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Noticias de ayer

No hay mal que vuelva en cien años

De cómo Uruguay reaccionó tarde a la Gripe Española y las consecuencias que generó

¿Hubo un "caso cero" en Uruguay en 1918? ¿Se saturaron los hospitales? Una mirada a la reacción de autoridades, médicos y la prensa de Uruguay ante la peor epidemia de la historia.

29.10.2020 09:20

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2020-10-29T09:20:00-03:00
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Por Martín Otheguy

"Dulce vecina" de la vieja Europa,
huéspeda ilustre que ninguno quiere,
peste benigna, candorosa y pava,
grippe execrable;
pues nos dejaste con los huesos rotos
y nos has hecho cometer zonceras
y ya has cumplido tu misión jocunda,
¡vete al infierno!

"La benévola y difundida epidemia"
Revista Caras & Caretas, 2 de noviembre 1918

En 1918, durante la epidemia de la (mal) llamada Gripe Española, el departamento de Tacuarembó se vio desbordado por la cantidad de fallecimientos provocados por el virus. No fue el único, por supuesto, pero sí el que dejó algunos relatos muy pintorescos (quizá distorsionados por la oralidad) de lo que significó el paso de aquella pandemia en Uruguay.

Muchas personas fallecían en sus domicilios sin asistencia médica, ya que el cuerpo sanitario estaba saturado y buena parte del personal había sido afectado también por la enfermedad.

Cuenta una anécdota que uno de los enfermos, al sufrir el "Trancazo" (como se le llamaba a la dolencia, porque era precedida por dolores fuertes de espalda), cayó seco en la vía pública. El precario carro fúnebre que trabajaba en la ciudad lo recogió y lo llevó al médico del servicio público, que resultó ser el reconocido Dr. Luis Castagnetto.

Saturado de trabajo, el médico vio que el cuerpo no presentaba signos vitales y expidió el certificado de defunción. Cuando el funebrero lo trasladaba al cementerio junto con otros fallecidos, el moribundo salió de su letargo y le preguntó asustado al conductor del carro: "¿Adónde me lleva?". "Al cementerio", le respondió tranquilamente el funcionario, con la naturalidad de quien, acostumbrado al espanto, es capaz ya de creer cualquier cosa. "¿Por qué?", quiso saber el presunto finado. "Porque estás muerto", le replicó el funebrero. "¿No ve que estoy vivo?", insistió el hombre." Metete en el cajón, qué te creés, ¿que vas a saber más que el Dr. Castagnetto?", increpó el empleado municipal, a lo que el hombre optó por salir corriendo despavorido.

La historia, recogida en el libro El hospital de Tacuarembó, del médico e historiador Antonio Turnes, es tragicómica pero pinta bien el funesto panorama que se vivía en muchos pueblos del interior tras la llegada del virus, una realidad que era incluso desconocida parcialmente en la capital.

Hoy, 102 años después de ese episodio, el mundo vuelve a estar en vilo por un virus. A la luz de las enormes consecuencias económicas y sanitarias que la COVID-19 generó a nivel global -y de la discusión en torno a si las medidas fueron adecuadas, lentas o exageradas según el país- una reacción natural es mirar al pasado para verificar si se actuó igual, si la gravedad de las epidemias es equiparable o si las medidas para enfrentarla fueron similares.

La vida cambió para todos en el 2020, pero la comparación con la peor epidemia de la historia, la de 1918, no puede hacerse sin tener en cuenta las realidades distintas de los dos mundos: los avances médicos y tecnológicos, las condiciones sanitarias, los cambios en la comunicación, la existencia de datos fidedignos de la salud y también las diferencias entre los virus. Esto corre para el mundo y también para lo ocurrido en Uruguay, como se analizará en este artículo.

La Gripe Española dejó entre 25 y 100 millones de muertos en el mundo, una cifra espeluznante que está muy lejos de las 1.160.000 muertes registradas hasta fines de octubre, con la pandemia de COVID-19 aún en curso. Debido a las diferencias ya mencionadas, ello no significa necesariamente que fuera provocada por un virus más dañino que el SARS COV 2, aunque esto se intuya de acuerdo a los resultados y a los relatos de los síntomas.

Hay sin embargo varias similitudes, tanto a nivel sanitario como social. Para comenzar, ambas son zoonosis (se originaron en animales y saltaron a los seres humanos), aunque el inicio de la Gripe Española está un poco más en la nebulosa que el del nuevo coronavirus.

