Botado en Nueva Escocia en 1861, el Mary Celeste —cuyo primer nombre fue Amazon— era un bergantín muy marinero y de esbeltas líneas, afectado a las rutas marítimas entre Norteamérica y Europa. Navegó sin incidentes destacables hasta fines de 1872, cuando se produjo el hecho que lo
haría centro de mil leyendas, exageraciones y especulaciones, y le daría su
reputación de navío fantasma.
El 5 de noviembre de aquel año, el Mary Celeste zarpó del puerto de Nueva York
con destino a Génova, Italia. Todo estaba en orden y se preveía un viaje
corriente. Su capitán, Benjamin Briggs, era un marino experimentado y él mismo
había seleccionado a los hombres que componían la tripulación. "Nuestra
embarcación tiene una presencia hermosa y espero que tengamos un buen trayecto",
escribió a su madre antes de partir en la travesía transatlántica, en la que lo
acompañaban su esposa y su hija.
Ocho días más tarde, el mercante Dei Gratia, al mando del capitán David
Morehouse, partía del mismo puerto y dispuesto a seguir la misma ruta del Mary
Celeste. La mención es necesaria porque hasta hoy se debate si ambos marinos se
conocían, y la posible incidencia de este barco en la suerte del primero.
El Dei Gratia alcanzó las coordenadas 38°20'N 17°15'O, a medio camino entre las
Azores y la costa de Portugal, aproximadamente a las 13:00 del miércoles 4 de
diciembre de 1872 en horario de tierra firme -jueves 5 de diciembre en horario
de mar-. Mientras el capitán Morehouse estaba en cubierta, el timonel informó
la presencia de un barco a unas 6 millas. Dicha nave se acercaba a ellos con
movimientos erráticos que hacían pensar que algo andaba mal a bordo. Al
aproximarse, pudieron apreciar que se trataba del Mary Celeste y de que no
había nadie en su cubierta.
La tripulación del Dei Gratia abordó el navío avistado. Las velas, parcialmente
desplegadas, estaban en malas condiciones, algo probablemente causado por el
mal tiempo que ambos barcos habían afrontado poco antes. La cubierta de la
escotilla principal estaba asegurada, pero las escotillas de la proa y del
lazareto estaban abiertas, sus tapas estaban cerca de ellas en la cubierta.
Faltaba el único bote salvavidas, una pequeña yola que aparentemente se
guardaba encima de la escotilla principal, y la bitácora que alojaba la brújula
había sido movida de su sitio y la tapa de cristal estaba rota. Tenía poco más
de un metro de agua acumulada en la bodega, una cantidad significativa, pero que
no ponía en absoluto en peligro a un barco de esas dimensiones. Los marinos
hallaron en cubierta una vara de sondeo improvisada, con la que se supone que
se intentó medir el nivel del agua dentro de la nave. También llamó la atención
que una de las dos bombas de achique que poseía el barco hubiera sido
desarmada.
La última anotación en la bitácora había sido hecha a las 08:00 horas del 25 de
noviembre, nueve días antes del hallazgo y a unos 740 kilómetros del lugar
donde este se produjo.
El estado del interior de la nave fue lo que más llamó la atención de los
marinos del Dei Gratia, y ha dado lugar a numerosas e hiperbólicas leyendas. Se
ha dicho que la comida estaba servida en sus platos y todavía tibia, que todo
estaba dispuesto para un banquete y no había ni siquiera una servilleta fuera
de su sitio, y que la tripulación de la nave parecía haberse esfumado por
encantamiento en el momento mismo en que se disponía a dar el primer bocado.
Lo único cierto al respecto es que el interior del barco estaba en buenas
condiciones más allá de algunos desperfectos, y nada allí explicaba la suerte
que podrían haber corrido tripulantes y pasajeros.
Los interiores de la cabina estaban húmedos y desordenados por el agua que
había entrado por las puertas y los tragaluces. En la cabina de Briggs estaban
varias de sus pertenencias, incluyendo una espada en su funda que estaba debajo
de la cama, pero la mayoría de los papeles de la embarcación habían
desaparecido, al igual que los instrumentos de navegación del capitán.
El equipo de cocina estaba guardado cuidadosamente y no había comida preparada o en preparación, pero sí bastantes provisiones en las alacenas. No descubrieron muestras evidentes de fuego o violencia; la evidencia indicaba que abandonaron la nave de forma ordenada en el bote que faltaba, idea
reforzada por el hecho de que las barandas del sector donde debía estar el bote
habían sido desmontadas.
Morehouse dividió su tripulación entre los dos barcos y decidió llevar al Mary
Celeste hasta Gibraltar. Según las leyes del mar vigentes entonces, al hallar
un barco abandonado y con carga, le correspondía un porcentaje del valor de
esta última. La suma -a repartir entre los tripulantes- podía ser mayor o menor
según el grado de riesgo que implicara el rescate del barco hallado.
