El presidente electo, José Mujica, volvió a poner el conflicto con Argentina por la instalación de Botnia como un tema de la agenda política.

Mujica sorprendió con su decisión de dialogar con la Asamblea Ambiental de Gualeguaychú, contradiciendo la estrategia de la Administración Vázquez de no negociar con la ruta cortada por considerar que eso es un problema del gobierno argentino y por la ilegalidad y destructividad de la medida. Mujica se muestra decidido a utilizar su buen relacionamiento con la administración Kirchner/Fernández para conseguir el levantamiento del corte que impide en tránsito por el puente Gral. San Martín, un símbolo de la lucha de la asamblea ante lo que consideran una amenaza a su salud y soberanía.

Sería un grave error suponer que el problema central es el corte o que la solución va a llegar con un par de toques mágicos por parte de los gobiernos, en lugar de aceptar la naturaleza dialéctica del conflicto. La relación causa-efecto es un camino de dos vías: los actores sociales modelan y definen el conflicto y éste cambia a los actores sociales. Los conflictos alteran los patrones de comunicación, el relacionamiento y la organización social y alteran la imagen propia y de los otros, por lo que nada será igual en las relaciones entre Fray Bentos y Gualeguaychú.

Más que en los actos de gobierno, es en el proceso negociador donde se puede transformar la manera en la que el conflicto se ha expresado hasta ahora. Podría decirse que la lucha contra Botnia y los cortes de ruta son hechos anecdóticos al lado de su dimensión más profunda. Una mirada estructural e histórica sugeriría que si la inversión, el desarrollo, la tecnología de punta y el respeto internacional se iban a concentrar de un solo lado del río y frente a unos vecinos más grandes, numerosos y prósperos, era inevitable que se alteraran los modelos de comportamiento y que surgiera alguna forma de conflicto. Este tipo de miradas no son excluyentes sino complementarias y buscan dar con el entramado de modelos interpersonales, relacionales, estructurales y culturales que están en el trasfondo del conflicto. Solo entonces es posible responder eficazmente a sus síntomas sin perder de vista un horizonte de mediano y largo plazo.

Estos modelos de comportamiento involucran tanto cuestiones materiales cuanto espirituales o psicosociales, reales o percibidas, y no pueden ser modificados por vía administrativa. En esta etapa, el objetivo debería ser transformar la expresión destructiva del conflicto en otra que permita el diálogo y acepte el daño causado y la interdependencia, lo que parece un horizonte lejano.

El sábado pasado estuve en Fray Bentos para participar de la Teletón y pude comprobar, tres años después de mi última visita a la zona, que el rencor generado por el corte del puente es un sentimiento instalado y que no desaparecerá pronto. Supongo que lo mismo debe ocurrir en Gualeguaychú, tal como se desprende de las declaraciones de algunos asambleístas tras la oferta de diálogo de Mujica. Es probable que persista en buena parte de la población de ambas ciudades la idea fantasiosa y destructiva de que es posible la aniquilación del adversario. Es que el proceso de transformación del conflicto todavía no se ha iniciado, y por lo visto, ni siquiera se visualiza su necesidad.