Por The New York Times | David A. Fahrenthold and Farnaz Fassihi

En las Naciones Unidas, dos funcionarios tenían un problema. La agencia poco conocida que dirigían tenía un excedente de 61 millones de dólares y no sabían qué hacer con él.

Luego, conocieron a un hombre en una fiesta.

Ahora tienen 25 millones de dólares menos.

En el ínterin, hubo una serie desconcertante de decisiones financieras de diplomáticos expertos que le confiaron decenas de millones de dólares, la totalidad de la cartera de inversiones de la agencia en aquel entonces, a un empresario británico tras conocerlo en la fiesta. También le dieron a la hija del hombre 3 millones de dólares para producir una canción pop, un videojuego y un sitio web para crear conciencia sobre las amenazas ambientales que enfrentan los océanos del mundo.

La situación no terminó nada bien.

Aunque los auditores de las Naciones Unidas afirmaron que los negocios del empresario habían incumplido el pago de préstamos de más de 22 millones de dólares —dinero que supuestamente se destinaría a ayudar a países en desarrollo— la agencia, la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos, declaró en un comunicado el mes pasado que “los fondos están en riesgo, pero hasta la fecha no se ha perdido ni un centavo”. La agencia agregó que haría uso de “todos los recursos jurídicos disponibles para proteger sus operaciones y activos, incluyendo la recuperación de los pagos que se le deben”.

La historia detrás de estas inversiones descabelladas era, en ocasiones, surrealista. Hubo una intervención del hombre de origen italiano que presentó a Donald Trump con una modelo llamada Melania Knauss, la futura primera dama. Hubo un concierto en la sala casi vacía de la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde una diplomática noruega y una banda de acompañamiento cantaron suavemente una canción sobre océanos: “Just a drop of rain / That’s all I am” (Solo una gota de lluvia / Eso es todo lo que soy).

Sin embargo, diplomáticos y exfuncionarios de las Naciones Unidas dicen que esta historia también demuestra lo que los críticos describen como un problema grave dentro de la organización: una cultura de impunidad entres los altos dirigentes, que manejan enormes presupuestos con poca supervisión externa.

“¿Cómo se dice cuando te crees Dios?”, preguntó Jonas Svensson, quien hace poco se retiró de la Oficina de Servicios para Proyectos. Svensson declaró que sus jefes actuaban con una combinación rara de muy poca preparación y demasiada tolerancia al riesgo, además del poder para llevar las malas ideas a las últimas consecuencias.

“La ambición y la estupidez los llevaron a estrellarse directo contra un muro”, describió Svensson.

La semana pasada, un portavoz de la ONU, Stéphane Dujarric, declaró que la institución había finalizado una investigación interna sobre las transacciones en cuestión, pero se rehusó a revelar los hallazgos. Comentó que el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, tomaría “las medidas adecuadas con respecto a los hallazgos del informe de investigación una vez que este sea revisado y analizado.

La más alta funcionaria de la Oficina de Servicios para Proyectos, Grete Faremo, de Noruega, sigue en su puesto, con planes para jubilarse en septiembre. Al segundo funcionario de mayor rango en la agencia, Vitaly Vanshelboim, de Ucrania, se le impuso una licencia administrativa debido a la investigación.

En un comunicado, Faremo declaró: “Quiero llegar al fondo de lo sucedido y ya están en marcha procesos rigurosos de investigación. Hasta ahora, sabemos esto con certeza: se cometieron errores”. Vanshelboim se rehusó a ofrecer comentarios.

Un bufete jurídico de Londres que representa al empresario británico David Kendrick, y a su hija, Daisy Kendrick, publicó declaraciones en las que afirma que ninguno de los dos cometió un acto indebido. El despacho indicó que las empresas de David Kendrick habían enfrentado obstáculos derivados de la pandemia y de las decisiones de gobiernos extranjeros.

“Nuestros clientes creen firmemente en los proyectos que dirigen y en su habilidad para llevarlos a cabo, y lamentan el hecho de que, por causas ajenas a su voluntad, se han convertido en el blanco de una campaña que pretende dañar su reputación”, escribió el despacho de abogados Carter-Ruck.

