Por Ivonne Calderón | @malenamoon13

El Savoy Ballroom fue "el lugar de los pies felices". Un salón de baile nocturno en Nueva York que se hizo popular entre las décadas del treinta y del cincuenta. Allí, sin segregación alguna, cualquier persona podía bailar. Abrió sus puertas el 12 de marzo de 1926, en Harlem, entre las calles 140 y 141, sobre la avenida Lenox. Hoy, el lugar es ocupado por un complejo de viviendas.

Se dice que los vecinos alcanzaban a escuchar el beat que provenía del Savoy. Un bounce que te contagiaba. Su pista vio nacer a los mejores bailarines de lindy hop durante la era dorada del swing (1935-1945), a fines de la Gran Depresión, cuando la música era un antídoto para la crisis. Los jóvenes negros de Harlem deslumbraban con sus pasos. Los Whitey’s Lindy Hoppers: George Shorty Snowden, Frankie Manning, Norma Miller.

La anécdota cuenta que el nombre lindy hop surgió en un concurso de baile en el mismo Savoy. El estadounidense Charles Lindbergh había logrado, en mayo de 1927, la hazaña de atravesar el océano Atlántico desde Nueva York hasta París, a bordo de su avión The Spirit of St. Louis. Uno de los bailarines acuñó el término, usando el diminutivo lindy para referirse a Lindbergh, y hop —salto en inglés— para vincular los pasos aéreos de los bailarines —lindy hoppers— con el vuelo transatlántico. Lo cierto es que el lindy hop es un estilo de baile de Harlem que combina elementos de la danza africana con prácticas de danza pareja al modo europeo. Evolucionó a partir del jazz, el tap, el charleston, y terminó siendo la forma más usual de bailar el swing.

Los había expertos y otros que se entregaban al ritmo, improvisando. Arriba del escenario, Guzmán Mederos, el bajista, Diego Souza en la batería, Matías Leyera y Patricio D’Amato en las guitarras. Y ese estilo de Micaela Tanco, la voz femenina de la banda, que se distribuía el repertorio con la voz de Joaquín González. Micaela y su atuendo que fusiona lo contemporáneo con el glamour clásico de los cuarenta. Esa noche, su voz entonaba con nostalgia la letra de "Why Don’t You Do Right?". Si mirás a Micaela, si la escuchás, podés viajar en el tiempo.

Eso mismo dice Bruno González, psicólogo. Para él, el lindy hop es un viaje en el tiempo. Relata que, en 2018, después de haber tomado clases con Eugenia Malcon y otros profesores de Argentina que visitaron Uruguay, viajó a Buenos Aires a la Fifty Fifty, una fiesta swing de gran calado. "Fue como entrar en una película de los años veinte, treinta. Yo me dije ´acá quiero estar, quiero pertenecer a esto´". Desde entonces, forma parte de Swing by Montevideo. Para él, bailar swing te saca una sonrisa, te hace estar bien. "A través del lindy he vivido momentos hermosos, muy memorables. Es difícil transmitirlo con palabras", dice. Así como Bruno, Camila Morales, veterinaria, poeta y alumna de Swing by Montevideo, se alegra cuando habla del tema: "El lindy hop me ha ayudado muchísimo a traer musicalidad y ritmo a mi vida cotidiana".

La comunidad de lindy hoppers en Uruguay es diversa. Como decía Frankie Manning, embajador del swing, "a nadie le importaba de qué color eras, todos estaban mirándote los pies". Este año, el 15 de noviembre, la Experiencia Savoy abrirá sus puertas para aficionados y curiosos en El Chamuyo. Estará presente la Savoy Swing Band, esta vez con Chispa como banda invitada. Un fin de semana a puro swing recordando aquel Savoy Ballroom, el mítico lugar de los pies felices.