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La lista de fobias existentes es tan larga como curiosos son sus nombres. A la bastante corriente "triskaidecafobia", que consiste en una aversión patológica por el número 13, es posible agregar varias igualmente malsonantes, como la koumpounofobia, o fobia a los botones. En el caso, no se trata de los changarines de hotel ni de los pulsadores de los aparatos, sino de los simples botones de abrochar la ropa.
Louise Francis, oriunda de Newcastle-upon-Tyne, sobrelleva su extraño mal psicológico desde los siete años, cuando participó con sus amigas de un juego que involucraba botones y situaciones de miedo.
Desde entonces, la mujer ha venido sufriendo episodios de pánico ante la sola contemplación de un inocente botón. En los últimos tiempos, y gracias al tratamiento psicológico al que se ha sometido, ha comenzado a sobreponerse al temor irracional.
"Es posible desarrollar una fobia acerca de casi cualquier cosa, aunque en este caso se trate de algo poco común. La historia de Louise, quien fue capaz de identificar como disparador de la fobia un evento infantil desagradable asociado con botones, es absolutamente típica", afirmó el Dr. Dawn Harper, especialista en el área, en declaraciones al periódico Daily Mail
"Es fácil burlarse de su fobia, la propia Louise admite que su comportamiento es irracional, pero los síntomas de pánico son muy reales para ella, y ha hecho lo correcto buscando ayuda psicológica", dice el profesional.
Uno de los episodios más vergonzoso para Louise ocurrió tiempo atrás, cuando estaba de compras en una tienda. Al disponerse a pagar, descubrió que el cajero usaba una pulsera hecha de botones.
"Su pulsera se me acercaba cada vez que pasaba mis compras por el scanner, y no podía mantener la calma. Todo el mundo me miraba y me entró el pánico y tuve que salir corriendo sin mis cosas", recordó.
Quizá buena parte de la reciente mejoría en la enfermedad de Louise se deba a la "terapia de shock" implementada de manera un tanto sádica por su hija Bobby. La niña descubrió -al mejor estilo Bart Simpson- que en el miedo de su madre tenía una excelente herramienta de manipulación. Por ello, la pequeña guarda en su cuarto un frasco lleno de botones, que utiliza como argumento final en las discusiones con su progenitora.
Sin embargo, el uso abusivo del "arma secreta" puede haber contribuido a la recuperación de la paciente. Por aquello de "tanto va el cántaro a la fuente...", el frasco de botones comenzó a perder efectividad, y Louise asegura que si bien no ha superado del todo su fobia, ya puede tomársela con algo de humor y soportar la vista del maléfico recipiente.
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