Contenido creado por Martín Otheguy
Invitados

El marco

El coronavirus cambió el marco de la terapia. Una mirada del psicólogo Juan Mendaro

¿Qué será del apretón de manos o del beso al llegar? ¿Del destello de los ojos vidriosos que presagian alegría o llanto?

08.06.2020 13:27

Lectura: 5'

2020-06-08T13:27:00-03:00
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Un sábado me desperté, ya después de que la primera gran ola de la emergencia sanitaria había pasado, y súbitamente me di cuenta de que mi trabajo tenía un marco nuevo: los cuatro lados del rectángulo de mi computadora portátil.

Allí estaba ella en su nuevo lugar, sobre una mesita, frente a mi sillón de trabajo.

Esas cuatro aristas equidistantes y simétricas, con sus ángulos rectos, encuadraban mi trabajo de una manera nueva. Allí ocurría todo el acontecer clínico, los relatos, las risas, las sonrisas, los llantos, los miedos, las angustias y las ausencias de mis pacientes.

Se me había impuesto un cambio enorme, el cual había capeado, un poco con resignación, incertidumbre e inocencia, y otro poco con arduo trabajo, el de acomodarme a ese nuevo orden que, día a día, acontecía en aquella pantalla.

Los límites de mi consultorio no eran ya estas cuatro paredes que miro, sólidas y acogedoras, que en el curso de estos 12 años nos han protegido a mis pacientes y a mí, ni los muebles, ni el techo con sus tres luces, ni los adornos, ni los cuadros en las paredes.

El marco nuevo de mi trabajo era la pantalla de mi computadora portátil, con las reglas que me imponían cada una de sus herramientas de encuentro virtual.

Tengo que abrirla y prenderla para que ocurra el milagro de mi trabajo. Y por un lado estoy agradecido. Hace 12 años hubiera tenido temporalmente, muy poco trabajo.

Ella borra las fronteras del espacio, no las del tiempo. Hay algo que todavía queda más allá de los escombros de la pandemia. El nuevo tiempo que se nos escurre por las manos en este espacio virtual nuevo.

Ella me permite ver cosas que antes estaban escondidas en la intimidad de las casas de mis pacientes, custodiadas por paredes, silencios y distancias. Atesoradas por ellos, hasta del ojo interrogante de el terapeuta.

Esta pantalla rectangular y permeable ahora penetra en el reducto de los hogares permitiéndome ver y oír casi todo. Desde el ladrido de un perro que no sabía que existía, el casi imperceptible pasaje por detrás de una puerta de un esposo, un hermano o una hija, que provocan un silencio inesperado en el discurso, el chirriar de la ventana de una vecina, el timbre que trae el pedido virtual del supermercado, el rezongo de la caldera que anuncia un té o un mate, hasta el árbol que se asoma por la ventana de un paciente, que es mecido por el viento. Hasta me entero que llueve por la pantalla de mi computadora. Casi todo entra y sale por allí.

A veces me siento violentado viendo tanto de lo que antes no veía, como un testigo obligado que se asoma por una Cámara Gesell a la vida de los otros.

Me descubro consolándome con que los psicólogos también tenemos acceso a los pensamientos, deseos y emociones de personas, que no se las confiesan a veces ni siquiera a si mismos cuando apoyan la cabeza en la almohada.

Otras veces soy invitado cariñosamente por un niño, - acá si me siento deseoso y habilitado - y veo todo su mundo, un mundo que me imaginé tan distinto, pero que ahora percibo inequívocamente claro; sus peluches, sus juegos de mesa, los abrigos de la familia recostados en el sofá, y la danza del fuego en la estufa leña del living.

Aún con invitación y todo, me siento en una utopía futurista, de aquellas que leía o veía en la tele, en un mundo que transcurre ascético, mediado por pantallas, frío helado por un lado y lejanamente cálido por otro, donde la piel no es más una frontera, la mirada ya no es una puerta hacia lo insondable y no existen ni aromas ni olores.

¿Qué será del apretón de manos o del beso al llegar? ¿Del destello de los ojos vidriosos que presagian alegría o llanto? ¿Del nervioso y rítmico movimiento de un pie? ¿De la respiración pesada en una pausa? ¿Del perfume, el olor a transpiración, a porro o a alcohol que alguna vez impregnaron el consultorio? ¿De las emociones de los cuerpos ubicados frente a frente que iban y venían de un sillón a otro, amparados por paredes y techo?

El sonido del timbre fue sustituido por el "Estoy" de terapeuta o paciente en su computadora, el reloj de pared fue cambiado por el reloj delator en el margen inferior derecho de la pantalla, el dinero en mano, contante y sonante, se deposita en cuentas fácilmente controlables a través de un click de un mouse, y las sesiones pueden ser grabadas, quizás sin consentimiento de una de las partes.

Ahora la puerta, la ventana, la pared, el medio, el dispositivo y el marco es la pantalla. Y el otro está allí, muy lejos o muy cerca, y la cercanía y la lejanía generan en mí una tensión muy difícil de resolver, que poco a poco voy naturalizando.

Llegará el lunes y abriré la computadora, la prenderé y seguiré trabajando. Me seguiré adaptando y seguiré esperando. Esperando la próxima ola de la emergencia sanitaria. Mis pacientes y este nuevo mundo incierto emergerán delineados cada día, dentro del marco de mi computadora portátil.

Juan Andrés Mendaro Bruno
mendarobruno@gmail.com