Por Diego Paseyro
dpaseyro
Otra vez febrero.
La inequívoca señal de que enero terminó es la "serpentinezca" aparición de dios Momo. Es una especie de santa trinidad, orgiástica y pagana, que completan Baco y Dionisio. Los tres, y uno a la vez, se presentan y, con sus poderes, echan a andar un exuberante tour de force carnavalero que se extiende desde finales del primer mes del año hasta comienzos de marzo.
Con un desfile inaugural que llena 18 de julio de sillas de plástico y murguistas con calor, se da comienzo a la fiesta más popular (y concurrida) de nuestro país.
Nada factura más, ni moviliza más espectadores. Los tinglados se visten de gala y reciben a miles por los distintos barrios de Montevideo. Murgas, parodistas, humoristas, comparsas y revistas, subidos a sus otrora camiones, hoy micros con aire acondicionado, recorren los distintos tablados en un ritual tan absurdo como inigualable si pensamos en el esfuerzo físico que representa actuar tres veces en una misma noche, a lo largo de cuarenta días, y en verano.
No debe haber en el mundo un conjunto de artistas que performen noche a noche poniendo el cuerpo en un acto cuasi sacrificial, como lo hacen nuestros carnavaleros, emulando al teatro a cielo abierto de la antigua Grecia.
Si no se es uruguayo, difícilmente se entienda la pasión que se despierta en cada febrero y el incómodo placer de ir a un tablado a estar casi cinco horas sentados sobre hormigón viendo los mismos espectáculos una y otra vez.
Incomprensible sería para una mirada foránea los niños que atomizan el escenario entre conjunto y conjunto con, muchas veces, largas esperas, mientras un animador hace malabares para hacer tiempo y disimular la demora de un conjunto que, a su vez, viene desde otro tablado a intentar cumplir un cronograma imposible.
Asimismo, incomprensibles serían los libretos que en muchos casos hacen referencia a la realidad política del país, o al propio carnaval, en una especie de metaliteratura arrabalera. Todo sería absurdo. También el bingo, el olor a aceite quemado de los churros, mezclado con el de chorizos y algodón de azúcar. Lo cierto es que, aún con sus contradicciones, aún con su rusticidad amainada por grandes artistas, el carnaval uruguayo ofrece, las más de las veces, espectáculos teatrales/musicales dignos de mención. Y lo que entiendo que, en muchos casos, engrandece la faena, es que, justamente, esos artistas lo son tres meses al año, para luego retornar a sus más diversas labores.
Si existen cantantes, actores o bailarines que viven de esta profesión, son un ínfimo porcentaje. La gran mayoría de los centenares de artistas que nos convocan noche a noche durante más de un mes, toman esto como una zafra y, en algunos casos, la paga no equilibra el esfuerzo ni el tiempo invertido. Nuevamente, la pasión, el mismo pathos que logra que miles asistan a los tablados hace que muchos se pinten la cara y se entreguen con obstinada determinación a resignar horas de sueño para ser los héroes anónimos de niños que los esperan ansiosos cuando bajan del escenario.
El carnaval o “procesión de las máscaras”, si tomamos la acepción que proviene del latín "carrus navalis", y fue aportada por el historiador del arte suizo Jacob Burckhardt, adopta en la Provincia Cisplatina una serie de singularidades que lo alejan de otras festividades semejantes de países como Argentina, Colombia o México.
Es que nuestro carnaval, y en particular nuestra murga, adopta la esencia de la fiesta pagana inspirada en el dios Momo, quien, en la mitología griega, era la personificación del sarcasmo, las burlas y la agudeza irónica. Pero, además, inspirado en el homónimo de Cádiz, tuvo en La Gaditana, proveniente de una Compañía de Zarzuelas, la primera murga que sentó el precedente de lo que vendría después con nombres emblemáticos como “Don Bochinche y Compañía” o “Asaltantes con Patente”. Es decir, un coro acompañado de percusión que logra, con letras descaradas, cantarle al pueblo, hacer críticas sociales, siempre apostando a la picardía, a la sátira y al humor.
Asimismo, no podemos dejar de mencionar la influencia afroamericana que aportó invalorables ritmos como el candombe, el tango o la milonga, y encuentra en el desfile de llamadas la exaltación de sus raíces. El origen de nuestro carnaval es negro, obrero y popular. En este sentido, no podemos no mencionar a la figura del “canillita”, denominación que surge del sainete homónimo de Florencio Sánchez.
La obra recrea la situación de un niño que trabaja vendiendo periódicos en la calle para mantener a sus padres. Es tal su pobreza que, si bien tiene unos pantalones relativamente nuevos, al crecer le van quedando cortos, mostrando así las canillas. Es posible que el tono agudo de la murga se haya nutrido del inconfundible canto de sus pregones ya que fueron, en definitiva, quienes regentearon a la murga uruguaya desde 1910 hasta bien entrada la década del 90.
