Brillante y crudo retrato - y no caricatura pues no recurre a la exageración de sus defectos- de la estupidez yanqui. De la superficialidad y vulgaridad exasperante del "american way of life", meta y sueño de miles de almas narcotizadas.
Wearren deambula en esta especie de coma ambulatorio en apariencia inmutable frente al dolor, el trauma de su retiro, la muerte de su insufrible cónyuge o el vacío de su corazón. Pero el señor Schmidt, detrás de su mirada bovina y ausente ha venido acumulando rencores, amores, odios, rabia y la contiene como un dique de concreto transmitiendo al espectador la opresión y la angustia de tanto sentimiento reprimido a punto de estallar.
La represa presenta pequeñas fisuras. En la desesperación del náufrago por aferrarse a un salvavidas, aunque éste esté construido del más pesado de los metales, Warren busca en almas lejanas, como el pequeño Ngudu, huérfano de Tanzania, su hijo adoptivo virtual adquirido en un 0-900 por la módica suma de 22 ascépticos dólares americanos, "taxes included", o en su ocasional y poco agraciada vecina de camping, el cariño y afecto que nunca encontró en su entorno inmediato.
Las cartas que escribe a su Ndugu son válvulas de escape de esa pesada olla a presión que es el personaje magistralmente compuesto por el viejo Jack, donde escupe parte de su veneno en meditadas dosis en la soledad de su escritorio.
El señor Schmidt observa las fotografías de los ejemplares vacunos premiados con sus cocardas en el local donde recibirá la suya en gratitud por sus abnegados servicios a la compañía. Sus ojos se confunden con los de la bestia, proverbialmente inexpresivos, y propietarios del más bajo Q.I. en la escala zoológica.
Bovinos que se apiñan en el camión que los conduce a su muerte que Warren percibe distraído en el funeral de su mujer, o mientras maneja solitario su descomunal casa rodante.
Incapaz de dar afecto genuino, y huérfano del mismo: su esposa mutando imperceptiblemente a un magnífico ejemplar de Aberdeen Angus, o su distante e histérica hija buscando la felicidad al lado de un perfecto pelotudo vendedor de camas de agua.
El clima opresivo nos aplasta contra la butaca esperando con ansiedad la explosión que no se produce, como en la boda religiosa o en su forzado discurso en la fiesta posterior.
La última escena, en un primerísimo plano del rostro del protagonista muestra el comienzo de una primera exteriorización de tanta angustia comprimida. El detonador de la misma, nuevamente Ndugu con un garabato enviado por vía aérea.
Dunas
About Schmidt
UNA PELÍCULA QUE NOMINÓ A NICHOLSON AL OSCAR NUEVAMENTE
Warren Schmidt tiene el alma anestesiada. No recibió la sobredosis de un solo pinchazo, no. Le fue suministrada gota a gota a lo largo de sus malgastados 66 años, 42 de sufrido matrimonio y otro tanto de robot en una gélida catedral de acero y vidrio sede de una sacrosanta compañía aseguradora.
19.03.2003 00:00
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