Un juego, una búsqueda, choques de corriente eléctrica que hacen que la batería cobre vida y deje de ser solo un instrumento: una presentación en vivo de Mateo Ottonello es una curva sinusoidal en la que las posibilidades son infinitas y lo preestablecido está bajo cuestionamiento constante. Desde agregar cadenas, campanas o cualquier otro elemento que brinde un nuevo sonido, hasta gestar una conversación sonora con un invitado. No hay espectadores, sino testigos. 

Aunque nunca es exactamente lo mismo, siempre hay una raíz identitaria que le corresponde. Mateo encontró su sonido a "prueba y error". "Me gusta estar en movimiento todo el tiempo, tocando música diferente, cambiando la forma de tocar, armando grupos nuevos que me hagan estudiar; no ser un único Mateo y tratar de que no me cataloguen", dice en entrevista con LatidoBEAT. 

Hace cuatro años que realiza la Residencia Ottonello, un evento en el que invita siempre a distintos artistas y que ha estado en el bar Tribu, La Trastienda y, en la actualidad, en el bar Mingus. Es parte de un trío junto a Javier Malosetti y Augusto Durañona y de otro llamado UNNO, con Rolo Fernández y Hugo Fattoruso. 

No hay una edad en la que él identifique que empezó a tocar, porque en su casa la batería siempre estuvo ahí. Ruben Ottonello, su padre, formó parte de La Triple Nelson, La Tabaré, entre otras agrupaciones. "Para mí era lo más normal del mundo, me dormía en el cochecito en los ensayos, escuchando a música al palo y recibiendo esa información. El oído se va acostumbrando y descifrando", explica Mateo. Este 26 de agosto se presentarán juntos por primera vez en Inmigrantes, interpretando Tutu (1986), un álbum de Miles David que siempre estuvo en la casa. 

Para hablar de música se remite al lenguaje, pero cuando hace hincapié en lo que él quiere hacer, habla de libros que requieren una reflexión, y no a todo lo que venga ya digerido.

—¿Por qué ya no se pueden escuchar canciones largas? ¿Qué me podés decir en dos minutos? Me cuesta transar con eso y dejarlo entrar. Yo quiero ir en contra de eso.

Con Luciano Supervielle trabajaron en conjunto para Entre rimas y riberas, una producción de la Comedia Nacional de dirección uruguaya y española. Este 16 de agosto se presentarán juntos en el festival Quebrada. Las entradas se pueden adquirir aquí

Mateo Ottonello en Club del Pan. Fotos: Javier Noceti

Mateo Ottonello en Club del Pan. Fotos: Javier Noceti

¿Por qué es importante que existan festivales como Quebrada que apuestan a la experimentación?

Quebrada es bastante particular dentro de los festivales. No solo por la música electrónica, que es la esencia de lo que pasa ahí, sino también por la fusión que propone. Trae cosas más orgánicas de la música: ves cosas más tribales, con instrumentos tocados acústicos además de las máquinas. Eso da un poco de paso libre a la experimentación, venga de donde venga.

En este caso, mi aporte es más desde la improvisación en el grupo con Luciano, mezclamos lo acústico, las cuerdas, nuestra música, que por ahí no es tan "palera" ni está tan arriba como el house o el techno, pero sí experimentamos con el audio, con los ritmos. En el lineup, cuando se invita gente de afuera traen elementos autóctonos de sus países.  

Vamos a presentar música de Luciano y alguna mía. Nosotros ya tenemos un dúo armado, estuvimos con la Comedia Nacional en Madrid, con una obra llamada Entre rimas y riberas. El dúo nació ahí y después ya lo hicimos nuestro, empezamos a tocar con música nuestra. Para esta ocasión vamos a sumar a las cuerdas que trabajan con Luciano.

¿Cómo es trabajar con Luciano?

