Como la iniciativa correspondió a siete grupos de activistas homosexuales, algunos diarios comenzaron a referirse a él como el ''monumento gay'', lo que da pie a polémicas y comentarios socarrones. Acaso como pétrea ironía, el monolito se ubicará a dos cuadras de la residencia del obispo católico de Montevideo, Nicolás Cotugno, abanderado de la tesis de que la diversidad sexual es patológica y pecaminosa, y a pocos metros de donde pasará la próxima procesión de Corpus Christi.

En honor a los valores evangélicos, sería bueno que la feligresía y sus pastores se detuvieran un instante ante el nuevo monumento, no para adorar ídolos paganos sino para pedir perdón por las víctimas de la intolerancia religiosa. Y de paso, hacer un mea culpa por ocultar y proteger a los clérigos acusados de pedofilia. Para ahorrar en gastos, podría convocarse a gremialistas, policías, dirigentes políticos, técnicos de fútbol, periodistas y ciudadanos en general, que en este asunto de discriminar nadie está libre de culpa. En todo caso, algunos tenemos la delicadeza de no tirar la primera piedra.

La diversidad sexual es una de las batallas que quedan por ganar en la larga marcha hacia la libertad. No la libertad para quienes piensan, votan o viven el sexo como nosotros. Jesús decía que había que amar a los enemigos, porque amar y defender las causas de quienes están de nuestro lado carece de todo mérito moral. Quienes creemos en la diversidad en todos los casos y para todas las ideas y conductas (que no vulneren las preferencias ni la integridad ajenas) celebramos que un monumento nos recuerde uno de los umbrales de nuestra estupidez. Pero la batalla comenzará a ganarse definitivamente cuando cambiemos la idea de tolerancia por la de ''aceptancia'', si los congresistas de la lengua aceptan el barbarismo. Porque aceptar no es imitar ni acatar sino considerar al otro (diverso con respecto a mí) como un igual. La ''aceptancia'' incluye la convicción de que la diversidad nos beneficia a todos. Por un lado nos garantiza que nadie vendrá por nosotros a causa de nuestras preferencias. Por otro, nos ofrece una paleta más rica de sensibilidades y pareceres en las que nutrir nuestras elecciones.

¿Es la diversidad sexual un tema de gays y lesbianas? No, aunque la historia de la lucha por su consagración así parece indicarlo. Los obreros, las mujeres, los negros, los judíos, los palestinos, los indios, los comunistas, los gitanos, los artiguistas, los católicos, los protestantes o los musulmanes, también debieron luchar y morir ante la indiferencia general. Eso cuando no estaban en el poder y se convertían en victimarios y exterminaban a los disidentes con lo que tuvieran a mano. Los gays pueden esgrimir con orgullo que nunca promovieron persecuciones contra heterosexuales ni impidieron el casamiento entre personas de diferente sexo. Al menos hasta ahora.

No debe sorprendernos que muchos de quienes defienden la diversidad sexual no objeten otras cortapisas a la libertad. La defensa de la diversidad sin beneficiarios explícitos es un ideal por el que no todos están dispuestos a luchar. Como si la soberanía sobre esfínteres, ostias y pancartas se convirtiera en vicio social cuando se expresa en otros anhelos. La idea de que existen áreas de la sociedad que deben ser reguladas, censuradas, restringidas, reprimidas o aún exterminadas, ha logrado sobrevivir a las evidencias de su insensatez. Después de todo, la prohibición de acceder a bienes y servicios en la diversidad (los monopolios), las limitaciones al libre tránsito de personas y bártulos, la sanción impositiva a la adquisición de bienes según su origen y la penalización del consumo de ciertas sustancias psicoactivas, se parecen mucho a la discriminación. Claro que quienes cultivan estas diversidades no forman lobbies para conseguir un monumento a la libertad de conciencia y acción. Por ingenuidad o pereza, han dejado la defensa de sus derechos a los gobernantes. A cambio se han encontrado con que los instrumentos democráticos y las arcas fiscales fueron utilizadas para mayor fortuna de los burócratas y para imponer nuevos rigores y gabelas.

A modo de reparación parcial, podría aprovecharse el monumento a la diversidad sexual para simbolizar nuestras ansias irrefrenables de vivir según nuestra propia conciencia, de que nadie nos reprima por gastar nuestro dinero como nos venga en gana ni por hacer, como decía mi tía Ercilia en sentido metafórico, de nuestro culo un pito.

Suertempila