Contenido creado por Ignacio Alcuri
Haceme reír
Haceme reír | María Rosa Oña

"El boliche que no cobra para que la gente vea stand up le hace mucho mal al comediante"

María Rosa Oña es comediante de stand up, tiene un taller de stand up y escribió un libro de stand up. Adivinen de qué conversamos.

06.03.2020 12:52

Lectura: 44'

2020-03-06T12:52:00-03:00
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Por Ignacio Alcuri

Según los últimos sondeos, 9 de cada 10 uruguayos hizo un taller de stand up. Bueno, tal vez la cifra sea un poco exagerada, pero lo cierto es que este "arte" (ya hablaremos de esa palabra) gana adeptos arriba y abajo de los escenarios.

La protagonista de esta charla lleva doce años subiéndose a contar chistes, aunque menos años desde que hizo un clic y se descubrió comediante, con todo lo que eso significa.

Lejos de la antigua tradición local de amorralar conocimientos, decidió compartirlos con sus colegas y potenciales colegas. Primero a través de talleres, como a los que alguna vez había concurrido como alumna, pero con su toque personal y el de un par de cómplices superpoderosos. Luego juntó su experiencia y la transformó en un libro, llamado "El comediante y su laberinto".

María Rosa Oña tiene vocación de maestra y de muchísimas cosas más. Así que hablamos de humor y el trabajo que lleva hacer reír, pero también hablamos del trabajo de enseñar a otras personas a hacer reír. Algo que muchas veces implica mirar hacia adentro y preguntarse: "¿Qué tengo para decir?".

¿Eras la graciosa en los años del liceo?

Sí, y en la escuela también. Pero es un karma familiar. Mi familia es insoportable. Todos se dedican a algo distinto; el que no es mecánico es constructor y el que no es biólogo, pero salta siempre el humor. Y yo creo que en eso tiene que ver mucho mi madre. Porque era una persona de muy buen humor y siempre tenía un chiste. En las peores ella largaba un chiste. Siempre digo en el taller que el humor es uno de los sentidos. Y a medida que vos lo vas alimentando y vas probando distintas cosas, eso va creciendo, va ampliando. Eso sumado a que tengo hermanos mucho mayores, amantes todos del humor negro. De chiquita sabía qué se dice en un lado y en otro no. En una época muy difícil de la dictadura. Ellos ya eran grandes y tenían otro código de hablar.

De todo eso yo me fui alimentando y en la escuela... Tuve muchos problemas en la escuela porque no me gustaba. En ese momento no lo sabía, me entré después de adolescente, pero tenía trastornos obsesivos compulsivos. En la escuela no podía estar porque me sentía muy mal. Sin embargo, sabía que, si a eso le ponía humor, los compañeros no se reían de mí, sino conmigo. Eso es algo que aprendí de muy guacha.

¿Qué te diferenciaba del resto de tu familia para terminar dedicándote a esto?

Supongo que los gustos de cada uno. El que le gustaban las motos, los autos y los fierros, se dedicó a eso. El que es constructor, también. A mí me gustaba todo. Si a mí de preguntabas qué quería ser, quería ser maestra, quería ser abogada... Quería ser bombera, obviamente. Me gusta mucho la manualidad y me sale muy bien, todo ese tipo de cosas. Di talleres de teatro para niños en escuelas, y ahí fui metiendo todo eso: la manualidad, el humor, el teatro. Pero no sé por qué. Yo digo que todos hubieran sido muy buenos. Está Angie (Oña), que se dedica al teatro, pero es una excelente artista de comedia y escribe muy bien comedia.

Vos entraste a la "industria del arte" por el teatro. ¿Con seriedad?

Con seriedad porque no conocía. En la Casa del Teatro. Yo tenía 20 años, ya había hecho otros talleres en otros lados, pero quería escuela-escuela. Y me pasó de querer hacerlo con más seriedad, pero la Casa del Teatro tenía una magia desestructurada, donde la manera de enseñar era muy divertida. No era para nada acartonada y el Bebe Cerminara, que tenía un humor impresionante, me decía: "Vos tenés que hacer humor. No dejes de hacer humor. Vas por ese lado".

Las primeras obras que escribí para Teatro Joven las escribí en la Casa del Teatro y tenían mucho humor. Las obras que escribo para niños también tienen mucho humor. Y ahora estoy trabajando en una que es muy oscura, pero tiene mucho humor negro. Capaz que es un facilísimo.

¿En esas primeras experiencias ya estabas arriba del escenario?

Escribía, actuaba y dirigía. Fue un proceso muy complicado, porque en esa época no había nada que te enseñara dramaturgia ni a escribir. Era de oído. Hasta el día de hoy, cuando me dicen: "¿Por qué no das un taller de escritura?", contesto que no puedo. No puedo, porque es algo que no estudié y capaz que no tengo las herramientas para explicarte algo así, visceralmente. "Esta palabra no va acá porque no me suena", pero yo no le puedo decir a una persona "a mí no me suena esto acá". Sí talleres de humor, o de escritura de humor, porque ahí sí tengo más herramientas y cómo explicar.

Y un día te invitaron a anotarte en un taller de stand up.

Llegué de rebote. El novio de una amiga lo estaba haciendo y mi amiga me dijo: "Dice Fulanito (su novio) que a vos te serviría esto". Yo no tenía idea de dónde me estaba metiendo. No sabía. Pensé que en una de esas me servía como una herramienta más para escribir teatro. Nunca pensé que me fuera a involucrar tanto con eso.

¿No pensaste que te podía servir para la interpretación?

Lo que pasa es que en los talleres que se dan, incluso el nuestro, se le da mucho más énfasis a la escritura, al cómo escribir un chiste. Tenemos dos niveles: 1 y 2. En la época en que nosotros lo hicimos había solo un nivel 1. Ahí tenés más herramientas para escribir que para mostrar. Para todos los que empezamos a hacer stand up y mostrarlo frente a un público fue dificilísimo, porque no teníamos la herramienta. A grandes rasgos te decían: "Puede pasar esto, esto y esto". Pero no todas las consecuencias de lo que iba a pasar estando ahí arriba, y cómo te ibas a sentir. Nos fuimos dando la cabeza contra la pared para poder descubrirlo. Entonces, el tema de usarlo como herramienta para interpretar o para usar un texto delante de un público, no.

