Por The New York Times | Annaliese Griffin
NO PIERDAS ESTA OPORTUNIDAD DE MODELAR EMPATÍA.
Si has metido aunque sea un dedo del pie en el chapoteadero de la política moderna de la crianza, entonces es probable que estés consciente de que en realidad es un tanque de tiburones. Confiesa tu amor por la practicidad de los almuerzos escolares y espera una sonrisa de desprecio. Se dirigirá una mirada mucho más fulminante a cualquiera que mencione una Cajita Feliz o la decisión de dejar de amamantar. Tomar decisiones sobre nuestros hijos a veces se siente como un programa de concursos con mucho que ganar o perder en el que solo hay una respuesta correcta y todos te están gritando su propia versión de ella.
Tengo dos hijos que asisten a la primaria y estoy seguro de que habrá un frenesí de rumores en el patio de la escuela, así como recriminaciones en las redes sociales, sobre quiénes van a vacunar y quiénes no a sus hijos cuando la vacuna contra la COVID-19 esté disponible para niños cuya edad oscile entre los 5 y los 11 años. (Las autoridades de salud pública han dicho que eso podría suceder muy pronto, tal vez este otoño). En mi comunidad, en el sur de Vermont, los rumores ya han comenzado.
A muchos padres de familia, incluso a aquellos que están vacunados, les asusta la idea de administrar vacunas a sus hijos. Una encuesta de Gallup llevada a cabo en septiembre, justo antes de que Pfizer y BioNTech anunciaran que buscarían la autorización de emergencia para administrar la vacuna a niños, reveló que el 45 por ciento de los padres no estarían dispuestos a vacunar a sus hijos menores de 12 años (entre ellos, un 18 por ciento de padres que sí están vacunados).
Esto nos brinda la oportunidad de mostrar a nuestros hijos que la ansiedad y la furia no tienen que ir juntas, y tal vez de procesar nuestras preocupaciones de manera más productiva, incluso si ninguno de nuestros hijos nos está viendo. Lo más importante es que es una oportunidad para modelar empatía.
Sin importar la certeza que tengas sobre lo eficaces y seguras que son las vacunas, inocular con una nueva a tu hijo es una decisión difícil. Como adultos, podemos hacer ver a los niños que la vida está llena de decisiones difíciles y mostrarles cómo hemos aprendido a enfrentarlas. Podemos enseñarles que es nuestra responsabilidad cuidar a los demás, aun cuando esto tenga un costo para nosotros. Podemos mostrarles cómo lidiamos con la ansiedad.
Los niños siempre nos están observando. Eso es lo que Michele Borba, psicológa educativa y autora de “Thrivers: The Surprising Reasons Why Some Kids Struggle and Others Shine”, me recordó. “La primera forma en que los niños aprenden valores, a lidiar con la vida, a ser resilientes... Necesitan un modelo y nos observan con mucha más atención de lo que nos imaginamos”, me dijo. “Muchos niños piensan: ‘Mis padres pueden decirme que esté tranquilo, pero ellos no lo están’. Por lo que estamos expresando un mensaje, pero en realidad enviamos otro”.
Lo mismo ocurre con la manera en la que hablamos de otras personas frente a nuestros hijos, mencionó Borba. No damos ejemplo de empatía si pregonamos amabilidad, pero después criticamos a otros padres por sus elecciones. Indicó que la amabilidad y la empatía se construyen con el paso del tiempo, a lo largo de muchas conversaciones breves basadas en la curiosidad sobre cómo otras personas experimentan el mundo. Borba señaló la obra de Samuel Oliner, un sociólogo y experto en altruismo, y sus entrevistas a personas que arriesgaron la vida para rescatar a judíos en peligro en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Explicó que tenían en común una cultura familiar basada en la empatía y la ayuda a los demás.
En su propia investigación más reciente, Borba entrevistó a un grupo de adolescentes en Illinois que le dijeron que, para lidiar con el estrés y la ansiedad por la pandemia, hicieron bolsas de galletas con notas escritas a mano como regalo para estudiantes que les preocupaban durante las clases remotas y el confinamiento. Las llamadas telefónicas de agradecimiento, algunas entre lágrimas, los hicieron sentirse mejor y más conectados. “La empatía nutre habilidades cruciales que ayudan a los niños a manejar el estrés”, me comentó. “La empatía en acción es el antídoto, hacer algo”.
Una manera de hacer algo, para los niños, es ponerse la vacuna cuando esté disponible para ellos. Podemos reconocer que recibir una inyección puede ser atemorizante, que es probable que nos duela el brazo y que tal vez nos sintamos mal durante un día o dos, pero es un pequeño precio que hay que pagar para ayudar a toda nuestra comunidad a mantenerse sana, en especial a las personas inmunodeprimidas, de edad avanzada o enfermas. Inocularse también es una forma de ayudar a proteger a las personas que deciden no hacerlo y muestra que vemos su valor como congéneres de la especie humana y que nos importa su bienestar aun si no estamos de acuerdo con ellos.
Vale la pena recordar que aunque el riesgo de que los niños sin afecciones subyacentes presenten un caso de COVID-19 grave o que ponga en peligro su vida no es nulo, es muy pequeño, como David Leonhardt escribió en su boletín matutino en junio: “Es casi seguro que el más grande riesgo a la salud de tu hijo en la actualidad no sea la COVID. Es más probable que sea una actividad que desde hace tiempo has considerado aceptable, como nadar, andar en bicicleta o en auto”. En cuanto a las vacunas, el riesgo de que un niño experimente efectos secundarios graves luego de ponérsela es muy bajo, y la mayoría de los expertos afirman que confían en que las vacunas son seguras para los cuerpos en desarrollo.
¿Y qué tan grandes son los riesgos de enseñarles a nuestros hijos que no hay esperanza y que las personas con las que no estamos de acuerdo no merecen nuestra empatía? Parecen muy altos.
Hablar con nuestros hijos de nuestros propios sentimientos también puede ayudarnos a reconocerlos y lidiar con ellos. Yo siento más ira que ansiedad. Estoy enojada porque esta pandemia podría estar controlándose en Estados Unidos, pero se sigue propagando en gran parte por el rechazo a las vacunas. Estoy enojada porque cada vez que mi teléfono suena supongo que es la escuela de uno de mis hijos que me llama para decirme que necesita estar en cuarentena en casa debido a una posible exposición a la COVID-s19. También estoy enojada porque las campañas organizadas de desinformación han engañado a personas que quieren lo mejor para sus familiares y porque la realidad de la vida estadounidense moderna es que muchas de las personas no vacunadas simplemente no pueden pedir el día libre en el trabajo para reponerse de los efectos secundarios.
No hay mucho que yo pueda hacer para solucionar estos problemas, pero vacunarnos es algo que todos en mi familia podemos hacer juntos, en lugar de dejar que nos consuma la ira o caer en el pesimismo. Este artículo apareció originalmente en The New York Times. No critiques a otros padres frente a tus hijos por su decisión sobre la vacuna. (Natalie Keyssar para The New York Times)
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