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El equipaje que somos

¿Cuánto de la vida de un hombre cabe en una maleta? Conocé la historia de la Valija Koch

La valija de un hombre fallecido hace más de 30 años y su curioso contenido son objeto de una singular investigación.

2019-11-11T12:03:00
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¿Dónde comienza la azarosa historia de la valija Koch? Al igual que la Historia con mayúsculas, esa que escribimos entre todos los humanos, la historia individual de Herbert Koch y su valija no es algo estático, sino un proceso en movimiento que quizá aún no termina.

Podríamos comenzar el relato en medio del espanto de la Primera Guerra Mundial, donde un jovencísimo Koch se jugó el pellejo, quizá en Galitzia o en las disputadas márgenes del río Isonzo.

Tal vez sería más apropiado empezar en la animada París de los años 30, donde Herbert conoció al amor de su vida y vio nacer a su hija. O en 1940, a bordo de un barco —el último, para ser más dramáticos— que partió de Francia rumbo a Sudamérica antes de que el horror nazi se apoderara del país entero.

Sin embargo, abriremos la valija en Montevideo en 1987, poco después de la muerte de Herbert —rebautizado Heriberto en nuestro país— ocurrida el 17 de enero de ese año, y cuando su familia procedía al siempre doloroso proceso de desmontar la casa del difunto, esa especie de universo particular que queda en estado de suspensión —las plantas sin regar, la correspondencia acumulándose en el buzón— cuando su habitante desaparece. “Era una valija antigua de tela y cartón, de esas que te imaginás que alguien apoya en un andén mientras a lo lejos llega el tren a vapor”, recuerda la socióloga Silvina Brun Linares, una de las responsables de que esa maleta y su contenido se convirtieran en objeto de estudio y disparador de relatos.

Mirtha Linares, madre de Silvina, era amiga y socia de Marianne, la única hija de Heriberto Koch. Ella guardó en su casa esa polvorienta maleta para la que su amiga no tenía espacio, pero que tampoco quería tirar a la basura.

La valija fue a parar al altillo, y a lo largo de varias mudanzas estuvo en sótanos y lugares diversos, pero siempre con la idea de que era algo a preservar

"La valija llegó a mi casa hace algo más de 30 años, cuando falleció Heriberto Koch. Mi madre era íntima amiga de su única hija, Marianne Jacqueline Koch (fallecida en diciembre de 2017). La acompañamos a retirar las últimas cosas de la casa de su padre y muchos de esos objetos fueron a parar a la mía, incluida esa valija con todo su contenido", recuerda Brun en diálogo con Montevideo Portal.

“Mi hermano y yo éramos adolescentes, y la valija era para nosotros un túnel del tiempo. Era muy divertido e interesante ver los mapas, las diapositivas, nos fascinaba. Era un entretenimiento maravilloso en un mundo sin Internet. Era viajar, conocer idiomas, países, lugares”, rememora.

Efectivamente, entre los numerosos objetos contenidos en la valija —que veremos en detalle más adelante— destacan cientos de diapositivas con vistas de diversas ciudades europeas y americanas y un proyector para usarlas, así como mapas y folletos de sitios muy variados.

“La valija fue a parar al altillo, y a lo largo de varias mudanzas estuvo en sótanos y lugares diversos, pero siempre con la idea de que era algo a preservar. Era impensable tirarla”, cuenta. En agosto pasado Brun volvió a mudarse, y para entonces la valija llevaba unos diez años “archivada” debajo de la cama de su hija. “Me preocupó la idea de que se pudiera perder el contenido, porque me parecía un material muy interesante”, explica Brun.

Fue entonces que surgió la idea de donarlo a alguna institución a la que semejante acervo le pudiera resultar de interés, y que a su vez pudiera conservarlo en condiciones adecuadas. Así entra en el relato la otra gran protagonista: Julieta Keldjian, Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Católica del Uruguay y que trabaja en la asignatura de Gestión Documental, de reciente creación en esa casa de estudios.

“Siempre digo que los archivos y colecciones personales son la caja de Pandora en varios sentidos. Primero porque uno no sabe qué va a aparecer en el propio archivo.

Además, cuando se abre uno aparecen diez o veinte familias o grupos alrededor con la misma inquietud. Nunca me había ocurrido que me hablaran de una valija, pero siempre hay una caja, un sobre, una bolsa que dejó un abuelo, algo que quedó”, relata Keldjian, subrayando la importancia que puede tener ese tipo de material, al que a menudo sus propietarios subvaloran. “No debe haber documental contemporáneo, desde el más comercial hasta el más riguroso, que no esté atravesado por un archivo personal”, sostiene.