Creo que ya no estamos en Kansas

Hay todavía unas cuantas dudas sobre el origen de la Gripe Española pero sí hay una cosa clara: no surgió en España.

Mientras en el caso de SARS COV 2 los estudios apuntan al traspaso del virus de un murciélago a un humano, posiblemente a través de un huésped intermedio y con rápida diseminación en un "mercado húmedo" de Wuhan, el virus de la Gripe Española parece haberse originado en las aves. Se trató una variante del virus influenza A del subtipo H1N1.

Para entender lo que significa, debe aclararse que hay tres tipos de influenza que afectan a los humanos: el A, el B y el C, pero solo los dos primeros generan consecuencias serias para la salud. La H y la N, mientras tanto, refieren a las proteínas de virus (para ser claros, los "pinchos" de la superficie que aparecen frecuentemente en ilustraciones). Solamente tres H y dos N se han hallado en humanos. Otra pandemia causada por una variante de este virus A del subtipo H1N1 (altamente mutable) fue la de 2009, que dejó sin embargo menos de 300.000 muertos pero provocó pánico justamente a raíz de lo ocurrido con la Gripe Española.

Antonio Turnes explicó a Montevideo Portal que el origen de la Gripe Española fue probablemente norteamericano, en un campo de entrenamiento donde se preparaban soldados para la Primera Guerra Mundial: Fort Riley, Kansas. El paciente cero, según la teoría más aceptada, fue un soldado raso que se presentó en la enfermería con síntomas de gripe el 11 de marzo de 1918. A mediodía, el médico militar había atendido ya más de cien casos. Para el fin de semana había 500 soldados enfermos, una infección cuya repercusión quedó disimulada entre los problemas de la Primera Guerra Mundial.

Con los movimientos de tropas la epidemia saltó a Europa, y como España no participaba en la guerra y por lo tanto no había allí una censura militar por motivos estratégicos, el primer lugar donde los efectos se difundieron masivamente fue ese (ergo, el nombre injusto).

Turnes agrega que la "promiscuidad" de los acuartelamientos militares y los desplazamientos de la Primera Guerra Mundial hicieron su parte en la debacle mundial. En 1918, cientos de miles de soldados estadounidenses viajaron a Europa en las últimas ofensivas del conflicto y el virus encontró terreno fértil para explotar.

Más similitudes: el virus se contagiaba por contacto y aerosol (las famosas gotículas y las superficies en las que quedan). Su tasa de mortalidad fue de entre 2% y el 20% de las personas infectadas dependiendo el lugar, señala Turnes. En cada país la Gripe Española protagonizó una historia distinta; ¿cuál fue la de Uruguay y qué ocurrió una vez que llegó al país?

Uso de tapabocas en Seattle, 1918. Foto de libre difusión

La vuelta al mundo en 180 días

Hay un viejo cliché nacional que dice que en Uruguay todo llega tarde. En el caso de la Gripe Española esto es estrictamente cierto. Nuestro país fue golpeado en realidad por la segunda ola de esta gripe, en los meses finales de 1918, seis meses después del llamado "paciente cero", según un trabajo del que hablaremos más adelante.

El reporte Epidemia y perplejidades médicas: Uruguay, 1918-1919, del profesor Víctor Serrón, ofrece un panorama muy completo de la reacción mediática, de las autoridades y los médicos a la llegada del virus al país.

No hubo en aquel momento una "Carmela" que oficiara de chivo expiatorio, aunque sí se identificó la llegada un vapor como el primero que claramente portaba la nueva gripe: el Demerara, de bandera inglesa, que arribó al puerto de Montevideo el 23 de setiembre de 1918 con seis personas muertas y 22 infectadas. No podemos asegurar que haya sido esa efectivamente la primera puerta de entrada del virus, porque no había entonces posibilidades de realizar un secuenciado de genoma como para identificar claramente el ingreso.

En su trabajo, Serrón recuerda que los diarios brasileños ya habían dado alerta de la situación, tal cual fue revelado en las escalas de la nave en Pernambuco y Rio de Janeiro, pero Uruguay no acusó recibo.

"La bella y rápida nave que se halla al mando del veterano marino J. Keen Cheret, hizo además escalas en Lisboa, Pernambuco (donde permaneció tres días), Bahía, Rio de Janeiro y Santos, habiendo abandonado el gran puerto inglés [Liverpool] el 8 de agosto próximo pasado", explicaba ese mismo día La Mañana, sin aludir a la condición de "caballo de Troya" de la embarcación.

