"Es verdad, no hay diferencia de repertorio entre los shows que hago en Uruguay y en Argentina. Siempre hice lo mismo en ambas márgenes"
, admite Jaime Roos ante la observación -café de por medio-, en la confitería del hotel céntrico donde se hospeda por estos días en Buenos Aires. Luego dirá que las presentaciones que brindará en distintas ciudades argentinas durante el mes de agosto, están enmarcadas en la gira que comenzó en el 2001, que continuará en otros países de Sudamérica y de Europa, y que debido al éxito -dice con ironía-, "se extendió un poquito". El artista luce su clásica chaqueta negra, una amplia sonrisa y la misma amabilidad de siempre en las notas. Esa predisposición es un pase gol a la red para dar comienzo a la entrevista.

El primer pedido es para que explique su fórmula inexpugnable de fusión entre el rock y la murga, que tanto rédito le dio, incluso de este lado del río: "La murga como el candombe, fueron muy importantes para mi desde muy niño. En el momento en que me largué a escribir canciones los fusioné, en cierta forma irracionalmente, con el beat. Esa fusión con el candombe ya la había hecho la generación de Rada y Fatorusso, pero con la murga no. Entonces, uní la murga y el rock, que hasta el momento no entraba en la cabeza de nadie, y creo que en la mía tampoco". Y cuenta cuándo fue la primera vez: "Cuando comencé a escribir Cometa de la farola, que abrió mi primer álbum, pero aquella primera versión no se grabó con coro murguero. En la segunda canción, Retirada, más conocida como Se va la murga, ahí ya fue grabada con coro explícito, y luego empecé a trabajar con eso, que lo llevaba dentro".

Al contar cómo se acercó a la música más representativa de "el paisito", Roos rememora su infancia en barrio sur, en la esquina de Durazno y Convención. "Yo fui muy murguero de chico, había un tablado a la vuelta de casa y todas las noches iba a ver a las murgas, las demás categorías no me interesaban mucho. Me acuerdo que de día iba a la pensión Roma, sobre la calle Maldonado, era de un viejo que guardaba todos los instrumentos, pero a mi no me dejaban tocar mucho", dice y su mirada se clava en el piso, se evade de este hotel y de esta entrevista.

Los ojos parecen remontarlo a sus años de -parafraseando una de sus canciones-, las rodillas bien mugrientas, a la tienda del judío pobre, de la calle Convención. Quizás vuelva a sentirse aquel Jaime niño, sin estos bigotes, cuando en la pensión de la calle Maldonado 924 -hoy sin el viejo que escondía los tambores, incluso rebautizada con el nombre de Eremi por el de Roma-, espiaba desde el patio principal a través de las puertas entreabiertas de las habitaciones, para encontrar la silueta de un chico, o de un piano.

En seguida, vuelve sus ojos hacia esta mesa, a la presencia del periodista y del grabador, y reconoce que "el candombe me gusta más cuando se toca en procesión, en llamada, bailado y desfilado por las calles". A pesar de su admiración por la pintura y el disfraz, Roos aclara: "Nunca me pinté la cara, solo para los clicks". Ríe, y advierte que "una sola vez salí en carnaval, aunque en la categoría humorista, pero nos prohibieron los milicos cuando comenzó la dictadura".

La charla deriva en las épocas oscuras de nuestros países, y él resume todo aquello calificándolo como una aberración. Luego, asegura que a pesar de todo "algo cambió nuestra generación. Fijate que en lo que atañe a la liberación femenina se cambió mucho, a la no discriminación, hay mayor desprejuicio, y se tomó conciencia de la dictadura, aunque seguimos viviendo en un mundo poco evolucionado". Hace una pausa y se permite una cita: "Como dijo Bruce Springten el día que murió John Lennon, que igual tocó en el concierto que tenía pautado: ninguno sería como somos, si no hubiera sido por este señor que se murió".