El tiempo pasó, y como todo género fue evolucionando e intentando mantener la esencia. Es en esta dialéctica de cambio y permanencia aparecen, por un lado, los puristas que creen que la murga debe cantar firme, sin demasiada teatralidad, y denunciar lo que sucede en la sociedad, y, además, hacerlo con un coro implacable y potente. Hace no tanto tiempo, para un fundamentalista de la murga, habría sido impensado que hubiese mujeres porque cambiarían el tono con el que una murga debería sonar.
Sin embargo, frente a tanta rigidez, es imposible que no aparezca la ruptura, la contraofensiva, los antihéroes. Así las cosas, murgas como la Antimurga BCG fundada por Jorge Esmoris, La Gran Siete por Guillermo Lamolle, y posteriormente con el concurso de Murga Joven, nacido en 1998, se fue desarticulando y renovando la esencia del género.
De pronto, la murga, además de criticar con un salpicón que pasara revista de los aconteceres políticos del año, presentarse saludando a los barrios y despedirse con una retirada prometiendo volver, podía, tanto en letras como en músicas, adoptar relieves y texturas insospechadas. Contrafarsa tal vez haya sido la murga que mostró el camino con relación a la potencia sonora que podía tener una murga en sus arreglos y musicalidad.
En este contexto, cabe destacar un conjunto que en el año `99 se presentó por primera vez en el concurso de Murga Joven, y cuyo nombre ya es una gran ironía en sí mismo: Queso Magro. Esta murga, surgida a partir de un grupo de amigos provenientes de la Asociación Cultural Israelita Jaime Zhitlovsky, debutaría en carnaval mayor en el 2005, pasaría a la liguilla en el 2006 y obtendría su mejor posición en el concurso en el 2012, llegando al quinto lugar.
Este año, cumple un cuarto de siglo y se presenta con un espectáculo titulado Queso Magro, 2074, que la deja, tal vez por primera vez, con serias chances de coronarse, algo que sería el mejor chiste que la murga podría cantar, teniendo en cuenta que ha hecho una carrera auto referencial con relación a sus propias limitaciones, especialmente en el aspecto coral.
Sin embargo, aunque a la murga le pese, ya no es aquella que cantaba en el 2007 “donde hay que firmar por un sexto puesto, no lo pienso más”. La murga siempre ironizó respecto a su falta de escrúpulos, a que están con el poder siempre y cuando les convenga, a que tienen principios, pero pueden cambiar, a que son light, la murga de moda, que el espectáculo del año presente es mejor que el del año que viene y, en este carnaval, que votaron la moción para que no se elimine el concurso, y lamentan que se haya perdido, endilgándole a la murga joven haber matado al carnaval.
Nunca le dan un respiro al espectador. Nunca se colocan de un lado ni del otro del mostrador. Para ellos el humor es, sin dudas, la razón de su existir. El mensaje, si es que hay uno, tal vez sea ese; buscar la risa a como dé lugar. Sin embargo, eso no significa que la murga no critique, e incluso que lo haga como a los más puristas les gustaría. Es decir, con mordaz ironía y categórica estridencia, pero nunca se arrogan ser los propietarios de ninguna declaración demasiado grandilocuente en el orden político o moral.
Si critican, lo hacen utilizando a terceros y, si lo hacen a título personal, luego se desmienten o retractan. No soportan hablar en primera persona ni hacerle creer a la gente que se están afiliando a una causa o emblema. Son apátridas, piratas del asfalto, inmorales y rebeldes. Abrazan y desprecian la tradición en iguales proporciones y, aunque aman lo que hacen, también lo padecen, como lo dicen en la retirada de este año, “esto no es pa` disfrutar, estás en carnaval no en un club social”.
No hay conjunto, dentro y fuera de la categoría murga que lleve tan lejos el sarcasmo, el humor negro y la irreverencia, y por eso tal vez sea la agrupación más incendiaria que haya dado el carnaval. Huyen a toda costa de lugares comunes, de versos cursis, de rimas simples, de vibratos y canciones finales con moralejas de cartón. Entregarían a sus madres antes de hablar de faroles, margaritas, esperanza u oropel. Son bandidos, rufianes, timadores y perversos. Son todo lo que la murga fue y se supone que debe ser, desde la mirada más tradicional, pero disfrazados de corderos.
No confíe nunca en Queso Magro, en verdad, son un "queso ruso". Es decir, una bomba hecha con explosivo plástico, pronta para ser detonada en la cara del incauto público que creyó tener en frente a una murga familiar y no a estos troyanos dispuestos a inmolarse en nombre del humor. Son hedonistas, escépticos, haraganes y acostumbran a contraer deudas, especialmente con sus conciencias. Nos han dejado saber que sus antepasados fueron carnavaleros de ley y tal vez de allí hayan mamado esa impronta que, aunque tratan de ocultar, los delata a cada estrofa.