Viste que hay gente muy tímida que se anota en esos talleres. Que busca algo por el lado del cuerpo.

A nuestros talleres va gente que dice: "Yo quiero hacerlo una vez y nada más. Quiero pararme delante de la gente": Nos pasó una vez con una señora bastante mayor que nos dijo: "Quiero hacer esto. Putear en público. Porque siempre fui muy correcta en mi vida y estoy cansada. Quiero presentarme dos veces y no hacerlo más". El primer año que hicimos el taller lo ofrecíamos solamente para gente que quería hacer stand up, y después nos fuimos dando cuenta de que esto le servía a mucha gente. Le servía como terapia, para perder el miedo, para agarrar seguridad... Empezamos a darnos cuenta de eso y ahora lo presentamos de otra manera. Sabemos que el grupo es mucho más rico cuando se dan esos casos, pero cuando nosotros lo hicimos, no. Era simplemente el pararte y hacer reír.

Cuando vos lo hiciste, ¿para qué te sirvió?

Para ser más sincera desde el yo. Para entender qué era lo que yo estaba haciendo en el escenario y cómo hacerlo. Me sirvió para darme cuenta de que yo me sentía mucho más libre que en una obra de teatro. Y ganar seguridad, que en el teatro lo enseñan, pero yo no lo había podido aprender desde el teatro. El ganar seguridad, plantarse ahí adelante y decir lo que uno quiere. Y que el otro acompañe. El manejo de la energía también lo aprendí con la comedia y no con el teatro. Me pareció que era algo sencillo, hasta que me di cuenta de que no lo era.

¿Será que en el teatro la cuarta pared te protege?

Igual se siente. Vos sentís lo que pasa, el tema es qué hacer con eso. El actor de teatro sé que lo maneja de una manera muy especial y que esa energía con la que se alimenta hace que la obra salga de determinada manera. A mí me encanta poder romper la pared y decir: "¿Qué te pasa?". El otro día tuve mi unipersonal y había mucha gente. Y entre el público yo veía dos caritas que estaban como diciéndome: "Yo no sé qué hago acá. La estoy pasando bien, pero...". Yo los veía y los veía, hasta que en determinado momento les digo: "Ustedes dos no sabían a qué venían". "No, no teníamos ni idea, nos trajeron arrastrados". Que siempre sucede. Y me encanta poder regalarles a esas dos personas que no saben, algo bueno para que se lleven desde el show. Mirarlos y pensar: "¿De qué se ríen estos dos? Vamos a ver. ¿Puedo regalarles un chiste que no estaba pensado sobre algo que les guste?". Y ahí vas midiendo. "Ah, se rio. Bien". Además, tenés la posibilidad de agradecerles y decirles: "Gracias por venir igual, y por estar en lugar de levantarte e irte". Eso es riquísimo, me encanta.

Si estoy haciendo Lady Macbeth no puedo decirle a la señora de la segunda fila: "¡Deje los caramelos, señora!". Y si esa señora está con el caramelo, capaz que le duele la garganta o capaz que está aburrida. Entonces me encanta poder preguntar eso.

Cuando terminaste el taller y empezaste a subirte a los escenarios, esas caras serían más comunes. Mucha gente no sabía qué iba a ver.

¡Yo tampoco! Era pararse en un bar a explicarle a la gente lo que era el stand up. Eso ya hacía que la energía fuera otra. Sentía que estábamos en un plan de maestrito: "Bueno, les voy a contar que en Estados Unidos esto es el stand up y me van a tener que escuchar o no funciona". Se van a tener que reír y por favor no se paren y no me tiren con nada. Y la mayoría de la gente se paraba y se iba, porque era muy difícil de lograr. Por suerte se siguió y mucha gente apostó desde el lado del boliche a seguir haciéndolo y pelearla. "Se va a hacer, se va a hacer. Está bueno, hay que hacerlo". Eso fue genial.

Cuando nosotros recién empezábamos, me acuerdo de que alguien en una radio me dijo: "Esto no va a durar más de dos años". Y yo estaba empecinada en decirle: "¡No! Esto va a durar. Tiene que durar". No sé si no estoy acá solamente para llevarle la contra al de la radio.

¿Hace cuánto tiempo estás haciendo stand up?

Doce años. Pero recién hace siete u ocho años que dije: "Esto es así. Hace cuatro años que estoy haciendo cualquier cosa".

Ibas aprendiendo. No fue que un día entendiste todo.

Pero no entendía qué estaba haciendo bien. Ese es el tema. Tampoco entendía que lo podía hacer mejor y que lo podía utilizar de otra manera. Como en los talleres, para apoyar a alguien que lo quiere aprender. Para usarlo en lugares especiales, como un centro de reclusión o una escuela. O en otros lugares donde sirve para otro tipo de cosas. No entendía que era un arte eso que se estaba haciendo; para mí era contar chistes. Después me di cuenta de que no, que era un arte. Y como un arte, puede servir para muchísimas cosas.

Es cierto que no me iba mal todo el tiempo, pero las veces que me iba bien yo no lograba entender por qué. Hasta que un día dije: "Ah, mirá por qué". En mi caso pasó por darme cuenta de que funcionaba cuando podía establecer una conversación con la gente. Aunque no hablara. Que me están entendiendo, les estoy dando y me están devolviendo. Y están opinando, porque hasta el que no se ríe, el que ríe y aplaude solo, es una opinión.

¿Entendiendo que es arte entendés que hay cierto compromiso?

Es tremendo compromiso. Ahí está el decir: "Me voy a tener que poner seria, porque estoy manejando la energía de la gente y ellos la mía". Para que eso sea sano hay que hacerlo de la mejor manera posible. Y no entendía qué estaba haciendo, un poco porque ya lo hacía desde siempre. Desde la escuela y el liceo. "Yo leo y se ríen". Bueno, pero ¿por qué se ríen?

