Una vez, Federico Marinari tuvo una idea. No sabe si apareció de pronto, como una epifanía, o se fue construyendo hasta que ‘ta, es esto’. Pongamos que la cosa empezó a amasarse de gurí, cuando, a finales de la dictadura, acompañaba al viejo Marinari a los ensayos de La Reina de La Teja y Falta y Resto, o a las peñas donde alternaban Larbanois & Carrero y Canciones para no dormir la siesta. Ahí estaba la bohemia de entonces y la militancia, las canciones de protesta y la vanguardia del canto popular, a medio camino entre la murga y el folklore latinoamericano.

Eso, justo es decirlo, le gustaba, pero lo que lo despeinaba de verdad era la electricidad. Ese mestizaje de lo telúrico con la instrumentación heredada del jazz, del rock, del pop. Eso que hacía (eso que hace) Jaime Roos, por poner un ejemplo. Eso que hacía Carlos Vidal a fines de los 80, que a Federico le volaba la peluca.

Federico Marinari tuvo la suerte (por ahí se la buscó, no queda claro), de trabajar siempre vinculado a la música. Entró de mandadero en el viejo Palacio de la Música, vendió instrumentos y discos compactos, y se fue metiendo en la producción artística y ejecutiva. Pero además siguió cantando.

Hace unos cuantos años, ya como director de Montevideo Music Group, acuñó el término Música Popular Uruguaya (MPU), para referirse a una movida de cantautores más o menos urbanos, más o menos murgueros, que apadrinaba el sello. Ahí encajaron, entre otros, Tabaré Cardozo, Pinocho Routín, Alejandro Balbis y Pitufo Lombardo, y una camada más nueva con El Alemán y Damián Salina como punta de lanza.

Lo que en ese momento era considerado por muchos una maniobra entre chanta y oportunista (quien esto escribe, también es justo decirlo, suscribió a dos manos), demostró, con el paso del tiempo, ser un acierto. Es que un día Federico Marinari tuvo una idea, y fue jugándole fichas hasta conseguir que diera resultados.

El 1º de abril se realizará un nuevo festival de la MPU, el quinto en la vida de la corriente y el primero en seis años, en el que los artistas del sello exhibirán sus canciones y mostrarán qué tan cierto es esto de una generación de cancionistas que tienen en común, como le gusta a Marinari, el barniz pop, la sensibilidad murguera y la polenta del amplificador.

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¿Cómo fue que arrancaste en la música?

Tengo 46 años, y hace 21 empecé a salir en Carnaval. Antes cantaba en coros populares, y cosas así. Yo laburé en el Palacio de la Música. Era vendedor, después subencargado de sucursal, después vendía los discos compactos cuando aparecieron, en la sucursal del Centro... Estuve años ahí adentro. Entré de cadete, de pibe. Hacía los mandados. Empecé por las vacaciones del liceo, y me entusiasmé. Pasé, a los tres meses, a auxiliar de depósito, y me quise quedar.

Siempre estuve vinculado. Previo a la apertura democrática, mi viejo me llevaba a las peñas. Jorge Reyes, Larbanois & Carrero, Rumbo, Canciones para no dormir la siesta... Artistas que suplieron a los que no podían cantar. Yo cantaba, y me imaginaba salir en una murga. Iba a los ensayos de Falta & Resto y La Reina de La Teja... Nunca me imaginé que iba a terminar cantando canciones que escuchaba cuando niño. Mi canción favorita era "Adiós, juventud", del 84. A mí lo que me gustaba, cuando pibe, era la fusión, la mezcla. Cuando surge Contaviento, que a mí me encantaba, Gustavo Fernández, el vocalista, salía en La Reina de La Teja, era primo. Y enchufaban. Y claro, los que venían de murga generaban esa cuestión interna, y esa incidencia se notaba. Benjamín Medina, Walter Venencio, Canciones para no dormir la siesta, todos esos tipos tuvieron que ver, todo eso enchufado a mí me encantaba. Cuando escuchaba que metían un bajo eléctrico me volaba la cabeza. Me parecía que había una veta que no estaba muy explorada. Hubo atisbos, cosas que hicieron Jaime [Roos], [Ruben] Rada... ¡el impulsor es Jaime! Sin querer iban mezclando. Pippo Spera me gustaba mucho. No era murga, pero era música popular enchufada. Y pasaron muchos años, y todo lo que podía rescatar me lo escuchaba. Carlos Vidal, que vino años después... el loco editó un disco, Son nuestros hijos, ¡increíble! Un poeta, un crá, que es lo que falta ahora. No hay demasiados poetas. Y eso es un plus. Como dice [Guillermo] Lamolle, con ironía: "lo que importa es la música". Es lo primero que la gente se detiene a escuchar, y después procesa el texto. Si es contundente se instala en la cabeza. Y me gustaba tanto eso que, cuando empecé a trabajar en la producción, en el 97, en Remix, me ocupé de los primeros discos de música nacional que sacó el sello. Después pasé a Obligado y luego a Montevideo Music Group.


