Fotos: Javier Noceti | @javier.noceti

Nació en una ciudad de 10.000 habitantes a varios kilómetros de Montevideo. Nació siendo el segundo, después de su hermano y antes de su hermana. Durante sus primeros dos años de vida, vivió en el campo, pero eso lo sabe porque se lo contaron, no porque tenga recuerdo alguno.

Esa ciudad, con esa cantidad de población, pasó a ser para él la gran ciudad.  Creció con una gran familia de parte de madre y de parte de padre, y pasaba las fiestas con todos sus primos en lo de su abuela. Y mientras corrían los años, a Diego Viera lo acompañó el dibujo, un pasatiempo un tanto obsesivo, y uno de sus amigos que vivía en la esquina de su casa. Hicieron el jardín de infantes juntos y, más tarde, la escuela. Con él iba para todas partes, como si fueran uno y dos, sin saber cuál era el uno y cuál era el dos.

Al ser del Interior, él y sus amigos del barrio manejaban una libertad que, quizá, en Montevideo no estuviera presente. Iban al arroyo, a pescar, a poner cámaras ocultas y así vivían sus días, de acá para allá. Llegaron a hacer disfraces de carnaval con cajas de whisky de cartón, que terminaban en esculturas pintadas.

Fue a la Escuela número 4 en una ciudad donde no se notaba entre los niños la diferencia de clases sociales. Los padres de quién tenían más dinero, no se sabía, ni tampoco importaba. A los cumpleaños iban todos.

La disfrutó. Diego dice que a la infancia la disfrutó.

Su madre se encargó de incentivarle la parte artística, así que desde chico iba a clase de pintura en la casa de una señora de ochenta años. Cuando creció y ya pintaba en óleos, empezó a pintar las paredes de su cuarto. Hacía caricaturas y tapas de discos de música argentina que escucha con su hermano.

Fue en ese pasaje a la adolescencia cuando perdió, bastante más, la timidez. Si antes de juntaba con dos amigos, haberse abierto a actividades como el básquet le permitieron soltarse mucho más.

Ya con una barra de amigos, en liceo, fue que empezó la música. No escuchaban radios uruguayas, por lo que tampoco escuchaban música uruguaya y, quizá, por eso, llegaron a obsesionarse con Andrés Calamaro. Grababan casetes y, de a poco, fueron incorporando el gusto por la música. El padre de uno de sus amigos era arquitecto, pero tenía una banda de rock en el fondo de la casa.

Como la banda dejaba el backline armado, los domingos cuando no había nadie, usaban la batería, la guitarra y los teclados para grabar canciones con sus casetes. Hacían, por ejemplo, rock de Los Gatos, la banda de rock argentina.

Se juntaban a escuchar entrevistas a rockeros, sobre todo a Calamaro, coleccionaban los suplementos de rock de revistas argentinas e, incluso, hicieron una página web con fotos.

Cuando llegó cuarto de liceo, Diego decidió hacer un bachillerato en la ciudad de Colonia, una opción que era sobre diseño y tecnología en la construcción. Hacía viajes de una hora y cuarto para ir y, lo mismo, para volver. Hasta que lo terminó y, con eso, su residencia en Rosario. Desde los diez años supo que por más que Rosario fuera un techo al que siempre podía volver, no quería vivir ahí.

Su hermano ya vivía en la capital, pero él se mudó con una barra de amigos el primer año. Después, fue cambiando de casas, pero sus padres siempre le dieron una mano. Iba todos los domingos a buscar una encomienda a Tres Cruces que le mandaban desde Rosario y que tenía eso con lo que podría vivir los siguientes siete días: dinero y comida.

Llegó a estudiar diseño de interiores hasta que no lo hizo más y empezó con la serigrafía en la Escuela de Artes de Figari. Por esos años, a los veintipocos, empezaron los ciclos de shows musicales de La X. Hacían conciertos todos los lunes en la Sala Zitarrosa y él, con un compañero de serigrafía, se escapaba antes de la clase para vender, afuera de la sala, adhesivos de la banda que tocara ese día.

En uno de esos días, conoció a Diego Drexler de la banda Cursi. Drexler se le acercó y le pidió que le hiciera adhesivos para la presentación de su banda, también en Sala Zitarrosa. Diego aceptó y, viviendo en una residencia estudiantil, trabajando desde una cama, haciendo cada adhesivo a mano con una espátula muy chica, fue que terminó su trabajo y se lo llevó a Cursi.

Drexler le pagó y le preguntó qué tenía para hacer la semana siguiente, porque quería que lo ayudara a cargar los equipos. A partir de ahí, empezó a trabajar todas las semanas armando el backline.

