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Inspiradoras

Constancia y superación

Tiene 80 años y se recibió de arquitecto: la historia de Daniel

Empezó la carrera en 1964, pero distintas circunstancias postergaron su graduación por décadas. Esta es la historia de una deuda pendiente.

18.12.2025 19:23

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2025-12-18T19:23:00-03:00
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Montevideo Portal

Por Clemente Calvo.

“Aquí estamos cerrando el ciclo, terminando de ser estudiante”. Daniel se ríe, y a través de la llamada se percibe la alegría de cumplir un viejo objetivo. No es para menos. Queda muy lejano aquel 1964 donde subió por primera vez la larga escalinata de piedra y hormigón que da ingreso a la Facultad de Arquitectura.

No fue fácil. Le tocó atravesar períodos de turbulencia como la dictadura, que lo obligó a irse del país por 11 años, y la crisis de la tablita, que lo alejó del sector de la construcción. Aun así, 61 años después, ya jubilado, con seis hijos y diez nietos en su haber, el 17 de octubre recibió la aprobación de su trabajo final, y por primera vez pudo decir que es arquitecto.

Primer día de clases

El 1964 fue un año bisagra para los problemas políticos y sociales que Uruguay enfrentaría en los años venideros: se fundó la Central Nacional de Trabajadores (CNT), el país rompió relaciones diplomáticas con Cuba siguiendo la recomendación de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) comenzaría a gestarse como una fuerte organización armada. Todos estos elementos serían solo el inicio de una caída en picada que terminaría con el golpe de Estado de 1973, abriendo un período que influiría fuertemente en la vida de Daniel. Pero antes lo primero.

El año 64 marcó el ingreso de Daniel a la Facultad de Arquitectura. Sus primeros años en la intersección entre bulevar España y bulevar Artigas fueron realmente fructíferos. Terminó 1968 con el tercer año de la carrera aprobado, e inició su cuarto año lectivo (lo que ahora corresponde a quinto) en 1969. Por aquel entonces, su vida se dividía entre los estudios, su trabajo en la fábrica de plásticos ATMA, y la militancia social. Daniel integraba el Grupo de Acción Unificadora (GAU), movimiento político de izquierda fundado en 1967.

A una vida cargada y corta de horario, se le sumó el nacimiento de su primera hija en 1969. La necesidad de mantener a su familia lo forzó a pausar sus estudios y focalizarse en su trabajo y la militancia como integrante del sindicato de ATMA.

Tiempos oscuros

El 27 de junio de 1973, el presidente constitucional Juan María Bordaberry disolvió el Parlamento con apoyo militar. El golpe de Estado impactaría de lleno en la vida de Daniel, provocando su despido de Atma. “Viene la dictadura, ahí nos echaron a todos los que habíamos estado en el sindicato de Atma, y empiezo a trabajar como sobrestante de obra”, comenta. Los problemas de Daniel apenas iniciaban.

En 1974, volvió a la universidad y completó el primer semestre del cuarto año. Sin embargo, la dictadura volvería a cambiarle los planes cuando unos compañeros del GAU fueron detenidos por el gobierno de turno. “Los habían agarrado, pero habían podido mandar a decir a algunos de nosotros que nos borráramos, por las dudas”, recuerda. Así, Daniel cruzó el charco y se instaló en Buenos Aires, pero el contexto político del país continuaría persiguiéndolo.

Estando en Argentina, los militares fueron al antiguo hogar de Daniel en Montevideo para detenerlo por las denuncias de los docentes de la Facultad de Arquitectura en el marco de la fe democrática. “Pensaron que yo estaba moviéndome en el centro de estudiantes y, como militante del centro de estudiantes, me fueron a buscar”, comenta. La gravedad del hecho lo convenció de mantenerse en el vecino país, y su familia (entre ellos, sus cuatro hijos) se mudaron con él.

“En Buenos Aires me dediqué a hacer una fabriquita de cosas de plástico y transformadores, y estaba en contacto con algunos del GAU, por las dudas de que hubiera problemas”, comenta sobre sus primeros meses en Argentina en diálogo con Montevideo Portal.

Las cosas parecieron calmarse un poco hasta 1977, cuando recibe una nota de su hermano Martín Ponce de León, primer subsecretario del Ministerio de Industria y Energía del Frente Amplio y que por aquel entonces estaba detenido. Allí le informaban que, en el marco del Plan Cóndor, habían detenido y desaparecido “a 18 compañeros del GAU, y entonces mi hermano me manda a decir que me fuera”. Daniel pidió ayuda a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y allí lo ayudaron a mudarse hacia Países Bajos, con toda su familia.