¿Con la responsabilidad aumentó la presión?

Sí. Más que nada la presión no pasa por mi discurso, porque la mayoría de las veces estoy segura de lo que estoy diciendo. A veces meto la pata y el público me dice: "Me parece que esto...". Y capaz que tienen razón, vamos a verlo. Pero mi presión pasaba por subirme con otras personas que tenían un discurso opuesto al mío o que estaban hablando de algo con lo que yo no estaba de acuerdo. Sabía que me tenía que subir y, primero, la gente no se podía comer el marrón de que yo subiera a explicar: "Lo que dijo el comediante anterior no está bien". Tampoco podía cagarle nada al comediante que había pasado. Entonces, por un tiempo dije "no me subo más" en algunos lados o con alguna gente. Capaz que es terriblemente nazi, pero con cierta gente no me subo.

Calculo que los nazis serían ellos.

Sentía que compañeros que no se daban cuenta todavía de eso... Por ejemplo, subían y hacían un montón de chistes machistas. Un montón, un montón. Y yo después tomaba sus chistes, los daba vuelta y los escrachaba. La gente se re reía y las mujeres súper aplaudían. Compañeros llegaron a decirme: "Bo, no me hagas más eso, porque me hacés sentir mal". Entonces, si es un clic que el otro todavía no hace, no tengo por qué ponerme en maestra de nadie. Pero sí planteo: "A mí no me gusta esto". También sucede que hay muchos comediantes que me dicen: "¡Ja! A vos no te gusta subirte conmigo". Pero lo saben y eso es lo bueno. Y no quiere decir que abajo de escena no nos saludemos.

¿Y cómo hacés ahora? ¿Seguís subiendo después de esa gente?

Hace un tiempo empecé con el ejercicio de hacerlo. A ver si podía ganar desde mi discurso sin meter al otro en ningún brete. Y se fue dando y más o menos lo estoy haciendo. Sí hay gente con la que no, porque el discurso no me gusta para nada. También es cierto que ya somos muchos los que tenemos la misma cabeza o la misma forma de pensar. Entonces es más fácil conseguir un lugar en donde se suben otras personas.

Sí me subo con cualquier principiante, diga lo que diga. ¿Hace dos semanas, dos meses, dos días que salió el show? Bueno, yo contigo me subo, porque es un camino en el que no sabés nunca nada y no tenés la culpa de lo que está pasando. No con el que hace mucho tiempo que está en la vuelta y sigue manteniendo un discurso que a mí me parece que no.

Si no los mencionás explícitamente, una parte del público puede pensar que los estás homologando.

Llega un punto en el que quien vio mi unipersonal o me vio, sabe lo que estoy diciendo y lo que opino. Muchas veces me recriminan: "¿Por qué no dijiste nada?". Eso me pone en un lugar que no quiero estar, ni con el comediante ni con la gente. Sí disfruto muchísimo subiendo con gente nueva. Y verlos también; prefiero ir a ver un "open" de gente que recién se sube y tiene cinco minutos. Lo disfruto mucho porque estás viendo cómo se van armando.

¿Ves cosas que hacías vos hace doce años?

Sí. Y que a veces sigo haciendo porque no me doy cuenta.

Ese discurso que se va permeando entre los comediantes, habrá sido difícil de instalar en el público. ¿Tuviste algún encontronazo?

Sí, pero de la forma más extraña, porque hablo sobre todo. Una vez en Minas un señor se paró y se fue después de recriminarme por un minuto y medio que él usaba una lavadora. Tengo un material sobre la lavadora que después deviene en material político sobre ese prejuicio de que el hombre no usa la lavadora. El chiste partía de un artículo que decía que el electrodoméstico menos usado por un hombre es la lavadora. No me dejó terminar, se paró y dijo: "Yo uso la lavadora". "¡Bien por vos!". "Pero la uso de verdad". "¡Bien por vos!". "Porque la mujer ahora...". Hasta que se fue. ¿Qué le voy a decir? Chau.

Me siento muy ofendido porque en casa la ropa la lavo yo. Pero no me voy a ir.

Es muy gracioso desde ese punto. Lo que uno va aprendiendo es cómo involucrar al otro de manera tal que no se sienta ofendido. Y que comparta. Capaz que difiere con lo que decís, pero que se ría, se quede y opine. Pasa mucho con el humor político.

Pasa en las redes sociales, que la gente te quiere convencer tratándote de tarado.

También aprendés a ver con quién podés conversar y con quién no. Cuando veo que es alguien que dice "No, no, no" trato de establecer, dentro de los parámetros de las redes, una conversación. Y la mayoría de las veces terminamos hablando bien y entendiéndonos. Eso es lo maravilloso. Porque sucede que, del otro lado, el que recibe eso también se pone a la defensiva. "¡Estúpido, no me entendiste!". Cuando en realidad es: "Mirá, pasa esto y esto. A ver si lo entendemos entre los dos".

Cuando te das cuenta de que el otro es un ser humano, hablás distinto.

Ahí va. Cuando te ponés a pensar: "¿Que hay atrás de esta persona que saltó por esta pavada que puse sobre la milanesa de soja?". Nunca se sabe qué hay del otro lado, entonces me parece que está bueno no cerrarse y decir: "Este es un idiota". A veces le pregunto: "¿Qué te pasa? ¿Tenés un mal día? Hablemos". Hay gente con la que no se puede, es cierto, pero es lo mismo cuando hacés un material o un show de stand up. Tenés que ver del otro lado qué hay, qué pasa y qué piensa. Muchas veces en un show hay dos personas que están mirando el teléfono. Y vos no sabés por qué están mirando el teléfono. Capaz que está esperando una noticia brava. Capaz que fue arrastrado, que le dijeron: "Vení que te levantamos el ánimo. Vamos a ver humor", y esa persona está preocupada. Hay mucho comediante que se tira y dice: "Eh, ¿por qué mirás el teléfono?". Se lo sacan. He visto comediantes sacarle el teléfono a la gente y eso para mí es tremendamente violento. De eso trato de alejarme, porque no me gusta. Nunca sabés qué hay del otro lado y nunca sabés si la persona que está mirando para afuera te está escuchando.