Fue trabajando con Cursi que, después de terminar su trabajo en el escenario, empezó a ocuparse de las luces. Simplemente le resultaba un trabajo divertido. Quince años después, Diego seguiría dedicándose a ser iluminador, trabajaría fijo en la Sala Zitarrosa y, además, lo llamarían para shows como el de Jaime Roos, Once Tiros, Buenos Muchachos, Boomerang teloneando a los Rolling Stones, Márama y Rombai y tantos otros.

Cuando empezaste a agarrar las luces, ¿entendías la relevancia que tienen en un show?

En ese momento, no sé si lo percibía tanto. La estética y ese tipo de cosas siempre me interesaron mucho y. Estudiando el bachillerato mirábamos planos y yo veía que me gustaba salir de lo tradicional. Hoy veo un show internacional y no puedo creer las luces que tienen, pero hay una cabeza y un laburo detrás. No es solo ir y colgar el tacho y las luces. Eso yo ya lo entendía  cuando empecé. Iba al Interior y tenía cuatro luces y pensaba qué hago con esto. Una vez saqué el afiche que estaba afuera, lo corté el logo de un banda con una tijerita y lo puse con una linterna. Eran boludeces que realmente hacían la diferencia.

¿Cuál considerás que fue tu primer trabajo profesional como iluminador?

Los primeros shows fueron los de Cursi, pero el primero importante que tuve fue con Jorge Nasser. Entre mudanza y mudanza, yo ya había conocido a Jorge por Cursi y él me vio que yo estaba dedicado a las luces. Él vivía en frente, en la calle Gaboto, y un día me llamó y me dijo que cruzara, que quería hablar conmigo. Me dijo que iba a hacer un Teatro Metro, que iban a filmar, que iba a estar Canal 5 y que quería que yo fuera el iluminador.

Como yo siempre fui para adelante, le dije que lo hacíamos. Jorge fue el primero que me costó, también. En el mundo de la iluminación había pocos que realmente lo hacían, había una generación más grande que yo, que estaba en la movida de dedicarse a eso. Muchos son referentes, aprendí mucho de ellos, pero al principio fue bastante complejo. Yo era el pendejo que venía a complicarles un poco. No era mi intención, pero yo ya estaba encontrando mi viaje con las luces y me parecía que quería ir por ahí.

Pasé de estar afuera de la Zitarrosa, vendiendo adhesivos, a trabajar en la sala Zitarrosa en la parte de escenario, después de trabajado durante mucho tiempo con Cursi. Trabajé dando una mano con todo lo que era la llegada de los músicos, el cableado de los equipos, empecé a aprender cosas de sonido que no sabía. Me fui fogueando con eso que tampoco era lo que yo quería hacer, pero me parecía importante. Hasta el día de hoy, creo que esas cosas son importantes a la hora de ser un iluminador. Yo no puedo pensar un diseño de luces sin saber qué va a haber en el escenario. Por eso, fue súper importante para mí.

Jorge también me abrió la cancha para otras cosas, empecé a hacer otro tipo de bandas, si bien yo seguía laburando en la parte de escenario. Como necesitaba bancarme solo, también trabajé en una sala de ensayo. Ahí conocí al 40% de los músicos con los que trabajo ahora. Empecé a conocer a los Once Tiros, a La Trampa. Eran bandas que venían a ensayar y yo era el que los recibía y les armaba el backline.

La sala de ensayos te dio contactos

Creo que ese contacto con los músicos también es el que te da la tranquilidad y la confianza como para poder proponer y poder salir de lo de siempre. También pasa que los músicos de acá recién ahora están empezando a ver que hay todo un mundo que está bueno y que, realmente, es importante para el show. No es solo sonar bien, que me parece fundamental, pero la iluminación juega un rol. Si vas a un show y está cuidado en todos sus aspectos, tenés todo. Si una de esas patas falla, estás ahí pero no estás.

¿Tuviste algún gran maestro con respecto a la iluminación?

Con las luces fui súper autodidacta. A la hora de diseñar plantas, por ejemplo, apliqué mucho lo que aprendí en bachillerato. Tenía que hacer una planta y era lo mismo que ver una casa. Yo interpretaba un plano e interpretaba otro plano de luces.

El tema de la simetría y todo ese tipo de cosas son clave en lo que es mi laburo, lo tengo muy en cuenta y, de repente, paso mucho tiempo una posición de moldes para que quede todo perfecto. Pierdo tiempo en cosas que para mí son importantísimas, pero que para otro puede no serlo. Soy muy obsesivo con esas cosas, pero también es parte de la identidad de cada uno. Cada técnico tiene su librito y su manera de operar.

¿Te sorprende que te llamen algunos artistas?

