El martes 20 de febrero de 2024, Gonzalo Curbelo Dematteis, el Tüssi, era feliz. Su disco solista, acuñado con esmero durante la pandemia, estaba listo para salir a las calles y sonaba justo como debía. Era la bofetada definitiva para algunos sordos musicales que —como el autor de estas líneas— le dijimos más de una vez que era una pena que las letras de sus temas, algunas en verdad sublimes, deslucieran a causa de un estilo de cantar deliberadamente mate.

Esa noche se juntó en un bar con un amigo de toda la vida, también músico. Se despidieron tarde y cada uno se marchó a su casa. Durante el miércoles 21, el Tüssi —que vivía solo— no respondió a los mensajes de WhatsApp de sus allegados. En la madrugada del jueves, sus familiares, preocupados, se acercaron hasta su casa y allí descubrieron que había fallecido.

En cuestión de minutos la noticia corrió de boca en boca entre sus amistades y conocidos, generando una espiral de incredulidad y dolor. Era un adiós para el que nadie estaba listo.

Mentiría si dijera que fui amigo de Gonzalo. Lo conocí bastante, es cierto, teníamos una red de amistades en común y conversamos a menudo en boliches, en las previas de recitales, y luego también en redes sociales.

Por esa condición de mero conocido, en el momento de su muerte no quise —ni fui capaz de— escribir al respecto. En parte porque el impacto de su repentina partida fue muy fuerte, y también porque no me consideraba con derecho. Esa despedida tocaba a quienes lo habían conocido más de cerca, y que sin duda deseaban y hasta necesitaban ese ejercicio de desahogo.

Ahora, escribo estas líneas quizá con mayor pesar del que sentí hace un año, porque al revisitar la obra de Gonzalo —tanto la musical como la escrita— constato que su lugar en el panteón de la cultura uruguaya debió ser mayor.

Cierto es que deja en las bateas del rock nacional un puñado de canciones notables y un disco póstumo maravilloso.

También es verdad que su estilo nunca se acopló a las modas y que le importaba un carajo el éxito masivo. Aun así, entiendo que mereció mayor notoriedad como músico y compositor. Eso ocurriría, sin dudas, si el éxito de las personas fuera siempre proporcional a su talento, algo sobre lo que no existen garantías.

Sin embargo, es en el panorama literario donde el Tüssi deja un mayor vacío, porque su escritura, dispersa y representada en esos blogs en los que se prodigó de manera febril en la primera década del siglo, es una demostración del gran escritor que pudo haber sido y se olvidó de ser, más allá de su único libro publicado.

En ese terreno, lo suyo fue —parafraseando a Bioy Casares, uno de sus ídolos— una magia modesta, alejada de las superventas y disfrutada por un puñado de fieles seguidores.

Por ello, ante la imposibilidad de tenerlo de nuevo o hacer algo por su obra, en este homenaje personal y arbitrario quiero recordar al Tüssi menos conocido. A ese que amaba a los perros enormes y que aseguraba —y ratificaba con hechos— que nunca sería dueño de un can que no fuera capaz de devorarlo.

Al Tüssi que se mudó de Facebook a Instagram para —decía— controlar un poco su grafomanía y reservar su pluma para proyectos que le fueran redituables y que, pese a ello, en la nueva red social siguió escribiendo como antes.

Al experto en temas tan diversos como las novelas de Paul Bowles o las campañas aéreas de la Segunda Guerra Mundial. Al que podía aceptar que le criticaran a cualquiera de sus escritores favoritos, menos a Jorge Luis Borges. “Si te metés con él, cobrás”, decía. Al mismo que compartía con Borges el hecho de no haberse graduado en la universidad, y a la vez estar más que capacitado para dar clases a más de un docente.

Al que durante la pandemia se dedicó a compartir en redes cada día un videoclip de Franco Battiato, “porque está bien”, cada uno acompañado de un comentario revelador sobre la obra de il nasone, y a veces también una clase gratis de italiano.

Si algún día —como escribiera su también amado Fernando Pessoa— alguien escribe la historia de lo que pudo haber sido, ese día podremos glosar y disfrutar esos libros que Gonzalo nos quedó debiendo.