Por Pablo Delucis
El cineasta irlandés Colm Bairéad, de vasta experiencia en cortos y en documental, debuta aquí en el largometraje de ficción adaptando una novela corta de la también irlandesa Claire Keegan llamada Tres luces.
La película se ubica en la zona rural de Irlanda en 1981, es hablada generalmente en gaélico moderno y cuenta la historia de Cáit, una niña que bordea los 10 años, callada, taciturna, y que es vista como una especie de bicho raro tanto en el seno de su familia –un hogar con privaciones donde la madre da a luz un hijo tras otro, y con un padre que se interesa más en el juego y en el alcohol que en su familia– como en la institución de enseñanza a la que concurre. Más que nada como una forma de abaratar el gasto familiar, Cáit es llevada a pasar el verano con el matrimonio compuesto por Sean y Eibhlin, primos de su madre. Es allí donde la niña conocerá que no todo en la vida es carencia, ya sea material o, sobre todo, afectiva.
Bairéad demuestra suma sensibilidad y buena mano al contar la historia. El tono sutil que predomina pone su principal énfasis en lo no dicho –al menos oralmente– en los pequeños gestos y en especial en la mirada de esa niña que va descubriendo emociones y sensaciones hasta entonces desconocidas. También a través de ella conoceremos que en la vida de esa pareja que tan amorosamente la acogió, no todo ha sido color de rosa, pero que sin embargo, esos sinsabores no apagaron su capacidad de dar y recibir amor.
Esa narrativa pausada, elegante, austera, se potencia por un uso de cámara que parece sorprenderse, deleitándose –y deleitando– ante cada descubrimiento. Ya sea fija, esperando los acontecimientos o en derredor del personaje principal, saca el mejor provecho de la zona rural en que se desarrolla el film. En este aspecto vale mencionar la fotografía de Kate McCullough, mientras que también merece un gran destaque la música de Stephen Rennicks.
En determinado momento no es difícil relacionar esta película, por su temática y el medio donde se desarrolla, con la también notable Verano 1993 (2017), de la española Carla Simón.
Las actuaciones son otro punto alto. En especial la niña debutante, Catherine Clinch, y los ya actores de prestigio Andrew Bennett como Sean, y Carrie Crowley como Eibhlin, brindan a sus roles emoción, credibilidad y talento.
The quiet girl es una de esas joyitas que cada tanto, y casi inesperadamente, iluminan una cartelera montevideana tan esquiva a veces a este tipo de trabajos. Y también nos recuerda que generalmente el secreto está en los ojos.
Por Pablo Delucis para Cartelera.com.uy
Por Pablo Delucis
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