Con más atención que uno que te mira a los ojos y está pensando en el trabajo.

Exactamente. Y de todas esas cosas tardás años en darte cuenta.

Mientras aprendías a ser comediante, ¿seguías aquellas reglas que enseñaban en los talleres? Como la del chiste cada tantos segundos...

Nunca. Tengo una debilidad, que es el humor inglés. Que tiene otros tiempos. Y siempre pensé que, si eso funciona allá y acá no funciona 100% de la misma manera, vamos a ver por qué. Tratar de hacer un chiste cada 20 segundos te transforma en una fábrica, y cuando es fábrica sale todo igual y no está bueno. Lo que tenemos nosotros es el armado de un material, algo muy artesanal. Es un material que vas armando palabra por palabra, entonces a veces solamente la premisa del chiste tarda un minuto. Con eso nunca estuve de acuerdo.

Después me fui dando cuenta de algo que dicen en todos los boliches a la gente, y que yo odio, odio, odio. "Aplaude uno, aplauden todos". ¿Por qué? ¿Dónde está el medidor? Si la gente es el público de Pavlov y sabe que cuando uno aplaude todos tienen que aplaudir, vos no tenés un medidor real de a dónde llegó el chiste. A quién le gustó y a quién no. Ese tipo de cosas todavía se hacen y me parece que hay que romperlas de una.

Incluso, cuando profesores grosos de stand up decían "Este chiste no funciona", si algo adentro me decía "va a funcionar", iba igual.

¿De lo aprendido hay algo que sigas usando?

Sí, que para ser divertido hay que ser interesante. Si lo que vos estás diciendo es interesante -y puede ser el ómnibus, los championes, el vaso, lo que sea- si lo que me decís acerca de eso es interesante, la gente te va a prestar atención. Y con atención prestada tenés la mitad del camino. Eso trato de hacerlo, y cuando voy viendo lo que estoy por larga, pienso de qué manera esto que estoy hablando de los stickers en el termo sea interesante. No pasar por el: "¿Qué onda el sticker en el termo?".

¿Sabés cómo hacer interesante un texto?

Ningún texto se tira, ninguna idea se tira. Porque pueden pasar tres años y decir: "Mmmh... Esto que estoy pensando ahora, hace tres años... tal cosa". Vas, buscás y te das cuenta de que funciona. Me parece que cada comediante tiene su manera de hacer algo interesante. No hay una regla. Lo que funciona para mí no funciona para otros. Y para mí si va de esta manera es porque siento que va de esta manera. Sí, a veces te das cuenta de que estás usando muchas palabras y empezás a recortar y sacar y de dos hojas te queda media y era eso lo que iba. Pero me parece que cada uno tiene su manera de hacerlo interesante: desde la actuación, desde el cómo decirlo o desde la forma de encarar la rutina o el personaje escénico.

Ese trabajo de escribir, armar...

Yo no escribo.

¿Cómo que no escribís?

Menos mal que tengo testigos. Me cuesta tanto escribir por el tema de la dislexia que me frustro. Mi cabeza va a 10.000 por hora y mi mano va a 50. Entonces pienso, pienso y pienso, y voy acomodando las palabras en la cabeza. Cuando veo que ya está, me grabo. Bueno, el libro para mí fue tremendo. Decí que tenía gente al lado que me decía: "Yo te lo corrijo antes de mandarlo. Yo te ayudo". Porque era tremendo el tener que escribirlo. Para mí ya había terminado y mi mano iba por el título.

¿Cómo registrás tus textos en AGADU, por ejemplo?

Con mucho llanto.

¿Le das el audio a alguien más y unos pesos?

Sí, me pasa eso. Se lo doy a mi hijo y le digo: "Desgrabame esto". O a mi esposo. "Perdón por lo que voy a hacer. Tomá". A veces a algún alumno que precisa unos pesos le digo: "Tengo algo para vos que no sabés lo que es. Desgrabá todo esto". Porque me frustra terriblemente el tema de escribir. Me lleva a una infancia tremenda... Aparte tengo un montón de faltas de ortografía, que me cuesta darme cuenta de ellas. Entonces, lo que hago es pensar mucho sobre algo, hasta que tengo una idea, y ahí empiezo a grabar y me empiezo a escuchar a ver si es realmente la forma de decirlo.

Está bueno, porque ya sabés si se escucha natural.

Esa es otra cosa que tenés que hacer. La mayoría de las veces, estamos acostumbrados a escribir para que lean. Tenés que ponerte otro chip: estás escribiendo para que te escuchen. Ahí hay reglas que están buenas, como que no tenés que escribir todo el material. Sí la primera vez, la primera idea la tenés que escribir a destajo y ver qué sale. Pero después, con que vayas poniendo palabras que te den la idea de lo que viene a continuación, alcanza. No quiere decir que cada presentación sea volver a escribir un material.

De pronto la misma idea nunca la dijiste dos veces igual.

Algunas sí, otras no. No porque suceden cosas en el medio. Y algunas sí, como se dijeron, quedaron.

Yo memorizaba hasta la última coma, porque necesitaba que cada palabra me llevara a la siguiente.

¿Sabés lo malo de eso? Que te olvidaste de una palabra y quedaste en bolas. Y no está bueno. Lo que pasa también, me parece, es que si vos estás diciendo algo que realmente querés decir o que te pasa, es muy difícil que te olvides de lo que vas a decir. Por eso nosotros en el taller tenemos prohibido subir con papelitos a los shows. Te olvidás una vez y te juro que no te olvidás más del momento que pasás. Y la gente no sabe lo que vas a decir 100 por ciento. Entonces, si vos te olvidás de algo, tenés que tener la carpeta de decir: "¡Ja! Sigo de largo". Y también tenés la posibilidad de decir: "Me acordé. Lo traigo".

A la hora de fijar el material, ¿es a pura repetición?

