Por The New York Times | Ian Austen

EDMONTON, Canadá — La razón principal del viaje del papa Francisco a Canadá este fin de semana fue el histórico mensaje de perdón que le ofreció el lunes a la gente indígena del país por el papel de la Iglesia católica en el infame sistema escolar residencial que intentó borrar su cultura y en el cual miles de niños sufrieron abuso y murieron.

Sin embargo, mientras el papa seguía con sus viajes a través del país —desde Alberta, donde pidió perdón, hasta Quebec y Nunavut en el Ártico—, sus paradas también contaron la historia de la estabilidad atípica que goza la Iglesia en Canadá.

Grandes cantidades de inmigrantes de Sudán del Sur, India, Filipinas, Corea del Sur y otros países fueron prominentes en la multitud que asistió el martes al Estadio de la Mancomunidad en Edmonton, Alberta, igual que lo son en las iglesias católicas del país, un producto de la generosa política migratoria de Canadá, la cual acepta inmigrantes y promueve de manera formal el multiculturalismo.

Aunque la Iglesia católica romana vive un declive severo en muchos países de Occidente, sigue siendo la denominación más grande en una Canadá de predominancia cristiana, pues representa alrededor del 38 por ciento de la gente que se identifica con una fe particular. Y dejando de lado Quebec, una provincia francófona que alguna vez fue dominio católico, el debilitamiento de la Iglesia ha sido modesto. En 1951, el 41 por ciento de los canadienses dijo ser católico.

La mayoría de los analistas coinciden en que la razón detrás de la estabilidad de la Iglesia son las políticas migratorias relativamente abiertas de Canadá, esto quiere decir que los inmigrantes representan una fracción mucho mayor de la población canadiense en comparación con Estados Unidos y otros países de Occidente, donde el catolicismo está en declive.

Un estudio de la agencia del censo de Canadá publicado a finales del año pasado reveló que el catolicismo representa la fe más grande entre los recién llegados al país. Aún más importante, el estudio también determinó que la mayoría de esos inmigrantes eran participantes activos de la Iglesia.

“En la actualidad, los inmigrantes representan una gran proporción de los participantes más fieles en la misa del domingo”, comentó Gordon Davies, quien fue cura en la arquidiócesis de Toronto durante 20 años, dio clases en la Escuela de Teología de Toronto y fue decano del seminario más grande de Canadá, Saint Augustine. “La pregunta es si la segunda generación seguirá siendo igual de activa en su fe”.

Davies y otras personas aseguran que el apoyo de los migrantes a la Iglesia católica en buena parte de Canadá no implica que la Iglesia no sea vulnerable a los desgastes que han mermado las iglesias protestantes fundadas hace mucho tiempo en el país.

“En general, hay una especie de desilusión con las iglesias”, comentó Michel Andraos, decano de la Facultad de Teología de la Universidad Saint Paul en Ottawa, Ontario.

No obstante, los inmigrantes de Canadá han fortalecido la Iglesia y le han dado vitalidad, mencionó Davies, un fenómeno del que ha sido testigo de primera mano en su propia iglesia de Toronto. En la actualidad, Davies calcula que alrededor del 40 por ciento de sus parroquianos provienen de Filipinas y una gran cantidad de los demás son tamiles de Sri Lanka.

“Es como ir a Manila todos los fines de semana”, opinó. “Es una experiencia cultural que en realidad es muy sana para mí”.

Andraos es un migrante católico que llegó a Canadá después de que su familia huyó de la guerra civil en Líbano durante la década de 1990.

Según Andraos, para muchos inmigrantes, las iglesias son tanto un servicio de asentamiento y una comunidad cultural como centros espirituales. Y, una vez que se instalan en Canadá, Andraos comentó que a menudo se alejan de la iglesia.

“Toda mi familia migró y asistía con mucha regularidad a la iglesia más o menos los primeros diez años”, comentó Andraos. “Ahora, nadie de mi familia va a la iglesia”.

Sin importar qué depare el futuro, para Andraos, la llegada de inmigrantes católicos ha tenido un efecto profundo en la Iglesia de la provincia de Quebec, en su mayoría francófona, donde el papa Francisco llegó el miércoles.

Durante una gran parte de su historia, la Iglesia católica romana no solo dominó la vida espiritual de la provincia, sino también la educación y la atención médica; asimismo, tuvo una influencia significativa en los negocios y la política. Sin embargo, en la que llegó a conocerse como la revolución tranquila, se formó un gobierno liberal en 1960 y comenzó a retirar esos poderes, empezando por las escuelas. El secularismo se volvió un principio rector.

Los efectos de esto siguen hasta nuestros días e incluyen una ley recién aprobada que les prohíbe el uso de símbolos religiosos, hasta los cristianos, a los empleados del sector público, entre ellos los maestros. Durante décadas, han cerrado las iglesias y las instituciones eclesiásticas y se les han dado otros usos.

En Quebec, el secularismo ha remplazado al catolicismo más que en cualquier otra provincia y, según Andraos, la Iglesia católica está casi extinta en las zonas rurales de la provincia. No obstante, incluso en Quebec ha habido un resurgimiento de congregaciones grandes y vibrantes en Montreal, las cuales están conformadas de inmigrantes, a menudo de África. La inmigración también ha cubierto otra necesidad de la Iglesia en Canadá. Andraos mencionó que pocos canadienses, si es que alguno, estaban dispuestos a volverse curas y esa situación es improbable que cambie a menos de que a los curas se les permita casarse. En este momento ninguno de los 110 estudiantes de Teología en su universidad tiene la intención de ser cura.

Por lo tanto, la mayoría de los curas en Canadá ahora llegan del extranjero. El reverendo Susai Jesu, quien recibió al papa en su parroquia indígena en Edmonton esta semana, nació en India.

Hasta ahora, las congregaciones dinámicas con una base migrante han permitido que algunas arquidiócesis, entre ellas la de Toronto, no cierren iglesias, aunque Davies señaló que los cierres son necesarios para consolidar los recursos financieros y clericales, los cuales son limitados porque muchos inmigrantes carecen de la riqueza necesaria para mantener las grandes iglesias canadienses.

En este momento, el único lugar donde la Iglesia se está deshaciendo de iglesias y otros edificios a gran escala es Terranova y Labrador. La arquidiócesis de ahí se declaró en bancarrota después de que un tribunal determinó que debía indemnizar a unas cien personas que sufrieron abuso sexual en un orfanatorio entre las décadas de 1940 y de 1960.

Según Davies, el impulso que brindaron los inmigrantes ayudó a detener la desaparición de la Iglesia. Sin embargo, a largo plazo, no evitará que se reduzca a una versión más sostenible de sí misma.

“Tal vez no me dé la vida para verlo”, comentó Davies. “Pero mientras viva tal vez pueda ver el inicio de esa restructuración y ese renacimiento saludable”. Le Chic Resto Pop, alguna vez conocida como la iglesia de San Matías el Apóstol, que ahora sirve abundantes brochetas de pollo y atiende a residentes en una situación social desfavorable en Montreal, el 4 de junio de 2018. (Christinne Muschi/The New York Times) Angela Sanil, a la izquierda, su hermana Ashlyn, su madre Cinol y Babitha Abraham, una amiga de la familia, en una misa que dio el papa Francisco en el Estadio de la Mancomunidad en Edmonton, Alberta, Canadá, el 26 de julio de 2022. (Ian Willms/The New York Times)