Luciano es un genio, un profesional y una persona increíble, más allá de que lo conozco poco. Solo he recibido cosas positivas de él trabajando y compartiendo. Tiene un montón de años trabajando, produciendo y componiendo, entonces es todo muy sencillo. Intercambiamos idea, probamos, tocamos, no se tranca nada, al igual que con Juan Campodónico, con quien he trabajado. Trabajé con los dos juntos en una fecha que hicimos y los dos laburan muy parecido, nada se tranca y es todo para adelante, el error se soluciona y se resuelve. Me gusta aprender de la gente que trabaja así, a veces los músicos nos ponemos más bohemios o perfeccionistas en cosas que podés perfeccionar, pero por otro camino mucho más sencillo. 

¿Cómo viviste la experiencia de trabajar con la Comedia Nacional? 

Hicimos la música para la obra y nos dieron vía libre total. Luciano estaba con teclado, piano y computadora para disparar samples, yo estaba con batería y computadora. Era re ambient, textural, con pila de momentos de improvisación. Nos quedaba muy cómodo y lo disfrutábamos mucho, los directores nos dejaron hacer lo nuestro. Estaba todo para que hagamos un buen trabajo, era un ambiente de trabajo cuidado y en la música no es siempre así, a no ser que estés a niveles top.  

Algo llamativo de tu carrera es la cantidad de alianzas que formás, nunca estás del todo solo.

No estoy ni del todo solo, ni del todo con alguien. Me gusta estar en movimiento todo el tiempo, tocando música diferente, cambiando la forma de tocar, armando grupos nuevos que me hagan estudiar; no ser un único Mateo y tratar de que no me cataloguen. Me tienen muy arraigado al jazz y, en realidad, cuando ahondás en mis proyectos, si bien la mayoría son instrumentales, el disco con Hernán Jacinto es uno re fusión, re candombero, más que jazz es Río de la Plata. A mí me decís jazz y me llevás a Estados Unidos automáticamente, entonces a mí me gusta más decirle música instrumental.

Tengo el grupo con Hernán y el grupo con Hugo Fattoruso y Rolo Fernández, que tocamos música de los tres y tenemos un disco editado. Estoy con mis residencias, que es un ciclo que está todos los domingos en el bar Mingus y van artistas diferentes, tocamos música de ellos, nunca se arma una banda fija, soy solo yo invitando a gente. Tratamos de que sea una puerta para cuando vienen músicos de afuera y decir: "che, si venís acá, mirá que tenés un lugar seguro para tocar". 

¿Cómo comenzaron las residencias? 

Las residencias arrancaron en Tribu, en Maldonado y Eduardo Acevedo. Ahí estuvo un mes hasta que cayó la pandemia. En el ínterin de la pandemia en el que se podía tocar, las hicimos en La Trastienda. Luego las trasladé a un formato más bar. Ahora estoy en el Mingus hace cuatro años todos los domingos, no hemos parado. A veces se repiten grupos, pero es muy dinámico. A pesar de que pasaron cuatro años, para mí sigue siendo un lugar de inspiración, que está en movimiento todo el tiempo. Los grupos siempre están buenos, te desafían y te mueven. La gente va sabiendo que se escucha música original, de autor, en un lugar importante de Montevideo como es el Mingus.  

Mateo Ottonello en Club del Pan. Fotos: Javier Noceti

Mateo Ottonello en Club del Pan. Fotos: Javier Noceti

¿Pensás que se te asocia al jazz por la improvisación en tus shows?

Puede ser, y porque muchas veces me ven en bandas de música instrumental y el grupo que lidero es de música instrumental. Tiene sentido, pero también he grabado discos de canciones, he tocado con artistas de canciones. Ahora grabamos el último disco de Juan Wauters, que salió hace poco. Lo disfruto mucho, de hecho, al momento de grabar, me gusta más grabar canciones que música instrumental. El vivo me gusta más para entregarlo todo y que sea una locura, en el estudio me sale ese lado más estructurado.  

No tenés un equipo de batería tradicional, jugás con diferentes elementos. ¿Cómo nació esa idea? 

Escuchando personas que me llaman la atención. También me gusta mucho tocar el tambor, la percusión y el candombe. La madera y el cuero tienen otra sonoridad que para mí es familiar y no está en las baterías tradicionales. Esa mixtura que quiero generar, esos timbres, decir: "quiero tener los tambores en mi batería, ¿cómo puedo lograrlo?". También las campanas, que están en la música latina. Una vez escuche a un baterista que decía que todos los meses cambiaba la forma de armar su batería. Eso me quedó grabado y lo hice en el correr de los años.