Escenario a escenario, o en casa. Repitiendo en voz alta y dando distintas entonaciones para ver por dónde va. Mil veces antes de salir a un show. Por ejemplo, para el unipersonal pasado, antes me subí a un par de escenarios a probar chistes. A ver si funcionaban. Porque el último filtro y el más importante es la gente. La mayoría de las veces no voy con todo el material nuevo; el 80% está probado y hay un 20% de divague.

¿Mantenés un chiste si no tiene la respuesta deseada?

Si no funciona me fijo por qué no funciona. Capaz que en mi cabeza estaba bien armado y no era la imagen correcta que yo tenía que usar. Nosotros trabajamos con imágenes y capaz que no era la imagen correcta y lo vuelvo a hacer. "Esta imagen no funcionó, no era 'mascota', era 'perro'".

A veces una palabra cambia todo.

A veces te das cuenta de que el remate es un gesto. Vos estabas rematando con otro pedazo de chiste y lo sacás, hacés una cara y funcionó. A veces está en decir la última frase más arriba. Uno va trabajando; si ve que no funciona y no funciona, se deja ir. Si no, es un dolor de cabeza. Pero tiempo después podés decir: "Vamos de nuevo".

¿Qué caracteriza a tu material?

Qué interesante, nunca lo había pensado. ¿Qué será? No sé, es una onda "La Kermesse de los Sábados". Vale todo. Porque si a mí me divierte, yo creo que a la gente también. No sé si tengo una característica. Debo tener, le voy a preguntar a alguien que me ve seguido: "Che, ¿qué característica tiene esto?". Es una mezcla de cosas raras, porque hay de todo un poco. Como una valija de mago.

¿Tu monólogo está hecho de espacios que pueden cambiarse, o vas contando una historia?

A mí cuando me lo enseñaron, me lo enseñaron como monólogo de stand up y yo lo enseño como material de stand up. A la gente le hablo sobre un material, porque el monólogo tiene un principio, un nudo y un final, y va así. Lo que tiene el material es que es como un juego de Lego: lo podés ir cambiando y donde hiciste una casa, esa noche las piezas te dan para hacer un auto. Vos vas armando. Lo que pasa es que, si no, tendrías que ser muy, muy bueno -hay gente que lo es- para que te vaya bien toda la noche. Porque vos entrás y decís: "Hoy vengo con este material que habla de tuppers". La gente te mira como diciendo: "No me interesa". Y tenés que saber leer para decir: "Bueno. Vamos a ver. No les gustó lo que traía. Cambio rotundamente". Y vas armando otro juego de piezas.

Si vas a estar 20 minutos, tenés que tener 35.

Para hacerlo bien, yo te diría que tenés que tener una hora para ir eligiendo. Cuando recién empezás tenés tus cinco minutos y ahí vas agregando, a los meses, otros chistes. Así vas empezando a tener un material. Para hacer 20 minutos potables, te diría que tenés que tener mucho más.

Cuando hacés un unipersonal, ¿hay un orden más establecido o es tan solo reunir el material que funciona?

Generalmente es un material que ya sabés que funciona, por eso lo juntaste todo para hacer una hora y pico. Y sabés con qué tenés que abrir y con qué cerrar. La gente se acuerda de lo que abriste y con qué cerraste. Lo que va en el medio puede ir mutando, pero yo siempre sostengo que el final tiene que ser el más fuerte para que la gente disfrute de eso. Pero el medio cambia. El otro día en mi unipersonal cambié un montón de cosas. Y ni siquiera fue por la gente, sino por cómo fui hilando los materiales. Pero hay que tenerlo armadito.

Mientras ibas probando material y el público te iba a probando a vos, hacías anotaciones en una libreta. No solo de material, sino de vivencias.

No es como salió en el libro, porque eran frases nomás. Llegaba a casa y agarraba la libreta y ponía: "No me funcionó, no sé por qué. Este chiste no funciona". Me costó darme cuenta de cómo tenía que hablar yo para que la gente me entendiera y empezara a jugar mi juego. Porque me pasaba que venían comediantes hablando de las parejas, de los hijos, de las mascotas y llegaba yo y decía: "Juana de Arco, Freud, psicoanálisis". Y la gente decía: "Whaaat?". Y un conejo que prende todo fuego. Era parte de mi primer material. Que en realidad estaba muy bueno y una parte funcionaba muy bien, pero había otra que quedaba descolgada.

Hasta que hice un coaching un tiempo después en Buenos Aires con Alejandro Angelini, que me dijo: "Vos sos tarada. ¡A la gente qué le importa Juana de Arco! ¿Por qué tienen que saber quién es Juana de Arco? Tu trabajo es hacer un trabajito previo a eso, dar ejemplos que se parezcan a Juana de Arco. Ir involucrándola de alguna manera que cuando metas la imagen 'Juana de Arco' todo el mundo haga: ¡Aaah!". Eso a mí me costó pila, porque es como si todos estuvieran dentro de mi cabeza.

¿Cómo no entendieron esto que acabo de decir, que solo yo sé?

Era tremendo. Aparte me enojaba: "¡No saben nada!".

Saben otras cosas.

Saben otras cosas de las que yo no entiendo. Yo creo que no tengo casi chistes de pareja. Me cuesta mucho escribir sobre eso porque no me interesa. Después me di cuenta de que puedo hacer que me interese a mí, si pongo pedacitos de cosas que sí me interesan: parejas de la historia, parejas de los libros... Entonces nos funciona a los dos. Pero fue algo que me costó mucho entender. Hay cosas que a mí no me interesan hablar.

En un momento diste el paso a la docencia.

La locura, la tremenda locura. Cuando me di cuenta de que había un montón de cosas que me habían enseñado, con las que yo chocaba. Y que había un montón de gente que tal vez la forma en la que yo las iba a dar les servía. Cuando estuve segura de eso. La docencia siempre me gustó, con niños, adolescentes... Es algo en lo que me siento cómoda. Entonces, después de leer muchos libros de stand up, después de hacer mucho material en boliches, dije: "Capaz que hay gente...".