El caso ha estado en boca de todos en las Naciones Unidas tras una serie de publicaciones de blog de Mukesh Kapila, un exfuncionario de la organización que es muy conocido por los diplomáticos. The New York Times reconstruyó la historia de los millones perdidos a partir de documentos de los auditores de la ONU, registros comerciales y entrevistas con decenas de personas en ocho países.

Una fiesta en Nueva York

La fiesta en la que comenzó todo tuvo lugar en 2015 en el departamento repleto de antigüedades de 464 metros cuadrados en Nueva York de Gloria Starr Kins, editora de 95 años de una revista de sociedad diplomática que cubre fiestas y eventos de Naciones Unidas.

La anfitriona de la fiesta era Faremo, quien fue ministra de Justicia y de Defensa de Noruega. En 2014, asumió la dirección ejecutiva de la Oficina de Servicios para Proyectos y después afirmó haber logrado que la agencia fuera más eficiente y menos aversa al riesgo: “Se eliminaron más de 1200 páginas de normas”. Entre los invitados también estaba Vanshelboim, veterano de las Naciones Unidas y genio de las finanzas que se describe a sí mismo en LinkedIn como un “TRIUNFADOR SERIAL”.

Su agencia era una de las menos glamurosas de las Naciones Unidas: una especie de contratista general para el mundo. Otras agencias de la organización la contrataban para construir escuelas y caminos, entregar equipo médico o realizar otras tareas logísticas. La agencia de Faremo había acumulado decenas de millones de dólares en excedentes pagados por otras agencias de la ONU, y ahora ella y Vanshelboim querían ofrecer el dinero en forma de préstamos, como un banco, para financiar proyectos con fines lucrativos en países en vías de desarrollo. En vez de una oficina de contratación rutinaria, administrarían una firma interna de inversión revolucionaria.

Sin embargo, no habían encontrado a quién ofrecerle los préstamos. Ese era el objetivo de la fiesta.

Entonces, apareció Paolo Zampolli, un hombre dedicado a conectar personas.

Uno de los personajes más conocidos en la ONU, Zampolli es un empresario italoestadounidense que también es ministro consejero de la isla caribeña de Dominica en las Naciones Unidas. Además, desde hace mucho ha cultivado el sueño de lograr algo más grande: tener su propio grupo de conservación aprobado por la ONU llamado We Are the Oceans, o WATO, por su sigla en inglés.

“WATO es la OTAN de los océanos”, describió Zampolli (quiso decir que sería una alianza de gobiernos afines, no que tendría armamento).

Cuando era ejecutivo en la industria del modelaje, Zampolli presentó a Trump con la futura primera dama. En la fiesta de 2015 estaba creando conexiones para David Kendrick, el empresario británico, que estaba vendiendo un sistema para construir casas rápidas, resistentes y baratas en países en desarrollo. ¿Y si las presentaciones funcionaban?

“¿Iba yo a ganar dinero? Por supuesto”, señaló Zampolli. “A eso se le llama bienes raíces”.

En esa fiesta, la presentación funcionó. David Kendrick y su hija conocieron a Faremo y a Vanshelboim ahí, según Zampolli y Ramy Azoury, un empleado de David Kendrick de aquel entonces que estaba presente. Faremo dijo que no recordaba a quién había conocido en la fiesta, pero una fotografía del evento la muestra sosteniendo una tarjeta de la empresa de David Kendrick.

Más tarde, “David me dijo: ‘Paolo, estas personas de UNOPS están muy interesadas. Pueden invertir’”, narró Zampolli usando el acrónimo en inglés de la Oficina de Servicios para Proyectos.

En 2017, la agencia de las Naciones Unidas le concedió una subvención de 3 millones de dólares al grupo conservacionista liderado por Daisy Kendrick, quien acababa de graduarse de la universidad.

No obstante, Zampolli comentó que a él nunca le pagaron una comisión de intermediación. De hecho, Zampolli admitió que ahora lamentaba haberlos presentado. Resultó que Daisy Kendrick había nombrado a su grupo We Are the Oceans.

El nombre que él había ideado.