No era un problema únicamente uruguayo, porque como bien dice Serrón, la negación fue la tónica en todas las ciudades que daban al Atlántico. Sin embargo, agrega el profesor, "la negación alcanzó aquí cotas impensables en otras latitudes", yendo más lejos que la media regional e internacional.

Y eso que la nueva gripe no llegaba a un país atrasado en el contexto internacional o que se consideraba como tal. "Uruguay hacia la fecha indicada era no solo una sociedad modernizada, sino que se pensaba como altamente modernizada, como un ejemplo de lo que la vida contemporánea podía lograr", indica Serrón.

El 29 de setiembre de 1918, seis días después del arribo del buque, el Consejo Nacional de Higiene (CNH) explicaba "por qué no se tomaban medidas profilácticas". "La grippe (así se escribía entonces) es endémica en el Río de la Plata" y tan solo "en casos de niños o de personas que tengan taras previas produce complicaciones", decía, criticando a "alguna prensa" que se ha "obcecado en realizar una campaña de inútil dramatización".

Tres días antes, el periódico La Tribuna Popular había dado la alerta sobre la situación. En esa edición se publicaba también una carta del doctor Alfredo Vidal y Fuentes, presidente del citado Consejo, en respuesta a la alarma, en la que decía: "Insiste la prensa en que deben tomarse medidas de rigor. Lo que yo he dicho es que tratándose de la influenza (...) que es endémica en el Río de la Plata desde hace treinta años (...) las medidas que deben adoptarse son las comunes".

Antigua Facultad de Medicina. Foto: Centro de Fotografía de Montevideo

Cambio de aire

La doctora Sandra Burgues Roca, autora también de un minucioso trabajo sobre la Gripe Española (La pandemia de gripe en Uruguay 1918-1919, publicada en revista Americania en 2017) cita a la Revista Médica del Uruguay, que en su edición de octubre de 1918 aseguraba: "La epidemia gripal que azota a la mayoría de los países de Europa y América ha hecho su aparición en Montevideo en los primeros días del pasado mes de octubre, difundiéndose luego a otras ciudades del interior de la República. Felizmente en nuestro país se presenta en forma benigna y son excepcionales los casos fatales comprobados hasta el momento en que escribimos".

Según el recuento de Serrón, buena parte de la prensa se demoró mucho también en dar la alerta. A la citada La Tribuna Popular ("¿La grippe en casa?") se sumó La Mañana el día 29 de setiembre. El Plata recogió la noticia el día 2 de octubre y 12 días después lo hizo El Diario del Plata. El 21 de octubre fue El Día quien dio la alarma y el 22 de octubre el diario colorado La Razón. The Montevideo Times publicó algo al respecto el 29 de octubre, El Bien Público el primero de noviembre y El País lo hizo por primera vez el 8 de noviembre de 1918. Por lo tanto, buena parte de la prensa no se había hecho eco de la situación incluso semanas después de que llegara el primer buque con infectados.

Sin embargo, la cantidad de pasajeros enfermos que llegaron al país por mar quedó debidamente registrada. En 1869, se había instalado en la Isla de Flores un lazareto que actuaba como centro de vigilancia y control epidemiológico. Allí se detenían los buques antes de entrar en el Río de la Plata. Burgues Roca informa en su trabajo que del 23 setiembre al 24 de diciembre de 1918 llegaron 54 buques al puerto de Montevideo y la Isla de Flores, de ocho nacionalidades y procedentes de 23 ciudades diferentes, con un total de 8.806 viajeros. De ellos, 1.093 venían enfermos y 75 fallecieron, lo que determina una mortalidad del 6,8%.

La realidad fue distinta a la ocurrida en este 2020, cuando se cerraron las fronteras el mismo día en que se notificaron los primeros casos. Distinto también era el acceso a la información que había entonces sobre el virus.

Ya hacia finales de octubre de 1918, cuando la epidemia estaba "haciendo estragos en Montevideo", dice Serrón, la Cámara de Representantes "negaba la realidad" ("aquí suele reinar la grippe con carácter permanente", decía un legislador) pese a que incluso se solicitó levantar alguna sesión por la cantidad de ausencias por enfermedad.