Con Diego Vignolo una vez en un taller empezamos a hablar sobre la premisa, porque había gente que no la cazaba bien. Yo les conté que tardé dos años y medio en darme cuenta de qué era una premisa y cómo funcionaba. Y Vignolo, que la tenía mucho más clara, decía: "¿Cómo dos años y medio? Ahora me lo decís". Yo sé que la manera como lo aprendí le sirve a un montón de gente que tampoco lo entiende de la otra. Es como ir creando, con las herramientas que me dieron, otras herramientas que sirven para lo mismo, pero que funcionan de distinta manera. Dije: "Bueno, capaz que algo podemos lograr con esto".

Una cosa es tomar la decisión y otra es llevarlo a la práctica. ¿Cómo fue la logística?

La logística fue: "Bueno, lo voy a hacer". No lo quería hacer sola, porque me parece que está bueno que se vean otras formas -cuando yo lo hice, lo hice con una persona sola-. Me parecía que tenía que haber más. Tendría que ser un año por lo menos antes de salir a las canchas de stand up, y que hubiera alguien que te diera impro y que hubiera alguien que hablara de historia, de todo.

Lo que se me ocurrió fue juntarme con otras dos personas que, para mí, en diferentes cosas la tenían clarísima.

Como Los Magníficos, cada uno tenía su especialidad.

Ahí va. Diego Vignolo, que sabe muchísimo de stand up, de verdad -es muy hippie, pero sabe mucho- me dijo que sí, que le copaba. Y Adelina Perdomo, que tiene otra perspectiva de las cosas, me dijo que también. Entonces empezamos a armar un plan de taller: de lo que tenían ellos, que habían aprendido con una persona, y de lo que yo tenía, que lo aprendí con otra, formamos una cosa nueva para poder ofrecerlo a la gente y que sirviera.

La verdad es que el primer taller fue con mucho miedo, porque había gente que estaba confiando en nosotros, que estaba gastando dinero, y yo volvía a mi casa diciendo: "¡Me voy a ir del país! ¡Me van a tirar con todo!". Increíblemente salió muy bien, y mucha gente que salió del taller, hasta el día de hoy son buenos comediantes que andan por ahí en la vuelta laburando.

Dijimos: "Probemos de nuevo". Cambiamos algunas cosas que no, y el tema del taller va creciendo año a año. En lo que vamos dando y en la forma de darlo. Nos dimos cuenta de que hay que dar mucho más del "decir"; cómo presentar un texto. Dentro de las posibilidades que tenemos dentro del tiempo acotado de un taller, tratamos de hacerlo, y la verdad es que nos funciona bastante bien. Porque nos da mucha alegría, después, ver a los alumnos en distintos lugares laburando. ¡Es buenísimo! Eso quiere decir que algo bien estamos haciendo. Me parece que la clave es habernos juntado tres personas que queríamos hacerlo y que teníamos una idea clara de cómo queríamos hacerlo.

¿Y cuál era el superpoder o la especialidad de cada uno?

Vignolo tiene un superpoder. Vos le das un material, hace "pim, pum, pam" como CSI cuando van uniendo las pistas, y te dice: "esto funciona, esto no funciona, esto no funciona por tal cosa". Después vos lo ves y es verdad. Tiene una cabeza impresionante para el armado de chistes y además es un tipo que fue por muchos lugares del mundo haciendo stand up y conoce bastante de eso.

El superpoder de Adelina es darle calidez al material, aunque parezca mentira. "¿Por qué vas a decir eso?". "Esto no sirve al oído de la gente, vamos a darle algo lindo". Aunque estén diciendo la cosa más terrible, aunque sea humor negro, decirlo de la manera más cálida posible.

La cuarta pared no está, pero puede haber una quinta construida con la frialdad con la que decís las cosas.

Lo que aporté yo, me parece, era bastante de lo que traía de teatro. Cosas que sí funcionaban: el plantarse, el cómo decir, el qué esperar de la gente. No enojarse cuando algo no funciona. Según Vignolo, soy como la hippie, yo. Sobre todo, en el tema del fracaso. Saber que tenés que fracasar y vas a tener que regodearte en tu fracaso por un largo tiempo, y eso lo tratamos en el taller.

¿Entonces son todos hippies?

En un punto, sí. Ta, lo dije. Es un Woodstock esto.

¿Está dividido en módulos o materias?

Al principio es bastante teórico el asunto. Tratamos de hacer juegos de impro y cosas para que la gente no se aburra, porque no nos queda otra que hacerlo para ir dando las primeras armitas. Las dos primeras clases son bastante teóricas, pero la gente se copa bastante, le parece interesante. Porque casi todos llegan con eso de "¡es muy fácil!", "soy el más divertido y me mandaron acá". Y después de la segunda clase dicen: "Pero ¿esto se estudia?". Claro, esto se estudia y tiene un plan.

Hay un plan, en las dos o tres primeras clases, de conocernos. Hay que conocer al que está del otro lado cuando traen desde la práctica materiales y cosas para leer. Si es una persona que tiene miedo a hablar en público, va a hablar de determinada manera. El que se cree el crack del grupo, ya sabemos que tiene determinadas carencias por otro lado. Nos lleva un tiempo conocer al grupo y eso lo hacemos con juegos de impro y ese tipo de cosas.

Después de que empezamos a dar las herramientas y conocerlos, hay una segunda parte donde hablamos del tema de la escritura, que es importantísimo. De la traba al escribir. Le damos bastante a eso, porque no están acostumbrados y muchas veces la frustración sale del "yo no puedo": no puedo escribir, no puedo, no puedo. No es que no se pueda, es que es una parte que tenemos completamente olvidado. A todo eso le damos bastante.

Una tercera parte es cuando empezamos a pedir los materiales. Ahí vamos más a lo físico, vamos más a cómo escribir para decir, esto que hablábamos hoy. Igual te digo que con cada grupo muta, va cambiando el orden incluso, porque van surgiendo preguntas y expectativas que hacen que tengas que dar una cosa que tenías para el final.

Tampoco es que solamente lo puedas dar "en este orden".

Capaz que el principio sí, tenés que saber que funciona de esta manera, que un chiste es esto, esto y esto, y que contiene todo esto. Después, según el grupo, el resto va cambiando.

¿Y el segundo nivel?

