Contenido creado por Martín Otheguy
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El reino del revés

Cinco nuevas situaciones que nos plantea la pandemia. Por el psicólogo Juan Mendaro

¿Qué hacemos cuando se indiscriminan los territorios? Son tiempos de nuevas preguntas en la psicología, nos dice Juan Mendaro.

24.06.2020 13:55

Lectura: 7'

2020-06-24T13:55:00-03:00
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Estamos hechos de haceres que nos organizan y nos constituyen. Los distintos territorios donde hacemos también nos encuadran. Cada territorio tiene su legalidad, lo que podemos y no podemos hacer en él.

Los rituales cotidianos en los territorios que habitamos nos dan seguridad, tranquilidad y cierto grado de certeza necesaria. Con el tiempo los naturalizamos - el mate de la mañana en la cocina, el almuerzo en lo de los suegros el sábado, el partido de fútbol 5 de los martes, el horario del liceo - y pensamos que nuestro mundo "es así", como cuando de niños literalmente creíamos que el sol salía por el este y se ocultaba por el oeste. Necesitamos coordenadas espacio-temporales para hacer, que muchas veces se ritualizan.

¿Qué pasa cuando se indiscriminan los territorios? ¿Qué pasa si tengo que tomar el mate de la mañana, con mis suegros en la cancha de fútbol 5?

Un buen psicólogo no es aquel que tiene buenas respuestas, sino el que sabe hacernos nuevas preguntas.

A continuación voy a contar cinco historias que aunque ficticias nos pueden ayudar a hacernos nuevas preguntas; porque estos son tiempos de nuevas preguntas y, por añadidura, de nuevas respuestas.

1 - ¿Qué hago si estoy en la cocina teletrabajando, que es el único lugar en toda la casa donde todavía y de a ratos puedo trabajar tranquila, y entra mi novio deseoso de sexo?

El living es un despelote mayúsculo, con sus carpetas, papeles y laptop. Los nenes están en clase por Zoom cada uno en su cuarto. La casa está en silencio y es un momento único que habría que aprovechar. Hace más de dos semanas que no hacemos el amor. No me siento particularmente deseosa pero me dejo llevar. Nos tiramos en la cama y vuelan restos de pop y galletitas del acolchado. El día anterior, domingo, vimos los cuatro una serie en la cama. Jornada de cine casero con pop, galletitas y refrescos.

Se me mezclan las imágenes. Las de ayer y las de ahora, y me siento incómoda. No conecto. Trato de sacarme de encima las imágenes de ayer como quien prende un limpiaparabrisas cuando llueve. Lo logro a medias.

"¿Qué te pasa?", me pregunta, "estás en otra". Él no ve el pop. Menos que menos las migas de las galletitas.
Estamos en pleno tratando de hacer el menor ruido posible. La cama chilla y el más chico grita desde el cuarto de al lado: "¿Mamá, me ayudas? ¡Pierdo la imagen y no escucho la clase! ¿Será el router?" Inmediatamente pienso si trancamos la puerta. Sí, la trancamos.

La ayuda demora en llegar. "Voy yo", me dice mi novio. La calma relajada y gozosa después del sexo se desdibuja y me queda una sensación de invasión y nervios. Y me pregunto por qué mejor no seguí trabajando.

2 - ¿Qué pasa cuando la copa de vino de la noche, que antes marcaba el corte del fin del trabajo y el comienzo de mi tiempo de disfrute, me lo sirvo al mediodía?

Después del almuerzo me invade una somnolencia y una sensación de bienestar que presagia la siesta del seguro de paro. Y a pesar de que estoy cansado el sueño no llega. Mi cabeza vuelve al lugar de siempre: me estoy comiendo los últimos pesos y hay grandes chances de que no vuelva a trabajar.

3 - Vine a visitar a mi vieja a Marindia. Se vino para acá al comienzo del coronavirus. Tiene 70, EPOC, diabetes tipo 2 y fuma como una chimenea. Yo le hago las compras para que no salga. Una o dos veces por semana voy para allá desde Montevideo.