He tenido muchas de esas sorpresas. Capaz que la primera vez que me pasó fue con Jorge Nasser. Tengo mis recuerdos de niño de escuchar a Níquel en la radio AM en Rosario. Mi vieja cocinaba y en la radio pasaban un tema de Níquel y, ahora hicimos los shows de la vuelta de Níquel y me movió cosas.

Me pasó también con Abuela Coca. De los primeros temas que recuerdo escuchar es Asesinos, que me encantaba y la cantaba, y después fui su iluminador por más de diez años. Me pasó también con Jaime Roos, me llamaron para hacer la vuelta de Jaime y no podía creer. Me acuerdo de juntarme con Jaime, muy nervioso, y pensar que los primeros casetes que compré eran de eso. Teníamos un almacenero en Rosario que era medio contrabandista, porque traía los casetes de Brasil. Pasó de ser mi primer casete a tenerlo en frente, estar semanas laburando juntos. O que me llamen para hacer un show de Pity Álvarez, es increíble.

Eran todos lo que yo escuchaba de niño y me quedaba de cara. Son cosas que te abren la cabeza. Después ya naturalizas un poco y no te sorprendés tanto. Me pasó de hacer las luces con Boomerang para el show de los Rolling Stones.

¿Y qué implica hacer un show de luces?

Te llaman y muchas veces conocés a la banda, muchas no. Lo primero es hablar un poco con la banda, ver cuál es la idea que tienen, ver cuánta libertad te pueden dar para hacer un show, ver cuánto presupuesto puede haber. Son las pautas importantes.

Después, viene lo musical. Si es un show normal o una presentación de un disco, yo me guío mucho por el arte de los discos y sus tapas, por las fotos de las bandas. Busco una estética con ciertas paletas de colores, pero también es importante saber lo que ellos no quieren. Me parece fundamental a la hora de hacer un show porque si vos sos el que compone la canción y para vos este tema es azul, yo no puedo estar tirando verde o rojo porque te estoy metiendo en otro viaje.

Me parece importante tener ese contacto y hablar con los músicos que no siempre pasa porque no siempre los músicos lo entienden. Muchos sí, tengo el ejemplo con los Buenos Muchachos. Ya son más de diez años que trabajamos juntos y lo entendieron desde que yo entré. Creo que ellos ya venían con ese viaje, tienen muy claro lo que quieren y es la banda que más libertad me puede llegar a dar a la hora de expresarme o diseñar una planta.

Pero lo importante es eso, hablar con el músico y ver qué concepto se puede encontrar, como para apegarse a eso y laburar desde ese lado. Siempre cuidando la estética de la banda y tratando de que cada banda tenga su personalidad. Si bien podés tener la misma planta de luces, la banda es diferente la operación tiene que tener algo diferente también. Con todos tengo mis latiguillos y mis cositas guardadas para ellos. Trato de guardarme algunos recursos para darles una identidad. Lo primordial es jugar para la canción, yo soy un integrante más, como si fueses un músico. La consola es mi instrumento y yo tengo que estar jugando con la canción porque la que manda es la canción y lo que necesita.

¿Cómo balanceas tú identidad como iluminador con la de la banda?

Es muy difícil lograr que el músico hable el idioma, pero no pasa con todo el mundo. Hay algunos que te dan la libertad y vos sos el que define, muchas veces. Con los Buenos Muchachos yo sugiero muchas cosas y es la banda en la que puedo hacer mis viajes. Pero también la banda tiene una estética y un viaje que permite eso, eso de irte y dejar que un tema te parta los ojos.

Yo siempre estuve muy vinculado con la música desde el otro lado, también. Tuve mi banda durante diez años, yo cantaba. Se llamaba Yogurt y era de pop rock, donde también la estética jugaba un rol bastante importante. Creo que el hecho de haber estado del otro lado del escenario es importante para lo que hoy entiendo como técnico. Es fundamental estar del lado del músico porque entendés todo lo que molesta.

¿Cuál fue el show más desafiante al que te enfrentaste?

Me ha pasado de todo. En un festival, tenía todo el show programado con Once Tiros. Terminó la prueba de sonido al medio día, comimos un asado, descansamos y volvimos a la hora del show. Es un festival y van pasando bandas, así que me acuerdo de llegar y que me digan que no estaba mi grabación del show cinco minutos antes de arrancar. Tuve que hacer el laburo que hice durante dos horas de prueba y fui improvisando. Ahí es donde se ve la verdad, cuando tenés poco tiempo y el show tiene que salir, se tiene que ver y tiene que estar bueno porque son bandas grandes con muchos músicos en escena. Me ha pasado varias veces ese tipo de situación y algunas salieron mejor que otras, pero siempre salieron.

Capaz que la peor de todas fue con Jorge Nasser en el Teatro de Maldonado. Unos minutos antes de arrancar el show, con sala llena, se me dio por ir a probar la consola, por las dudas, a ver si estaba funcionando todo bien. Llegué y no me respondía la mesa, estaba muerta la consola. Eso, a unos minutos de arrancar un teatro agotado.