A veces pongo un plato más arriba o más abajo, cambio los parches, afino diferente, un día la afino grave y otro aguda, un día le pongo las llaves arriba de los parches, le pongo cadenitas. Creo que es una forma de ir encontrando un sonido. Si solo te quedás en una opción, es muy difícil llegar a ese sonido personal que es la búsqueda de la mayoría de los músicos: cómo llegar a tu sonido y a tu voz. Por ahí pruebo algo que me dura un mes y no aparece más, o pruebo algo que digo esto se queda. Prueba y error.  

Lográs algo característico a través del cambio.   

Es como encontrar una forma de hablar, ciertas frases y acentos. En toda esa experimentación te van quedando cosas. Cuando te reconocés tocando, es hermoso.  

¿Qué pasa cuando subís a improvisar con otro músico? ¿Cómo lográs esa comunicación a través de la música? 

Para mí es lo mismo que en la vida. Como cuando vos conocés a alguien que por ahí no conocías, te escucha, comparten ideas, te da una devolución, después la escuchás y vos le das una devolución, y de repente se da una charla fluida. Es lo mismo. Cuando no pasa eso lo traslado a la vida: esta persona no me quiere escuchar o no me está diciendo nada concreto. Capaz dijo un montón de cosas, pero sin sentido, que también es desesperante cuando pasa en la música.  

Mateo Ottonello en Club del Pan. Fotos: Javier Noceti

Mateo Ottonello en Club del Pan. Fotos: Javier Noceti

¿Por qué elegiste la batería?  

Mi papá es baterista de rock, estuvo en La Tabaré, fue el fundador de La Triple Nelson, percusionista del Cuarteto, del Kongo Bongo. Lo bueno fue que nunca se me impuso, la batería estaba en casa y era un juguete más, una opción más para pasar el tiempo. De repente llegaba mi viejo y me subía arriba de la batería y me ponía a jugar, pero siempre fue muy didáctico. Nunca fue, "tenés que estudiar" o "queremos que toques la batería", todo lo contrario: a veces tocaba y mi padre me pedía que deje de tocar porque estaba todo el día tocando y después no quería ni escuchar una batería. Pero siempre estuvo sonando, entonces para mí era lo más normal del mundo, me dormía en el cochecito en los ensayos, escuchando a música al palo y recibiendo esa información. El oído se va acostumbrando, va descifrando, es lenguaje. En un momento ya empezás a saber cómo sonaría. Le preguntaba cosas a mi padre, me mostraba discos.  

¿Cuáles han sido tus influencias? 

Cuando era más chico me gustaba el ska y tocaba ska y punk,  Ska-P y toda esa onda me encantaba. Tocaba metal también, a doble pedal, full Slipknot, Metallica. Reggae, también. Y hard rock, que mi viejo escuchaba eso, AC/DC, los Red Hot Chili Peppers, mucho funk, y música uruguaya: Opa, Rada, Jaime. Mi viejo no era tan jazzero, pero sí escuchaba jazz fusión rockera, funkera.  

A los 16 años, Camilo, mi hermano mayor, que también es baterista, me llevó a un festival de jazz y ahí dije: “Claro, era por acá”. Vi pibes un poco más grandes que yo ya tocando, y armando bandas. Yo no estaba acostumbrado a eso porque en la escuela no tenía con quién tocar, en el liceo dejé de tocar la batería por eso. Arranqué el liceo, arrancaron los bailes y dije, "chau, a la mierda la batería". Entre los 12 y los 16 dejé de tocar, después me dediqué de lleno.

Estaba estudiando informática en la UTU, terminando el primer año, y me empecé a conectar más con la batería. Quería hacer videojuegos y de repente no quería tocar una computadora y volver a la batería. Encaré a una profesora y le dije que no quería estar más ahí. Me dijo, “vamos a llamar ya a tu casa”. Llamó a mi vieja y le dijo, “recién tuve una charla con Mateo, no quiere estar acá, quiere tocar la batería”.