“Aunque la voz del pueblo no esté cantando, y no traiga banderas su corazón, aunque su compromiso siempre ha faltado, porque no le dio, porque se cagó, vuelve su canto light, que no te incomoda, otra vez volvió, la murga de moda” (2007).
Para el carnaval del presente, éstos inescrupulosos han tenido la osadía y el descaro de jugar con el tiempo y presentarse desde el futuro, festejando el 50 aniversario del primer y único carnaval que ganaron, es decir, el del 2024. Algo que, nuevamente, echando mano a una nueva irónica artimaña, lejos de ser una idea descabellada, cuentan, por primera vez, y casualmente, con serias chances de lograrlo. “Ya no somos murga joven, y hoy vamos a sorprenderte, Queso Magro es murga murga, ahora sí, cantamos, ¡fuerte!” (2012).
Aún en el rubro que
siempre los ha tirado para atrás en las puntuaciones, y tal vez este año no sea
la excepción, porque en Uruguay Momo no juega a los dados, han logrado un nivel
más que aceptable. Tal vez en volumen y potencia den ventajas, es cierto, pero
nadie puede negar que esta murga canta y, por otra parte, si en el 2005
Agarrate Catalina pudo obtener el primer premio con aquel coro, no veo por qué
no puede ser el caso de Queso Magro este año. A la murga
no le falta nada, y tanto es así, que con un desparpajo sin precedentes, lo
cantan sin falsa humildad (algo de lo que también carecen) en sus estrofas
finales: “Vaya y dígale al vecino, Queso
Magro está demás, se escuchan comentarios, la murga la rompió, nos merecemos
salir campeón”.
El couplé de los cigarros, de los celulares, de los masones, del nuevo uruguayo, del relleno o de la sexualidad. La retirada al Chuy, cuando vencieron a la muerte o le cantaron al amor y, este año, dedicada a la última noche de fallos. Todos ellos, algunos ejemplos de momentos inolvidables que esta murga nos regaló y cuyo común denominador siempre fue el mismo; usar al espectador para su propio beneficio.
Endilgarle la hipocresía o la demagogia, pero siempre dejando en claro que es compartida. Nunca trazan una línea muy severa entre ellos y el público. No cantan desde un altar. Son los primeros en reconocerse imperfectos y pecadores, pero una vez que lo hacen, se llevan a todos consigo. Nadie sale indemne de un especátulo de Queso Magro, especialmente la clase política, se podría decir, pero no solamente ellos.
Hasta el más mojigato se sentirá expuesto cuando le hagan explotar en la cara una granada cuyos perdigones serán las pequeñas miserias del día a día. Ventajas en minatura que todos sacaríamos si se nos presentara la oportunidad. “Hay tantas cosas por qué volver, es por la plata, es por las minas, y para vernos en VTV” (2006). Pero, claro, siempre el humor es el lubricante que nos permite enfrentar de manera más amable nuestra mediocridad. Es por eso que nadie puede salir ofendido del tablado al ser lanzado al matadero: porque cada vez que la murga pasa por un escenario se reedita el viejo circo romano, pero en este caso no somos devorados por leones sino por nuestras propias miserias cantadas con trágica dulzura. “No nos importa más nada, que todo el mundo lo sepa, si nos vamo` a morir, entonces que viva la pepa” (2006).
“Un año más, la esencia sigue intacta”. Así comienza la presentación de este espectáculo. No puedo menos que estar de acuerdo y diría más, tal vez no haya habido un repertorio más fiel a ella que el de este año, donde logran hacer algo que pocas murgas consiguen: provocar risas casi exclusivamente desde el humor cantado, sin diálogos entre los cuadros.
“Es lo que hay, nos fuimos acostumbrando, a mirar siempre de atrás todo lo que va pasando, que vamo` a hacer, la cosa nunca cambiaba, si queríamos entrar las puertas se nos cerraban” (2005). Pero también, la impronta de la murga, este, en los años precedentes, y por qué no, hasta el 2074, sigue arrojando el desparpajo arrabalero y mundano de aquellas primeras Zarzuelas gaditanas y de los niños de pantalones cortos que integraban conjuntos con nombres tan intrínsecamente carnavaleros como “Domadores de suegras", "Salimos por no quedarnos en casa" o "Amantes al salamín".
Vecino, vecina, si no la vio, no lo haga, es lo que ellos le recomendarían, pero como ya se ha dicho en esta nota, nunca se les debe creer, así que vaya, no deje de faltar, arrímese y disfrute de lo que es dejarse engañar por 17 mercenarios de cara pintada que le cantarán lo que usted (no) quiere escuchar, con melodías tan pegadizas que luego no podrá dejar de entonar, y se irá a su casa pensando que la vida no hay que tomársela tan en serio, y que “hay que dejarse de historias, hay que vivirla nomás”.
Por Diego Paseyro
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