Para Keldjian, la Valija Koch se transformó en el insumo ideal para organizar un curso distinto con sus estudiantes. Y Para Brun, esto se convirtió en la ocasión de acercarse a la respuesta de una pregunta que se había hecho durante mucho tiempo, y que los años y la pérdida de contacto con la familia Koch le impidieron responder: ¿Por qué Herbert Koch había acumulado todo ese material? ¿Había regresado a Europa y viajado por todos esos lugares que la valija atesoraba, o era, por el contrario, una suerte de coleccionista de imágenes y mapas?


De generaciones

Tras el mágico momento de levantar la tapa de la maleta, a los jóvenes estudiantes les sucedió algo que la docente describe en dos palabras: “se fascinaron”.
“Tienen en promedio entre 22 y 23 años, y quedaron fascinados con medios audiovisuales que no conocían. Habían oído hablar de ellos, pero no podían ubicarlos con exactitud en la historia. No sabían si una diapositiva era del año 30 o del 70, y tenían que empezar a situarlos”, expresa.

Allí comenzó el proceso de analizar y clasificar unos 1.500 objetos contenidos en la valija, consistentes en “cerca de 900 diapositivas, aproximadamente 40 mapas y unos 50 documentos personales”, así como otro tipo de ítems, como “tarjetas postales, estampitas de comunión o bautismo, souvenirs”, y también folletería y material promocional de museos y lugares turísticos en todo el mundo.

Pero el objeto estrella de la colección era sin dudas el antiguo proyector de diapositivas, que Keldjian define como “un carromato” y sobre cuyo funcionamiento sus estudiantes no tenían la menor idea. “¿Estaría sano, funcionaría con 220 voltios, no se quemaría al encenderlo?”, fueron algunas de las preguntas que surgieron.

Keldjian: Creo que los seres humanos acumulamos documentos propios y ajenos, y que hablan de nosotros

En cuanto a las diapositivas, “hay material producido por Koch y otro que fue colectado”. Las fotografías más antiguas son de la década de 1940, y las más recientes aproximadamente de los años 60. “Eso no implica que haya colectado el material durante esos veinte años. Pudo comprarlo o recibirlo como regalo” advierte Keldjian.

La caza del hombre, la caza de la sombra

Los 22 estudiantes de Keldjian se dividieron en equipos, que además de clasificar y digitalizar el contenido de la valija, se plantearon como cometido la reconstrucción del árbol genealógico de Herbert Koch, así como la localización de sus descendientes, si todavía los hubiere. El punto de partida fueron los recuerdos de Silvina Brun, quien había tratado a la familia y que había conservado la valija por más de tres décadas.

"Yo tenía un recorte de la historia, lo poco que podía saber del padre de la amiga de mamá, pero no sabía hasta dónde eso se ajustaba a los hechos reales, era mi recuerdo de entonces, o lo que construí en más de 30 años de memoria”, advierte.
“Sabía que tenía una hija, que era austríaco, judío, que había huido de Europa, que había tenido una primera esposa quien, según mis datos, había muerto en un campo de concentración”, enumera la socióloga, añadiendo que en esa historia que le fue relatada, Koch, su segunda esposa y la hija de ambos habían logrado huir de Francia in extremis, en el último de los barcos en el que judíos, comunistas otras personas “indeseables” para el nazismo abandonaron el país, antes de que los invasores tomaran el control total de puertos y vías férreas.

Los hallazgos fueron rápidos y sorprendentes: la nieta de Koch era psicóloga egresada de la Ucudal, y la bisnieta se había graduado también allí en psicopedagogía, y de hecho ejercía como docente en esa facultad.
“Silvina había sido la primera persona entrevistada por los estudiantes, y la bisnieta de Koch fue la segunda”, recuerda, añadiendo que luego también se entrevistó a la nieta, llamada Nicole.
“Ahí fuimos armando el mapa, la historia de vida de nuestro personaje, empezamos a tratar de darle sentido”, dice la docente.

Asimismo, los recuerdos de Nicole no coincidían en algunos puntos con los escasos datos que tenía Brun. Por ejemplo, la nieta de Koch recuerda que la primera esposa de su abuelo no murió en un campo de concentración, sino que se habría suicidado en el año 1935.

Con toda esa información, Keldjian y sus estudiantes ya tenían material para construir su personaje con cierta solidez.
“Hablamos de una persona que pudo ser alguien común, como cualquiera de nuestros ancestros, tenía sus círculos sociales y lo más interesante para el aprendizaje de los estudiantes fue que a partir de cada contacto iban rescatando anécdotas asociadas a este personaje. Digo personaje a propósito, porque termina siendo una ficción, una imagen a partir de varias miradas. No nos interesaba saber quién era documentalmente Heriberto Koch, pero sí hacernos una idea aproximada”, enfatiza la docente.

La valija fue a parar al altillo, y a lo largo de varias mudanzas estuvo en sótanos y lugares diversos, pero siempre con la idea de que era algo a preservar

De esa información reunida por los estudiantes surgió un Koch que no es ni será nunca un personaje histórico en el sentido más riguroso de la palabra, algo que no era el cometido del curso.

