En el transcurso de la charla me enteré que uno tenía 75 años y el otro 66. El de 66 estaba evidentemente bajoneado, así que el de 75 estaba entregado, con ahínco, a levantarle el ánimo.
- ¿El teléfono? ¡Que me lo corten! Ya no puedo estar pendiente de si me cortan el teléfono. Lo que hago ahora es pagarlo si puedo, y si no puedo, no lo pago. Si me lo cortan, me lo cortan. Igual, ¿quién me llama a mí? Nadie, así que tanto da. Hay que asumir la realidad. ¿Entendés? Asumí, y seguí adelante. ¿Te cortaron el teléfono? Y bueno, ya lo vas a poder pagar, y si no, te vas a hablar al bar de la esquina y ya que estás, paseás un poco y te tomás una copita. Quién te dice que además no conozcas a alguien interesante.
El de 66 se reía. Le dijo al de 75 que qué bueno que era, que siempre le levantaba el ánimo.
- Pero... si no nos levantamos el ánimo entre nosotros, ¿quién nos lo va a levantar? ¿No es cierto? Además, vos estás bárbaro.
- Ya tengo 66.
- Por eso mismo, estás bárbaro. Yo tengo 9 años más que vos y no pierdo la esperanza.
- ¿9 años más?
- Sí señor. 9 años. Hace un tiempo tenía menos- se rió cuando dijo esto- pero ya está con eso de sacarme la edad. Estoy contento de tener 75.
- ¿Te sacabas la edad?
- Toda la vida. Pero decime la verdad ¿parezco de 75?
- Para nada.
- ¿Ves? Y vos tampoco parecés de 66. Así que ponete las pilas.
Después, el de 66 le dijo que estaba un poco cansado de la Cinemateca, a lo que el otro le respondió que ni se le ocurriera pensarlo, que Cinemateca era la excusa ideal para no quedarse encerrado.
- Podés venir al cine todos los días. No es poca cosa.
- Tenés razón, pero es que estoy cansado de todo.
- Te me estás poniendo como la Garbo. En cualquier momento me vas a salir con lo de "I want to be alone" (Quiero estar solo/a).
Y empezó el documental. Era interesante, pero a mí la cabeza me volaba después del diálogo anterior. Espero, si llego a los 75, tener ese buen humor. Me hizo pensar en otras personas muy mayores que conozco y que tienen esa virtud que no sé muy bien cómo definir. Porque no se trata sólo de optimismo, de asumir la edad y todo eso. Va más allá. Es como tener la capacidad de ponerse la vida de sombrero.
Mi amiga Nelly, de 71, considera que la nafta es lo más barato del mundo: si no tenés plata, no le ponés nafta al auto y salís a caminar, si tenés plata, le ponés nafta y podés ir un poco más lejos. En todo caso, ¿cuál es el problema?
Mi tía abuela Clementina se agregaba años: le encantaba que le dijeran lo bien que estaba para esa edad que aseguraba tener.
Mi amigo Raúl, de 70 y pico, hablaba 9 idiomas y cocinaba como los dioses. Una vez les hizo creer a unas señoras que un consorcio había comprado la Catedral para construir un shopping. Las señoras casi desfallecen del disgusto. Otra vez, en una fiesta de embajada en Europa, les dijo a unos estadounidenses que no sabían dónde era Uruguay, que qué casualidad, él tampoco tenía idea de dónde estaba Estados Unidos, y que, de todos modos, le resultaba difícil creer que existiera un país con un nombre tan espantoso. "¿Estados Unidos? ¡Qué horror, qué horror!". "¿Tienen rey?", les preguntó. Los yanquis se quedaron atónitos y, para cambiar de tema, le preguntaron cómo era que él tenía esa perfecta pronunciación del inglés. Él les dijo que era porque en Uruguay se estilaba tener mucamas inglesas.
Cuando Raúl se murió, hace unos meses, lo recordamos contando esas anécdotas y muchas más, y todos nos reíamos. Ese fue el legado que nos dejó: la vida hay que vivirla con humor y alegría a cada instante. Hasta los momentos tristes tienen su lado cómico y quizás sea mucho más saludable buscar esos lados graciosos y llenarnos de esas fantásticas arrugas de expresión... Pero que sean de expresión alegre, ¿no?