En este 2020 también se decretó la suspensión de espectáculos públicos el mismo día en que se constataron los primeros casos, pero en 1918 la situación fue muy distinta. Una semana después de la llegada del vapor Demerara, las actividades se seguían realizando normalmente. El domingo 29 de setiembre se disputó el fútbol como era habitual e incluso la selección uruguaya jugó en Argentina ese fin de semana.

Puerto de Montevideo. Foto: Centro de Fotografía de Montevideo.

La trama se complica

A finales de octubre, sin embargo, el fútbol ya no podía escapar a la realidad. "Nacional no jugará. Causa: la grippe que ha atacado a su primer team íntegro", titulaba La Mañana el 31 de octubre.

El Poder Legislativo finalmente no pudo sesionar por ausencia de diputados y senadores afectados o temerosos el 30 de octubre. Las actividades económicas comenzaron a resentirse rápidamente. La esquila de las ovejas no se pudo llevar a cabo por falta de peones y la faena en frigoríficos también se vio afectada.

Burgues Roca narra una anécdota muy representativa ocurrida en el saladero Liebig (luego el Frigorífico Anglo). Un día, en forma brusca, aparecieron varios casos de gripe en un grupo donde trabajaban solo mujeres, "lo que ocasionó una sugestión intensa en las demás, determinando ataques fuertes de histerismo en cincuenta obreras", informó El Siglo de una forma que no ha envejecido muy bien. El médico solo pudo comprobar la gripe en dos de las enfermas.

En las primeras semanas, la negación había sido la tónica entre los médicos. Las autoridades de la salud pública se enfrentaron a este patógeno nuevo creyendo que se había exagerado su peligrosidad. El doctor González del Solar, director de la Asistencia Pública, dijo a La Tribuna Popular el 27 de setiembre de ese año que el rumor de que en el puerto de Montevideo habían llegado vapores transatlánticos con "casos fatales" eran "inexacto".
"Si se hubieran producido ya estaríamos informados", dijo, y atribuyó a las posibles muertes no al germen sino a "complicaciones muy naturales en organismos predispuestos".

Los diarios reportaban opiniones de especialistas que decían no haber encontrado diferencia en el virus "con la influenza endémica que se instaló en 1880 y 1890" y que "la población no debe alarmarse (...); ‘la enfermedad' es benigna" y "no tiene ni la más leve vinculación con la que se desarrolló intensamente en España", según publicó La Mañana el 29 de octubre.

Recién hacia la segunda semana de noviembre de 1918 (casi un mes y medio después de la llegada del primer buque con enfermos) había cierto consenso de que Uruguay era víctima de la nueva influenza. Quizá ayudó a ese convencimiento general que el propio presidente de la República, Feliciano Viera, suspendiera sus actividades al contagiarse la enfermedad ("Grippe presidencial", tituló La Mañana el 12 de noviembre).

Serrón señala que por esas fechas las autoridades médicas debieron enfrentar el drama de "un país que tenía a dos tercios de su población postrada por la gripe" y con muertos que "desbordaban la capacidad de transporte y de inhumación en los cementerios".

"Hay descripciones muy pintorescas de entierros masivos en Montevideo y sobre todo en el interior", contó a Montevideo Portal Antonio Turnes.

Turnes agregó que si bien es difícil calcular cuánto afectó la "grippe" las actividades normales en la ciudad, hay algunos datos de cómo impactó en la población trabajadora, con ausencias de hasta 50% del personal en algunos frigoríficos.

En la Facultad de Medicina, el decano Américo Ricaldoni (que padeció la enfermedad con síntomas leves) solicitó disponer de cadáveres de fallecidos a consecuencia de "la grippe", cuenta Burgues Roca. Pero como el propio médico declaraba, la terapéutica era defectuosa, porque se ignoraba cuál era el agente principal de la gripe y por lo tanto se intentaba atacar sus síntomas con más o menos suerte. La médica e historiadora elogia sin embargo en su trabajo la respuesta de los médicos uruguayos y las medidas tomadas una vez que se constató la presencia extendida de la gripe.

Caricatura en Caras y Caretas (revista distribuida en Argentina y Uruguay), de noviembre de 1918.

Las guerras médicas

A diferencia de lo ocurrido con la COVID-19, los que sufrían la pandemia no eran los de más edad: eran "mujeres en la plenitud de su vida y musculosos varones", nos dice Serrón. La franja de edad más golpeada fue la que se encontraba entre los 20 y 49 años: un 64,1% del total, según el Boletín del Consejo Nacional de Higiene de agosto 1920. Más adelante volveremos a los números y su comparación con los actuales.

