Esquivar los lugares comunes cuando se está hablando de mil operaciones a los ojos de personas de bajos recursos económicos, con la más avanzada tecnología y con la ayuda de un país amigo, es cosa muy difícil. La semana pasada vi por televisión el acto de celebración por ese primer millar de operaciones. Y me dediqué a mirar a los ojos a los de los participantes. Me concentré en sus miradas.

No solo de los operados o algunos convalecientes que lucían vistosas vendas en alguno de sus ojos, sino también de los médicos, en especial de los médicos cubanos. Y debo estar sensiblero porque me emocioné. Sólo quien ha estado cerca de la ceguera o de alguna manera dentro de ella puede valorar el significado de recuperar plenamente la visión. Es un renacimiento. Y esos ojos, esas miradas, sin siquiera utilizar la palabra expresaban ese renacimiento, ese asomarse de nuevo a la vida plena.

Entre la oscuridad, la opacidad, y la declinación de toda posibilidad de ver y una visión normal, para miles de uruguayos había sólo una operación. Y sin embargo en nuestra sociedad inundada de marketing por la salud, por los remedios, por los acompañantes en los hospitales nos habíamos acostumbrado que era normal, aceptable que sólo un sector de la sociedad pudiera acceder a esas operaciones y los otros esperaban interminablemente, inexorablemente esperaban. Y terminaban ciegos o casi. La mayoría de los casos eran personas mayores, pero no sólo.
 Primero fue el escándalo de la operación “Milagro”, viaje gratis y operación también totalmente gratuita en Cuba. Y empezó la tormenta tropical de baja intensidad. Después Cuba donó el equipamiento y puso los médicos a disposición para que se construyera el Hospital de Ojos. Huracán fuerza 4.

Los que siempre viven proclamando que las ideologías han muerto, que no hay derecha ni izquierda y que es anacrónico politizar ciertos temas, se sumaron a la corporación del lucro para criticar y enfrentar esta iniciativa. Aclaro que yo estaría escribiendo esta nota con igual emoción, si el aporte de tecnología y de médicos hubieran venido de Nepal, pero no, vino de Cuba. Horror.

En lugar de celebrar entre todos que un país hermano – que tiene notorias dificultades económicas – nos ayuda para resolver y mejorar substancialmente la atención de nuestros compatriotas y además celebrar el espíritu de solidaridad, de compartir que tanto le hace falta a este mundo egoísta, también esto fue motivo de polémica.

Los argumentos para las tormentas se eligen, algunos vienen de la derecha, otros vienen de las corporaciones miserables, las que se acostumbraron sin mover un dedo a la tremenda injusticia de dejar que miles de uruguayos perdieran la vista con responsabilidad del Estado y de esas mismas corporaciones. La miseria es la misma.

En lugar de festejar todos, porque es un triunfo del país y de los mejor de los seres humanos, su sentido de fraternidad y amistad, algunos callan, otros demoran y otros rumian en los rincones.

Los ojos emocionantes esa tarde no eran sólo los de los pacientes recuperados o algunos con la esperanza de recuperarse, sino de los médicos, los uruguayos y los cubanos. Yo logré identificar más claramente a los cubanos y sobre todo a las cubanas, porque son muchas mujeres y son afro y mulatas y eso pasa en Cuba. Si, la ayuda y la mano tendida vinieron de Cuba, que tiene un PBI per cápita inferior al nuestro, que ha invertido recursos enormes para ser una potencia médica, que ayuda a mucho países de la región y el mundo. Y el orgullo tranquilo, sereno de esos ojos de gente que vive lejos de su casa, de su familia, que no nos vino a pedir nada y comparte con nosotros esa enorme tarea. Profesionales de los que podríamos aprender mucho, no sólo en materia técnica y profesional.

Mientras operaron a mil uruguayos con excelentes resultados – cosa que nadie se atreve a discutir para no quedar en ridículo – esos mismos médicos esperan la revalida de su título que deberá pasar por el supremo órgano de la verdad y sus adyacencias. Esperemos que llegue antes de las dos mil operaciones, para no seguir haciendo el ridículo. Y hace muy bien el Poder Ejecutivo en permitirles por decreto a los médicos uruguayos seguir operando a nuestros compatriotas que les importa un reverendo maní que la corporación no quiera perder pacientes y espacios y siguen confiando nada menos que sus ojos al nuevo hospital y a los médicos cubanos y uruguayos que trabajan allí.

Hubiera preferido mil veces mil hablar solo de la emoción de esos rostros, de que hay pequeñas - o mejor dicho cosas aparentemente pequeñas - que hacen que todas las cosas valgan la pena. Sólo por ese hospital y esos mil uruguayos renacidos, que ven los colores, los hijos, los nietos, la vida valió la pena. Lamentablemente el diablo siempre mete la cola y hay que dedicarle algún renglón.