La noche cayó en la Ciudad Vieja y la Pensión Cultural Milán está despierta. Dentro, la gente baila, festeja, grita, celebra a Sofía Saunier y Carmen, su concubina. Entre vermú, ánimo de fiesta y colores, la pista se vuelve una pasarela, un espacio con gente expectante, con brillos.
Sofía viste un traje negro, tiene el pelo lacio, un gorro y un bigote pintado. El momento cúlmine de la noche es cuando canta “Carmín”, un tango escrito por Marsilio Robles que también le da el nombre a la última película de Aldo Garay, en la que es la protagonista.
Lo canta y la gente la aplaude, la escucha, la celebra. Ella lo devuelve y mira a Carmen, le habla con el micrófono y le recuerda que esta noche, estos aplausos, este espacio es de las dos.
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Sofía dice que fue la “creación de un polvo de dos adolescentes de una noche de furia”. Después, “cada uno hizo la suya”. Sofía, que al nacer fue identificada varón, dice también que le hubiera gustado ser planeado, vivir “como la gente común”. Sofía no se identifica como mujer, sino como una persona no binaria. Sofía lleva adelante Transur, un proyecto que documenta historias y relatos de la comunidad trans en Uruguay.
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Aldo Garay, director de cine uruguayo, conoció la existencia de Sofía por Transur. Una vez, recuerda, vio uno de sus capítulos y se convirtió en seguidor. Primero, sintió curiosidad de par a par, de realizador a realizador. Le interesaba saber cómo trabajaba Sofía: cómo lo plantea, cuál es su estrategia, cómo lo aborda. Porque los Transur nunca son iguales. A veces, Sofía pregunta detrás de cámara. Otras, está ahí, se muestra, registra su propia imagen.
Sofía ya conocía a Garay por su película El hombre nuevo, de 2015. Se juntaron y, sin querer, empezaron una nueva historia.
“Al principio no se sabía cuál era nuestro vínculo y luego le propuse desarrollar un proyecto, aunque, en realidad, no había mucha premisa: era verla hacer los Transur”, dice Garay. Después comenzó a conocerla a ella, a su casa, a Carmen. Se encontró con la vida de Sofía, con sus vínculos y “su historia retrospectiva”.
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Cuando Garay termina una película, dice, no va al cine a verla. En ese momento en que se estrenó, en que culminó el proyecto, para él, pasa a ser del resto.
“Que cada uno agarre lo que quiera con eso, que lo revuelva y mastique como quiera. No tengo mucho apego”, sostiene.
A Garay las historias que cuenta se le cruzan, otras decantan. Las desarma, mira sus pliegues, sus posibilidades. Y, aunque dice que no tiene un requisito puntual, cuenta que sus películas, por lo general, tienen un denominador en común: “historias personales muy fuertes”.
Carmín, que se proyecta en Cinemateca y en la Sala B del Auditorio Nelly Goitiño, le gusta. Para él, tiene “zonas duras y ásperas, pero también luminosas”.
Quién sabe si alguna vez la volverá a ver.