Los síntomas eran serios. "Primero la fiebre, luego la cianosis, la dificultad para respirar y, finalmente, los pulmones erosionados y llenos de líquidos que literalmente ahogaban", dice Serrón. Quedaban "cadáveres violetas imposibles de no ver sin alguna cuota de horror".

La doctora Burgues Roca cuenta más clínicamente que la sintomatología se presentaba en forma brusca y se le denominaba "gripe insólita". Empezaba con hipertermia, cefalea, lumbalgia, sensación febril, odinofagia, además de lengua saburral (recubierta por una capa de material), aliento fétido, náuseas y vómitos. A esta preciosa escena dantesca había que sumar a veces erupción en la parte alta del tórax y cuello, tos y bronquitis. Lo típico era la fiebre alta, de hasta 39 y 40° C que duraba 72 horas. "El problema estaba en la evolución de la sintomatología y las complicaciones agregadas, tuviera el enfermo otras comorbilidades o no, especialmente cuando en el país era endémica la tuberculosis", dice Burgues Roca.

Para noviembre de 1918, las autoridades sanitarias prohibieron que fueran velados los cadáveres de "los que mueren de grippe infecciosa", decía La Razón.

El 22 de noviembre, periodistas de La Mañana que visitaron el hospital de Rivera se encontraron "con un cuadro de horror indescriptible". "Hacía cuatro días que habían fallecidos cinco enfermos y los cadáveres estaban en un estado de putrefacción tan avanzado que todos ellos habían reventado", publicó el matutino.

"Era habitual ver el paseo de cadáveres desnudos en la cucaracha (vehículo fúnebre) por el centro de la ciudad", señalaban dos días después.

En el interior, recuerda Serrón, era común quemar todas las ropas de los infectados, en especial los que vivían en rancheríos que se habían convertido en focos de infección.

La acción del virus menguó luego de dos meses intensos y después de aplicadas varias medidas sanitarias que analizaremos más adelante. En diciembre de 1918, la Revista Médica del Uruguay informaba que "la epidemia que reinó con cierta violencia en nuestra ciudad durante el mes de octubre, extinguióse rápidamente en Montevideo, atacando con gran intensidad algunos departamentos de la República, entre otros los de Rivera, Salto y Paysandú".

"En el momento que escribimos, la epidemia puede darse como completamente dominada, sin que haya influido sensiblemente en la mortalidad general del país", agregaba, según cita Burgues Roca.

Agrega que de acuerdo al análisis de las estadísticas, la mortalidad más baja se registró efectivamente en Montevideo, que además era la ciudad más poblada del país. Ya en febrero de 1919, el presidente del Consejo Nacional de Higiene, Alfredo Vidal y Fuentes, informaba que la epidemia de gripe de 1918 en Uruguay se podía considerar extinguida.

La segunda ola para el país, sin embargo, demoró solo unos meses en llegar. Ocurrieron algunos casos aislados al inicio de 1919 y la epidemia reapareció con fuerza en los meses de julio a setiembre, volviendo a tomarse medidas sanitarias de aislamiento. Un memorándum del estado sanitario del país, que cita la doctora Burgues, concluye que la segunda ola "no alcanzó en Montevideo tanta extensión como la de 1918, pero sus formas de presentación fueron más graves", lo que provocó que hubiera una mayor mortalidad.

Hubo diferencias entre lo ocurrido en la primera y segunda ola. Mientras en 1918 la población más afectada fue la más pobre, que estaba en los lugares más hacinados, en 1919 "la epidemia atacó de preferencia a las clases acomodadas", quienes no habían sufrido la enfermedad en la epidemia anterior, señaló el Consejo Nacional de Higiene. El informe señalaba que esto se debió a que no estaban inmunizados, como sí ocurrió con los que sufrieron la gripe en 1918.

¿Qué medidas sanitarias se tomaron entonces? ¿Fueron similares a las actuales y tuvieron la misma duración? ¿En qué sectores impactó? ¿Cuántas personas murieron y cuántos fueron afectadas por aquella pandemia?

Sobre eso, las ollas solidarias, las vacunas que se crearon entonces, las diferencias entre los virus y la buena respuesta médica una vez que se reconoció el problema se puede leer nuestra segunda entrega.

 

Por Martín Otheguy


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