La proliferación de encuestas sobre intención de voto está generando en la ciudadanía una sensación de incertidumbre que es mayor a lo que los números indican. Las deficiencias registradas en las últimas elecciones nacionales, equiparables a las que se observan en otras partes del mundo, hacen que un método prospectivo que es, por naturaleza, provisorio y relativo, parezca haberse convertido en un albur, resultado del azar, más que de la prudencia y circunspección de los encuestadores. A poco que se cotejan los datos, lo que aparece es un escenario mucho menos tortuoso, con un puñado de pistas bastante consistentes.

Una primera pista es que el Frente Amplio encara la competencia electoral en desventaja, por primera vez en quince años. No sólo se encuentra muy lejos de su último resultado electoral (que le dio el gobierno con mayoría absoluta por tercer período consecutivo) sino que está incluso muy por debajo de la adhesión que recogía en igual período del anterior ciclo electoral.

Así las cosas, el oficialismo deberá poner toda la carne en el asador para mantenerse en el gobierno y, en caso de triunfar, tendrá que encarar un tiempo político nuevo, en minoría y con la consecuente necesidad de articular alianzas para la aprobación del presupuestos y demás asuntos que quiera promover. De ahí que se estén preparando para una movilización a todo nivel (partidario, sindical, social, mediático y de gobierno) que promete ser muy intensa y que tendrá como objetivo principal recuperar a miles de votantes descontentos, al menos para la segunda vuelta.

La segunda pista es su contracara: el Partido Nacional, aún sin crecer significativamente, encara el comienzo de la campaña con cierta ventaja, liderando una oposición que supera el 50 por ciento de las intenciones de voto, en especial por el éxito entre los colorados la reaparición del ex presidente Julio Ma. Sanguinetti y la consolidación de la candidatura de Ernesto Talvi, con su perfil de novedad y rigor profesional.

Los nacionalistas podrían incluso tener ciertas ventajas para articular un gobierno de coalición y eso es un diferencial positivo, aunque deberán sortear la debilidad inherente a todo acuerdo multipartidario.

La tercera pista es que los partidos menores (Independiente, de la Gente, Unidad Popular, PERI, etc.) enfrentan, a estas alturas del ciclo electoral, las consecuencias negativas de no tener competencia interna por la presidencia, lo que los relega a un segundo plano, y luego el riesgo de una eventual polarización entre frentistas y partidos históricos.

¿Está en los indecisos la clave para un cuarto gobierno frentista? ¿Enmascaran, como dicen algunos encuestadores, un porcentaje significativo de votantes nacionalistas? ¿Dividirán preferencias de manera equitativa y, por lo tanto, no habrá grandes novedades en el resultado final que no estemos observando ya?

Quizás las respuestas a estas preguntas encierren la clave sobre quién ocupará la Presidencia de la República a partir del 1º. De marzo del 2020. Sin embargo, aún falta una pista fundamental para que buena parte de la ciudadanía decida a quién votar, y es saber quiénes serán, concretamente, los aspirantes a ocupar el sillón presidencial. Como se ve, el resultado es incierto pero no hay muchos misterios.