“Me usaron por completo”, reconoció Zampolli.

Una canción para el océano

La agencia de Naciones Unidas se negó a explicar por qué de todos los grupos ambientalistas en el mundo había elegido al grupo de Daisy Kendrick para una subvención tan grande. Ella había constituido su grupo con sede en Nueva York como una organización sin fines de lucro un año antes, pero nunca obtuvo la aprobación del Servicio de Impuestos Internos para la exención fiscal como entidad benéfica.

Daisy Kendrick firmó actas de incorporación que parecían brindar un panorama impreciso del liderazgo del grupo. Tanto Azoury como Starr Kins —también presentes en la fiesta de 2015— aparecían como directores, pero ambos dijeron en entrevistas recientes que no tenían ninguna conexión con el grupo, no sabían que habían usado sus nombres y solo habían conocido a Daisy Kendrick de paso.

“Se robaron mi nombre”, reclamó Starr Kins. “Ella sabe que soy bien conocida y me usó”.

El grupo de Daisy Kendrick produjo eventos, un sitio web, juegos con temática oceánica diseñados por los creadores de Angry Birds y una canción pop sobre el océano que grabó la cantante británica Joss Stone. La agencia de las Naciones Unidas declaró que su equipo de investigaciones internas había comenzado una revisión de la asociación con el grupo de Daisy Kendrick.

Al parecer, el padre de Kendrick también desempeñó un papel importante tras bambalinas, según personas que interactuaron con el grupo. Cuando Stone firmó el contrato de grabación, este asignaba el control de la canción —y sus derechos de venta— a una empresa con fines de lucro que dirigía David Kendrick, según se lee en una copia del contracto que proporcionó Stone. La empresa le pagó a la banda que acompañó a la cantante.

Stone mencionó que accedió a grabar la canción de forma gratuita, pues creía que se trataba de una recaudación de fondos para la ONU.

Los abogados de Daisy Kendrick afirmaron en una declaración que We Are the Oceans cumplió todas las promesas que le hizo a las Naciones Unidas y que “los honorarios pagados a todos los participantes de WATO fueron legítimos y justos en todo momento”.

Svensson, el exempleado de la Oficina de Servicios para Proyectos, comentó que sus jefes estaban enfocados en organizar que Faremo cantara la canción en un evento. Relató que Faremo quería cantarla en la sala cavernosa de la ONU durante una conferencia de 2017 sobre los océanos. Afirmó que pagaron los vuelos para traer a la banda de acompañamiento desde el Reino Unido.

“Haremos lo que sea necesario”, recuerda que dijo un supervisor.

Faremo cantó. Pero, de acuerdo con Svensson, un orador anterior se excedió tanto en el tiempo asignado que la sala ya estaba casi vacía. Svensson contó que planea incluir un video de la interpretación en un documental que está desarrollando sobre la ONU.

“Acepté cantar la canción porque tengo experiencia como cantante”, indicó Faremo en su declaración. Mencionó que, pese al retraso del inicio, “aún había público en la sala”.

Préstamos bajo escrutinio

Al año siguiente, en 2018, la Oficina de Servicios para Proyectos anunció que realizaría sus primeros préstamos. En los próximos dos años, según los registros de las Naciones Unidas, concedió 8,8 millones de dólares a una empresa que invertiría en un parque eólico en México y 15 millones de dólares a otra compañía para proyectos de energías renovables. Otros 35 millones de dólares se destinaron a iniciativas de vivienda en Antigua, Ghana, India, Kenia y Pakistán, proyectos que supervisó una tercera empresa.

Los registros comerciales muestran que las tres compañías parecen estar ligadas a David Kendrick. Es propietario de dos de ellas por medio de una oficina familiar en el territorio británico de Gibraltar. La tercera, con sede en España, no tiene un propietario declarado en sus registros corporativos, pero sus directores son socios de toda la vida de David Kendrick, y su correo electrónico está vinculado a una empresa de la cual parece poseer la mitad. Tanto los auditores de las Naciones Unidas como los abogados de David Kendrick se refirieron a las tres empresas como si fueran una sola entidad. Los auditores de la ONU declararon que los funcionarios habían elegido las empresas David Kendrick porque consideraban que su tecnología de construcción “permitía el desarrollo rápido de hogares de alta calidad y resistentes a terremotos y huracanes”. La propia Faremo aprobó los préstamos, según constataron los auditores.

