Al extremo alarmante de que por estos días ya casi no tienen lugar disponible para sus pasajeros.
El primer gran paso fue dado cuando contra dicha invasión implantaron en las entrañas de esos inermes autos un acerado Muro llamado "mampara" que tajó drásticamente su espacio interno. Ello dividió, como todo Muro, al país.
Solamente a través de sendos agujeritos alambrados, los pasajeros, recluídos en el asiento de atrás pueden, por uno de ellos, comunicarse trabajosamente, como en las cárceles de alta seguridad, con el taximetrista recluído en la parte delantera. Los más sofisticados incluyen teléfono como para llamadas a larga distancia... Por el otro agujerito, con su respectiva válvula de seguridad, van y vienen los billetes del pago y las monedas del cambio incluyendo la propina. Igual que en un "cajero automático" y hasta incluso cuando dichos "cajeros" aún no habían cundido por dicho afligido país.
Hoy se estudia la posibilidad de incluir un PIN que identifique para ese menester al pasajero y al taximetrista. Y las huellas digitales... Porque dicho país, de civilización tan extravagante, se fue acostumbrando a esa y a otras barbaridades.
Debido a la misma extraña invasión, dichos vehículos fueron munidos de inverosímiles luces azules de alarma en el techo para que el resto de la Humanidad supiera; de complicados sistemas satelitales de ubicación por GPS (como en los misiles intercontinentales) y hasta de radares...
Huelga decir que también lo fueron de una red de comunicaciones electromagnéticas de alta densidad y cobertura y de cámaras de televisión conectadas por satélite al mundo. Como CNN y Al Jazeera.
A esta altura, los componentes de dicha flota superan en materia de blindaje y sistemas de última generación a los tan temibles tanques Leopard de los que el Ejército de dicho país no tiene uno (ni para muestra).
Los pasajeros recluídos detrás de la mampara, nariz contra ella y rodillas a la altura de su garganta, aceptan mansamente circular así por la ciudad rumbo a su destino.
Las únicas favorecidas son las parejas nuevas. Las ya más amortizadas lo sufren como todo el mundo.
Los turistas japoneses que bajan de los inmensos cruceros que arriban a Montevideo, vienen para sacar fotos de esa maravilla. Los de otras nacionalidades llegan expresamente, para subirse en los taxis y sentir la descarga de adrenalina que viajar en sus cápsulas impone. Se lo ofrecieron por catálogo y va incluído en el precio. Algo así como otrora sucedía con nuestros niños en el Tren Fantasma (que con tamaña competencia, ya no asusta a nadie).
Es fácil imaginar lo que al usuario sucede si el conductor del estrambótico artefacto necesita frenar... Es un insuperable evento en el rubro "turismo de aventura".
En estas horas y como producto de la creciente invasión, el concomitante acorralamiento pondrá un cartel en fluor con la consabida calavera y sus dos tibias en la ventana derecha de adelante prohibiendo el acceso al asiento delantero que ha quedado, en ese país, totalmente derogado... Lo que podría ocasionar ahorros en las fábricas de los autos con destino a tan fantástico lugar. Vuela el espíritu calculando con qué llenar esa vacancia. Podría ser un abismal pozo para que por él se desmorone quién ose intentar sentarse allí.
Y a todo eso, y mucho más, la población de dicho desgraciado país, se sigue acostumbrando.
Se dice que en la respectiva oficina gubernamental ya están a disposición los diseños de las armaduras que en un próximo futuro, mediante el Decreto correspondiente, deberán usar los "trabajadores del taxi": serán mezcla de por un lado lo mejor de la Edad Media y por el otro, lo peor de Chernobyl.
País ocupado
La columna de Fernández Huidobro
Érase un país en donde a partir de cierto día comenzaron a ocurrir hechos muy raros: cada uno de los taxis fue invadido por una potencia, o una fuerza, o algo parecido, que los fue ocupando...
19.04.2011
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