El segundo nivel es para aquellos que ya tienen un año y pico subiéndose. Ahí empezamos a hablar simplemente de la energía. Te diría que el segundo nivel es solo hablar de energía: la tuya, tuya y el público, tuya con tu texto, tuya al escribir. El manejo, el conocer al público, saber que hay alguien que escucha de una manera y otro de otra. Es muy frío, pero es así: en el primer nivel aprendés a tener ideas, a darles orden y que funcionen. En el segundo nivel tenés que aprender a venderlas. Saber de qué manera vender tu idea como si fuera la mejor del mundo. Lo que hablaba antes de "lo interesante". No hay una manera poética de decirlo: tener muchas ideas y aprender a venderlas como las mejores. Tratando de que sean las mejores.

Ese segundo nivel es para los que ya están subidos al escenario. ¿Cómo los convencés de que todavía tienen cosas para aprender?

Yo no los convenzo. Yo trato de no convencerlos; cada uno se da la cabeza contra la pared como pueda. Porque aparte el ego del comediante es tremendo y eso puede desatar una pelea. Salvo que sea un alumno que hace tiempo que está y hay confianza. Sabés que hay un vínculo y le podés decir: "Boludo, no estaría. Venite". "No, pero...". "Dale, en serio. Vení y vemos cómo hacerlo". Al segundo nivel viene mucha gente que hizo el taller en otro lado, y muchas veces viene gente que hizo el taller en otro lado a repetir el primer nivel. Esa gente ya viene con un chip que hay que destrabar, porque les vendieron que hay que hacer reír cada veinte segundos. Eso es algo en lo que nosotros no creemos, entonces tratamos de darle nuestra visión.

¿Qué se da más a menudo, el público que dice "a ver si me hacés reír" o el alumno que dice "a ver si me enseñás a hacer reír"? ¿Quién está más dispuesto?

Vos sabés que al público del "¡Ja, ja! Haceme reír®" yo lo encuentro cada vez menos. El que no quiere, no va. Al que va arrastrado, tratamos de hacerlo amigo. No creo mucho en el "¡Ja, ja! Haceme reír®". Cuando se le echa la culpa al público frío.

También se dice que el público ríe más con un comediante extranjero.

Eso sí. O el uruguayo que triunfa allá. Cuando vas a un teatro a pedir la sala para hacer un show y "Bueno. Sí. No te damos. No tenemos solapero". Viene un argentino a hacer un mismo show y...

Alfombra roja.

Es rarísimo eso, no sé en qué va. Supongo que no les importa el género; lo único que les importa es la plata. Saben que si viene de Argentina la gente lo va a pagar. Ahí la rara es la gente que paga, porque la gente no quiere pagar una entrada para ver stand up. Y el boliche que no cobra para que la gente vea stand up le hace un mal tremendo al comediante. Esa es otra cosa por la que no me subo.

¿El boliche que no cobra cubierto artístico, decís?

Como para que la gente lo pague. No hay. La mayoría de los lugares funciona sin entrada y son los lugares a donde la gente va más. ¡Es un laburo! Está bien, me lo está pagando el bar. Es cierto. Pero la gente tiene que entender que está pagando por alguien que está laburando.

Se acostumbra a verlo "gratis".

Te pagan 150 pesos un choclo en la playa, pero no pagan 150 pesos por ver un show que está bueno. ¡Hay que acostumbrar a la gente! No hay cine gratis, salvo que vayas a pedalear a la rambla. Y a mí no me sirve que me pedalees, tengo que pagar cuentas. Está bueno que la gente lo entienda, porque también entiende que es serio. Cuanto antes entienda eso, mejor nos va a ir a todo.

Tampoco me gusta el que va a tocar a un boliche y la gente no paga. No está bueno para el artista. Vamos a ganar todos, el día que se den cuenta que es serio.

¿Qué te pasa cuando vas a ver material de un exalumno del taller?

Sufro de una manera... Porque me pongo más nerviosa cuando veo a los alumnos que cuando subo yo. En la vida me pasa eso, con todos los alumnos de lo que sea. Querés que les vaya bien, porque se lo merecen. Y casi todas las veces me da mucho orgullo, salvo con algún chiste choto que digo: "¿Por qué hiciste eso?". No el chiste choto que soy re fan, sino el chiste machista. Esa chotada.

Pasemos a El comediante en su laberinto. ¿La llegada del libro se dio gradualmente o un día dijiste...?

"Lo voy a hacer". Lo voy a hacer porque todos los libros que tenemos, la mayoría son "Cómo escribir stand up". Vienen de Argentina, vienen de Estados Unidos, y son como un manual para aprender a escribir chistes. Yo no quería eso, porque hay muchos. Lo que quería, lo que hubiera necesitado, era un libro de "Qué hacer con todo esto". Cómo te vas a sentir cuando tengas todo esto armado.

Qué te va a pasar.

¡Qué te va a pasar! Qué tenés que pensar y qué no tenés que pensar sobre el público, sobre tu rutina. Dije: "Si a mí me sirvió, capaz que a otros le sirve". Lo primero que hice fue mostrarle parte del libro a algunos compañeros comediantes, que me dijeron: "Sí, me parece que está bueno. Va por ahí". Si ellos me dicen que sí, que sirve, vamos para adelante.

En el taller te damos las herramientas de cómo se hace y en el libro te mostramos lo que vos podés hacer o no con eso. Y que no te frustres si no te sale eso y sale otra cosa. Nosotros cuando termina el taller decimos: "Todo lo que les enseñamos, rómpanlo". Porque cada uno tiene su manera, y capaz que hay cosas que nosotros decimos y damos por seguras, que no le funcionan al otro. Todas las herramientas que les dimos están buenísimas; todo lo que les enseñamos, van y lo rompen. Y el libro va un poco por ahí.

El clic más grande que hice desde que estaba haciendo stand up y no sabía qué hacía, a cuando empecé a poner más cuidado y por dónde iba el asunto, fue una vez que alguien en serio me dijo, antes de salir: "Sé vos misma". Y yo salí y no me di cuenta en el momento. Yo decía: "¿Qué mierda es ser yo misma en escena? No entiendo". A veces uno en la vida no sabe qué es ser uno mismo. Entonces, eso que se dice tan fácil es dificilísimo.

