace mucho más tiempo que los nutricionistas”.

Publicidad que entra por los ojos

Desde la ubicación estratégica en las góndolas, hasta la viralización: todo está dispuesto para que los menores quieran probar los nuevos snacks, que están en todos lados y todos sus amigos comen.

Ante eso, Villegas, que es madre de pequeños, critica: “No estamos eligiendo con libre albedrío. Estamos eligiendo porque la formulación del producto está manipulada para sentir ese placer y necesidad de consumo constante”.

Un estudio de Unicef Uruguay sobre marketing alimentario publicado en 2021 advierte que la publicidad dirigida a niños promociona en su mayoría productos poco saludables.
El informe sugiere limitar la utilización de colores brillantes, personajes animados, promociones y premios, y fomentar políticas más protectoras para la infancia.

En Uruguay la única medida implementada en este sentido se tomó en un decreto que data de 2018 (272/018), y que regula el etiquetado frontal de los alimentos —los famosos octógonos que indican excesos de grasas, grasas saturadas, azúcares y sodio— llevado adelante por el Ministerio de Salud Pública (MSP).

“Es un primer paso muy esperanzador, pero faltan otros”, asegura la nutricionista, que considera que, entre otras cosas, debe haber “una regulación real sobre la publicidad dirigida a niños y adolescentes”.

¿Qué se puede hacer?

Villegas apunta a que todavía “hay margen de acción” por parte de las familias: en las casas, los cumpleaños, las meriendas e, incluso, los paseos al parque. “No necesitamos grandes elaboraciones para las meriendas”, insiste y ejemplifica: “Con una fruta, un puñadito de maní, un pedacito de pan con aceite ya está”.

Otra sugerencia clave es hacer un cambio en los alimentos que se dejan a disposición de los menores en los cumpleaños infantiles.

En este punto, la nutricionista alude a su propia experiencia con sus hijos: “Es 100% posible organizar un cumpleaños con comida saludable”. “Lo que te piden cuando bajan del inflable, todos transpirados de jugar y divertirse, es agua. Si tú pones otras cosas y la ven, eso cuenta como publicidad. Por lo tanto, te van a pedir eso otro”, indica.

La propuesta de fondo de Villegas es repensar, no solo lo que comemos, sino por qué lo comemos. “¿Por qué incluimos en las fiestas bebidas gasificadas? Porque nos vendieron que eso era felicidad”, se pregunta y se responde.

“¿Realmente eso es felicidad? ¿O felicidad es reunirte y celebrar genuinamente el renacer de tu peque?”, interpela.