Pensé en cómo resolverlo y me recorrí todo el teatro buscando zapatillas de corriente. Saqué de hasta de la cocina, me servía cualquier cosa. Me fui al cuarto a desconectar todo lo que son luces, todas tachos en ese momento, y empezar a agrupar en zapatillas. Estaba Simón, el hijo de Jorge, que me pasaba los cables y yo estaba atrás, en ese cuarto, operando el show con un enchufe en la pared. Cambiaba zapatillas con los colores, mandándole, tratando de seguir el tempo de la canción y la paleta de colores. Todo hecho manual, enchufando y desenchufando con chispas, se derretían las zapatillas y cambiábamos a otra. Así durante una hora y media de show en el piso, sin ver el escenario, escuchando de costado, pero el show tenía que salir. Yo no podía irme porque no andaba la consola.

¿En qué momento llegaste al pico de tu carrera?

Ojalá no sea el pico todavía, pero me pasó de estar haciendo el Teatro Ópera en Argentina, con Los Olimareños. El teatro estaba lleno de uruguayos cantando los clásicos, todos llorando, y ahí dije "esto es increíble". Esta instancia con Jaime creo que, también, es lo máximo que me puede pasar como iluminador. Ese tipo de cosas son fuerte, te llenan pila.

Una sensación muy única, también, es la previa al show. Los dos minutos previos a arrancar un Teatro de Verano, un Velódromo o un Antel Arena son fuertes, mismo.

¿Cómo llega el Blackout Lighting Studio a tu vida profesional?

El estudio nace desde Ciudad Música. Es un espacio cultural y es una especie de cowork de gente que está relacionada a la música. Hay estudios de grabación y hay una sinergia increíble. Hay profesores de canto, de saxo, gente que da clase de tambores, sala de ensayo. Hay una rotación de músicos que es increíble.

El proyecto tiene unos cuantos años de vida, ya. Ciudad Música es de un amigo con el que compartimos muchísimos años como técnicos. Junto con Rodri, que fue manager de Once Tiros durante mucho tiempo, formaron Ciudad Música.

En el momento en que se creó, recuerdo que estábamos en el back de un show en la Fortaleza de Santa Teresa y yo dije que me quería sumar de alguna manera y siempre estuve, acompañando desde hace un año y poco. Quería armar un estudio con alguien más porque es algo que acá no está muy incorporado, pero ya en Argentina sí.

Es un lugar donde podemos programar el show, armarlo de una manera diferente, en un espacio de reunión donde realmente podemos estar cómodos y sacarte el chip de hacer todo en tu casa. Tenemos nuestra torre de control, junto con dos técnicos amigos que nos conocemos hace mil años. Está Martín, que es el iluminador de Buitres y de otros proyectos y está Pablo que trabaja en el Auditorio del Sodre iluminando el ballet.

Está bueno encontrar una forma de laburar que está copada porque nos rinde pila. Muchas veces, quedarse con la opinión solo de uno te puede jugar en contra y poder discutir con alguien que habla el mismo idioma que vos, que entiende, está buenísimo. La idea de Blackout es también un espacio para que se puedan arrimar otros técnicos que quieren laburar un poco más pro.

¿Qué rol cumplen las redes sociales en tu vida?

Siempre fui bastante tímido con todo ese tema, pero creo que hoy en día es súper importante, es una herramienta. No lo uso tanto del lado personal, pero si del lado laburo para poder mostrarlo, para poder intercambiar con otros técnicos, hacerme conocer con los músicos. Poder mostrar no a mí, sino a mi laburo. Seguro ves mi Instagram y aparezco muy poco.

¿Cuándo sentís mayor libertad?

Cuando estoy operando un show, cuando me siento yo. Te diría que en un show de los Buenos Muchachos es cuando siento más libertad, estoy gozando.

¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?

Espero que todavía no haya sido, pero tiene que ver con lo que hago, con mi trabajo. Es muy importante en mi vida. Hay muchas cosas personales que están bárbaras, pero quizá la felicidad la encuentro también en esos lugares, cuando me puedo sentir yo y puedo expresarme. Cuando puedo estar haciendo algo que me llena, esos son los momentos en que encuentro felicidad.

¿Algo que la vida te haya hecho aprender a golpes?

Tengo muchos golpes, pero, quizá, a ser un poco más ordenado. Siempre me importó todo muy poco, siempre fui para adelante, sin pensar mucho. Me tiro a la piscina, pero creo que con en día lo veo desde otro lado. Ahora pienso dos veces las cosas.

Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?

Creo que por culpa de rock´n roll iría al infierno.