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Cultura

El ganador

Patricio Pron, premio Alfaguara 2019:“No tengo opinión moral sobre las nuevas tecnologías"

Montevideo Portal dialogó con el flamante Premio Alfaguara, minutos después de que recibiera el galardón.

24.01.2019 09:50

Lectura: 10'

2019-01-24T09:50:00-03:00
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Por Gerardo Carrasco
  gcarrasco@m.uy

Patricio Pron, escritor argentino radicado en Madrid, acaba de ser galardonado con el Premio Alfaguara de novela 2019 por la obra Mañana tendremos otros nombres.

El jurado, presidido por el escritor español Juan José Millás y compuesto por los también escritores Jorge Fernández Díaz (Argentina) y Manuel Vilas (España), la editora Gunilla Sondell (Suecia), la directora de la librería Oletvm de Valladolid, Estrella García (España), y Pilar Reyes (con voz pero sin voto), directora editorial de Alfaguara, falló de manera unánime.

En su dictamen, dicho tribunal enfatizó que la obra premiada "es la fascinante autopsia de una ruptura amorosa, que va más allá del amor: es el mapeo sentimental de una sociedad neurótica donde las relaciones son productos de consumo. Bajo la anonimia de unos Él y Ella, construye la historia de dos personajes que son vagamente conscientes de su alienación. Un texto sutil y sabio, de gran calado psicológico, que refleja la época contemporánea de manera excepcional y toma el pulso a las nuevas formas de entender los afectos".

Minutos después de conocerse el fallo, Pron participó de una conferencia telefónica con varios medios de prensa latinoamericanos, entre ellos Montevideo Portal.

El artista calificó a su obra premiada como "la más contemporánea de sus novelas", y explicó que por esa misma contemporaneidad, no podía sustraerse a "esos intermediadores virtuales" que cada vez ocupan más espacio en nuestras vidas, refiriéndose a las redes sociales y plataformas de encuentros, elementos presentes en la obra.

La inclusión de dichos temas en la narrativa actual no es nueva. De hecho, el español Ray Loriga ganó el mismo premio en el año 2016 con su novela Rendición, en la que subyacía el problema de la exposición absoluta en la que vivimos en esta era 2.0.

El auge de estas tecnologías suele ser abordado por la literatura desde un punto de vista ominoso y hasta apocalíptico. Interrogado por Montevideo Portal acerca de su enfoque de la materia, Pron evitó plantear el tema desde una dicotomía falaz.

"Como muchas otras personas, no tengo una opinión formada sobre las redes sociales, a pesar de ser un Macluhaniano convencido y creer que las tecnologías traen consigo su propio uso", manifestó.

"Tengo la impresión de que, al menos en lo que hace a los usos de estas nuevas tecnologías que ya no son tan nuevas, hay una diversidad de intenciones y de modos que condicionan mucho lo que se pueda decir sobre ellas".

En ese sentido, nombró "usos relativamente razonables y muy útiles de herramientas como Twitter o Instagram", y otros usos "que son más bien perversos y que constituyen, por decirlo así, el accidente de estas tecnologías, con las que parecería que todavía no sabemos muy bien qué hacer".

"Francamente no tengo una opinión moral sobre esto. Al igual que en la mayoría de los asuntos, trato de no pronunciar un juicio moral. Me importa mucho más en relación con este libro que sean los lectores quienes decidan qué pensar de estas tecnologías tras la lectura del libro, o que participen de una discusión en torno a estas cuestiones, que es a lo que el libro anima , y que lo haga de una forma mucha más enriquecedora que el mero juicio moral que yo podría formular, diciendo que estas tecnologías son enriquecedoras o perversas", concluyó el premiado artista.

Así comienza Mañana tendremos otros nombres

Una línea de luz había ido deslizándose por el suelo hasta alcanzar el montón de hojas de papel. Eso significaba que uno de los últimos días de ese verano estaba terminando, o comenzaba, Él ya no lo sabía. Durante una época solía jactarse de que podía dormir siempre y en todos los sitios, solo tenía que cerrar los ojos y un instante después el mundo diurno terminaba. Pero en ese momento llevaba dos días sin dormir, y se preguntaba si alguna vez recobraría esa capacidad suya. Las hojas de papel se habían ido acumulando a sus pies en las últimas horas; habían caído más o menos cerca dependiendo de la fuerza con la que Él las había arrancado y arrojado. Ya no sabía si había comenzado ese día o el anterior, pero la idea le había parecido magnífica: arrancaría una de cada dos páginas de todos los libros que quedaran en el apartamento y después volvería a ponerlos en su sitio, como si nada hubiese pasado. Ella se había llevado sus cosas cuando Él estaba fuera pese a que le había pedido que lo hiciera en un momento en que Él estuviera en la casa. Pero Ella -que siempre había sabido más y mejor qué era lo que a Él le convenía, o lo que más se adecuaba a su naturaleza- había querido ahorrarle la escena -y de paso ahorrársela Ella misma, por supuesto- y se había llevado sus cosas en su ausencia. ¿Quién había dicho que el amor es un ladrón silencioso? No podía recordarlo ni le importaba. Ella no se había llevado todas sus cosas, sin embargo -Él suponía que no tenía aún donde ponerlas-, y había dejado sus libros junto con los de Él, en las estanterías del apartamento.

