Contenido creado por Federica Bordaberry
Columnistas

Escribe Nicolás Albertoni

Opinión | El lunes 28 de marzo más allá del resultado

El desafío pasa por mantenerse en el fino hilo que se sostiene entre la cordialidad y la tensión, sin hacer que este se rompa.

24.03.2022 07:50

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2022-03-24T07:50:00-03:00
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Aunque a muchos les cueste imaginarlo, después del 27 de marzo vendrá el 28 y el país –más allá del resultado– deberá seguir adelante en un mundo que no está nada fácil. Es razonable que el referéndum por la LUC haya generado tensiones políticas en muchos espacios. No es para menos.

Están en juego dos filosofías del país. Por un lado, una mirada proactiva basada en un Estado más transparente, de otorgamiento de más libertades sin perder de eje las obligaciones, y de búsqueda de un país más educado y seguro. Por el otro, una visión pasiva que se opone a la ley sin brindar muchas propuestas sobre cómo generar una base normativa que nos permita a dinamizar muchos de los temas que el país tenía pendiente. Pero más allá de este debate, esta campaña dejó otras señales que no deberían pasarse por alto.

Es bueno que la tensión política exista para la vida democrática. Como ya hemos reflexionado alguna vez, desde la Antigua Roma la vida política tiene en su esencia una constante dicotomía entre cordialidad y tensión. El desafío pasa por mantenerse en el fino hilo que se sostiene entre una y otra, sin hacer que este se rompa. Nunca la tensión le puede ganar a la cordialidad, pero tampoco la cordialidad a la tensión. Este segundo enunciado es poco defendido y valorado.

Es necesario y sano que los actores públicos mantengan tensiones en el plano de las ideas. No existe tal cosa como consensos a tapa cerrada. Las tan mencionadas “políticas de Estado” no son más que el resultado de muchas tensiones de ideas para alcanzar acuerdos. Pero esta campaña mostró un desequilibrio al que el Uruguay estaba poco acostumbrado. Fue una campaña en la que algunos manejaron como único argumento la mentira. Y esto tiene costos que van más allá del resultado con los que nos despertaremos la mañana del 28 de marzo. Lo que queda como resultado para nuestra democracia esta vez, no será solamente dos porcentajes.

La efervescencia de estos acontecimientos electorales muchas veces no deja buscar un rato para lograr cierta abstracción y mirar un poco más allá de una lógica de bandos. Y esta vez, al mirar un poco más allá, vemos que algo que tenía todo para presentar buenos, sanos y alentadores debates, terminó jugándose en una cancha embarrada. Por un lado, la mentira y, por el otro, la necesidad – entendible– de refutación. Mientras tanto, muchos ciudadanos indecisos entre tanto griterío.

Más allá de las ideas y valores que cada uno defiende, es buena cosa que aquellos que se oponen a una ley, utilicen los mecanismos que ofrece la democracia para intentar derogarla. Juntaron las firmas que debían juntar y comenzaron su campaña. Pero aquella buena señal institucional de largada se fue empañando cuando la única estrategia de campaña fue la mentira. Los costos de estas dinámicas políticas son altos por varias razones.

Primero se hace embarcar al país en varios meses de debates muy bajos. Si todo este tiempo hubiese sido para debatir en serio sobre el modelo de país que uno y otros pregonan, más allá del tiempo que se hubiera perdido de concreción política (sobre una ley que ya fue debatida en el parlamento) se podría haber ganado en debate político. Y los países prósperos son una balanza de ambos: debate y ejecución de la política pública. Pero en su mayoría, quienes defienden la derogación de la ley, llevaron esta campaña a lo opuesto del debate productivo.

Por otro lado, no parece razonable movilizar a todo el sistema político en tiempo y recursos, para que, en la recta final, quienes promueven este referéndum terminen incentivando a los ciudadanos a votar anulado. Esta elección le costará el país más de 2 millones de dólares y 5 días de licencia para más de 30.000 miembros de mesa. Más allá de las razones que para algunas puedan ser estratégicas, promover la anulación del voto no es buena señal. Se manosea el instrumento generando una pregunta que desde hace días se plantea en varios espacios: ¿se juntan más de 700.000 firmas para terminar basando una campaña en la mentira y pidiendo el voto anulado?

Por más que para muchos pueda resultar alarmista, es a través de la acumulación de este tipo de señales erróneas de algunos actores del sistema que se desgasta la política. Las democracias funcionan –señalan Levitsky y Ziblatt– siempre que se apoya en la contención institucional y la tolerancia mutua. Pero no hay contención cuando se manosea el sistema. Cuando hacemos creer que respetamos la democracia, pero una vez que empieza el partido no se juega limpio, terminamos alejando a muchos del sistema. Y así funcionan las instituciones: se construyen ladrillo a ladrillo, pero basta con sacar dos o tres de estos en la base para que toda una pared empiece a debilitarse.

Nuestra democracia es una buena muestra de eso. No se construyó sola. En su entramado de hechos que la sostiene, aparecen pequeños grandes logros: la imagen sonriente y sin rencores de Seregni desde su balcón, el cambio en paz de Sanguinetti, el llamado de Wilson a la unidad en la explanada, el ejemplo de dignidad cívica de aquel abrazo entre Sanguinetti y Zumarán, la despedida en conjunto del Senado de dos visiones opuestas de país como lo fueron Mujica y Sanguinetti. Es en la acumulación de esos pequeños actos que se sostienen los buenos índices institucionales de los que después tanto nos enorgullecemos.

Pero ese entramado de buenas señales también se contrapone a aquellas que, en sentido inverso, debilitan nuestra institucionalidad. Y lo que vimos por estos meses tuvimos muchos rasgos de eso. Es en la acumulación de esos pequeños grandes errores que también se sostienen las estadísticas que después muchos se alarman al mostrar que a muchos ya poco les importan los partidos políticos y les daría lo mismo contar mañana con un gobierno no democrático.

A muchos de estos, hoy se los pone en la bolsa de los indecisos pensando que lo son por la complejidad de tantos artículos. Otros hasta se animan a culparlos por “no interesarles lo que votan”. Pero son pocos los que resaltan que, en realidad, esos indecisos son espejo de pequeños grandes errores de algunos que prefieren anclar el sistema en la mentira y la desconfianza.

El 28 de marzo el país seguirá adelante más allá del resultado, pero hay heridas que la democracia no olvida fácilmente.

Nicolás Albertoni

@N_Albertoni

Tiene un PhD en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales por University of Southern California, un master en Economía por la misma universidad, y en Latin American Studies por la School of Foreign Service de Georgetown University. Es profesor de la Universidad Católica del Uruguay.