¿Y qué buscabas en los artistas en ese entonces?

A mí, lo que me gustaba era la mezcla. Cuando tengo la oportunidad, y empiezo a cotejar cosas, me acuerdo que mi ex mujer me muestra una grabación, un cassetitto que tenía, de un guacho que andaba bien. El tipo cantando con una guitarrita. ¡Y me encantó! Me imaginé todo, porque la esencia estaba ahí. Era Tabaré Cardozo. Y ahí empezamos a laburar. Yo quería hacer un disco compendio, que tuviera diferentes muestras de la idea. Con Pinocho Routin, el primero, Pitufo Lombardo, el Zurdo Bessio, Diego Berardi, Pablo Pereiro, que era director de A Contramano, y Tabaré. Los llamé a todos, y no me dieron bola. Solo Tabaré. Así que arrancamos a maquetear cosas. Grabó una madrugada, y todas las canciones estaban buenas. Todas buenas. Incluso temas que después nunca salieron.


¿Por qué no te dieron bola? ¿Era muy loco en ese momento?

Y sí. Con los murguistas pasaba que no mostraban las canciones. Todo el mundo tiene canciones, pero en ese entonces, el murguista no se consideraba, a sí mismo, como un artista. En las reuniones de sobremesa arrancaban cantando una de Fulano, de Mengano, y allá a las tres de la mañana, tocaban una... "uh, qué lindo, ¿de quién es?", "Mío". Pero con timidez. Era todo así. Y entré a ver que esas canciones tenían gancho, porque el murguista tiene la suerte de cantar en el Solís, el Luna Park, Las Tierritas y el Lavalleja. ¿Por qué suerte? Porque vos palpás distintos tipos de público, lo que quiere la gente. Sentís la necesidad de la gente. Es como cuando el político sale en campaña. Va al almuerzo de ADM y a los barrios. Acá es igual. Ves la cara de la gente, qué siente. A veces te quedan mirando y no te aplauden, y no es que no entiendan nada, es que vos no te sabés hacer entender. Tenés que buscar la vuelta entre lo que querés expresar y lo que la gente pretende. Si a nadie le importa lo que querés expresar te podés hacer un disco para dejar en la mesita de luz de tu cuarto. Y además está el hecho de que la murga te hace un merengue, una salsa, todo enganchado, con swing. Vos decís "este tipo, ¿Cómo pasó de un tema de Reflexus a uno de Azúcar Moreno?". Y sí, pasó. Eso se ve reflejado en su repertorio. Estos tipos, de extracción murguera, con sus bandas y sus canciones, hacen de todo. Y no lo hacen a propósito. No dicen: "voy a poner una cumbia, una salsa, un candombe". Sale así. Como sale en la madrugada. Es genuino. Es una suerte, una diferencia y un beneficio, una ventaja, respecto del músico que solo habita en el teatro. No desmerezco al otro, pero el murguista tuvo la suerte de recorrer ese camino. A mí, con Falta y Resto, me ha tocado cantar en los lugares más inverosímiles. Los más lindos, los más raros, con poco o mucho público. Me parece, también, que el murguista tiene el poder de visualizar la canción, que es lo que está faltando en el país desde hace unos cuantos años.

 

¿Por qué?

Hoy salen discos buenos y salen discos malos. Discos que, por más que los des vuelta y busques, no caen las canciones. Suenan bien, pero en un país tan chiquito tenés que apostar a una franja de público amplia. Muchos te contestan "hago la música que me gusta". Bueno, hacela, pero contemplá una franja de público amplia. Porque si vas a tocar, querés que te vayan a ver. Y si no va nadie, te defenestra emocionalmente. Están faltando discos con canciones. No es que diga que hay que hacer canciones para las radios, pero hay que tenerlas en cuenta. Si no, pasa lo que está pasando ahora. En los medios, en un momento hubo una moda de lo nacional, hace 15 años, más o menos. Ahora no. Otra vez estamos como antes de eso. Tiene un poco de culpa la globalización, porque la oferta es inmensa y hay que remar para estar ahí. Pero la vista se quitó de lo local, y el artista nacional se utiliza como para llenar algún espacio. No quiero ser injusto.

 

¿Los discos suenan bien pero no tienen las canciones como para entreverarse en la programación de los medios?

Eso es otra cosa. Pero si los medios no les dan bola, menos pelota les van a dar si no hay canciones. Entonces, un poco la justificación está por ahí. Esto es un problema que nos atañe a los uruguayos desde hace muchos años. El hacer canciones. Antes Los Olimareños sacaban un disco con tres, cuatro goles. Me vengo para acá en el tiempo y Jaime Roos siempre ha tenido un gol. Está tranqui porque está tranqui, pero puede tocar cuando quiere, porque repertorio no le falta. Ahora, si vos sacás un disco sin un gol, ya la gente te objeta. La gente tiene un abanico amplísimo de posibilidades. Y los medios también. ¡Qué te van a pasar si no tenés canciones! Siento que eso pasa mucho. Por eso me apoyo en esto de la MPU: siento que toda esta gente tiene, además de mucho para decir, canciones. Hay un contenido que está bueno, y además tienen canciones. Ahora editamos un disco, Lo mejor de MPU, donde hacemos un racconto de temas de todos estos tipos en los últimos diez años. Y hay goles. Si no se pasan, es por necedad. Creo yo.


