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Escribe Esteban Valenti

Opinión | El cáncer de la política: la mentira

Que la mentira tenga patas cortas no depende de la mentira, sino de nuestra actitud.

07.02.2023 17:28

Lectura: 6'

2023-02-07T17:28:00-03:00
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Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña.

Adolf Hitler.

La metástasis que se ha extendido por el mundo, debilitando la democracia, los partidos políticos, la credibilidad en general de los políticos, es la mentira, mejor dicho algunos sistemas integrales e integrados de mentiras que incluso han construido su propio soporte ideológico y cultural. Y esa situación está impactando con mucha fuerza en Uruguay.

La frase de Hitler no es una más de sus muchos discursos. Está en el corazón de su nefasto reinado que llevó al mundo al borde de la catástrofe y destruyó Alemania. Construyó una enorme mentira, sobre la superioridad de la raza aria, sobre el destino inexorable del III Reich y toda la doctrina nazi, que se nutrió de otras grandes mentiras como el fascismo de Mussolini. Representaron el momento en que la civilización retrocedió hacia la barbarie y no de las élites sino de grandes masas, armadas o civiles que dieron soporte a esos regímenes y sus proyectos.

Su proyecto militar de conquistar el mundo y someterlo por varios siglos, o para siempre, se basó en primer lugar en la mentira, no en las armas. Estas fueron instrumentos inertes, que necesitaron de mentes, de manos y de vidas humanas, y para conquistarlas la mentira fue esencial.

Que Stalin haya jugado un papel militar destacado en la derrota de Hitler y Mussolini, al frente del pueblo y del ejército soviético, aún con personales y graves errores y horrores, no puede impedirnos considerar que él también utilizó la mentira de manera sistemática y como base de su dominio del país, del partido, de los partidos comunistas en el mundo. La profunda deformación teórica, política y sobre todo el despojo al socialismo de todo valor humano, fue eso: una gigantesca mentira.

No hay nada peor para la política, es decir para la labor inexorable e insustituible de gobernar, de darle una base institucional y legal a las sociedades, que la mentira como sistema. Se sabe cómo comienza pero nunca como termina. Mejor dicho, termina todo muy mal.

Grandes mentirosos son los que han hecho circular la idea de que la política siempre está asociada a la mentira, en realidad es parte de su ADN. Ese es otro de los pilares del sistema de mentiras destructoras. Es su principal forma de camuflarse y envilecer la política.

La confusión deliberada para justificar la mentira, como si fuera uno de los tantos errores humanos inevitables, es parte del pegamento del sistema de las mentiras.

Si un político reclamó el voto a sus ciudadanos utilizando entre otros elementos una falsedad sobre su preparación profesional, sus títulos, sus estudios, sus trabajos plagiados, es decir sobre mentiras, luego la seguirá utilizando. La mentira alimenta a la mentira, obliga a la buena memoria para no pisarse el palito, pero a construir mentira sobre mentira. Y eso sucedió hace poco en Uruguay. Todos sabemos con quiénes. Pero no ha terminado, hay más mentirosos solo en ese terreno, el de su preparación. Parece una telenovela siniestra.

La corrupción, las designaciones escandalosas, los pasaportes entregados a delincuentes peligrosos, las compras de servicios escandalosos a empresas sin ningún antecedente y muchos otros hechos aparentemente inconexos, en realidad se basan en mentiras. No serían posibles sin mentir. Y las mentiras se van descubriendo y empobreciendo la vida política a institucional del país.

Pero además, tienen impacto en la cultura de las “masas”. Una parte de la sociedad, por ejemplo en el departamento de Artigas, se traga sin protestar que bajo sus narices, con su plata, le paguen una cifra escandalosa de horas extras a una alta funcionaria de la Intendencia y primero el intendente reconoce que son “imposibles” y luego las justifica con cara de piedra. Y las “masas” se tragan esas mentiras y no le dan importancia.

En Brasil, fue sobre las mentiras más escandalosas que Jair Bolsonaro construyó su base política electoral y golpista, y no fue pequeña, como tampoco fueron pequeñas las mentiras trasegadas a través de las redes en lo fundamental y los discursos presidenciales. Donald Trump es otro ejemplo monumental del uso de la mentira.

Las mentiras se van instalando de a poco, las vamos aceptando en pequeñas dosis y luego son costumbre, son imprescindibles para lubricar toda la marcha de la maquinaria del poder, pero a veces también de los que aspiran al poder.

En el antiguo Egipto a los faraones le suministraban muy pequeñas dosis de veneno para generar los anticuerpos y de esa manera fueran inmunes a un posible envenenamiento.

No solo se trata de un combate implacable contra las grandes doctrinas de la mentira que envilecieron al mundo, sino de la mentira como método, como base para pervertir la política y los políticos.

Robar, manipular el poder, corromper y ser corruptos, malversar los fondos públicos, manipular las compras del Estado o incluso de empresas privadas vinculadas, todo, absolutamente todo, se basa en la mentira. Sin mentiras no serían posibles.

Las armas para combatir la mentira, no son solo la verdad como concepto abstracto, sino es el accionar de la prensa para desnudar las mentiras, las instituciones de prevención y de combate a la corrupción, las leyes severas y exigentes, y por encima de todo la batalla cultural y la épica de la decencia, de enfrentarse a los mentirosos, aún en los momentos que no nos conviene y que hay que apechugar los costos.

Hay un complemento que se suma a la mentira, que es la judialización de la política, depositar en la justicia la postergación de las resoluciones, cargarla al máximo y en definitiva pervertir un poco más la política. Las responsabilidades políticas, deben asumirse políticamente y no tratar de lavarse las manos y la cara con la “justicia”. Ese es otro plano, diferente.

Las mentiras descubiertas, expuestas ante la ciudadanía, con posibilidad de respuestas y de un debate serio, deben ser asumidas por la política. Y eso vale para todos, pero a mí me interesa en particular para la izquierda. Una de las banderas históricas de la izquierda, siempre, fue la honestidad, la prioridad absoluta de los intereses democráticos y populares. La mentira es un atentado directo a esa identidad y una traición a la gente. No es un error, ni en la derecha, ni en el centro y menos en la izquierda.

Que la mentira tenga patas cortas no depende de la mentira, sino de nuestra actitud.


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