Jaime se mete de lleno en la conversa, y ejemplifica: "Yo luchaba contra las ideas conservadoras de mi padre, y ahora lucho con jóvenes que tienen la misma idea que tenía mi viejo en los 50'. Es como que entramos en una era nuevamente conservadora tras el oleaje revolucionario de los 60' y 70'". Y agrega: "No generalizo, no me refiero a toda la juventud, lo digo basándome en la tónica de las expresiones más juveniles en cuanto a los rankines de canciones. Y creo que estos muchachos se llevarían mejor con mi padre de lo que me llevé yo".

Buscando los por qué de este proceso, admite que "no se le puede echar la culpa a nadie en la humanidad, en todo caso si veo algo malo en los jóvenes de ahora tengo que echarle la culpa a mi generación. Lo que sí siento es que hoy en los jóvenes la cultura no está de moda. Antes, hasta a los que no les importaba la cultura querían ser cultos. En Montevideo estaba de moda andar con el periódico Marcha bajo el brazo, aunque sea para hacer pinta. Hoy a mi me parece que el que sabe demasiado de algo queda como un boludo, como un nerd". Y repite: "No quiero generalizar, hablo de la tónica de los tiempos".

El tema hacia el que fue a dar la entrevista podría formar parte de una canción de murga. La parte de crítica podría ser más o menos esta: "Se vive una tónica muy televisiva, se le da mucha importancia a lo que se ve, y poca a lo que se abstrae. Lo veo también en los adultos, en esa tendencia al consumismo, a pesar de que estamos en la lona y no tenemos ni para consumir". Compases de marcha camión mediante, le sucedería una pizca de ironía, cuando Jaime dice que "la cabecita shopping center y snack bar es algo que se desarrolló en los últimos tiempos y no solo en los jóvenes". Y para el final, antes de la retirada, el mensaje esperanzador del coro murguero: "Pero la historia demuestra que en su mar siempre hubo olas y mareas cambiantes. Entonces, no sabés qué puede venir, ni qué va a gestar la próxima generación".

Dentro de este contexto, ¿qué significan las canciones?, fue la pregunta. "Las canciones son unas cosas que escucho desde chico y que a mi me gustan mucho. Es un punto medio entre la literatura y la música. Siempre me enojo cuando me hablan de que solo hago letras; yo les digo que también hago música. Quizás en algún momento se considere un arte aparte de la literatura y de la música, puesto que para mi está a medio camino". Roos parece no quedar conforme con su propia respuesta, y la completa: "Las canciones siguen siendo termómetros sociales, portavoces de las sociedades. Vos escuchás las canciones de una época y reflejan casi siempre lo que pasaba. Una canción puede ser nada o mucho. Una canción de amor puede ser revolucionaria, y una canción de amor puede ser fascista, depende de cómo se la cante. Una canción jamás va a cambiar el mundo, y sin embargo, una canción puede ayudar mucho a la gente. Es decir, tiene un lugar importante en la vida cotidiana".

-El disco Cuando el río suena, que le produjiste a Adriana Varela, y tu último trabajo llamado Contraseña-, ¿son una manera de testimoniar una época?.
"No, más que nada son como una revaloración, y no un testimonio. Son algo así como una declaración de principios, son una consolidación de esas canciones, de lo que significaban todos esos tipos y lo que hicieron para escribir esos pedazos de corazones que eran esas canciones". Sin que haga falta preguntar, Jaime agrega: "Sentí el placer de versionar, en este caso junto a ella como productor, grandes canciones que habían sido escritas en el siglo 20. En Contraseña continué esa fórmula, pero solo con artistas montevideanos. Sí tomé a la música uruguaya como una especie de diamante adentro de un cofre que la gente no conoce". Y acerca la llave que abre ese baúl, para revelar el por qué del nombre del disco, y de su banda: "De ahí el nombre Contraseña, utilizado en el término digital de la computación. Algo así como el password, la contraseña para entrar a una zona llamada música popular uruguaya. Para mi autores como Dino, Zitarrosa o El Sabalero, fueron mis maestros. Para el resto del mundo, si escuchan el disco los va a acercar a esos tipos".

