CRÍTICA DE BOB ESPONJA

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Una tira animada, es básicamente como un corto (cinematográfico) en donde en aproximadamente 10 minutos se resuelve una situación específica. La fuerza intrínseca está allí, en la contundencia de la brevedad. ''Lo bueno en su justa medida'' decía el eslogan de un vino en envase de 330 cc.

Hay miles de ejemplos que podríamos citar para reafirmar este concepto. En ''Mandado hacer'' del uruguayo Diego Fernández, un niño sale a hacer las compras y a la vuelta ya se ha transformado en un anciano. Esa anécdota breve, en un largometraje no tiene sentido, ni razón de ser. La mutación de edad en cada uno de los cortes de cámaras es la historia en sí.

Un corto es como un cuento en donde no hay espacio para la composición de personajes, sólo pinceladas para comprender ciertos actos concretos.

Hay un Plankton en mi plato

Cuando se lleva a la pantalla grande un protagonista de la pequeña, es necesario construir más que secuencias para llegar a un gag determinado. Al amarillo Bob Esponja le pasa algo de eso.

En algunos momentos parece un capítulo estirado de la serie televisiva. En otros, una acumulación de bloques con un nexo en común que es el argumento en cuestión.

Nuestro héroe submarino espera ansioso la inminente llegada del día en que lo pongan al frente del nuevo local de Cangreburguers. Pero a veces los sueños no se cumplen, y el chico de Pantalones Cuadrados recibe una dura cachetada por ser un niño demasiado inmaduro para las responsabilidades de los adultos.

Todos hemos deseado en algún momento dejar de ser chiquilines para obtener el placer de las virtudes del ser adulto, desconociendo el doloroso peso de la responsabilidad que ello trae. Bob desea ser adulto, pero más bien jugando. Prefiere seguir cantando la canción del cacahuate con su amigo Patricio, antes que enfrentar otra responsabilidad que la del postre a elegir.

Por allí va la historia de Stephen Hillenburg, sobre el menosprecio que muchos adultos tienen hacia los niños por el simple hecho de ser tales, y también apunta al derecho de los pequeños a ser ellos mismos, con sus responsabilidades y beneficios.

Buscando la corona

La película avanza con tropiezos hasta ese momento decisivo en que el camino no permite más opciones. Es ahí donde el director toma ánimo y emprende la bajada final, alejándose de cualquier instancia de redención y enseñanza, habitual en el cine para niños.

Es como si el responsable del filme se diera cuenta que el viaje bajo el mar de Bob se parece al de Buscando a Nemo y decidiera despegarse radicalmente de aquel (también se podría aceptar que es un chiste a propósito de esa otra película, pero no es la clase de humor que caracteriza a la serie).

Entonces el director arremete con todo hacia lo más absurdo que podría crear, con la simpática presencia de un humano sumamente famoso por su trabajo de salvavidas, quien le da una mano solidaria a Bob y a Patricio.

Los gags finales mantienen esa bipolaridad entre lo infantil y lo adulto vista en toda la cinta, y la cosa se resuelve como debe ser en Fondo de Bikini. La película no aburre pero no despierta grandes emociones Más bien uno se queda esperando cada 10 o 15 minutos, que luego de las burbujitas, venga un corte a comerciales para salir a la cocina a comerse una suculenta cangreburger y volver a la tele a ver el siguiente capítulo del niño esponja de pantalones cuadrados.

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