A Él la idea de compartir la biblioteca no le había parecido la mejor ni la más conveniente, no por una sensibilidad excesiva frente a la propiedad privada -aunque, desde luego, solía ser muy celoso de sus cosas- sino más bien debido a que Él sabía que tenía una cierta compulsión a quedarse con los libros de los otros. No era un ladrón, por supuesto. Pero había notado que en un par de rupturas anteriores se había quedado sin quererlo con libros que habían pertenecido a sus novias. No muchos, ni siquiera los que ellas le habían regalado -y que, tiempo después, lo habían hecho pensar que nunca lo habían conocido realmente-, sino libros que habían sido de ellas y que Él nunca les había devuelto. Un pensamiento lo reconciliaba consigo mismo, a veces: que si ellas no habían notado su ausencia, si no le habían reclamado los libros ni le habían reprochado que Él se los hubiera quedado, era porque, en realidad, y de forma profunda, ellas no los necesitaban, o no los necesitaban tanto como él, que tampoco los necesitaba en absoluto. Al final, ante la realidad de la separación y de los terribles cambios que había suscitado y todavía iba a provocar, ningún libro era necesario, pensaba en ese momento. Una vez, sin embargo, al comienzo de su relación, Ella lo había tomado de la mano sorpresivamente y lo había conducido al interior de una librería frente a la cual habían pasado cuando regresaban de almorzar; se había detenido ante una de las estanterías y se había quedado mirando los libros con la expresión seria y reconcentrada que Él le había visto ya en alguna ocasión y volvería a ver -y a amar- durante los cinco años siguientes, y a continuación había ido extrayendo de los anaqueles seis, siete libros que le había puesto en las manos sin decir una palabra. Al salir de la librería, después de que Ella pagara, se los había entregado diciéndole: «Los necesitas». Pero Él -se decía- ya no recordaba por qué Ella creía que Él necesitaba esos libros y cuáles habían sido, aunque lo recordaba perfectamente. De hecho, se acordaba muy bien de todo, lo cual constituía un problema dadas las circunstancias. La mitad de las páginas de los libros que Ella le había regalado reposaba en el suelo ya, separada del resto mediante el procedimiento de arrancar una de cada dos hojas, en lo que a Él le parecía que era la forma más apropiada de repartir los bienes: si pudiera -pensaba-, cortaría también por la mitad la cama, la mesa, cada una de las sillas, las estanterías, las lámparas, los vasos, los platos, el fregadero, las plantas. Debía haber una forma de separar también los recuerdos, de modo que, de todo lo que habían hecho juntos y les había sucedido, Él solo se quedara con la mitad para que le fuese más liviana la carga. Desde luego hubiese sido mejor que Ella no lo dejara, pero eso ya había sucedido y Él -que alguna vez se había jactado, también, de tener una extensa vida amorosa previa a la aparición de Ella, pese a que solo había tenido dos parejas y, en ambos casos, por no demasiado tiempo- había descubierto, repentinamente, que no sabía cómo seguir adelante, que Ella se había llevado, también, las instrucciones para hacerlo.

Afuera había calles y edificios y terrazas que debían resplandecer rabiosamente al comienzo o al final del que era uno de los últimos días de ese verano. Más allá, pasando las últimas urbanizaciones, debía haber extensiones desiertas y los prados de los que hablaban los poetas y los enamorados, pero Él lo creía imposible y ya no albergaba esperanzas de volver a ver todo aquello algún día. Pensaba en Ella o más bien la sentía; mejor dicho, sentía su ausencia y la forma en que pesaba sobre Él desde hacía dos días, y pensaba que, si él fuese un ladrón, un ladrón reputado y eficacísimo, robaría su ausencia y la arrojaría al mar para que nadie pudiese volver a padecerla, mucho menos Él. Pero no era un ladrón, por supuesto: pasaba una página y arrancaba la siguiente y continuaba así libro tras libro, tratando de no pensar en lo que hacía, sabiéndose víctima de un dolor tan profundamente paralizante que no le permitía siquiera continuar llorando, sintiéndose solo por primera vez en mucho tiempo, hablando solo, tratando de recordarse a sí mismo -sin conseguirlo por completo- que no todo aquello que habían dispuesto que permaneciera unido se había roto y se había separado como las hojas que arrancaba de los libros y yacían a su alrededor, en el suelo, un momento antes de que Él las recogiera y las arrojara a la basura.

Sobre el autor

Patricio Pron es autor de seis libros de relatos, entre los que se encuentran Trayéndolo todo de regreso a casa. Relatos 1990-2010 (2011), La vida interior de las plantas de interior (2013) y Lo que está y no se usa nos fulminará (2018), así como de siete novelas, entre ellas, El comienzo de la primavera (2008, ganadora del Premio Jaén de Novela y distinguida por la Fundación José Manuel Lara como una de las cinco mejores obras publicadas en España ese año), El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (2011), Nosotros caminamos en sueños (2014) y No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles (2016); también de la novela para niños Caminando bajo el mar, colgando del amplio cielo (2017) y del ensayo El libro tachado: Prácticas de la negación y del silencio en la crisis de la literatura (2014).

Su trabajo ha sido premiado en numerosas ocasiones (entre otros, con el premio Juan Rulfo de Relato 2004), antologado de forma regular y traducido al noruego, francés, italiano, inglés, neerlandés, alemán, portugués y chino.

En 2010 la revista inglesa Granta lo escogió como uno de los veintidós mejores escritores jóvenes en español del momento. Más recientemente recibió el Premio Cálamo Extraordinario 2016 por el conjunto de su obra. Pron es doctor en filología románica por la Universidad Georg-August de Göttingen (Alemania) y vive en Madrid.


Por Gerardo Carrasco
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