Mateo Ottonello en Club del Pan. Fotos: Javier Noceti

Mateo Ottonello en Club del Pan. Fotos: Javier Noceti

¿Tomaste clases o siempre fuiste autodidácta? 

Yo siempre estudié de forma particular. Primero fui con Juan Ibarra, que me hizo un muestreo del jazz. Ahí no entendía nada, pero fue un acercamiento. Después fui con Santi Lenoble, otro batero uruguayo, ahí era más grande y ya tenía la cabeza en estudiar. Lo que me cambió la vida fue irme a estudiar a Argentina con Sergio Verdinelli, que fue el último baterista de Spinetta y baterista de jazz. Tiene un currículum hermoso de gente con la que tocó y tiene una música y una cabeza hermosas.

Me cambió la vida. Eran charlas de música, habremos visto medio libro en un año. Me hizo entender la música, no me daba respuestas, sino preguntas. Una vez me dijo, “tenés que escuchar lo que tocás, y tocar lo que escuchas”. Si yo no estoy escuchando nada, no puedo tocar, esa es la premisa y lo que hablábamos hoy al momento de improvisar. Si yo no escucho, no puedo responder, solo voy a hablar.  

Ahora que hacés este recuento de influencias y formación, todo se ve incorporado en lo que vos tocás.

Esa es una de las cosas que me gustan de Sergio: un día tenía una gira de un mes con Spinetta, después se bajaba del avión y tenía un toque de jazz, y al otro un toque de free jazz. Yo le pregunté cómo hacía para entender todo, eso es lo que me llamó la atención de él y lo que siempre quise mamar de ahí. Spinetta dijo una frase de él que era como que era el batero de rock más jazzero y el batero de jazz más rockero. Esa unión de los mundos es lo que busco yo. Para mí, Hugo, que es mi faro, más allá de que el hace mucha música instrumental, no decís que él hace jazz, lo tenés en un entorno de tanta música, que él es música. Ahí es donde apunto yo, a no estar en un solo lugar.  

En Uruguay los músicos tenemos que tocar muchos estilos. Tenemos que aprender a tocar porque tenemos que laburar. En otros países te podés dar el lujo de tocar un solo género. Acá no. Tenés que agarrar el taxi, cargar la batería y dale. Como tiene ese lado de precariedad, también tiene eso que nos hace ser muy versátiles. Entiendo que nos favorece, pero también está en cada musico decir, "yo quiero dejar entrar todo y dejar salir todo". Hay cosas a las que digo que no. 

¿Por qué decís que no a esas cosas? 

Porque me desidentifican, me alejan. Hoy en día le estoy viendo el lado político al hacer música: la manera en la que trabajás, cómo trabajás, qué le decís a la gente y qué no.  

Cambió la manera. La música se dividió un poco entre lo que es entertainment y lo que te pide escucha, que no está queriendo que vos te diviertas o pases un buen rato o solo te descargues; hay música que te pide que la razones y te tomes un rato. Hoy estoy más en esa, aunque entiendo que el entertainment también es la industria que da de comer a muchas familias. Pero es como los libros, hay algunos que son más divagantes y otros que te piden una profundidad, un enfoque de lectura, una demanda, un razonamiento y que desarrolles la imaginación porque no está todo puesto literalmente ahí. Yo busco ese tipo de música, pero entiendo lo de la instantaneidad.

Hoy, por ahí, se hace música muy rápido y muchas canciones tienen los mismos recursos, la misma cantidad de acordes, las mismas estructuras, o se habla de lo mismo. A mí me pasa con la música de hoy —y no quiero sonar viejo vinagre—, que la escucho totalmente igual, sobre todo la que propone la industria, Son las mismas secciones de acordes, muchas con suerte tienen estribillo, la mayoría dura dos minutos. ¿Por qué ya no se pueden escuchar canciones largas? ¿Qué me podés decir en dos minutos? Me cuesta transar con eso y dejarlo entrar. Yo quiero ir en contra de eso.