Y buscaste un rótulo, un sello para enmarcar a toda esa corriente...


Yo tomé los del MPU. A fines de los 70 se utilizaba. Incluso hubo alguna edición en disco. Los brasileros lo usan mucho, y ellos lo saben capitalizar. Fue un poco por ambas cosas. Yo buscaba un rótulo, y ese estaba ahí.


¿Cuál es el negocio, hoy por hoy, para las discográficas?

La crisis del disco es real. Las ventas, en el último año y medio, habían bajado casi un 60%, y en el verano, como todo, se planchó. La realidad del bolsillo de la gente se ve ahora, después de que compran las cosas para las clases. La baja es cierta, y grande. Yo sigo creyendo en el disco, porque es un elemento necesario. El músico lo sigue queriendo, más allá de estar en todas las plataformas. El disco, en formato físico, es necesario. Es la manera de hace reaccionar a alguien, en medio de la marea de cosas. Es decir "acá estoy". Si no, la nube virtual nos adormece. Creo que tiene que seguir funcionando. De hecho, hay intentos de discos de pasta, hay que ver cómo hacerlo convivir con el resto.

 

¿Y por dónde pasa entonces el desafío de la industria?

Es una cuestión global. En el exterior le llaman 360. Acá nos resistimos un poco a eso, y tratamos de sujetarnos a algunas cosas. En el exterior, si no firmás el 360, que es todo, no les interesa. Todo. Si tocás en el Polo, los tipos van ahí. Yo no me atrevo a juzgar a nadie, porque hay que ver por dónde rueda la pelota. Pero música va a seguir sonando, cada vez más. En cualquier negocio necesitás música. Desde la música funcional a Youtube. Y los artistas cada vez reclaman más el trabajo de las productoras, porque se dan cuenta de que no pueden hacerlo todo. Es imposible. Varios artistas trataron de hacerlo, y no pudieron. La mira de los locos está en otro lado, no pueden prestar atención en querer hacer todo. El tema es que los costos de producción, quizás, deban variar. Antes los sostenías con el formato físico. Ahora no.


¿Notás que hay un apoyo de las instituciones del Estado, como el Ministerio de Educación o el área de cultura de las intendencias, que por ahí deberían dar una mano a la creación cultural?

Hay algunas entidades. Generalmente apoyan al artista. Hay como un prejuicio con las compañías, que creen que son monstruos. Yo soy una compañía y no siento que sea así. Hay que encontrar el equilibrio. Si una parte abusa, ya sea la compañía o el artista, la cosa no va a funcionar. Hay que saber ubicarse en el rol que te toca jugar, no pedir más de lo que sabés que no te pueden dar. Es difícil ese juego. Hay apoyos al artista. Las discográficas, ahora, están dando vueltas carnero para sostenerse. En Argentina cerraron un montón de sellos independientes, y a las multinacionales no les importa invertir un poco más y especular. Pero tiene que existir una cercanía entre el artista y el tipo que lo está editando. Una especie de sentimiento, de compromiso emocional, porque si no, no funcan las cosas. No son chorizos. Y ahora la producción está compleja, porque hay que cuidar el mango a morir. Es muy fácil fundirte. Y si un grupo funciona en el exterior, hay que tratar de potenciarlo, aún más. Sobre todo en el medio local, que a veces es hostil con aquellos a los que les va bien afuera.

Planes hay. Creo que el Gobierno, en los últimos doce años, ha aumentado su presencia en determinados actores del medio artístico. Y eso se debe, un poco, al viraje que hay en lo cultural. Se le dio cierta importancia. Quizá no toda la que uno pretendiese, pero hubo una atención, una preocupación por la cultura, por las artes. Si nos ponemos a discutir y a hilar fino vamos a encontrar miles de puntos en contra.


¿Qué número de festival es el del 1º de abril?

2008 a 2011, es la quinta vez, pero hace seis años que no lo hacemos. No queríamos hacerlo porque demanda mucha energía, y el punto de inflexión es alto. Son casi 3.000 entradas para cubrir los costos. Es muy complejo. No lo hacemos por una cuestión de dinero, evidentemente. Pasaba que todos los artistas habían crecido bastante, y tenían su propio evento en el año. Era complicado insertarlos. Ahora lo hicimos pegado a Carnaval, vamos a ver si anda. Igual todos los que van a cantar en el MPU van a tener su recital durante el año.

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MPU- Música Popular Uruguaya - Corriente de canciones urbanas.
1º de abril en el Teatro de Verano
Alejandro Balbis, Edú "Pitufo" Lombardo, Emiliano y el Zurdo, El Alemán, Pablo "Pinocho" Routin, Jorge Nasser, Los Mareados, 4 en Línea y Damián Salina.
Entradas a la venta en todos los locales de la Red Abitab.