En Europa fue que se reencontró con la arquitectura. Consiguió trabajo en una intendencia del pueblo como sobrestante y ayudante de arquitecto. “Por eso, cuando volvimos (a Uruguay), lo hice pensando en seguir en la facultad y trabajar dentro de la arquitectura”, confiesa. El destino le tenía otros planes.

Retorno al país

Volvió al país en agosto de 1984, unos meses antes de que la dictadura llegara a su fin. Al arribar, el panorama no era el que esperaba. “Con la ruptura de la tablita (en 1982), no había ningún trabajo, estaba todo parado en la construcción. Entonces tuve que dedicarme a otras cosas”, recuerda. Mientras esperaba la oportunidad de volver al sector que más le gustaba, retomó la universidad en 1986. Completó el segundo semestre de cuarto año 11 años después de haber terminado el primer semestre.

Ante la falta de oportunidades laborales y aprovechando sus años en el Viejo Continente, en 1995 empezó a importar maquinaria agrícola usada desde Países Bajos para repararlas y venderlas. Y justo en el momento en que el negocio tuvo el boom, después de la victoria del Frente Amplio en las elecciones nacionales del 2004, Daniel decidió abandonar la venta de maquinaria agrícola. “En lugar de dedicarme a hacer guita, que hubiese sido lo mejor desde el punto de vista económico, cerré el negocio. Mi mujer estaba trabajando bien y yo podía autofinanciar mi militancia, no necesitaba un cargo”, dice con orgullo.

Daniel organizó una cooperativa con productores de tomates de las zonas cercanas a su chacra en San Jacinto, principalmente extrabajadores de la empresa Remolacha Azucarera del Uruguay (Rausa) que nunca se habían recuperado del cierre de la empresa. Importó una máquina para hacer concentrados de tomate e inició la producción. “Empezamos a hacer concentrados de tomate con productores que no estaban en la lona, sino debajo de ella”, comenta con énfasis. La idea fue toda una innovación, y comenzó a venderle los concentrados a las grandes empresas que dominan la producción de la salsa de tomate del país. Esta sería la pieza clave para su graduación.

Cuenta pendiente

Daniel abandonó su rol en la producción de concentrados por 2012 y se jubiló en 2018. Pasó los siguientes años plantando árboles y haciendo quintas frutales en su campo. Hasta que un día, el cuerpo dijo basta. “Fue un estrés grande darse cuenta de que tenés 80 años y que no podés seguir, un golpe bastante duro”, confiesa. No obstante, tenía una tarea inconclusa.

Hace un año, Daniel miraba la televisión cuando se encontró en la pantalla al decano de la Facultad de Arquitectura hablando sobre carreras intermedias. Teniendo en cuenta todos sus años dentro de la institución, se le ocurrió averiguar si las materias aprobadas le permitían, al menos, obtener un título intermedio. “Me dijeron que no, pero que para saber cuánto me faltaba para terminar la carrera de arquitectura, tenía que pedir el cambio de plan de estudio”, recuerda.

Así, Daniel hizo el trámite y descubrió que solo le quedaba el trabajo final para recibirse de arquitecto. “Estudiaron los créditos que yo tenía y tenía 450 créditos, y para terminar la carrera se necesitan 340. Si me hubieran dado el título ahí, me hubiesen sobrado ciento y pico de créditos (se ríe), pero me plantearon que tenía que hacer la carpeta”.

“Más sabe el diablo por viejo que por diablo”, reza el dicho. Y usando su historia de vida y todo el conocimiento que le proporcionó, decidió elaborar como proyecto el diseño de una fábrica de concentrado de tomate. “Ahí fue poner una buena parte de todo lo que fue mi vida, porque la experiencia de 10 años de haber trabajado en la fábrica de concentrado hizo que supiera bastante de cómo es todo el proceso”, dice con emoción.

Así, 61 años después de iniciar su trayecto como estudiante universitario y con 80 pirulos en su haber, Daniel puede decir que es arquitecto y compartir su logro con sus seis hijos y sus diez nietos, demostrando que nunca es tarde para cumplir los sueños. A partir de ahora, sus planes están focalizados en disfrutar de su familia, con la alegría de haber cumplido el propósito de toda una vida.

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