¿Qué hago si cuando estoy acarreando las bolsas desde el auto hasta el porche me cae un mensaje de mi terapeuta: "Estoy"? "Dame 5", le respondo mientras gano tiempo y pienso, "¡Cómo me olvidé de la terapia! ¿Ahora que miércoles hago? ¿Suspendo la sesión?". Se me prende la lamparita: "¡El auto! Tengo que ver dónde pongo el celular".

Termino de llevar las bolsas hasta la puerta y saco dos almohadones del baúl. Los pongo en el asiento trasero contra una de las puertas. Apoyo el celular sobre los almohadones, contra la perilla de abrir la puerta y me siento en la otra punta del asiento.

"Nena, ¿no vas a entrar un ratito?", me grita desde la puerta con el pucho en la boca.

"Tengo una llamada de trabajo. Ahora voy", respondo.

Ella hace el típico gesto de "Manejate" y entra cargada de bolsas.

Abro el Whatsapp y veo: "¿Lo hacemos por Skype, por Whatsapp o por Zoom?"

"Te llamo por acá", respondo. Me acomodo en el asiento mientras evalúo si me enfoca bien la cámara.

4 - ¿Qué hacer cuando no te queda más plata y estás a mitad de mes, tenés un hijo a cargo y en tres meses se te acaba el despido? ¿Cómo pagar el alquiler? Ya hablaste con el muchacho de la inmobiliaria y te dijo que el propietario no va a hacer ninguna rebaja. Tu ex marido está en seguro de paro y tampoco llega a fin de mes. Y aunque siempre ha sido puntual con la pensión, los últimos tres meses no pudo depositarte el total acordado. Me cuesta dejar de pensar en distintos tipos de futuro negro.

Dejé terapia hace cuatro meses. Fue el primer gasto que recorté. Mi terapeuta me escribe diciéndome que no me cierre, que el asunto de los honorarios lo podemos arreglar. Pero él no sabe que a veces no tengo ni para el boleto. Capaz que puedo ir en bici. Mi vieja bicicleta de soltera está desinflada o pinchada, oxidándose en el balcón. Hace unos días, caminando con mi hijo por el barrio, descubrí una bicicletería como a diez cuadras.

Capaz que hoy después del almuerzo me tiro hasta ahí.

5 - Venía pensando cómo me había costado el nuevo encuadre de trabajo. La tecnología claramente no es lo mío. Pero a fuerza de costumbre, durante el coronavirus, me he adaptado al trabajo virtual como tantos otros en mi tribu, el psicoanálisis.

Freno en un semáforo en la rambla y miro la playa, el sol y los pocos autos que circulan. Siento cierto grado de tranquilidad, hasta de felicidad, enmarcadas en una constante sensación de extrañeza. Arrancó junio y parece noviembre. Y nada de lo que hacía lo puedo llevar a cabo en los lugares en los que estoy acostumbrado. Salvo el trabajo. "Por suerte está el consultorio", pienso. Sigo yendo religiosamente a trabajar al consultorio.

Veo, de casualidad, que la pantalla del celular se ilumina. Es una notificación de un mensaje de Whatsapp.
"Qué raro X a esta hora", pienso. Pongo el pica pica y entro hacia Kibón para abrir el mensaje: "¿Lo llamo? ¿Está?". Entonces recuerdo que había reagendado a X hoy, a primera hora de la tarde y no lo había pasado a la agenda papel.

"Llegar al consultorio, bajar, y prender la computadora me va a llevar por lo menos 20 minutos", evalúo. Saco el pica pica, estaciono y le pongo un mensaje a X: "Hagamos una videollamada de Whatsapp. Llámeme en 5 minutos por favor". "Ok".

Me acomodo en el asiento delantero, subo las ventanas y buscó un lugar donde apoyar el celular en el tablero. El auto, provisionalmente, se convierte en consultorio. No me gusta nada.

Me acuerdo de mi canción favorita de Maria Elena Walsh: "Me dijeron que en el reino del revés nada el pájaro y vuela el pez". Tarareo. "¿Qué hacemos cuando se indiscriminan los territorios?", pienso. "A veces podemos sacar conejos de la galera, a veces no".

"Tienen barbas y bigotes los bebés porque hablan mucho inglés". Murmuro cuando suena el celular, recordando nítida la hermosa voz de Maria Elena acompañada por un banjo.

Juan Andrés Mendaro Bruno
mendarobruno@gmail.com


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