Si se trata de hacer la breve “ficha” de Herbert Koch en base a datos puros y duros, se puede resumir de la siguiente manera: nació en Viena el 7 de setiembre de 1897. Combatió en la Primera Guerra Mundial, y en algún momento entre la década de 1920 y la de 1930 emigró a París. Tras la muerte de su primera esposa contrajo nuevas nupcias con una mujer austríaca como él, con quien tuvo a su única hija. Tras la invasión nazi de Francia, los tres huyeron al Río de la Plata. Residieron seis años en Buenos Aires y luego llegaron a Montevideo, instalándose en un apartamento en Avenida Libertador (entonces Agraciada) y Mercedes. Al igual que en Argentina, Koch trabajó en Uruguay como corredor de seguros. Falleció el 17 de enero de 1987.

No eches en la maleta lo que no vayas a usar

Como se ha dicho, la investigación de Keldjian y su equipo no pretendió escribir la biografía “real” de Koch. Pero sí obtuvo importante información y permitió ensayar una respuesta muy probable a la pregunta que Brun se formulara hace tres décadas, acerca del origen de las fotos, mapas y folletos contenidos en la valija.

“Creo que los seres humanos acumulamos documentos propios y ajenos, y que hablan de nosotros”, comienza Keldjian a la hora de referirse a los objetos investigados. Y si bien advierte que en una investigación como esta no se puede afirmar nada con certeza absoluta, tiene la firme presunción de que “esas cosas las colectaba porque le gustaban, por el simple placer de proyectar un personaje de trotamundos, pero no viajó a todos esos lugares”.

La mayoría de las imágenes halladas en la valija “no son las típicas fotos con las que uno documenta un viaje sino diapositivas compradas, de ese tipo de práctica fotográfica que se estilaba mucho, la foto recuerdo, souvenir”, explica.

“En esa época la diapositiva era la reina, el medio privilegiado para contar. No había videos, ni celular para contarle el viaje al otro, y tampoco era tan fácil comprar una cámara o hacer buenas fotos con ella. Uno iba, por ejemplo, a visitar Brasilia, y en un kiosco compraba un paquete de diapositivas con los diez edificios icónicos de la ciudad, y luego las veía en casa con sus amigos y les decía que había estado ahí, pero la diapositiva no documenta la presencia de la persona en el lugar ni nada por el estilo”, agrega.

Esa característica de las imágenes, sumada a “algunas pistas, como el sello de embajadas e instituciones diplomáticas que aparecen en los mapas y guías de viaje, hablan más bien de un material de divulgación”, que Koch habría conseguido en Uruguay.

Sin embargo, dentro de la valija también “había una caja con material importante que sí debe haber producido él”, fotografías que curiosamente “tenían el mismo estilo de las compradas”, algo que lleva a suponer que quiso emular las diapositivas adquiridas o que aprendió a fotografiar usándolas como guía o modelo. Se trata de “imágenes del Fuerte de San Miguel, la Fortaleza de Santa Teresa, paisajes que por la vegetación parecen ser de Rocha. Esas no tienen marcas como las otras, que serían compradas”.

Una vez culminada la investigación, los estudiantes devolvieron la valija a los descendientes de Koch, y les aportaron un “kit” de técnicas y prácticas para la óptima conservación del material.

Para Brun resulta interesante el trayecto hecho por estos objetos, que salieron de la familia hace más de 30 años para “atravesar la academia, los medios de comunicación y regresar de nuevo a la familia, pero enriquecidos por todo el conocimiento obtenido”.

Al cabo de la experiencia de liderar a sus alumnos por una investigación poco ortodoxa y muy original, Keldjian destaca lo valioso que puede resultar trabajar con ese tipo de “historias mínimas” y que a priori podrían considerase de poca relevancia. Historias que todos tenemos y que valen más de lo que solemos creer.

Maleta, álbum de fotos, diario íntimo, medalla, cuaderno de apuntes, fajo de correspondencia... son muchos y muy variados los ítems que pueden contar historias como lo hace y seguirá haciendo la desvencijada valija de Heriberto Koch, objeto viajero por definición, que en este caso terminó acumulando los sueños de trotamundos de un hombre que, al fin y al cabo, no pudo o no quiso emprender más viajes que aquellos a los que la vida lo obligó.

“Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras”, escribió Jorge Luis Borges sobre el final de su inmortal El Inmortal. Koch, por su parte, parece ser el perfecto reverso de esa sentencia. Se marchó sin dejar una sola palabra pero sí cientos de imágenes, algunas hechas por él mismo y otras —la mayoría— tomadas por otros.

Sin embargo, su legado involuntario es por esa misma razón más significativo y nos lleva a una pregunta fundamental: ¿Qué dicen de nosotros las cosas que dejamos atrás cuando nos vamos?



Gerardo Carrasco
        gcarrasco@m.uy

Fotos: Gerardo Carrasco