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Salud

Por The New York Times

Por qué a veces es bueno que los niños se porten mal

Cuanto más seguros se sientan los niños, más podrán mostrar su verdadero yo, dicen los expertos.

01.01.2022 09:53

Lectura: 8'

2022-01-01T09:53:00-03:00
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Por The New York Times | Melinda Wenner Moyer

Hubo un momento en el feriado por el Día de Acción de Gracias en el que mi hija de 7 años asumió una actitud mandona y le dijo a su abuelo de 76 años, a quien ve poco: “Deja de tomar fotos y suelta la cámara”, y hubiera querido esconderme debajo de la mesa el resto de la velada. Me pregunté qué tipo de niña estaba criando. Yo jamás me hubiera atrevido a hablarle así a mi abuelo. ¿Estoy fallando como madre si mi hijo o hija a veces es grosero o incluso desafiante?

Todos conocemos a amigos o parientes que sin chistar responderían que sí. Siempre dicen que en su generación los niños sabían qué lugar les correspondía y respetaban a sus mayores. Desde luego que intento enseñarles a mis hijos sobre el respeto y hablamos hasta el cansancio de las reglas de urbanidad y decir “gracias” y “por favor”. Pero la relación que muchos padres tienen hoy con sus hijos se siente muy diferente a las relaciones entre padres e hijos de hace décadas.

Se ha vertido mucha tinta sobre el cambio en años recientes a una crianza más intensiva y centrada en los niños, y una consecuencia es que ahora muchos padres son menos propensos a ladrar órdenes y castigar a sus hijos. Es más probable que sean empáticos y dialoguen. Gracias a esto, muchos niños de hoy se sienten más cómodos con los adultos y están más dispuestos a retarlos y contestarles cuando sienten el impulso de hacerlo.

Aunque este brío a veces causa mala impresión, los psicólogos infantiles dicen que el cambio es bueno. Es un reflejo de cuán seguros y amados se sienten los niños y de cuánta confianza tienen en sus padres.

“Esto se puede manifestar en una actitud más asertiva y contestataria de los niños, quizá sean más pendencieros, y creo que el reto es no interpretar eso como algo malo, sino como un proceso importante y necesario”, explica Emily Loeb, psicóloga de la Universidad de Virginia que estudia cómo la crianza influye en el desarrollo de los niños. Cuando los niños se sienten seguros y queridos, son más capaces de “encontrar su voz y descubrir el mundo por sí mismos”, añadió.

Velo de esta manera: cuando los niños son respetuosos, complacientes y obedientes con los adultos, con frecuencia es porque les tienen miedo a esos adultos. No es una coincidencia que la gente que presume lo bien portados que son sus hijos muchas veces es la misma que dice cosas como: “Más vale una nalgada a tiempo que un delincuente en la cárcel”.

Pero los niños no florecen cuando tienen miedo de sus cuidadores. La crianza autoritaria y basada en el miedo —esa en la que los padres son extremadamente estrictos, castigan con dureza a sus hijos por ser desafiantes y dicen cosas como: “¡Porque yo lo digo!”— está relacionada con infinidad de resultados negativos en los niños. Los hijos de padres autoritarios corren un mayor riesgo de sufrir ansiedad y depresión, presentan un comportamiento más disruptivo; además, tienen más probabilidades que otros niños de tener una baja autoestima, según han encontrado varios estudios.

“La ciencia dice que, con el tiempo, temerles a tus padres te hace ser menos seguro de ti mismo y ser una persona que necesita más validación externa”, comentó Rebecca Schrag Hershberg, psicóloga clínica radicada en Nueva York, que se especializa en el desarrollo socioemocional y la salud mental de la primera infancia.

Los padres estrictos a veces usan ciertas tácticas que son muy dañinas. Una es la consideración positiva condicional: cuando los padres muestran más amor o afecto por sus hijos cuando se y menos cuando se portan mal. Un estudio descubrió que los adolescentes cuyos padres utilizaban la consideración positiva condicional decían sentirse más resentidos hacia sus padres y estaban menos comprometidos con los estudios y regulaban menos sus emociones en comparación con los adolescentes cuyos padres les apoyaban de manera incondicional.

Otro enfoque que los padres autoritarios utilizan a veces es el control psicológico, que ocurre cuando los padres juegan con la consciencia de identidad de los niños y su valor intrínseco para conseguir el comportamiento que desean. Se trata de “un tipo de control en el que se pide al niño que piense lo mismo que tú o que sienta lo mismo que tú”, explica Loeb. Un padre que utiliza el control psicológico dice cosas como: “No has hecho la cama, eres una niña muy mala” o “Si me quisieras de verdad, te irías a dormir”.