Ahí yo dije: "Si esto que me dijeron de una manera tan sencilla, que salió tan fácil de la boca de alguien, es tan difícil, probablemente todo lo que me venían diciendo del stand up es igual de difícil". Había que empezar a separar todo. Qué es esto, qué es lo otro, para qué funciona, qué pasa si los junto, qué pasa si no los junto nunca.

Tenemos dos o tres comediantes re grosos que nunca hicieron un taller y que ahora están haciendo stand up y son cracks. El asunto está en creer en uno e ir acomodándose. Entrar sin ningún prejuicio; te puede ir horrible hasta que te vas acomodando, hacés un clic y decís: "Esto va por acá". Sería maravilloso que todo el mundo lo pudiera lograr de esa manera, pero es casi imposible para la mayoría de la gente. Yo sentía que precisaba que me dijeran cosas que no estaban en un libro de texto de "Manual de cómo escribir un chiste".

Como mencionamos, tuviste que armar tu material. Tuviste que enfrentar a uno de tus peores enemigos.

¡Sí! La escritura. Lo que hice fue ir manejando los mismos tiempos que manejábamos en el taller. La primera parte del libro es cómo llegó el stand up hasta acá, la segunda es cómo llega la gente al taller... El libro va fluyendo tal cual está armado nuestro taller, con lo que vamos dando y las preguntas que van surgiendo. Hay que ser inteligentes, qué pasa con el tema de escribir, qué no puedo escribir, todo eso está en el libro. Las actas de lo que teníamos nosotros como dado en el taller fueron las que me ayudaron a armar el orden de escritura del libro.

Sumado a todas tus anotaciones.

Claro. De ahí surge lo de perderle el miedo a los errores, qué corno es ser uno mismo, cómo pasar todo eso al ambiente uruguayo, cómo darte cuenta de que las emociones están detrás de todo. Eso es algo olvidado en los talleres y que nosotros tratamos de ponerlo. Las reglas básicas para escribir un material son: yo amo, yo odio, esto es estúpido. Y muchas veces las tomamos como palabras sueltas y después tenés que darte cuenta de que son emociones fuertes. Fuertísimas. No es mecánico, no es una payasada; detrás de cada cosa hay una emoción. Darte cuenta de que las emociones juegan un papel importante en lo que estás diciendo, en tu estado de ánimo, en por qué algo te gusta y por qué algo no, es fundamental. Si vos te das cuenta de lo que sentís, te vas a dar cuenta de lo que querés decir y vas a llevarlo de mejor manera al público. Y es algo de lo que a nosotros no nos hablaron.

Tratamos de incorporar todo eso y creo que es un diferencial de nuestro taller a otros, el inmiscuirnos más con cada persona. En el qué sentís, en el qué querés decir. ¿Es necesario que digas esto? ¿Es necesario que hables de esto? Fijate. Me parece que vos querés decir otra cosa. Y pinchamos bastante.

En el taller las cosas van mutando, pero en el libro tuviste que elegir un orden. ¿Eso fue sencillo?

En realidad, después de tenerlo casi armado y solo tenía que ver con el taller y con lo que uno va viviendo, desde la editorial me dijeron: "Hace falta alguna otra cosa". Qué pasa, por ejemplo, con el comediante en los eventos. Qué pasa con el amigo del comediante. Para que fuera más ameno. Y tenían toda la razón; yo no me había dado cuenta. Esas ideas me las fueron largando ellos sobre qué podía escribir. Yo armé en base a lo que les pasaba y las líneas que me fueron tirando.

Un libro que además tiene muchas ilustraciones.

Gonzalo Sainz es tremendo comediante y me encanta cómo dibuja. Él también me iba diciendo: "Para mí falta tal cosa. Para mí falta tal otra". También hubo comediantes que cuando se lo di para leer me dijeron: "Esto no sirve. No entiendo, porque no es un libro de cómo escribir stand up y tampoco habla del stand up. Es un libro de autoayuda". Y a mí me gustó esa idea del libro de autoayuda. Capaz que a vos no te sirve de esta manera y a otro sí. A mí me sirvió, a alguien más le va a servir.

Lo lindo fue que, después de que el libro salió a la venta, recibo muchos mensajes de comediantes que me dicen: "Gracias, porque me sirvió pila entender que no soy una máquina. Que tengo sentimientos y que está buenísimo". También me llegan mensajes de psicólogos.

¿Te querían de paciente?

Ni hablar. A los que les interesa el humor y les encanta el mundo del stand up, les sirvió para verlo de otra manera que no era tan mecánica. Con todo eso de qué hay detrás de la cabeza de un comediante.

Es el libro que te hubiera gustado leer cuando estabas empezando.

Sí. La verdad que sí. Porque me hubiera hecho más fáciles un montón de cosas que tardé mucho en entender. O que no pensaba que las podía usar, como el tema de quién soy, qué soy, soy un manojo de sentimientos que se usan o no. Y está bueno el entender que hay que decir algo. Está bueno el chiste por el chiste y reírnos porque sí, pero está bueno saber que tenés la capacidad y tenés toda la libertad de opinar.

E incluso hacerlo de manera graciosa.

Lo que pasa es que no estamos acostumbrados a que nos pregunten qué opinamos. La cabecita pasó tantos años aprendiendo a escribir de una manera mecánica, actuar de una manera mecánica, trabajar de una manera mecánica, que llega un momento en el taller que alguien te dice: "¿Vos qué pensás?". Opa. No sé.

Los primeros materiales siempre surgen de lo que nos pasa a todos: el bondi, el taxi, mi pareja, mi perro. Porque son las cosas que tenemos más cerquita. Cuando empezamos a escarbar adentro de uno, empiezan a abrirse otros mundos que son maravillosos. Todo artista está preso de sus emociones y sus sentimientos. Entonces, darte cuenta de que es un arte hace que te involucres de otra manera.

Por Ignacio Alcuri