El reciente éxito de la serie El Eternauta en Netflix marca un hito singular en la historia de la cultura popular latinoamericana. Más allá de su resonancia como fenómeno audiovisual, el revival del clásico de Héctor Germán Oesterheld confirma la potencia narrativa de una obra profundamente argentina y universal a la vez. La voz de su nieto, Martín Oesterheld, productor ejecutivo y heredero de esta épica popular, ofrece una clave para comprender el alcance político, social y simbólico de esta adaptación contemporánea.
Publicado originalmente en 1957, El Eternauta surgió en un contexto de creciente polarización política en Argentina. Su estructura coral —una "épica policlasista", como bien define Martín— reflejaba un ideario humanista que planteaba la supervivencia como tarea colectiva, no individual. La nevada mortal que cae sobre Buenos Aires, metáfora potente de la deshumanización y del avance invisible de lo totalitario, deviene en alegoría universal: ¿cómo se enfrenta lo inimaginado desde lo cotidiano?
Una memoria en disputa
El apellido Oesterheld está inevitablemente ligado al terrorismo de Estado. Héctor, sus hijas y su yerno fueron desaparecidos por la última dictadura militar. El silencio forzado no pudo borrar una obra cuya vigencia interpela a nuevas generaciones. La decisión de Martín de rodar íntegramente en Buenos Aires, con elenco y lengua locales, resguarda ese núcleo de identidad.
Aunque la serie omite referencias directas a los años '70, incorpora el conflicto de Malvinas, otro trauma colectivo que sacudió los cimientos de la nación. En palabras del propio Martín, "había que traer a nuestros soldados". Así, El Eternauta funciona como archivo emocional y político: una caja que contiene las memorias fracturadas de un país.
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