Se le apunta que de esta lado del río, hace un tiempo que la música se ha -permítaseme el término- "uruguayizado". Él asiente con su cabeza y contesta: "Reconozco que con respeto y cariño ha habido un gran interés de parte de los músicos argentinos por nuestra música, y que las bandas de rock de acá más escuchadas, hacen fusión de murga y candombe. Pero fijate que también lo hacen los tangueros, los jazzeros, y hasta los bailanteros. Es muy raro lo que está pasando, y obviamente a mi me provoca una gran alegría, me parece muy bien que la música popular uruguaya esté saliendo del cofre". Y cuenta, para reforzar la observación, que "cuando Rubén Blades grabó Amándote lo hizo con cuerda de tambores. Serrat también grabó así Llamada, un tema de Pedro Ferreira, en su disco Tarres. Y hasta Pedro Guerra, un músico español muy joven, vino a Montevideo, se copó, y ahora escribe canciones en forma de candombe. Y eso es muy importante para nosotros".

Y qué del crédito uruguayo: La Vela Puerca, No te va a gustar, La Abuela Coca. Jaime infla el pecho y responde: "Las nuevas bandas uruguayas están sonando muy bien, porque mejoraron la calidad de grabación y de sonido, y se nota a través del público, que ha aumentado en el propio país. Yo produje hace un año la banda de punk rock Trotsy Vengarán, no te olvides que soy de extracción rockera, y me dio mucho gusto. Además, estas bandas se están ganando el lugar y también logran notoriedad a nivel sudamericano porque se lo merecen, y eso me alegra mucho. Hasta la música bailantera, con el tema Mayonesa que dio vuelta al mundo, a pesar de que tiene cuatro compases de marcha camión".

La charla va llegando a su fin, a Roos lo esperan en el barrio porteño de Palermo, que nada tiene de parecido al barrio montevideano que atraviesa la calle Durazno, sino todo lo contrario. Le pregunto con qué músico argentino le gustaría tocar. Jaime elige: "Luis Salinas o con Peteco Carabajal". Se excusa en que esos son los primeros nombres que le aportan su memoria, y aclara que "aunque no parezca, para mi entre ellos dos harían un dúo sensacional". Se hace un silencio, Roos sonríe, continúa pensando, le gusta el juego. "También con Spinetta, que creo es uno de los grandes guitarristas argentinos, poco considerado como tal. Además de cómo canta, él fue el inventor del canto típico del rock argentino", dice, y aconseja a que se lo escuche mejor a "El Flaco".

Ahora sí, fin de la entrevista. Jaime Roos se pone de pie y extiende su mano derecha a la espera del apretón. Apago el grabador, también extiendo mi mano. En ese momento, dice sonriendo: "Claro que también me gustaría invitar a Carlos Santana para que toque ocho compases en una canción mía, nada más. Luego que ponga su guitarra en el estuche y se vaya, con eso ya sería feliz por unos cuantos años". Me atrevo a sugerir que en tal situación Nicolás Ibarburu, uno de los guitarristas de su banda, no desentonaría al lado del mexicano."Seguro -se apresura a contestar, y mirando con gesto serio agrega-, Nicolás puede tocar al lado de quien sea, es un fuera de serie, tiene ese elemento desnivelador, esa magia de jugador número diez". El tipo que una vez más disfrazará de tablado los teatros argentinos con sus cuplés, marcha camión, retiradas, y rock, se disculpa por la prisa, se dirige hacia la puerta del hotel, sale, y en la esquina de Suipacha y Rivadavia detiene un taxi.

Cuando Jaime Roos se va de algún lugar, deja flotando en el aire el eco de su imponente voz como una murga deja el zumbido de su coro sobre el tablado tras la despedida. Ese susurro es el mismo que aún habita los escenarios de este lado del río desde la última vez que el uruguayo pasó por ellos. En Córdoba, La Plata o Buenos Aires, Jaime Roos volverá a cantar su contraseña, para que los futuros murguistas que siempre quisimos ser los argentinos accedamos una vez más a calzarnos el traje y pintarnos imaginariamente las caras, aunque solo sea por una noche.


Por Fernando Casas
Colaborador exclusivo
Desde Argentina