Uno de los estudios más recientes de Loeb, que observó a hijos de 13 a 32 años, descubrió que los niños cuyos padres eran psicológicamente controladores tenían menos éxito en el ámbito académico y eran menos queridos por sus compañeros en la adolescencia, en comparación con los niños cuyos padres no eran psicológicamente controladores. En la edad adulta, también era menos probable que mantuvieran relaciones sentimentales sanas. Otras investigaciones han relacionado el control psicológico parental con un comportamiento antisocial y ansiedad en niños.

Los padres que usan el control psicológico por lo general tienen buenas intenciones —piensan que controlar a sus hijos los hará más exitosos— pero “el resultado es al revés”, dijo Loeb. “Les cuesta trabajo pensar por sí mismos una vez que están fuera del control del hogar”.

Y eso es lo que muchos padres quieren: que sus hijos crezcan y sean pensadores independientes y que en ocasiones cuestionen a la autoridad y piensen de una manera original. A fin de cuentas, lo que las investigaciones sugieren es que la educación dura y estricta no siembra las semillas para un desarrollo sano, sino todo lo contrario. A corto plazo, claro, sí, los niños serán bien portados. A largo plazo, los niños sufren.

“De verdad queremos que nuestros hijos se conozcan a sí mismos y confíen en sí mismos y crean en sí mismos, y todo eso se sacrifica si los padres son los que dominan todo”, expresó Hershberg. Hay que tratar a los niños con respeto y hacerles sentir que sus opiniones y creencias tienen valor.

Esto no quiere decir que los niños no necesiten reglas, límites o consecuencias, claro que las necesitan. La que se conoce como crianza “permisiva” también puede presentar problemas y se ha relacionado con egocentrismo y deficiencias en el control de impulsos en los niños. Loeb distinguió entre el control psicológico inútil y el “control conductual” útil, es decir, cuando los padres establecen límites y expectativas, como que los niños tengan una determinada hora de acostarse, que tengan que limpiar su habitación cada mañana o que solo se les permita pasar una determinada cantidad de tiempo frente a la pantalla cada día. Los límites y las reglas son cruciales para un desarrollo saludable, dice. Pero los padres no necesitan manipular el sentido de identidad de sus hijos ni castigarlos con dureza para mantenerlos.

En efecto, las investigaciones muestran de manera abrumadora que los padres deben buscar un punto intermedio, encontrar la dorada medianía que se conoce como crianza con autoridad (que no crianza “autoritaria”). Estos padres tienen grandes expectativas para sus hijos y establecen límites estrictos, pero también son cariñosos y respetuosos con sus hijos y a veces están dispuestos a negociar. Las investigaciones demuestran que los hijos de padres con autoridad se desempeñan mejor en la escuela que sus compañeros, son más honestos con sus padres y también más amables y compasivos.

Sin embargo, hay que tener en cuenta aspectos culturales complejos. La asertividad se interpreta de forma mucho más negativa, por ejemplo, cuando proviene de un niño negro que de un niño blanco, afirma Dana E. Crawford, psicóloga pediátrica y clínica residente en el Instituto Zuckerman de la Universidad de Columbia. Las investigaciones muestran que los niños negros y latinos tienen más probabilidades de ser disciplinados en la escuela que los niños blancos. Por ello, explicó Crawford, los padres de niños no blancos quizá crean que deben ser más punitivos para proteger a sus hijos de los efectos secundarios del racismo, como la expulsión o la violencia policial. También pudieran sentir que necesitan ser más severos para hacer más duros a sus hijos.

Hay un equilibrio difícil de lograr entre “enseñar con dulzura y empatía, pero también crear resiliencia y fortaleza”, afirmó Crawford. Sin embargo, agregó, entre los padres negros existe ahora un movimiento hacia una crianza más amable.

Los niños que se sienten cómodos desafiando a sus padres o abuelos sobre las reglas y expectativas, que a veces dicen cosas atrevidas o groseras, son, en esencia, niños que saben que son amados y aceptados por lo que son.

¿Desearía que mi hija hubiera sido más respetuosa al pedirle a su abuelo que dejara la cámara? Por supuesto. Pero también estoy orgullosa de que sea lo suficientemente valiente como para defenderse a sí misma y de que sepa que tiene voz dentro de nuestra familia.

Melinda Wenner Moyer es reportera de ciencias y autora de “How To Raise Kids Who Aren't Assholes”.