Sin embargo, las cosas se complicaron al llegar a puerto. Las curiosas circunstancias en que fue encontrado el Mary Celeste y la imposibilidad de explicar el destino de su tripulación, hicieron que sobre Morehouse y sus hombres recayeran horribles sospechas: podrían haber matado a
todos en el barco en un acto de piratería.
Las audiencias por el rescate y la recompensa se extendieron por meses. En febrero de 1873, la compañía propietaria del barco logró que se le permitiera
reanudar viaje rumbo a Génova. El tema de la recompensa se laudó en abril.
Morehouse y su gente recibieron una suma bastante menor a la esperable, y
pagaron un precio elevado. No hubo cargos contra ellos, pero las sospechas los
persiguieron por el resto de sus vidas.
Fotografía del capitán Benjamin Briggs
En ese mismo tiempo, algunas versiones apuntaron también a la propia firma dueña del barco, ya que habría contratado un seguro más alto de lo normal. Pero esas acusaciones también fueron refutadas.
Las hipótesis
Desde monstruos de las profundidades, maremotos y hasta la acción de fuerzas sobrenaturales, sobre el caso del Mary Celeste se ha dicho de todo.
Algunas de las explicaciones acerca de lo ocurrido con el barco apuntaron a su carga. Transportaba 1701 barriles de alcohol desnaturalizado, un producto inflamable y tóxico. Sin embargo, las investigaciones comprobaron que el cargamento no había sufrido daños. No existían fugas, ni vestigios de fuegos o explosiones a bordo.
Tampoco los fenómenos naturales ayudaban a explicar los hechos. Cierto es que le habían tocado unos días de mar gruesa, pero no hay evidencia de que haya afrontado fenómenos extremos, algo que queda claro dado el buen estado general en el que se halló el barco. Lo único que parece seguro es que Briggs y su gente abandonaron voluntariamente la nave en el barquito auxiliar. Por alguna razón, entendieron que a bordo corrían mayor peligro que en la pequeña y frágil yola.
En el año 2002, la documentalista Anne McGregor llevó a cabo una investigación cuyos resultados permiten elaborar una hipótesis multicausal y menos descabellada que muchas de las que se han ido planteando a lo largo del tiempo.
McGregor pudo comprobar que la brújula de Briggs estaba averiada, y que le "mentía" sobre su localización. Así, cuando las cosas se pusieron feas -ya veremos cómo- es probable que creyera estar más cerca de la costa de las Azores de lo que realmente estaba. El error de la brújula era de más de 140 kilómetros.
Asimismo, analizando documentos de la época, la investigadora supo que poco antes de emprender el viaje, el barco había pasado por un reacondicionamiento. Esto podría haber hecho que el polvo de carbón y los desechos de obra taponearan los tubos de desagüe y estropearan las bombas de achique, algo que podría explicar el hecho de que desmontaran una de ellas.
Así las cosas, Mc Gregor imagina el siguiente escenario: el Mary Celeste se vio alcanzado por una tormenta en medio del Atlántico. El agua ingresó al navío, y si bien la cantidad en principio no era importante, Briggs se topo con la desagradable sorpresa de que no podía extraerla, porque las bombas estaban estropeadas. Creyendo que se encontraba relativamente cerca de tierra y temiendo que la situación empeorara, decidió que todos se pasaran al bote salvavidas para dirigirse a la costa, cosa que jamás lograron.
La verdadera maldición
El Mary Celeste fue dotado con nueva tripulación y siguió navegando unos años más, tiempo en el que cambió varias veces de nombre y pasó a nuevos dueños, hasta que en 1884 fue objeto de una acción fraudulenta, esta vez real.
Su último capitán, Gilman C. Parker, se puso de acuerdo con unos empresarios de Boston e idearon una estafa. Llenaron el barco hasta los topes de mercadería sin valor, pero falsificaron el manifiesto de carga fingiendo que llevaban bienes valiosos, y contrataron un seguro por una suma
muy abultada: 30.000 dólares, más de 800.000 en cifras de hoy. Luego vino el
golpe final: estrellaron el barco en el banco de Rochelois, un arrecife situado
en el sur de Haití, y cuya existencia ya en ese tiempo estaba perfectamente
documentada y era conocida por todos los marinos.
El plan de Parker y sus socios para hacerse ricos no dio resultado. El capitán
se libró por poco de terminar en la cárcel, pero su reputación quedó arruinada
para siempre y murió en la pobreza. Uno de sus cómplices perdió la razón, y un
tercero se quitó la vida.
Pese a conocerse el sitio exacto de su naufragio, el pecio del Mary Celeste no ha sido localizado, algo que ha contribuido a reforzar la fantasmagórica reputación del bergantín.
Más allá de las plausibles explicaciones aportadas por McGregor, lo que ocurrió con los tripulantes del Mary Celeste en 1872 jamás se aclaró de manera definitiva, y sigue siendo uno de los casos favoritos de los amantes de los misterios del mar.
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