Vera nació en un momento de la historia donde los escritores aprendieron a decir muchas cosas con las palabras justas para que pareciera que no dijeran nada. Había censura. Sus padres marcharon al exilio en Buenos Aires y ella creció siendo de aquí y de allá.

Puede que ese inicio de vida, itinerante y lleno de luces y sombras, marcara el sendero por el que Vera pudiera transitar para decir todo lo que quería decir, sin más palabras ni concesiones que las requeridas por las historias.

Apareció en la escena literaria con su primer libro, Carne Viva (Eterna cadencia, 2011), un libro de cuentos con la mujer como protagonista. Y este 2017 lanza su segundo libro, Seres queridos (Anagrama), donde el conflicto y el dolor atraviesan las vidas de los personajes.

Vera Giaconi estará en Montevideo en el marco del Filba Internacional 2017. Participará de charlas y talleres en torno al tema central de esta edición "Tiempos violentos", junto a otros escritores como Gabriela Cabezón Cámara, Rafael Courtoisie, Rodolfo Santullo y Sebastián Miguez Conde.


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¿Ves a los personajes de tus relatos como parte de vos, o como construcciones que dejás libres para que el lector las haga suyas?

Hay un poco de las dos cosas. Necesariamente surgen de mis obsesiones, de mis búsquedas, de las preguntas que tengo encima y de revisarme mucho en ciertas situaciones para tratar de entender por qué y cómo llego a ciertas decisiones o tomo determinados caminos. Pero después está el juego, la imaginación y la búsqueda de variaciones. Lo que más me importa a la hora de darle forma a los personajes es que queden en la página libres de juicios, solos con sus acciones y sus sentimientos frente al lector, para que sea el lector el que decida qué hacer con ellos, si quererlos, odiarlos, entenderlos o enojarse.

Tanto en Carne viva como en Seres queridos tocás las relaciones humanas desde un lado bastante oscuro. ¿Te llevás bien con tus personajes?

Me llevo muy bien con los personajes de estos cuentos, porque se puede ver una oscuridad en los vínculos de los que forman parte, pero también hay una gran honestidad frente a los sentimientos, o eso intenté. Cuando se comparte el espacio cotidiano con otras personas, una termina conociéndoles todos los bordes, todos los estados de ánimo, sus altos y sus bajos, y eso despierta sensaciones que no siempre son limpias o generosas, sino todo lo contrario, porque se genera también una lucha en esa convivencia: una lucha por el espacio, por la intimidad, y por la libertad. Y no suelen ser asuntos de los que se hable, sino que más bien se esconden y alimentan nuestras zonas oscuras. Pero también hay ternura en esos enojos, en esas disputas y desencuentros, porque en el fondo estamos tratando de vivir adentro de una burbuja de piel muy delicada, sin romperla.

Relacionado con la pregunta anterior, dirías que tus cuentos sacan al lector de su "zona de confort", e incluso los deja en una posición de incomodidad. ¿Lo sentís así?

Sé que para mí no fue fácil pensar esas historias y habitar esos sentimientos que era necesario habitar para escribirlas, que no fue cómodo, especialmente a la hora de releer para corregir. Siempre estaba la tentación de suavizar un poco ciertas respuestas o situaciones. Me alegra no haberlo hecho, porque la incomodidad también es un camino para revisar más profundamente las cosas. Nadie cuestionaría un sillón grande y mullido, pero a una silla de tres patas sin respaldo seguro vamos a mirarla veinte veces hasta descubrir por qué nos molesta y qué podríamos hacer para cambiarla.

¿Tenés un público imaginario al que le escribís?

Mientras escribo siempre tengo presente a una criatura muy inteligente y activa en la que puedo confiar para correr ciertos riesgos y para hacer ciertos silencios.

Escritora y correctora... ¿Tenés un toc con releerte y autocorregirte? ¿Cuándo decidís que la historia ya está como querés que la lean?

Aunque sí corrijo y releo mucho los cuentos, también trato de soltarlos a tiempo. El exceso de corrección puede matar la frescura de una frase, su capacidad para mostrar o su intensidad. La voz de un narrador a veces depende de saber cuidar el primer impulso. Y para decidir si una historia ya está lista, en los que más confío en realidad es en dos o tres personas muy cercanas que me leen y que, eventualmente, dicen "listo, acá está el cuento, basta".

El cuento tiene una característica, a diferencia de la novela, que a mí me fascina: te saca de ambiente en un lapso breve. Dice mucho en pocas palabras. ¿Qué te gusta leer? ¿Por qué elegís el cuento como forma de expresión?

Como lectora soy desordenada y caprichosa. Tengo preferencias. Autores indispensables a los que siempre estoy volviendo. Pero puedo pasar de un clásico a lo último de Stephen King (que es otra forma de lo clásico), y de una saga de fantasía a los cuentos de Fogwill en la misma semana.

El cuento como género es muy poderoso. Si se logra establecer una relación genuina con el lector, si se convierte en una experiencia, el cuento queda, produce un efecto de lectura muy diferente al de la novela. Porque la experiencia es breve pero mucho más intensa. Y esa brevedad hace que también sea frágil, porque la relación con el lector debe renovarse en cada línea; la tensión y el interés, la belleza y la acción deben estar siempre vivos.

Sé que asististe a un taller de Mario Levrero. Él empezó haciendo talleres literarios a partir de la palabra, pero después se dio cuenta de que la escritura sobre el material onírico, por ejemplo, tenía una riqueza superior. ¿Cómo construís tus relatos para entrar en ese universo que te permita apartarte del yo y dejar volar la imaginación?

Algo que aprendí de leer diferentes entrevistas a Mario Levrero y que me dio una clave para ir encontrando mi propio método de trabajo es la idea de separar el momento de la escritura del de la corrección. Y de que el momento de la escritura no sea un ejercicio de control sobre la frase sino de liberar la mano y la mente para crear el esqueleto de una historia, porque esa es la forma de llegar a ciertas zonas y a ciertas ideas sobre las que no tenemos un control moral, donde no circulan tan libremente la culpa ni la mirada de los otros y creo que así se llega a emociones más honestas, que es con lo que me interesa poblar mis cuentos. Para eso trabajo las primeras versiones a mano, en un cuaderno. La computadora casi no me permitiría salir de una oración, porque en la pantalla se puede editar eternamente.

¿La literatura es una enfermedad o una cura?

Para mí es un impulso, una manera de estar en el mundo, una necesidad. Cuando escribo, es una forma de felicidad también, como ese momento de una fiesta en el que ya bailás sin que te importe cómo ni quién te está mirando, sola en el medio de la pista, con los ojos cerrados y siguiendo la música.


Montevideo Portal | Lorena Zeballos
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