Aun así, los auditores advirtieron que la Oficina de Servicios para Proyectos había concentrado todo su riesgo en un solo lugar. En julio de 2020, escribieron que opinaban “que la UNOPS no sigue un método sólido y transparente al momento de elegir a sus socios”.

Unos meses después de eso, la agencia empezó a tratar de recuperar su dinero, sin dar ninguna explicación pública al respecto. En octubre de 2020, según informes de la ONU, las empresas de David Kendrick accedieron a devolver los millones otorgados para el parque eólico y los proyectos de energías renovables. Pero no cumplieron con su palabra, pues no devolvieron los fondos.

Pasaron los meses.

Finalmente, según el informe de auditoría de las Naciones Unidas del año pasado, una de las empresas de David Kendrick admitió haber utilizado el préstamo para saldar otras deudas: “Una gran porción del depósito de 15 millones de dólares se utilizó para liquidar sus deudas y obligaciones preexistentes”, consta en el informe. El año pasado, los auditores señalaron que, si bien las empresas de David Kendrick habían hecho algunos pagos pequeños, calculaban que la agencia de las Naciones Unidas perdería 22 millones de dólares.

Los otros préstamos, pensados para financiar proyectos de vivienda asequible, siguen oficialmente pendientes. Pero la ONU afirmó que, hasta ahora, no se ha finalizado la construcción de ninguna casa.

“No se ha construido ni un solo proyecto de vivienda”, denunció P.K. Sarpong, portavoz del gobierno de Ghana, donde se suponía que los préstamos de las Naciones Unidas permitirían que iniciara la construcción de 200.000 casas. Los altos funcionarios de Ghana ayudaron a anunciar el acuerdo, pero tras “el bombo y platillo, no volvieron a saber del proyecto”, afirmó Sarpong.

Los abogados de David Kendrick mencionaron que sus empresas estaban reestructurando los préstamos de la agencia de la ONU y que “no se ha perdido ni un centavo”.

Este desastre financiero amenaza con socavar la confianza de los Estados miembro en las Naciones Unidas en un momento en que está buscando millones de dólares para lidiar con la guerra en Ucrania y el alza de los precios de los alimentos. Por ejemplo, Finlandia se había comprometido a entregar 20 millones de dólares para apoyar las inversiones de la Oficina de Servicios para Proyectos, que se administraban desde una oficina en Helsinki, la capital del país. Pero desde entonces, Finlandia ha suspendido su financiamiento, según diplomáticos y una declaración de su Ministerio de Asuntos Exteriores.

“Están invirtiendo dinero que han proporcionado Estados Unidos y otros países”, le dijo a la agencia Christopher P. Lu, alto funcionario de la misión de Estados Unidos ante la ONU. “Así que tienen que administrar bien nuestro dinero”.

Sin embargo, Naciones Unidas es un lugar donde la rendición de cuentas suele hacerse a paso lento y en secreto. No quedó claro cuándo publicará la ONU los resultados de la investigación que, según la organización, finalizó la semana pasada, o si es que piensa hacerlo.

Si llegan a realizarse reformas de mayor alcance en la Oficina de Servicios para Proyectos, provendrían de su consejo ejecutivo: un grupo de diplomáticos de Estados miembro de las Naciones Unidas. En febrero, tras las pérdidas, el consejo solicitó una “evaluación independiente exhaustiva” de lo sucedido.

Su entrega está programada para junio… de 2024. De izquierda a derecha, Daisy Kendrick, Ramy Azoury, Paolo Zampolli y David Kendrick en una fiesta de 2015 en Manhattan. (Society & Diplomatic Review vía The New York Times) Grete Faremo, a la derecha, alta funcionaria de la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos, habla con Ramy Azoury, a la izquierda, y Paolo Zampolli en una fiesta de 2015 en Manhattan. (Society & Diplomatic Review vía The New York Times)